Esta pieza forma parte del libro CTXT, una utopía en marcha, en el que sesenta y siete firmas hablan sobre los primeros diez años de funcionamiento de la revista y su contexto político. Se puede comprar aquí.

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Toqué el timbre de la puerta y tardó poco en abrirse. Y apareció Miguel Mora, con el cigarro en la boca, la sonrisa puesta y dijo: «¡Caballera, pase pa dentro!». Y ahí me quedé para los restos. Previamente, confieso ahora, y dada mi irresistible querencia por los telefilmes en los que pasan siempre cosas horribles, había dejado dada la dirección de mi cita a todas las personas de mi entorno, sabedoras también de mi sentido de la guasa y de mi incapacidad para decir no. Si te llama Miguel Mora, ese al que llevas leyendo años, ¿qué otra cosa puedes hacer sino presentarte donde y cuando sea?

En aquel salón, más grande que mi vida entera, encontré más cigarros y más humo, y a un montón de personas que me dejaron boquiabierta. Escritores, periodistas, la mirada cómplice de una mujer a la que querré mientras viva y que se llama Vanesa Jiménez. Soy una mujer fácilmente impresionable, pero no olvidaré lo que sentí allí dentro, un algo así como «a mí de aquí no me saca nadie». Pero también estoy aterrizadita en el mundo, así que también pensé: «A ver si esto no se alarga demasiado que tengo que recoger a los niños del colegio». Llegué puntual y allí dejé todo por hacer, pero con un rotundo sí quiero por mi parte.

Lo que vino después lo contarán otros. Mucho frío en una primera redacción a la que llamamos «la nevera», un arranque caótico, maravilloso, los tacones de la Jiménez repiqueteando por el suelo en una noche en la que nos descubrimos iguales en el llanto fácil, en la emoción del rociojuradismo que nos unió desde entonces. La foto en aquel sofá con ojeras y orgullo, el de haberlo conseguido. Las gafas, la serenidad y las pocas ganas de aparentar de Luis Felipe Torrente, el hombre con la agenda de teléfonos más completa que he visto jamás, al que tanto echamos en falta desde que no está. Qué falta nos hacen las personas balsámicas como Luis.

Vinieron muchos ataques de risa. Aquel día en el que nos faltaban manos y tiempo y de todo y gritó Inés Amado: «¡Pero ¡qué decís de periodismo reposado, si esto es periodismo horario!». Vino una forma de entender el mundo y de ejercer el oficio que me conmovió desde el principio. Vino mi primer y único premio obtenido por un artículo, un perfil sobre Rodrigo Rato de once folios y medio de extensión. Vino mi bautismo como Norma Brutal —gracias, Mónica Andrade—, el mejor nombre artístico que tendré jamás. Vino todo y más.

Pasaron un montón de personas por mi vida en esa redacción a la que llamábamos El Saloncito. Pasaron y pasaron tantas cosas que me quedé huérfana de padre el día en el que celebrábamos nuestro segundo aniversario. Pasó que me preguntaron por el segundo apellido de mi padre y aquella fiesta se la dedicaron a él, a Manuel Caballero Carrillo. Pasó que lloré, claro. De alegría, de pena, de orgullo.

Pasa que quiero mucho a CTXT porque me ayudó a crecer y a comprender un poco más. Pasa que hace falta que siga, por lo menos, otros cien años más. Felicidades.

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Ángeles Caballero es periodista y fundadora de CTXT.