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TIRANDO DEL HILO, XXVI

Deseo y vulnerabilidad

Notas a propósito de ‘Intermezzo’ de Sally Rooney

Carmen G. de la Cueva 16/11/2024

<p>Mujer leyendo junto al mar (1939), de Max Beckmann.</p>

Mujer leyendo junto al mar (1939), de Max Beckmann.

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1.

Me siento a escribir con el cuerpo encogido. Llevo días, semanas, meses dando vueltas y vueltas sobre mí misma como si yo fuera la Proserpina de Bernini. Leí Intermezzo, la última novela de Sally Rooney, en pleno verano, en la playa, cargaba con las galeradas impresas en folios y encuadernadas en espiral a todas partes: en el capazo, en la cesta de la bici, bajo el brazo, en una bolsa con los cubitos y las palas de mi hijo, por eso entre sus páginas quedan todavía algunos granitos de arena, y hay manchas de café y de helado, y sus bordes están combados por la humedad y tiesos por el salitre. Creo que es importante datar cuándo se leen los libros, no todos, pero sí aquellos que significan algo, los más esperados, los que llegan a convertirse en algo así como la extensión de una misma. 

Me veo desde fuera: toda carne, hecha con la misma materia que el universo, tangible, un muslo carnoso que otra mano, agarra, aprieta, que, a fuerza de querer arrancarme un pedazo, me deja en un éxtasis cercano al orgasmo. Fantaseo mucho con esa idea: la de ser solo un cuerpo y estar a expensas del otro, sin toda esa complicada madeja de pensamientos que me enturbia, que entorpece mi deseo. En eso pensaba mientras leía a Rooney. Pensaba y sentía, leía las escenas de sexo entre sus protagonistas allí, en mitad de la arena, en bikini, en una playa llena de gente, con mi hijo al lado intentando deslizarse sobre las olas en una tablita de surf de plástico, y a cada palabra pensada por Margaret –en esta novela se habla mucho, pero, sobre todo, se piensa y se monologa interiormente y se reflexiona sobre lo que se hace, se dice o se desea–, las chispas eléctricas me recorrían entera. 

Me pasa, a veces, que no puedo escribir de los libros en cuanto los leo, no, al menos, públicamente, por eso tomo notas, leo y releo, y tomo más notas, entablo conversaciones con amigas, no exactamente sobre el libro –en este caso, no podía hablar con nadie sobre Intermezzo porque solo otros periodistas y críticos la estaban leyendo, ninguna amiga, ninguna de mis maravillosas interlocutoras– y callaba. Si alguien me preguntaba:“Oye, ¿qué te está pareciendo el nuevo de Rooney?”, me encogía de hombros, empezaba un monólogo apasionado en defensa de la autora y volvía a mi cuadernito, a mis notas. Y aquí estoy, tres meses después de haber leído la novela sigo enredada en el universo rooneyesco, pongo orden en mis notas. 

2.

Cuando leí la sinopsis de Intermezzo, no me interesó nada el argumento. No me apetecía leer sobre dos hombres, sobre dos hermanos, tampoco me interesaba demasiado el ajedrez. Y aun así, esperaba con entusiasmo el libro, lo deseaba como se desea el reencuentro con alguien que te hace vibrar. A mí Sally Rooney me conmueve, me emociona, me hace pensar y hacerme preguntas, me genera ambivalencia y pasión lectora. 

Estoy escribiendo poquísimo, apenas notas, líneas y páginas fragmentarias. He tenido que venirme sola a un pueblo de playa en mitad de un temporal para poder escribir, porque escribir es la única manera que encuentro de estar conmigo misma, de volver a mí. Escribir es mi centro. Pero leer, oh, leer es algo que no puedo dejar de hacer, de buscar y desear incesantemente, aunque la vida esté patas arriba. Estoy lejos de la casa, de mi casa, que es mi lugar en el mundo, pero a veces pareciera estar viva y los platos sucios, las pelusas, el polvo y la montaña de ropa sin doblar me hablan, me reclaman, es tan grande la exigencia de esa casa –me acuerdo de lo que decía Marguerite Duras de que la casa está hecha para encerrar a las mujeres y a los niños en ella, la batalla doméstica no tiene fin– que necesitaba salir de ella, irme a otra casa que no fuera mía, porque la discontinuidad lo embarga todo, no es solo la escritura, sino el propio pensamiento. Mi pensamiento no es siempre un río. Es apenas un grifo que gotea glup glup glup... Por eso me he venido aquí, quería escribir como si fuera lo más importante, lo único. No madre, no cuidadora, escritora. 

