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Especial X años de CTXT

La belleza del contexto

CTXT no es un producto, como tantos llaman a los medios digitales; ni publica páginas, en abstracto; ni cuenta usuarios, como si los lectores no importaran. Es la casa a la que acuden a diario un buen puñado de miles de personas

Vanesa Jiménez 12/01/2025

<p>Imagen de la redacción de CTXT en los inicios de la revista. </p>

Imagen de la redacción de CTXT en los inicios de la revista. 

A.C

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Llegué al Saloncito de CTXT un martes 18 de noviembre de 2014. Entonces solo era el salón de la casa del director, Miguel Mora, y de la directora adjunta, Mónica Andrade. Pasadas las cinco de la tarde de aquel día frío y de sol brillante en Madrid, entré en el número 35 de la calle Doctor Arce, saludé a José María, el portero de la finca, que pronto fue un aliado entusiasta, y subí andando hasta el segundo piso. La puerta, como tantas veces después, ya estaba abierta y las voces se colaban por el rellano. 

En aquel salón reconocí algunas caras. Miguel y yo habíamos sido compañeros en el diario El País, pero no amigos. Fuimos colegas bien avenidos, que se habían ayudado, y que habían compartido más de un taxi y más de una fiesta. A Mónica, que con el tiempo se convirtió en una compañera leal y también en amiga, y que demostró en aquellos primeros meses una paciencia extraordinaria sin la que no hubiésemos podido seguir, no la había visto nunca. Allí estaba mi amiga/hermana Gloria Crespo, excompañeros de PRISA, de El Mundo, caras conocidas de trabajos antiguos, caras nuevas. Además estaba Michael Novack, que formaba parte de una vida pasada y nos acompañó con tesón, donuts y empeño durante el primer año de la revista.

La reunión, la primera, fue un despropósito. Al menos así la conservo en la memoria. Éramos un puñado de periodistas con experiencia, quemados por los últimos años en redacciones de periódicos, que habían visto cómo los medios iban cambiando de propiedad hasta quedar en manos de fondos y el IBEX, que habían sufrido EREs, a jefes pésimos… Todos sentíamos que el oficio se iba muriendo poco a poco, a costa de clicks y de olvidar que lo nuestro es un servicio público, y eso nos reunió aquella tarde, con más voluntad que conocimiento. Porque en las dos horas que duró el encuentro solo hablamos de periodismo, y tampoco con mucho orden. La parte empresarial, fundamental para que el proyecto funcionara, y para que los presentes tuvieran una manera de vivir, casi nos la saltamos. En ese momento, la sociedad estaba compuesta por catorce socios fundadores que en dos tandas pusimos mil euros cada uno. Nuestro compromiso era que no íbamos a cobrar durante los dos primeros años. 

Las conclusiones de esa tarde fueron, más o menos, las que Miguel tenía ya en la cabeza. Recuerdo que le escuché hablar de Mondrian por primera vez, porque él quería una portada discreta, elegante, con unas “cajitas”, como un Mondrian. Unas “puertas de entrada”, repetía. También insistía en que había que salir pronto, que tenía mucha nevera (en el argot periodístico son los artículos pendientes de publicación). Dos meses como mucho. El formato era el de una revista, quizá quincenal, quizá semanal. Sin última hora. Sin teletipos. Todo original, con firma, y sobre el terreno. Una revista en la que se rescataran los géneros periodísticos convencionales. Con artículos largos, larguísimos. Periodismo de largo aliento, reposado.

Todo era al revés de lo que hasta entonces yo había aprendido y ejercido en medios digitales

Mientras le escuchaba, solo podía pensar en que nada tenía sentido. El director de una futura publicación digital estaba describiendo el antimedio para Internet. Todo era al revés de lo que hasta entonces yo había aprendido y ejercido en los muchos medios digitales en los que había trabajado. No importaba el SEO para estar bien colocado en Google, ni la audiencia, ni los titulares para los robots, ni había que engañar a los lectores con videos de gatos, que era la forma de captar tráfico. Quizá por eso dije sí. Si aquello funcionaba, era el medio de nuestra vida. Pero hacía falta un milagro, y no existen.

