S. ELISABETH / INVESTIGADORA
“Las similitudes entre el artista y el mago son profundas”
Esther Peñas 14/01/2025
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En su último ensayo, El arte de lo oculto (Akal), la investigadora S. Elisabeth, especializada en el vínculo entre el arte y lo sobrenatural, se dirige al místico moderno, a aquel que mantiene intacta su capacidad de asombro, capaz de recibir vínculos insospechados entre diferentes manifestaciones artísticas, abierto a interpretaciones equívocas, ambivalentes, en ningún caso clausuradas. En una suerte de compendio personal, la autora va analizando imágenes simbólicas y míticas, de pinturas rupestres y los prerrafaelitas al dibujo automático de Hilma af Klint y Madge Gill; desde la alquimia y la cábala a la interpretación surrealista del mito en Leonora Carrington. Un libro que resulta un festín para la mirada.
Creer en la magia, ¿cuánto tiene de insatisfacción por el mundo visible?
Creo que esta pregunta toca algo complejo y significativo. Si bien puede haber un elemento de insatisfacción que nos atrae hacia el pensamiento mágico (ese delicioso anhelo que susurra que debe haber más de lo que nuestros ojos cotidianos pueden percibir), creo que nuestra relación con la magia y el misticismo es mucho más profunda. Como exploro en El arte de lo oculto, esta búsqueda del conocimiento secreto ha sido un hilo conductor a lo largo de la historia de la humanidad, evidenciado en todo, desde antiguas pinturas rupestres hasta obras de arte contemporáneas. Nuestro compromiso con la magia y el misticismo representa un deseo profundamente arraigado de comprender el espectro completo de la realidad, tanto visible como invisible. Se trata de tender un puente entre lo familiar y lo desconocido, de forma muy parecida a como los artistas, a lo largo de la historia, han utilizado sus prácticas creativas para iluminar creencias y filosofías místicas. Esta búsqueda de conocimiento oculto refleja algo fundamentalmente humano: nuestro deseo constante de verdad y conciencia, que resuena en diferentes religiones, filosofías y expresiones artísticas de todas las culturas y épocas. No es simplemente la insatisfacción lo que nos impulsa, sino más bien una curiosidad entusiasta sobre el alcance total de la experiencia y la conciencia humanas: un deseo de involucrarnos tanto con los misterios del universo como con las profundidades de nuestros propios mundos internos.
¿Qué nos enseña lo oculto?
Los artistas han servido como mediadores entre mundos
El estudio del ocultismo en todas sus formas y medios, desde los patrones geométricos sagrados que se encuentran en los copos de nieve y los panales, hasta el vasto misterio cósmico pintado en los signos del zodíaco y las esferas celestes, nos enseña algo profundamente conmovedor: que existen innumerables formas de conocer y comprender nuestro mundo, y que el camino de cada persona hacia la verdad es exclusivamente suyo. Cuando considero cuántas almas diferentes a lo largo de la historia han alcanzado el misterio a su manera, desde antiguos alquimistas estudiando manuscritos en laboratorios iluminados con velas hasta surrealistas como Leonora Carrington explorando seres elementales etéreos en jardines crepusculares, me conmueve profundamente este salvaje y luminoso mosaico de la búsqueda humana, cada hilo brillando con su propia verdad particular. Como vía de expresión artística y camino de exploración interior, estas tradiciones místicas nos enseñan el poder de los símbolos y el lenguaje de la imaginación. Pero más que eso, nos enseñan acerca de la belleza de la revelación individual. Hay algo increíblemente conmovedor en cómo cada buscador encuentra su propia manera de traducir experiencias inefables en formas que le hablan al corazón. Esta diversidad de expresión espiritual y creativa me llena de asombro y esperanza. Ya sea estudiando las proporciones sagradas que aparecen en la naturaleza, profundizando en el simbolismo críptico del arte renacentista o explorando las profundidades psicológicas que Carl Jung encontró reflejadas en los procesos alquímicos, estos caminos nos recuerdan que no existe una única forma “correcta” de buscar significado. Cada uno de nosotros debe encontrar nuestra propia constelación de verdades, nuestros propios símbolos sagrados, nuestra propia manera de dar sentido a los misterios que nos llaman. Esta naturaleza personal del viaje, esta interminable variedad de formas que los humanos han encontrado para alcanzar la comprensión, es quizás la lección más hermosa que estas tradiciones tienen para enseñarnos.