3.

Escribo desde la misma playa donde leí Intermezzo hace tres meses. Esta vez estoy sola y acabo de releer la novela porque soy, con total seguridad, una lectora obsesiva y voraz y leo rápido y me gusta volver una y otra vez a los libros que amo o a los que no entiendo del todo porque creo que si los releo estaré más cerca de algo, quizá más cerca de saber quién soy. ¿Quiénes somos? ¿Cómo cambia nuestro yo cuando entra en contacto con otra persona? ¿Está nuestro verdadero yo por entero en nosotros?, como reflexionaba Rousseau en sus Diálogos. Un beso le basta a Margaret para que sienta cómo su vida se despoja de su significado, es decir, lo que era su vida hasta ese preciso instante, hasta ese beso, ahora puede ser otra mujer por un momento e incorporar a esa otra dentro de sí: “Y, sin embargo”, piensa, “aceptando la premisa, permitiendo que la vida no signifique nada por un momento, ¿no se está sencillamente a gusto en los brazos de esta persona? Sentir que la desea, que lleva toda la noche mirándola y deseándola, ¿no es agradable?”. 

4.

La pregunta que Margaret se hace a sí misma me resuena, no me da miedo reconocer que quizá necesite esa intimidad, que la vida no signifique nada por un momento, ser una mujer que besa a otro, ser besada y tocada, experimentar el deseo mutuo. Otro cuerpo. A veces, fantaseo con ser solo un cuerpo empujado por otro y dejarme ir. Y confieso que me aterra la posibilidad de perderme a mí misma, de que la corriente del deseo pueda ser tan fuerte que me lleve por delante. Ya me ha pasado otras veces. De tanto pensar y fantasear con otros, me olvido de que existo. ¿Por qué es tan difícil escribir sobre el deseo, articularlo, debatirlo incluso? Pensaba en ¿Dónde estás, mundo bello?, en la brillantez con la que sus protagonistas femeninas se preguntan acerca de esto mismo. Esa novela siempre me conecta con el deseo, con la emoción, con la intensidad de la vida. La carta en la que Alice le dice a Eileen que cuanto más piensa en sexualidad, más confusa y diversa le parece, y más pobres nuestras formas de hablar de ella. Las preguntas que se hace Alice, me las hago yo: ¿Qué significa el sexo para mí, y cuánto quiero tener, y en qué contexto? ¿Qué puedo aprender de mí misma a través de estos aspectos de mi personalidad sexual? ¿Y dónde está la terminología para hablar de todo ello? Y vamos por ahí dando tumbos, como dice Alice, sintiendo estos impulsos y estos deseos ridículamente potentes, tan potentes como para hacerte escribir tres mil quinientas palabras, tan potentes como para paralizarte, tan potentes como para hacerte temblar, tan potentes como para que queramos arruinarnos la vida y sabotear nuestras carreras y no hay nadie que esté intentando explicar qué son los deseos, o de dónde salen. O quizá todas estamos intentando a nuestra manera entenderlo y articular un discurso colectivo, complejo, sobre el deseo. “Nuestras formas de pensar y hablar de la sexualidad parecen limitadísimas, en comparación con el poder agotador y debilitante de la sexualidad en sí tal como la experimentamos en la vida real”, escribe Alice. Pienso en ella y en Margaret de Intermezzo y en Ivan y en Peter, los personajes masculinos, y creo que, inevitablemente, el deseo está ligado a la idea que tenemos de amor y también a la idea de soledad. Cuando leo a Alice y Eileen, pienso en cómo Audre Lorde escribió acerca del poder de lo erótico y definió el erotismo como un recurso que hay dentro de cada una de nosotras firmemente enraizado, pero que no reconocemos ni nos permitimos expresarlo con libertad. “Lo erótico es la medida entre nuestra inicial vivencia de identidad y el caos de nuestras emociones más profundas e intensas”.

5.

Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Una cosa es este erotismo que me embarga, que me empuja a sentarme a escribir como si escribir fuera ahora un goce y no el tormento de otro tiempo. Escribir es como follar. Puedo ser en esta página quien me dé la gana y soltarlo todo, desnudarme así, quitarme hasta pequeños cachitos de piel, y luego quedarme exhausta, feliz y, al mismo tiempo, vulnerable. Y otra cosa es pensarme como la Proserpina de Bernini con las manos de otro sujetándome los muslos así, como si yo quisiera escaparme, volar, irme lejos y, a la vez, estarme siempre con el cuerpo pegado al otro. Ser materia, ser solo un cuerpo en manos de otro. Si yo fuera Annie Ernaux, sería menos abstracta. Haría mías las palabras de Jean Rhys y escribiría que, si tuviera el valor de ir hasta el final de lo que siento, acabaría por descubrir mi propia verdad, la verdad del universo, la verdad de todas esas cosas que nunca acaban de sorprendernos y de hacernos daño. Quiero escribir como si nadie fuera a leerme. Escribir como si esto que digo no importara nada y fuera lo último que escribiera en mi vida. Quiero ser un personaje de Sally Rooney, dejar que el pensamiento se desborde como se desbordan los ríos, que las palabras rebosen por encima de los bordes del cuerpo. 

Escribir es como follar. Puedo ser en esta página quien me dé la gana y soltarlo todo

6.

¿Por qué es tan buena Sally Rooney escribiendo sobre sexo? ¿Cómo consigue exponer así, con tanto detalle, tan realista y verosímil, tan crudo y hermoso al mismo tiempo, toda la vergüenza, el pudor, la ternura, la oscuridad misma y la vulnerabilidad que sucede en torno a un par de cuerpos desnudos? Así como piensa Ivan, ajedrecista de 22 años, con un puñado de torpes relaciones sexuales a sus espaldas: “Que la vuelva a oír susurrando su nombre en voz baja, agradable, satisfecha, mientras le hace el amor. Y por tener eso, piensa, lo que sea: desesperación, desamor, perder la cabeza incluso, y acabar loco, cualquier cosa”. Rooney parece que está ahí, entre los dos, entre Ivan y Margaret, de 36 años, divorciada, con un exalcohólico, pensando que nadie volvería a desearla, que nunca volvería a follar así, dejándose ir, con una madre que la hace sentir una fracasada, que la juzga por su deseo, por ser una mujer deseante: “Su carácter amorfo se ha revelado ante ella, los antiguos valores y significados flotan por ahí sin amarras, ¿cómo se va a poner a amarrarlos de nuevo? ¿Y a qué? (…) Ahora puede hacer cosas muy extrañas, puede convertirse ella misma en una persona muy extraña. Los hombres jóvenes pueden invitarla a sus cabañas turísticas con fines sexuales. No significa nada. Mentira: sí que significa algo, pero el significado es nuevo para ella”. Cómo Rooney prolonga la escena, cómo pinta un fresco de esa intimidad, casi puedo verlos, a Margaret e Ivan en esa cabaña, con el vaho empañando los cristales de las ventanas, expuestos, vulnerables. No necesita más que un par de personajes, ponerlos a hablar, a follar, a mirarse, y en torno a eso, construye sus novelas. 

7.

Cómo no pensar en Annie Ernaux mientras leo a Rooney: Pura pasión, Perderse, Un hombre joven. Si hay una escritora que ha logrado contar la intimidad y el deseo con todas sus costuras esa es Ernaux: “A menudo he hecho el amor para obligarme a escribir. Quería encontrar en el cansancio, en el desamparo que le siguen, razones para no aguardar ya nada de la vida. Tenía la esperanza de que el final de la expectativa más imperiosa, la del orgasmo, me hiciera sentir la certeza de que no había goce superior al de la escritura de un libro. Quizá ese deseo de desencadenar la escritura del libro fue el que me condujo a llevar a A. a mi casa a tomar una copa después de cenar en un restaurante donde, por timidez, había permanecido prácticamente mudo. Era casi treinta años más joven que yo”. Entre Margaret e Ivan hay catorce años de diferencia, la mitad que entre Ernaux y A., pero la pulsión es la misma: “Margaret se sube a la cama con él, se tumban los dos juntos. Las sábanas de la cama están frías, puede que húmedas, o puede que solo muy frías. Le desabrocha el cárdigan, la blusa, y luego ella lo ayuda con el cierre del sujetador. Está sudado, lo nota: las axilas, la frente, una ráfaga de calor. Margaret busca su boca con los labios y se besan una vez más. Él envuelve su pecho derecho entre los dedos de la mano izquierda; el pezón erguido bajo la yema del pulgar, duro, rozándole. A Margaret se le escapa el aliento casi dentro de su boca, un suspiro, como si le gustara que la toque así. Quién sabe explicar tal cosa, y para qué intentarlo siquiera: un entendimiento compartido entre dos personas”. 

