NEOLIBERALISMO
La piromanía de Macron deja a Francia en el caos y sin gobierno
El éxito de la moción de censura castiga al primer ministro por su incapacidad de plantear alternativas al neoliberalismo a la francesa y las políticas fiscales de reducción de impuestos a las empresas y los más ricos
Enric Bonet París , 5/12/2024
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Las mociones de censura coinciden en Francia con las crisis del presidencialismo. El único precedente de lo ocurrido este miércoles 4 de diciembre en la Asamblea Nacional, con la destitución parlamentaria del Gobierno de Michel Barnier, se remonta a octubre de 1962. Entonces, el gaullista Georges Pompidou perdió su cargo ante el enfado de las oposiciones (comunistas, socialistas…) por la intención de Charles de Gaulle de reformar la Constitución para establecer la elección del jefe del Estado por sufragio universal. Fue uno de los momentos turbulentos en los años fundacionales de la Quinta República.
Entonces, el presidente y fundador de ese régimen político reaccionó con habilidad ante el envite parlamentario. Convocó unas elecciones anticipadas en las que las fuerzas gaullistas obtuvieron una clara victoria en noviembre de aquel 1962. Pocas semanas antes, el 28 de octubre, más del 60% del electorado había votado en un referéndum a favor de la elección del jefe del Estado por sufragio universal. Curiosamente, el éxito de la censura contra Pompidou, y por extensión contra De Gaulle, acabó siendo una victoria para los gaullistas. Con esa crisis se forjó el modelo más vertical entre las democracias de la Europa Occidental. Representó un momento constituyente.
La Asamblea Nacional recuperó este miércoles la guillotina simbólica de la moción de censura
Sesenta y dos años después, la Asamblea Nacional recuperó este miércoles la guillotina simbólica de la moción de censura, aunque esta vez con una lógica destituyente. Fue una jornada tan previsible –la suerte estaba echada para Barnier desde el lunes– como histórica, con presencia multitudinaria de periodistas en la tribuna de prensa del Parlamento y en la sala Quatre Colonnes. Los más veteranos contaban que no habían visto tanta gente desde que en 2016 los gacetilleros del corazón desembarcaron en la Cámara Baja para cubrir un acto de Pamela Anderson. En medio de esa marabunta de reporteros, políticos y asistentes, uno tenía la sensación de que el gran protagonista del día era un hombre ausente: el presidente Emmanuel Macron.
“Una catástrofe”
“Creo honestamente que esta situación se debe básicamente a Macron. Su presidencia ha resultado una catástrofe tanto a nivel político como económico. Y a eso se le suma el error fundamental de la disolución de la Asamblea” el pasado 9 de junio, explica a CTXT el politólogo Christophe Bouillaud, profesor en Sciences Po Grenoble. Casi seis meses después de ese tiro en el pie de manual –Macron convocó unas elecciones legislativas anticipadas en el momento de mayor debilidad de su partido y en pleno auge de la extrema derecha de Marine Le Pen–, el presidente se ha dado de bruces con la realidad.
La buena campaña de la coalición unitaria de la izquierda del Nuevo Frente Popular (NFP), así como una mayor movilización de los jóvenes y los habitantes de las banlieues, evitaron el pasado verano la victoria que los sondeos pronosticaban para el lepenismo. La frágil alianza progresista quedó como primera fuerza en un Parlamento muy fragmentado, pero desde esa misma noche del 7 de julio, mientras millones de franceses respiraban aliviados y celebraban un posible gobierno progresista, Macron se esforzó por evitar la alternancia política. Se opuso con obstinación a la posibilidad de un gobierno en minoría del NFP. Temía sobre todo que derogara su impopular reforma de las pensiones y aumentara de manera significativa el salario mínimo.
El presidente justificó ese portazo a la izquierda con el argumento de la “estabilidad institucional”. Defendió que un Ejecutivo progresista caería en pocas semanas o meses por una moción de censura, que votarían la ultraderecha, los macronistas y la derecha tradicional de Los Republicanos (LR). Pero esa excusa era un mero pretexto y así se ha visto reflejado esta semana.
Finalmente, la caída prematura que pronosticaba Macron la ha sufrido el Gobierno conservador, una coalición formada por los dos partidos que tuvieron los peores resultados de los comicios: la coalición presidencial y LR como socio minoritario. Y Barnier, de 73 años, exnegociador europeo del brexit, se ha convertido en el primer ministro con el mandato más breve en la historia de la Quinta República, menos de tres meses: la moción de censura de la izquierda recibió el apoyo de una mayoría absoluta de los diputados, entre ellos los de la extrema derecha.
La caída prematura que pronosticaba Macron la ha sufrido el Gobierno conservador
La impopularidad de la austeridad
“En el fondo, esta moción se llevará por delante a su Gobierno porque usted no supo deshacerse de la maldición del verdadero responsable de esta situación, Emmanuel Macron. Esta maldición se debe a la falta de legitimidad”, aseguró en el hemiciclo el diputado Éric Coquerel, encargado de defender la moción de la Francia Insumisa. “Dejad de decir que después de vosotros vendrá el diluvio. El caos ya lo tenemos aquí, tanto político como económico y social”, insistió este estrecho colaborador de Jean-Luc Mélenchon.
Barnier ha sido, de hecho, víctima de la querencia obstinada del macronismo por el neoliberalismo a la francesa y las políticas fiscales de reducción de impuestos a las empresas y los más ricos. El primer ministro asumió su cargo con una herencia económica envenenada: un crecimiento raquítico (apenas el 1% del PIB), un déficit público superior al 6% y una deuda pública disparada. Apenas tres semanas después de nombrar a sus ministros, presentó una ley presupuestaria con los recortes más duros –una reducción del gasto público de unos 40.000 millones de euros– desde 2017. Eso supuso una estocada mortal. Desde entonces, en la opinión pública no ha parado de crecer el deseo mayoritario de una censura.