Si la magia “es la práctica que manipula fuerzas invisibles para moldear nuestro mundo visible”, ¿hasta qué punto el artista puede considerarse un mago?
Las similitudes entre artista y mago son notablemente profundas. Ambos se dedican a lo que Alan Moore describe como “la ciencia de manipular símbolos, palabras o imágenes para lograr cambios en la conciencia”. Así como el mago trabaja para transformar fuerzas invisibles en efectos tangibles, el artista transmuta experiencias, visiones y emociones inefables en formas que otros pueden ver y sentir. Desde las primeras pinturas rupestres hasta obras contemporáneas, los artistas han servido como mediadores entre mundos, traduciendo misterios que no pueden verse fácilmente en formas que podemos contemplar y comprender. Cuando un artista se encuentra frente a un lienzo en blanco, esencialmente está realizando un acto de magia: conjurando algo de la nada, haciendo visible lo invisible, generando nuevas realidades desde el reino de la imaginación y la posibilidad. Esta conexión se vuelve aún más profunda cuando observamos las tradiciones artísticas a lo largo de la historia. Los alquimistas del Renacimiento no sólo buscaban transformar metales básicos en oro: exploraban la transformación misma, utilizando el simbolismo artístico para codificar profundas verdades espirituales y filosóficas. Los simbolistas y surrealistas utilizaron deliberadamente el arte como una herramienta mágica para acceder y comunicarse con los reinos inconscientes. Incluso hoy en día, muchos artistas describen su proceso creativo en términos que hacen eco de la práctica mágica: hablando de canalización, estados de visión y transformación. Desde este punto de vista, cada artista es, a su manera, una especie de mago, no en el sentido simplista de ilusión o engaño, sino como alguien que trabaja con las materias primas de la conciencia y la realidad misma, dándoles nuevas formas que pueden transformar tanto al creador como al espectador. El estudio del artista se convierte en una especie de laboratorio mágico, y sus herramientas y materiales son los instrumentos de su particular tipo de magia.
¿El artista, el arte, en general, tiene en lo desconocido un aliado?
Creo que lo desconocido atrae a los artistas como un canto de sirena. Como señaló Carl Sagan sobre nuestras contemplaciones del cosmos, el más sublime de los misterios evoca “un cosquilleo en la columna, un corte en la voz, una leve sensación, como si fuera un recuerdo lejano, de caer desde una altura”. Esta sensación vertiginosa de acercarse a grandes misterios ha impulsado a los artistas a crear sus obras más convincentes. Ya sea que intenten capturar la inconmensurable grandeza poética del cosmos, adivinar verdades ocultas a través de la rica simbología de la magia ceremonial o traducir experiencias espirituales inefables en lienzos, los artistas siempre han servido como exploradores de lo desconocido. Esta relación va más allá de la mera inspiración. Muchos artistas a lo largo de la historia han descrito su proceso creativo como una forma de comunión con fuerzas invisibles, una forma de canalizar algo más grande que ellos mismos. Desde médiums espiritualistas como Madge Gill, que crean obras en estados de trance, hasta visionarios como Hilma af Klint, que reciben guía de reinos superiores, vemos cómo lo desconocido sirve no sólo como un aliado del arte, sino también como su catalizador vital. De esta manera, lo desconocido no es sólo un aliado del arte: es un colaborador esencial en el propio proceso creativo. Proporciona el vacío fértil del que emergen nuevas formas, los misterios que nos obligan a crear y, a menudo, los medios mismos por los que se produce la creación.
¿Qué papel tiene el inconsciente en esta búsqueda de lo oculto?