Contábamos, eso sí, con el viento a favor de la España de entonces, que era, o al menos parecía, distinta a la de ahora. El movimiento 15-M se había producido tan solo cuatro años antes, y de aquel grito indignado había surgido Podemos, que se presentó el 17 de enero de 2014 en un teatro, el del Barrio, en el corazón del barrio de Lavapiés de Madrid, que con el tiempo sería la segunda casa de nuestra revista. Aquel grupo de jóvenes había puesto la política patas arriba, con un lenguaje nuevo y una radiografía certera de los males que aquejaban a un país que no terminaba de sacudirse los restos de la transición a la democracia, con un bipartidismo férreo, un sistema empresarial todopoderoso y omnipresente, una justicia muy conservadora y unos medios de comunicación, ya entonces, absolutamente escorados a la derecha. La ola de cambio estaba creciendo y el momento se presentaba como propicio para lanzar una revista de izquierdas. 

Los que aquella tarde nos juntamos compartíamos la mirada y el sentimiento de orfandad de lugares en los que informarnos y trabajar en libertad

Los que aquella tarde nos juntamos compartíamos la mirada y el sentimiento de orfandad de lugares en los que informarnos y trabajar en libertad. No se pidieron carnés, porque no importaban. Pero todos acudimos a la siguiente convocatoria del director. El debate editorial se centró en los derechos, sobre todo los de las minorías, con interés en la persecución del pueblo gitano, ignorada en los medios, y también en los de las mujeres, siempre en riesgo. Se habló de sanidad y educación pública, de vivienda, de Estado del bienestar, de justicia social… Además miramos a Europa, que debía ser una de las patas de la revista, porque ya intuimos la ola reaccionaria en la que estamos inmersos. Contaríamos la actualidad con buenos análisis, reportajes y entrevistas en profundidad. La revista abriría también un gran espacio para la cultura, para otra cultura, y para la creación y el pensamiento. El flamenco, una de las pasiones de Miguel Mora, necesitaba un hueco destacado, al igual que el Atlético de Madrid, otro de sus amores, que terminó teniendo una sección propia bajo el nombre La Colchonería. 

Aquel día nos preguntamos qué queríamos ser y qué podíamos aportar a la sociedad. La apuesta fue muy simple: ejercer un periodismo de análisis y contexto, que intentase contar y explicar lo importante, y hacerlo con total libertad e independencia. Todos estuvimos de acuerdo. Salí de allí con la sensación de subirme a un barco con bastantes posibilidades de deriva. Poco después entendí que no, lo importante estaba claro. Y ya no paramos.

Pedro de Alzaga y Juan Peces fueron los encargados del diseño y de las tripas de la revista, y a eso se pusieron desde ese momento. Como sistema editorial eligieron Newscoop, un administrador de contenido libre y de código abierto desarrollado específicamente para medios de comunicación con fecha de cierre. A la vez, el equipo de cuatro que formamos Miguel, Mónica, Mike y yo fuimos perfilando lo más básico. Y empezamos con el nombre. 

En las conversaciones previas ya le habíamos puesto apellido a nuestro periodismo, periodismo de contexto, así que tras descartar varias opciones que ni siquiera guardé en la memoria por absurdas, nos quedamos, o quisimos quedarnos, con el nombre de Contexto. El registro de la marca debía tener ámbito europeo, cosa que hasta entonces desconocíamos, y en la primera búsqueda ya vimos que había demasiados contextos. Contexto era un genérico, y eso complicaba el asunto, pero pensamos que si el El País había nacido con la coletilla “Diario independiente de la mañana” y El Mundo como “El Mundo del Siglo XXI”, nosotros podíamos añadir alguna palabra al nombre y evitar así problemas legales. 

