EL SALÓN ELÉCTRICO
Los enemigos del pueblo y la dana
La lista peliculera es interminable: tornados, huracanes, glaciaciones, animales mutantes descontrolados, virus que zombifican y, por supuesto, inundaciones
Pilar Ruiz 19/11/2024
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Al otro lado de esta pantalla en la que escribo y ustedes leen, otra pantalla más grande vomita imágenes de una nueva dana. Inundaciones en Málaga y Tarragona. Esta vez la alerta roja se ha seguido al pie de la letra, pero volverá a llover torrencialmente sobre las zonas valencianas más castigadas por la otra dana. La de los muertos. Han pasado más de 10 días desde la riada mortal que, además de barro, ha arrastrado una ola de vileza. La película de catástrofes muta en serie de infinitos capítulos pero, esta vez, todo es real. Y se repite.
Aquejados del síndrome de Casandra, la mítica sacerdotisa de Apolo con el don de la profecía, pero condenada por el dios a que jamás fuera creída, los expertos que señalan desde hace años la crisis climática como una amenaza real son acusados de alarmistas, retrógrados, ridículos, histéricos, tristes, cenizos. Incluso ladrones y corruptos, con el vocablo “ecolojetas”. En su rama más activa el insulto engorda hasta convertir la acusación en una tormenta penal: terroristas. Ahora, directamente, se les amenaza de muerte.
“Los negacionistas se reparten sogas para ahorcarme (…) Es el mundo al revés: un científico apunta con el dedo a un problema, y la gente mira al dedo y no al problema y, como luego ha habido una gran catástrofe, voy y le culpo precisamente al que decía que iba a ocurrir”. Así hablaba recientemente Fernando Valladares, doctor en Ciencias Biológicas e investigador del CSIC.
En algunos lugares del planeta la amenaza de muerte se convierte en realidad: son las otras víctimas de la crisis climática. Según la ONG internacional Global Witness, solo en 2023 fueron asesinados 196 activistas ambientales en todo el mundo. Desde que se empezaron a recopilar datos en 2012, las muertes se elevan a 2.016. En España nos conformamos con que los jueces castiguen con penas ridículas –por dilación indebida: ¿caso pederastas de Murcia?– a los culpables de confabularse para que el ecologista andaluz Justo Clavero fuera acusado de narcotráfico. La judicatura parece empeñada en demostrar que es el problema y no la solución.
Tras lo sucedido el 29 de octubre, los negacionistas siguen a los mandos e intentan sacar pecho de la infame gestión de un desastre apocalíptico. Está ahí la derecha de siempre orgullosa de su incompetencia y de su ignorancia, la bandera de ese tal Mazón con carné del partido que gobernará España en breve. Un partido negacionista, como todos los de la derecha, no ya de la crisis climática, sino de la mera existencia de una cosa llamada medio ambiente. La consejera cesada Nuria Montes decía en una intervención de hace ocho meses: “Si algo bueno trae el cambio climático es precisamente la extensión de la temporada turística”. O sea, que su jefe no iba a cerrar su comunidad por una riada durante el puente de Todos los Santos, viva el turismo, claro, y sus compis –el primo de Rajoy– lo comprenden, solo que esta vez le ha tocado la china a él. Pero algo ha cambiado. Ha aparecido otro tiburón, se llama ultraderecha y tiene hambre. Da dentelladas al ejército (UME), a Cruz Roja, a Cáritas. Incluso come coronas porque, como aprendimos con Spielberg, los escualos devoran a lo loco, hasta trozos de hierro oxidados (Tiburón, 1975). También nos enseñó a identificar a todos estos políticos pronegocio en la caricatura del alcalde negacionista de Amity Island y su modus operandi: abrir las playas, terrazas, bares a los turistas y gastar en lucecitas, ya sea con pandemia global, dana o tiburón. Y si hay muertos se echa la culpa de lo sucedido a los sospechosos habituales y, finalmente, dicen que se iban a morir igual. Tras lo de Valencia se ha puesto de moda alabar hasta la baba a los alcaldes de pueblo, cuando tantos ayuntamientos en cuya bandera luce rampante el pelotazo urbanístico, el destrozo natural, la edificación sobre zonas inundables o la mofa de ley de costas, deberían ser llevados a los tribunales por homicidio imprudente.
Vengo de una comida de tres horas, no tenía cobertura, la culpa es del sanchismo, no me avisaron, bla, bla, bla.