 Es difícil imaginar el deseo del otro. El deseo es gozoso y es aterrador

8.

Si no sintiera este deseo nuevo, tan abierto, tan feroz, estaría dormida junto al cuerpo de mi hijo. Pero aquí me tenéis. Escribo. Hay goces que son urgentes. Pienso en La seducción de Sara Torres: “Hay un placer en la fantasía que no siempre valoramos. Yo, sin embargo, porque he decidido quedarme en esta casa, atrapada, en este tiempo de tensión y de espera, siento que comienzo a encarar mi propio deseo. Tal vez nunca llegue a comprender qué es lo que mueve a la otra, pero estoy un poco más cerca de entender lo que me mueve a mí”. Quería escribir sobre lo que implica que el deseo se anticipe y te coloque en un lugar de espera, un lugar ansioso, vulnerable. ¿Quiénes somos cuando deseamos? Le doy vueltas y vueltas a esto. El deseo me devora, me vuelve impaciente con el resto de las cosas. Es difícil imaginar el deseo del otro. El deseo es gozoso y es aterrador. Cuando te entregas a otro como Margaret se entrega a Ivan, como Ivan se entrega a Margaret, se encuentran “en el orden de la pasión”, que diría Ernaux. Y en ese lugar, te olvidas de la madre –nunca te olvidas de la escritora– y te entregas al deseo muy fuerte, como si el cuerpo no fuera a gastarse nunca, como si el deseo no fuera algo que te empuja sino todo lo que tienes dentro. “Me encuentro muy sexual”, dice Ernaux a propósito de S., “no hay otra palabra, es decir que no es sentirme admirada lo que cuenta para mí. Lo que cuenta para mí es sentir y dar placer, el deseo, el erotismo real, no el imaginario”. El sexo en las novelas de Rooney es, a veces, como un buen baile, cuando los cuerpos encajan y se mueven en una coreografía que, sin ensayarla, resulta perfecta. 

Cuando leo a Sally Rooney siento que entiendo mejor la condición humana

9.

Hay en Intermezzo muchos más personajes y escenas. Hay un duelo, Ivan y su hermano Peter han perdido a su padre, hay muchísimo dolor entre ellos, no pueden hablarse sin estallar, no saben acompañarse, no soportan la vulnerabilidad del otro y se cubren con una y otra y otra máscara. Hay otras dos mujeres: Naomi y Sylvia. La primera es la amante de Peter, tiene la edad de Ivan, el sexo entre ellos es más salvaje, más sucio, pero igualmente vulnerable e íntimo. Y Sylvia es la mejor amiga de Peter, su amor platónico, su ex de juventud, una académica que, tras un accidente de coche, siente dolor durante el sexo. Hay muchos vacíos en la novela, espacios en blanco difíciles de completar como, por ejemplo, ¿qué accidente ha llevado a Sylvia a ese tipo de dolor? ¿Es la única razón por la que no puede estar con Peter? ¿El buen sexo, el único sexo posible en esta novela, es el que implica la penetración? Si Rooney fue tan concreta y explícita a propósito de la endometriosis de Frances en Conversaciones entre amigos, ¿por qué este silencio en torno a Sylvia? Todo es difícil y complejo. Hay tanto dolor en las novelas de Sally Rooney que parecen superponerse capa sobre capa. Y quizá precisamente por eso, porque el dolor, al igual que el deseo, es real y verosímil y está tratado desde la intimidad de los personajes, todo está envuelto  de emoción y sentido, los personajes se vuelven carne y hueso y se pegan a una como si formaran parte de la propia vida. Como si fueran de verdad, cuando leo a Margaret o a Peter o a Frances o a Alice, siento que me transmiten su experiencia, su saber, su sensibilidad y que, en parte, me cambian igual que me cambian los otros. Pocos autores contemporáneos consiguen eso. Cuando leo a Sally Rooney siento que entiendo mejor la condición humana, sus ojos de novelista me permiten mirar más allá, como si ese amigo, ese amante, ese padre se volvieran transparentes y pudiera apreciar toda su complejidad y vulnerabilidad, al menos, mientras la leo, me hace estar más atenta, más presente. Sus libros conversan entre sí, todos sus personajes parecen hablarse de un libro a otro. Mi visión de Sally Rooney crece y cambia con cada libro, se amplía. 

