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Querido suscriptor, querida suscriptora,
No sé si el apóstol Juan estaría de acuerdo, pero lo que estamos viviendo empieza a parecerse mucho a la descripción que hizo del Apocalipsis en el Nuevo Testamento.
Llevamos casi tres años con una guerra en Ucrania que ha dejado decenas de miles de muertos. En Gaza, desde hace más de un año, Israel está llevando a cabo el genocidio sistemático y planeado de los palestinos, ampliado también a Cisjordania y Líbano. En Sudán, una guerra civil de la cual nadie habla ha causado, desde la primavera de 2023, un número de muertos que se desconoce –se habla de al menos 150.000 personas– y unos diez millones de desplazados. Se calcula que los muertos por otra guerra olvidada, la de Yemen, que se libra ininterrumpidamente desde hace una década, ascienden a unos 400.000. Y no perdamos de vista que el espectro de una guerra nuclear ha vuelto a pasearse por el globo. Mientras tanto, el gasto militar se ha incrementado hasta batir todos los récords y los fabricantes de armas se llenan los bolsillos y descorchan botellas de champán.
El cambio climático está provocando desastres cada vez más grandes, cuyas consecuencias son en muchos casos aún mayores por la falta de prevención y la negligencia de quienes deberían gestionar estas emergencias. Lo que ha pasado en Valencia clama al cielo. No sólo por años de descuido del territorio y un urbanismo salvaje o por la continua infravaloración que la derecha ha hecho de los avisos que los científicos y los activistas ambientales vienen lanzando, sino por la esperpéntica y criminal gestión del gobierno autonómico de Mazón. Lo que era evidente desde el primer día, y que ahora empieza a conocerse con detalle, muestra el absoluto desinterés por la vida humana por parte de unos incapaces que solo intentan embarrar más la situación difundiendo bulos y descargando responsabilidades sobre los demás. El neoliberalismo mata. Y mientras la gente muere, sus testaferros locales también descorchan botellas de champagne en “comidas privadas”, tras haberle hecho la ola al mundo empresarial.
Si todo esto no bastase, en casi cada elección que se viene celebrando en el último lustro nos llevamos una sorpresa poco agradable, por utilizar un eufemismo. La victoria de Trump es la guinda de un pastel envenenado que muestra que las democracias están en riesgo serio de extinción. El Project 2025, elaborado por la Fundación Heritage, no solo prevé la restricción de derechos como el aborto o la deportación de millones de inmigrantes, sino también el despido masivo de funcionarios que no son fieles al trumpismo y el fin de la separación de poderes. Hablando en plata, si se pone en práctica, el Project 2025 convertiría Estados Unidos en otra autocracia electoral al estilo de Hungría, El Salvador o India, donde gobiernan algunos de los mayores admiradores de Trump. Que, por cierto, también han descorchado botellas de champán la noche del 5 de noviembre.
¿Qué hacer? Una vez más, esta es la pregunta que nos devana los sesos. No podemos escondernos detrás de un dedo: la victoria con más de 70 millones de votos de un tipo que ha impulsado un golpe de Estado nos provoca asombro, miedo, tristeza. Lo que muchos sentimos es impotencia, pero aunque pueda parecer difícil o directamente utópico en estas horas, no debemos ni podemos perder la esperanza. La historia no es teleológica: el futuro no está escrito. La historia la hacemos nosotras y nosotros. Eso sí, no va a ser fácil y tampoco rápido. Hay que arremangarse y picar piedra. Porque los resultados de lo que podemos empezar a hacer ahora valdrán para la próxima generación.
Los ámbitos en los que podemos actuar son muchos. Aquí quiero apuntar a uno que considero clave: el de la batalla cultural. La extrema derecha la ha ganado. Entendámoslo y actuemos en consecuencia. No solo se ha desplazado la ‘ventana de Overton’, es decir que las ideas y los discursos de extrema derecha se han convertido en mainstream y millones de personas los consideran aceptables hasta el punto de creerse incluso las más grotescas teorías de la conspiración, sino que la extrema derecha se ha apropiado de buena parte del lenguaje de la izquierda. O, al menos, de algunos términos que han sido y deberían ser patrimonio de quienes defienden las ideas ilustradas y de progreso.
Desde los tiempos de Berlusconi –incluso mucho antes–, la libertad se ha convertido en una especie de coto privado de la derecha, antes la neoliberal y ahora también la extrema. Del “Comunismo o libertad” de Ayuso al “¡Viva la Libertad, carajo!” de Milei, otro dictador en potencia, hasta la supuesta defensa de la libertad (no solo de expresión) de Elon Musk, un robber baron del siglo XXI que viviría encantado en una especie de realidad autocrática a lo Matrix. No perdamos de vista que Partido de la Libertad es el nombre de las formaciones de extrema derecha de Austria y los Países Bajos.
Los ultras se han apropiado también de la palabra democracia. Ya lo intentaron en los sesenta los neonazis denominando Partido Nacional Democrático de Alemania a su formación. El partido de los ultras suecos, que apoya el gobierno conservador en Estocolmo, se llama Demócratas de Suecia. Trump se ha presentado en muchas ocasiones como el supuesto salvador de la democracia que estaría siendo asesinada por Biden y los globalistas. Giorgia Meloni lo ha resumido en una frase: “Libertad y democracia son los elementos distintivos de la civilización europea contemporánea en los cuales me reconozco desde siempre”. Y la niña bonita de la ultraderecha europea lo dice sin ruborizarse, mientras intenta aplicar su peculiar vía italiana al orbanismo.
La extrema derecha, siempre a su manera, ha adoptado símbolos y actitudes que eran de izquierdas. Ahora son Milei, Trump, Alvise o los cachorros de Vox de Revuelta los que se presentan como rebeldes y antisistema. Ahora es Trump el que, tras salvarse de un intento de asesinato, levanta el puño y grita a sus seguidores: “Fight! Fight! Fight!”.
Pues esto es lo que tenemos que hacer. Luchar, luchar y luchar. Y reconquistar esas palabras que nos han robado. Quitárselas de su vocabulario. Conquistarlas para llenarlas de contenido. Porque la libertad y la democracia, la rebeldía y la lucha contra las injusticias no es cosa de ellos.
Por eso es importante seguir debatiendo en las páginas de CTXT. Por eso es fundamental pasar de las palabras a la acción para luchar contra el odio. Por eso es imprescindible que sigamos protegiendo esta comunidad que se ha ido creando y ampliando en los últimos diez años. Y que la ampliemos más. Que sumemos más gente para dar esta batalla. Para reconquistar la libertad y la democracia. Para devolver a las catacumbas estos fantasmas del pasado. Para permitir a las futuras generaciones vivir en un sistema democrático, en un mundo más justo y, ojalá, sin guerras ni genocidios.
Un abrazo
Steven Forti
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No sé si el apóstol Juan estaría de acuerdo, pero lo que estamos viviendo empieza a parecerse mucho a la descripción que hizo del...
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Steven Forti
Profesor de Historia Contemporánea en la Universitat Autònoma de Barcelona. Miembro del Consejo de Redacción de CTXT, es autor de 'Extrema derecha 2.0. Qué es y cómo combatirla' (Siglo XXI de España, 2021).
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