UNA DÉCADA CONTEXTATARIA
Mi casa
Supongo que a estas alturas de la película ya han entendido que aquí nos vamos encargando entre todas de las cosas que nadie sabe muy bien quién se tiene que encargar y vamos aprendiendo sobre la marcha a hacerlas
Adriana M. Andrade 5/12/2024
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Esta pieza forma parte del libro CTXT, una utopía en marcha, en el que sesenta y siete firmas hablan sobre los primeros diez años de funcionamiento de la revista y su contexto político. Se puede comprar aquí.
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Si tienen que saber algo de mí es que no me gusta trabajar. O bueno, no me gusta que haya que ganarse la vida con un curro. Tampoco me gusta escribir, por eso apenas habrán visto mi nombre en esta revista. Y pese a las dos cosas, disfruto trabajando en CTXT.
CTXT es mi casa, casi literalmente. Al menos lo era cuando nació. Yo había terminado la universidad fuera y volvía a Madrid sin saber qué iba a ser de mi vida y mucho menos a qué me iba a dedicar. Pero resulta que mis padres, Mónica y Miguel, habían dado el salto al vacío y ahora curraban desde el salón de casa.
Como parecía que para trabajar ahí solo hacía falta un portátil y fumar como una chimenea, me empecé a unir al cierre del número de los miércoles, aprendí a utilizar el sistema editorial, Newscoop, y en unos meses ya tenía hasta mi crush ahí.
Aprendí a utilizar el sistema editoria y en unos meses ya tenía hasta mi crush ahí
Después de El Saloncito hice un parón para estudiar y cuando volví, a los dos años, me reincorporé a la redacción. CTXT había crecido y tenía su propia oficina. Ahora, además de subir los textos a Newscoop había todo tipo de cosas que hacer. (Por si todavía no se han dado cuenta, el baranda tiene una capacidad pasmosa para inventar proyectos inverosímiles). Así que, desde la redacción de Príncipe de Vergara, yo ayudaba a Pilar Garrido (besos) con los envíos del merchandising, intentaba poner orden en los talleres de periodismo, vendía libros, bolsas y Dobladillos en la feria del libro del Parque de Berlín, o superaba mi inutilidad tecnológica intentando hacer streamings de los Fuera de Contexto que organizábamos en el Teatro del Barrio, lo que tocara. Siempre, por supuesto, acompañada por ese síndrome de la impostora que nos asalta a muchas —añádanle una pizca de otro síndrome, el de la enchufada—.
Desde aquella oficina, en 2018, se empezó a barruntar la idea de un congreso feminista. Después de varios meses de pensar mesas temáticas, actuaciones, buscar ponentes, sacar billetes, reservar alojamientos, el congreso, otra de las ideas aparentemente imposibles que acabaron funcionando, fue un éxito. Juntamos a alrededor de cuarenta mujeres (diversas, divertidas, fuertes y listísimas) y durante dos días vivimos un sueño en Zaragoza. Las ponentes, entregadas; y las asistentes (cientos), emocionadas. Acabar aquel aquelarre celebrando la vida por las calles del Tubo y cantando a voz en grito «Abajo el patriarcado que va a caer, y arriba el feminismo que va a vencer» fue el cierre de una de las mejores experiencias de mi vida y probablemente uno de los pocos momentos en los que los síndromes no me hayan perseguido.
Después de las Jornadas de Zaragoza, y siempre buscando maneras de encontrar pasta hasta debajo de las piedras, llegó El Taller de CTXT. Cerramos nuestra oficina y nos mudamos a un espacio enorme al lado de la plaza de Olavide. El Taller era otra forma de poner en marcha el lema ‘contexto y acción’. A pie de calle, en Juan de Austria, estaba la redacción de la revista y la tienda/librería. En el sótano, el bar, la cueva de CTXT.
La cueva fue la casa de innumerables presentaciones, conciertos, recitales, exposiciones, debates, incluso una obra de teatro, y fiestas, un montón de fiestas. Con el Taller comprobamos que es mucho más fácil hacer dinero con la cerveza que con el periodismo. Y pensé que, como durante un tiempo no me iba a dedicar al consagrado oficio, podía dejar de fumar. Mala idea. Gracias a Carlos García de la Vega, mi compañera tabernera, por soportar mi mono y guiarnos en esta nueva aventura.
Una vez instalados, instalada la tarima de varias toneladas de peso que hubo que bajar por una escalera infernal, los barriles de cerveza, una media idea de cómo funcionaban los altavoces, los micrófonos (esos que nunca parecen servirle a Guillem Martínez), el lavaplatos con detergente industrial, la persiana, la web para vender entradas, el calendario (siempre caótico), los contactos con comerciales, repartidores, editoriales, músicos, poetas y demás fauna, nos lo pasamos en grande. Ahí celebramos un aniversario contextatario, el cumpleaños de una ministra, ¡UNA BODA!, vimos a Carmen Linares cantar para cuarenta personas, escuchamos a músicos jóvenes y no tan jóvenes, asistimos al estreno de un corto y un documental, celebramos nuestros propios cumpleaños, fiestas queer, vermuts domingueros… Seguro que pueden terminar la lista ustedes mismas, era el espacio que todas querríamos tener en nuestra ciudad.
El Taller era el espacio que todas querríamos tener en nuestra ciudad
Finalmente, por culpa de la pandemia, El Taller se cerró, no sin alivio de nuestros hígados, y nos quedamos con otra idea que había nacido allí, los Escritos Contextatarios. Una editorial dentro de CTXT y otra novedad que aprender. Supongo que a estas alturas de la película ya han entendido que aquí nos vamos encargando entre todas de las cosas que nadie sabe muy bien quién se tiene que encargar y vamos aprendiendo sobre la marcha a hacerlas. Si les hace falta una anectodilla, se la comparto. Las compis de Traficantes de Sueños, nuestra distribuidora, nos aconsejaron un programa informático para gestionar todo lo relacionado con los libros, desde el stock a las facturas y los derechos de autor, avisándonos sabiamente de que no era fácil de usar. El gerente anarquista, el director locoide y yo nos tragamos una semana de clases virtuales para aprender a utilizar el cacharro y sufrimos muchísimos quebraderos de cabeza para conseguir sacar una mísera tabla. A la vuelta del fin de semana, el baranda decidió volver a sus excels queridos y nunca más se supo de aquella invención. El orden y el método no es lo nuestro.
Ya he dicho que no me gusta escribir, y como decía Miguel Candela, «nada es eterno, señores», así que vamos acabando. Estos diez años de CTXT han sido divertidísimos. A mí personalmente me han dado la oportunidad de conocer a gente maravillosa, de hablar y leer sobre cuestiones que no encontraba en otros medios, de aprender a hacer un poco de todo sin saber mucho de nada (dicen los sabios que eso es el periodismo) y también de ponerle letra y voz a la gente que apoya este proyecto. En los últimos años he ido cogiéndole el tranquillo a la atención al suscriptor y ha acabado gustándome porque he descubierto que muchas de ustedes, las que apoyan esta utopía de revista, son personas amables, cariñosas, comprometidas y fervientes creyentes de que algo tan raro y especial como CTXT tiene que existir siempre.
¡Larga vida a CTXT!
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Adriana M. Andrade es editora, productora, redactora, jefa de suscripciones y consejera editorial de CTXT.
Esta pieza forma parte del libro CTXT, una utopía en marcha, en el que sesenta y siete firmas hablan sobre los primeros diez años de funcionamiento de la revista y su contexto político. Se puede comprar aquí.
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