La Casandra en Amity Island es el jefe de policía Brody (inolvidable Roy Scheider), o sea: un tocapelotas alarmista. Además de policíaco –el pez es el asesino en serie– Tiburón no deja de ser una de las muchas versiones de Un enemigo del pueblo, como reconoció Peter Benchley, autor de la novela adaptada. En el famosísimo texto teatral escrito en 1882, Ibsen enfrenta con todo un pueblo a su protagonista, Stockmann, cuando este descubre que el agua del balneario está infectada por una bacteria. El alcalde negacionista es su propio hermano, quien, junto al periódico del pueblo, busca la ruina al denunciante. Ibsen se despacha a gusto contra la manipulación política y mediática, la demagogia populista y la mentira institucionalizada que atenta contra el bien común. Una rareza: en el cine Stockmann fue Steve McQueen, sempiterno héroe de acción reconvertido en héroe mártir y apenas visible tras la barba y el pelucón.
Ese “pueblo” –no: no salva al pueblo– considera enemigo tanto a Brody como a Stockmann y vota diciendo “lo del cambio climático es un cuento”. A río revuelto, ganancia de negacionistas. Quizá sorprenda –o no– que suba el partido de las tres letritas en la zona más castigada por la dana.
El discurso del odio a todo lo que huela a preservación del medio ambiente está diseñado por el trumpismo internacional desde un lado del planeta y por el putinismo desquiciado y la super contaminante China por el otro. Nadie moverá un dedo. Y allí donde dejen votar, ganará el populismo negacionista: Estados Unidos, Argentina, Italia, Valencia o Madrid, crecen como hongos en la humedad. “Podría ser peor… podría llover” (El jovencito Frankenstein, Brooks, 1974). ¿Y llevar la cumbre del clima a la dictadura petrolera de Azerbaiyán? Para partirse.
La película de terror avanza y puede llegar a dar mucho más miedo. Vuelta a la pantalla: es Valencia, pero parece Bangladés. Qué poco importaban esos pobres lejanos y oscuros cuando se ahogaban, ¿verdad? Y en Cuba controlan desde hace décadas las alarmas por huracanes, pero es que aquello es una dictadura. Mientras, las democracias de la libertad niegan lo evidente, persiguen a los ambientalistas, cierran las fronteras a los derechos humanos pero las dejan abiertas de par en par a la mentira, el bulo, la manipulación, la insidia. Las redes hablan por boca de Musk: el tiburón es ahora el amigo del pueblo.
Lo dijo Hanna Arendt: “Mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente crea una mentira, sino garantizar que ya nadie crea en nada. Un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira no puede distinguir entre el bien y el mal. Un pueblo así, privado del poder de pensar y juzgar, está, sin saberlo ni quererlo, completamente sometido al imperio de la mentira. Con gente así, puedes hacer lo que quieras”.
Nadie puede creer en nada y la tormenta hace que lluevan tiburones sobre la población como en Sharknado (Ferrante, 2013). En esta boba película, los huracanes, tornados e inundaciones arrasan ciudades y miles de tiburones hambrientos devoran a los despistados ciudadanos. Existen seis entregas de esta cosa, para que vean el interés que genera en el público de serie B la temática “desastre natural”, y más cuando se cruza con argumentos inverosímiles. ¿Inspiración para los tiburones creadores de bulos?
La Madre Naturaleza siempre será enemiga del ser humano, vienen a decir, y de nada sirve rebelarse ante ella, mucho menos cuando está cabreada porque esos mismos seres humanos le han tocado los bemoles. La lista peliculera es interminable: tornados, huracanes, glaciaciones, animales mutantes descontrolados, virus que zombifican y, por supuesto, inundaciones. El rey de la serie B catastrófica elevada a blockbuster es, sin duda Roland Emmerich, quien muestra gran cariño por el apocalipsis lluvioso. En su haber, la revisión del mito del arca de Noé en 2012 –película del 2009– y El día de mañana (2004), un gran alegato proambiental –con biblioteca salvadora, para más recado– hecho espectáculo para todos los públicos.
Casandra avisa sobre la metáfora. Es una ceniza. Porque dar malas noticias está mal, no hay que ser distópico, que eso parece deseo de profecía autocumplida. Mejor mirar hacia otro lado, contar otras historias y tomar el té de las cinco mientras llueven tiburones y el mar Mediterráneo sigue recalentado como una sopa de sobre. La lluvia maligna cae más fuerte sobre los países que presumen de demócratas, responden persiguiendo a las Casandras climáticas y prometen que todos los enemigos del pueblo colgarán de una cuerda. Tras la purga, solo quedarán los alcaldes cabrones, las hordas armadas de palos y los tiburones.
Pónganse a cubierto.
Al otro lado de esta pantalla en la que escribo y ustedes leen, otra pantalla más grande vomita imágenes de una nueva dana. Inundaciones en Málaga y Tarragona. Esta vez la alerta roja se ha seguido al pie de la letra, pero volverá a llover torrencialmente sobre las zonas valencianas más castigadas por la otra...
Autora >
Pilar Ruiz
Periodista a veces y guionista el resto del tiempo. En una ocasión dirigió una película (Los nombres de Alicia, 2005) y cada tanto publica novelas. Su último libro es El cazador del mar (Roca, 2025).
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