Como éramos pobres pero teníamos buenos contactos, nos reunimos con un abogado especializado en propiedad intelectual y marcas, uno de los mejores, para que nos aconsejara. Nos dijo que podíamos registrar la marca, pero que si alguien denunciaba el registro el trámite quedaría paralizado hasta dos años. La denuncia era más que posible, el propietario de la marca Contexte en Francia ya nos había comunicado que no podíamos usar el nombre, y Miguel quería salir en dos meses. No teníamos tiempo, así que descartamos ser Contexto y volvimos a la casilla de salida. Aunque no tanto.

Los días siguientes dimos muchas vueltas en círculo, hasta que una tarde, rodeados de papeles con las posibles opciones, alguno –no recuerdo quién– propuso quitarle las vocales a Contexto. CNTXT. El nombre no era muy atractivo, pero para consolarnos dijimos que el cerebro leería contexto. La decisión final quedó en el aire. Tanto que, cuando Miguel habló por teléfono con Mike, que estaba apunto de registrar el dominio, uno u otro se enredó y terminamos perdiendo una letra, la N, además de las vocales. Ya no había cerebro que pudiera con eso. Pensamos también en el truco de comprar un dominio en Tonga, para llamarnos Contex.to, y lo compramos, pero al final lo descartamos por demasiado exótico. Tras la chufla que nos hizo José Luis Cuerda (“Si pides CTXT en el kiosko, te dicen que mejor vayas a la farmacia”), optamos por enmendarlo un poco. Al CTXT le sumamos el lema “Contexto y Acción” –contexto, para explicar lo importante, y acción, para intentar involucrar a los lectores– y seguimos adelante.

En paralelo, el salón convertido en El Saloncito iba acogiendo reuniones de todo tipo, informativas, de diseño, sobre tecnología, hasta que el espacio se hizo pequeño y en diciembre nos medio mudamos a un precioso coworking que Kike Portilla, amigo de Miguel, tenía alquilado en la calle Manuela Mínguez, en el barrio de La Ventilla. Los dos lugares de CTXT estaban separados por apenas cinco kilómetros en coche, en la zona norte de la capital, pero eran mundos distintos. A los pies de las Cuatro Torres, los rascacielos construidos en la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid, el símbolo del Madrid Galáctico, se casi escondía La Ventilla, uno de los barrios más pobres de España, con apenas ocho mil euros de renta media por persona, frente a los cuarenta mil del barrio del Saloncito.

Allí llegamos en manifestación, tras una convocatoria multitudinaria del director. El local, enorme, de dos plantas y patio interior, estaba ocupado por el equipo de Portilla, que dirigía una productora. Era moderno, acogedor, bonito. Solo le recuerdo dos problemas, que ninguno de los baños tenía el espejo colgado en la pared y que siempre hacía mucho frío. Visto con el tiempo, fuimos huéspedes muy incómodos, invasivos y ruidosos. Pero nos trataron con mucho cariño. Más de una vez, cuando nuestras conversaciones subían de tono, a veces demasiado, guardaban sus cosas y se marchaban sin que lo notásemos.

El número 1 de CTXT se fue construyendo poco a poco, pero muy deprisa. Había que hacerlo todo, así que dividimos el tiempo entre el diseño, la tecnología y el periodismo. Pedro y Juan nos daban pequeños cursos sobre el sistema editorial mientras íbamos cerrando las plantillas para los artículos, las portadillas y la famosa portada Mondrian. La agenda de temas estaba lista a finales de diciembre. Las dos grandes apuestas eran Europa, con Grecia y Alemania en el foco, y la nueva izquierda, con una entrevista en profundidad a Íñigo Errejón acompañada por varios artículos de análisis. Las firmas también estaban cerradas: Maruja Torres, José Luis Cuerda, Javier Sampedro, Pedro G. Romero… Y los ahora clásicos Gerardo Tecé y Guillem Martínez. Soledad Gallego-Díaz, que nos regaló su cariño, talento y experiencia desde el arranque y se marchó de CTXT para ser la primera directora de El País, estrenaría La Colchonería con una historia sobre el Atleti de Kolkata, un filial rojiblanco de Calcuta. Diego E. Barrios había mandado un extraordinario perfil de Chicago para Viajes y Claudia Lorenzo un magnífico retrato de Dorothy Parker para Cultura. Ángeles Caballero analizaría las relaciones del Banco Santander con las instituciones europeas. Andy Robinson escribiría sobre Jean-Claude Juncker… 