10.

Cuando termino de leer a Sally Rooney, sus personajes se quedan conmigo, me acompañan. Vuelvo a sentirme un poco Margaret, para mí, la más interesante de Intermezzo, la más poderosa, le daría una novela a ella sola, o quizá un monólogo como el de Molly Bloom al final del Ulises de Joyce. Aunque sé que Rooney necesita a varios personajes porque todo lo que sucede en sus novelas gira en torno a cómo se relacionan entre ellos, cómo se hablan, se desean, se acompañan, desde Conversaciones entre amigos hasta ¿Dónde estás, mundo bello? pasando por Gente normal. No quiero dejar de leer a Rooney. Sus libros me acompañan mientras intento vivir mi vida. Desde que leí Conversaciones entre amigos cuando estaba embarazada o ¿Dónde estás, mundo bello? en mitad de mi separación. En apenas siete años –siete años en los que a mí la vida me ha cambiado muchísimo– ha publicado cuatro novelas que me han emocionado, cada una a su manera, con las que he gozado y aprendido, que me han hecho plantearme muchas cosas, que me han permitido tener apasionadas conversaciones. Y solo tiene 33 años. 

Esta es, para mí, su mejor novela, quizá no la que tiene la trama más atractiva, pero sí la más compleja y profunda. Hay algo de ella que me perturba y es que, al final de todas sus novelas, casi como al final de las novelas de Jane Austen –tienen cosas en común ambas autoras, todos sus personajes hablan en igual medida de amor y de dinero, y tienen dificultades para comunicarse, y surgen malentendidos todo el tiempo–, es casi obligatorio el triunfo del amor. Es verdad que en Conversaciones entre amigos y en Gente normal, el amor es una posibilidad abierta, flota en las últimas páginas, pero en ¿Dónde estás, mundo bello? es la única salida posible: el amor representa la esperanza, todo lo que no está roto, la posibilidad de una vida mejor. Y en Intermezzo también sucede así. Todos los personajes se entienden, los malentendidos se esfuman y el amor inunda las páginas de la novela. ¿Es un final conservador? ¿Es Sally Rooney profundamente conservadora en sus planteamientos morales? ¿Es el amor la única manera de ser feliz en las novelas de Sally Rooney? “Imaginar también es la vida”, piensa Peter en la última página de Intermezzo, “la vida tan solo imaginada. Estrépito de cacharros, el humo de la tetera. Incluso pensar en ello es vivir. Una racha de viento frío sopla desde el mar, le hincha el abrigo y eriza plumas blancas en el río. No hay nada solucionado (…) Veremos qué pasa. Habrá, en todo caso, que seguir viviendo”. Quizá sea el mejor final posible, ahora que lo pienso, aquí, la vida misma, las voces al otro lado del balcón, el oleaje es un rumor lejano apenas audible por el runrún del frigorífico, mis propios pensamientos, ahora sí, fluyen, se agolpan, borbotean. Estoy sola, deseo, fantaseo, escribo, me desnudo. Las mujeres vivimos, a veces, enfrentadas a nosotras mismas, escindidas, en permanente conflicto, incapaces de integrar todas nuestras versiones en una sola para vernos completas ante nuestros ojos. Margaret “siente que todas las ventanas y las puertas de su vida se abren de par en par. Todo expuesto a la luz y al aire. Nada a cubierto, no queda nada que guardar a cubierto. Una perdida, le ha dicho su madre. No hay por donde pillarte. Y así es. Que Dios se apiade de ella”, y, al final de Intermezzo, consigue abrazar, de alguna manera, su deseo y su vulnerabilidad, reúne todas sus versiones en una sola. 

Intermezzo (2024) es la última novela de Sally Rooney, publicada por Random House y traducida por Inga Pellisa.

1.

Me siento a escribir con el cuerpo encogido. Llevo días, semanas, meses dando vueltas y vueltas sobre mí misma como si yo fuera la Proserpina de Bernini. Leí Intermezzo, la última novela de Sally Rooney, en pleno verano, en la playa, cargaba con las galeradas impresas en...

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Autora >

Carmen G. de la Cueva

Periodista, escritora y editora. Ha publicado varios libros y fue directora de la editorial feminista La señora Dalloway.

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