Además, el primer ministro sufrió las trabas de sus supuestos aliados, sobre todo los macronistas, que no le perdonaron que quisiera reducir las ayudas del Estado a las empresas y le obligaron a rectificar en ese sentido. Eso ralentizó sus fallidas negociaciones con la oposición, especialmente con la extrema derecha. “Lo más sorprendente en este epílogo es la sorpresa del primer ministro”, recordó durante el debate con cierta malicia Le Pen, tras unos últimos días de conversaciones in extremis en los que la dirigente ultra se dedicó a tomarle el pelo a Barnier.
Una de las claves de esta crisis se encuentra en la evolución reciente de la posición de la líder de RN. Durante el debate de una anterior moción de censura de la izquierda, el 8 de octubre, Le Pen prometió que iba a “ejercer una oposición constructiva”. Pese a su experiencia política (ministro, comisario europeo…), Barnier se creyó con una sorprendente ingenuidad que esa actitud podía durar hasta el verano del año que viene, cuando podrán convocarse de nuevo unas legislativas.
Como era previsible, Le Pen abandonó su disfraz de corderito en el momento que ha considerado más oportuno. Este endurecimiento ha coincidido con la petición de la Fiscalía de inhabilitarla con efecto inmediato y durante cinco años en el proceso por una trama de falsos asistentes en el Parlamento Europeo, donde la extrema derecha malversó cuatro millones de euros. “En Francia, los fiscales dependen jerárquicamente del Ministerio de Justicia y quizás la dirigente de RN se esperaba una petición de pena más laxa”, explica Bouillaud. Ante una probable sentencia condenatoria el 30 de marzo, “Le Pen cree que lo que le interesa son unas presidenciales anticipadas”, añade.
Aumenta la presión sobre el presidente
“Para salir del impasse, pedimos que se vaya Macron”, aseguró, tras el éxito de la censura, una eufórica Mathilde Panot, portavoz de los insumisos en la Cámara Baja. Desde el pasado verano –entonces sonaba algo exagerado–, la izquierda melenchonista pide la renuncia del jefe del Estado y un adelanto de las elecciones presidenciales de 2027 a 2025 como única salida de este atolladero. Esta exigencia ha ido ganando adeptos, incluso entre algunos representantes del centro (Charles de Courson) y la derecha republicana (el exministro Jean-François Copé o David Lisnard, alcalde de Cannes).
La izquierda melenchonista pide la renuncia del jefe del Estado y un adelanto de las elecciones presidenciales
“No creo que dimita. Si lo hiciera, quedaría como uno de los peores dirigentes de la historia del país, al nivel de Carlos X”, afirma Bouillaud, refiriéndose al último Borbón galo, que ilustró el fracaso de la Restauración a principios del siglo XIX. A diferencia de España, en Francia el éxito de una moción no supone la investidura de un Ejecutivo alternativo para aquellos que la presentan. El modelo presidencialista de la Quinta República ofrece a Macron un amplio margen de maniobra a la hora de elegir al próximo primer ministro.
Los nombres que más circulan en la prensa como futuribles para Matignon apuntan a una opción continuista pero que no cometa el mismo error de Barnier –que intentó desmarcarse de algunos de los tótems presidenciales, como las políticas de la oferta y las bajadas de impuestos para las empresas–. Se habla del eterno centrista François Bayrou; de los conservadores François Baroin o Jean-Louis Borloo; del ministro del Interior, Bruno Retailleau, quien encarna una derecha más dura que la de Barnier; o del ministro de Defensa, Sébastien Lecornu, muy cercano a Macron y supuestamente bien relacionado con Le Pen, con quien cenó en secreto la pasada primavera.
Cotiza a la baja un giro hacia la izquierda
Los altos cargos del Elíseo también han valorado la opción de un Ejecutivo técnico –al más puro estilo Mario Draghi en Italia–, destinado a sacar adelante el presupuesto con duros recortes. Podría encabezarlo François Villeroy, actual presidente del Banco de Francia. “El presidente tiene que nombrar a un primer ministro lo más rápido posible teniendo en cuenta que pronto nos enfrentaremos a la presión de los mercados”, dijo un diputado macronista en los pasillos de la Asamblea en declaraciones a CTXT.
En una coalición presidencial cada vez más escorada hacia la derecha, pocos de sus representantes mencionan la posibilidad de nombrar a un primer ministro de centro-izquierda. Y eso que esa opción podría servir para dividir al Frente Popular, compuesto por insumisos, socialistas, verdes y comunistas. “No lo hará. El problema de Macron es que nunca pone en duda su política económica y social favorable al mundo de las finanzas. Incluso un primer ministro de centro-izquierda sería demasiado para él”, sostiene Coquerel.
A pesar de que el actual presidente se presentó en 2017 como un fan de De Gaulle y un regenerador de la Quinta República, cuesta imaginar que tenga la misma capacidad que el general para convertir este revés parlamentario en un punto de inflexión a su favor. Más bien todo lo contrario. Da cierto vértigo el talento innato que ha demostrado Macron para actuar como un bombero pirómano y abocar a su país hacia un callejón del que no se vislumbra una salida clara.
Las mociones de censura coinciden en Francia con las crisis del presidencialismo. El único precedente de lo ocurrido este miércoles 4 de diciembre en la Asamblea Nacional, con la destitución parlamentaria del Gobierno de Michel Barnier, se remonta a octubre de 1962. Entonces, el gaullista Georges Pompidou perdió...
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