Estábamos construyendo en apenas mes y medio lo que se tarda seis y además no teníamos dinero. Nos peleamos muchas veces

CTXT marchaba, pero las jornadas eran eternas. Salíamos de la redacción prestada de madrugada, en el coche de Mónica, en el que nos montábamos más de los legales. Sobrevivimos gracias a las estufas de butano y a Zacarías y su mujer, dueños de un bar cercano, que hacían rica cualquier cosa, hasta la tarta de piña. Fueron días complicados. Estábamos construyendo en apenas mes y medio lo que se tarda seis y además no teníamos dinero. Nos peleamos muchas veces. Pero aguantamos hasta el lanzamiento, aunque no fue fácil. 

A principios de año abrimos un blog para explicar el proyecto y una cuenta en Twitter, que pronto se llenó de seguidores. CTXT ya era algo. Las tripas avanzaban lo más rápido posible, pero no era suficiente, así que asumimos que parte de la web sería una especie de cartón piedra. No importaba, teníamos muchas historias, muy buenas, y Peces y el director habían diseñado una revista preciosa. 

El 7 de enero la planificación editorial se cayó entera. Aquel día, dos hombres que se identificaron como miembros de Al Qaeda entraron en la sede parisina del semanario satírico francés Charlie Hebdo armados con fusiles de asalto y mataron a doce personas. Entre ellos, al director de la revista, que había publicado caricaturas de Mahoma, y a varios dibujantes. 

Teníamos una semana para dar la vuelta a la apertura de la revista. A contrarreloj, preparamos un especial monográfico con diez piezas importantes, que ayudaban a entender el contexto del atentado. Destacaban un estupendo análisis de Éric Fassin, que ponía el foco en las consecuencias del ataque: cerrar más la puerta de Europa a los inmigrantes; nuestro primer editorial, “La tiranía del miedo”, donde advertíamos sobre la tentación de los dirigentes políticos de limitar las libertades, y un estupendo artículo de Roberto Saviano, “Nos vemos en la próxima matanza”, que se centraba en el derecho a la libertad de expresión, con el que finalmente abrimos la revista. 

El 15 de enero llegó sin darnos cuenta. Y aunque las tareas estaban claras –revisar los textos, subirlos al sistema editorial, montar las portadas de sección y finalmente preparar la portada–, vivimos muchas horas en medio del caos. Inés Amado, experta editora, lideró el último repaso a los artículos y cuando todo estuvo listo comenzamos a subir los textos y las fotos al sistema editorial. El día se pasó volando. Éramos torpes con la tecnología y surgían nuevos problemas a cada paso. El destino quiso que aquella noche el Real Madrid y el Atleti disputaran la vuelta de los octavos de la Copa del Rey. Cuando ya muy tarde alguien preguntó “¿Cómo vamos?”, el director respondió: “Bien, ha marcado El Niño”. Ya entonces entendimos que los cierres de la revista no debían coincidir con un partido del Atleti. Cuando quedaban pocos minutos para las doce, nació CTXT. Orgullosas de llegar tarde desde el primer día.

Los días siguientes en La Ventilla fueron un espejismo. El azar quiso que parte del escaso equipo de colaboradores de la revista estuviera en París y gracias a María D. Valderrama y a Daniel Fuentes el nombre de CTXT se vio por primera vez en otros medios. Nosotros dábamos sus últimas horas en nuestra cuenta de Twitter y ellos conectaban en directo con televisiones o radios como periodistas de Contexto. La primera vez que apareció un rótulo con el nombre de Daniel asociado a CTXT se olvidaron una de las letras de la cabecera, pero nos provocó la misma emoción. Por si fuera poca nuestra suerte, Carla Fibla, una periodista experta en el mundo árabe, con quince años de experiencia sobre el terreno, estaba en el equipo fundador de la revista. Y muchos medios querían conocer su opinión. Recuerdo la cámara de La Sexta en el patio interior del coworking de Portilla entrevistando a Fibla. Lo que pasó esos días no se repitió. Diez años después, las menciones a CTXT en otros medios pueden contarse con los dedos de las manos.

Cuando al cabo de los días nos sentamos para analizar ese primer número –del que nos sentimos orgullosas, porque fue una proeza–, la entrevista a Íñigo Errejón destacaba entre el resto en número de lecturas. La charla entre el fundador de Podemos y sus tres entrevistadores resultó excepcional. Como era la primera, la hicimos a lo grande. Así quedó reflejado en el arranque del texto: “Tras una semana de whatsapps, cinco periodistas de CTXT (tres plumillas de tres generaciones distintas, un fotógrafo y un videorreportero) acuden al pequeño cuartel general de Podemos…”. Los tres plumillas eran Miguel Mora, Soledad Gallego-Díaz y Jacobo Rivero; el fotógrafo, Javier Palacios, y el videorreportero, Enrique Portilla. 

La entrevista, bajo el premonitorio título “La campaña de infamias y acoso va a ir a más”, se publicó en tres formatos: una versión larga, una muy larga, y una eterna en PDF. En total, la leyeron casi cincuenta mil personas, un hito para un medio desconocido que acababa de nacer sin publicidad ni marketing, y el tiempo de lectura medio de la página superó los diez minutos. 

CTXT había nacido ajena a las reglas de Internet, sin artificios para atrapar audiencias vacías, convencida de que lo que importaba era el periodismo, no la plataforma en la que se hiciese ese periodismo. Y el interés que suscitó aquella entrevista nos demostró que nuestra apuesta editorial era posible.

La incógnita seguía siendo el modelo de no-negocio. Y a eso nos pusimos a partir de entonces. Los dos primeros años fueron desastrosos. Mientras la revista crecía en influencia y firmas interesantes, las cuentas seguían estancadas. Llamamos a decenas de puertas, de organismos y empresas. Buscamos publicidad con la ayuda de amigos. Nos inventamos talleres y cursos. Apenas nada. Y así sobrevivimos, haciendo periodismo con lo poco que teníamos, hasta que en 2017 nació nuestro modelo de suscripción, la familia contextataria empezó a crecer y nuestros números dejaron de estar en rojo.

Diez años son un trozo importante de una vida. Suceden rápido, pero ocurren muchas cosas. A veces me he cansado y he buscado razones para seguir. Y siempre he encontrado las mismas. CTXT no es un producto, como tantos llaman a los medios digitales; ni publica páginas, en abstracto; ni cuenta usuarios, como si los lectores no importaran. CTXT es la suma de todas las mujeres y hombres que la hemos hecho a lo largo de esta década. Con ganas, con amor, con oficio. Es un medio de comunicación valiente y decente. Es la casa a la que acuden a diario un buen puñado de miles de personas. CTXT es para mí algo bello. 

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Vanesa Jiménez es directora adjunta, consejera editorial y accionista de CTXT desde su fundación. 

Llegué al Saloncito de CTXT un martes 18 de noviembre de 2014. Entonces solo era el salón de la casa del director, Miguel Mora, y de la directora adjunta, Mónica Andrade. Pasadas las cinco de la tarde de aquel día frío y de sol brillante en Madrid, entré en el número 35 de la calle Doctor Arce, saludé a José...

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Autora >

Vanesa Jiménez

Periodista desde hace casi 25 años, cinturón negro de Tan-Gue (arte marcial gaditano) y experta en bricolajes varios. Es directora adjunta de CTXT. Antes, en El Mundo, El País y lainformacion.com.

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