Como un espejo oscuro que nos refleja misterios en fragmentos y acertijos, la mente inconsciente revela lo que nuestros pensamientos despiertos no pueden captar. A través de sueños, visiones y estados alterados de conciencia, proporciona un canal directo a reinos más allá de nuestra conciencia cotidiana. Esta relación entre el inconsciente y lo oculto adopta muchas formas. Los cabalistas buscaban la chispa divina dentro del alma humana, los teósofos trataban de desbloquear verdades cósmicas superiores a través de la contemplación interior y los magos ceremoniales utilizaban el ritual para cerrar la brecha entre la conciencia y los reinos más profundos de la psique. Los surrealistas entendieron esto profundamente, concibiendo prácticas que desafiaban deliberadamente la razón y denunciaban una mentalidad racionalista. Reconocieron que al acceder al inconsciente (a través del dibujo automático, la exploración de los sueños y sus técnicas diseñadas para eludir el pensamiento convencional) podían acceder a verdades más profundas que la mente racional no podía alcanzar. Ya sea a través de la práctica ritual, estados meditativos o creación artística, el inconsciente sirve como intérprete y oráculo. Habla en un lenguaje atemporal que fluye a través de todas las tradiciones místicas, emergiendo de las profundidades de la experiencia humana. De esta manera, nuestra mente inconsciente se convierte no sólo en una herramienta para acceder al conocimiento oculto, sino en un reino oculto en sí mismo, tan vasto y misterioso como el cosmos. El artista, que trabaja en el umbral entre los reinos consciente e inconsciente, a menudo se convierte en un traductor de estos misterios, generando imágenes e ideas de estas profundidades que de otro modo permanecerían ocultas para siempre a la vista.
¿Qué disposición de ánimo, qué cualidades han de tenerse para disfrutar, para adentrarse en lo oculto?
Lo oculto no se revela a quienes se acercan con expectativas rígidas
Profundizar en lo oculto requiere cualidades que, en esencia, son profunda y bellamente humanas. En primer lugar, debe haber curiosidad: esa chispa eléctrica de asombro que nos hace detenernos ante un misterio en lugar de darle la espalda. Esta no es la curiosidad ociosa del interés casual, sino la que te deja sin aliento cuando vislumbras algo que está más allá de tu comprensión. También se necesita coraje, no del tipo descarado, sino el coraje tranquilo para afrontar la incertidumbre, para reconocer que hay cosas que no sabemos, que tal vez nunca sepamos del todo, y para explorarlas de todos modos. Esto requiere cierto consuelo de la ambigüedad, la voluntad de dejar de lado nuestra necesidad de respuestas inmediatas y verdades absolutas. Quizás lo más importante es la apertura, tanto de mente como de corazón. Lo oculto no se revela a quienes se acercan con expectativas rígidas o conclusiones predeterminadas. Requiere receptividad a las posibilidades, voluntad de sorprenderse, de equivocarse, de ser completamente transformado por lo que descubre. Nos pide que nos mantengamos vulnerables ante el misterio, que nos dejemos conmover, cambiar e incluso abrirnos ante el asombro. Estas no son cualidades esotéricas reservadas a unos pocos iniciados. Son naturales para todos nosotros, aunque a veces están enterradas bajo capas de escepticismo o miedo. Profundizar en lo oculto es realmente profundizar en nuestra propia capacidad de asombro, nuestra propia capacidad de permanecer sin aliento y humillados ante los vastos misterios que nos rodean, de sentir que nuestros corazones se abren al comprender que hay mucho más en la existencia que lo que existe; que jamás podríamos imaginar, y que este infinito desconocido no es algo que debamos temer, sino algo que hace que la vida misma sea magnífica y desgarradoramente hermosa.
La estética, la proporción, la armonía, ¿es indisoluble de lo oculto?
Hay algo profundo en la forma en que las matemáticas y la belleza se entrelazan en nuestro universo. Pensemos en lo que encontramos en la naturaleza: conchas que giran perfectamente en espiral, planetas bailando en sus órbitas celestes, formaciones cristalinas precisas en las profundidades de la Tierra. Aquí se revela algo más que una coincidencia, lo que sugiere una armonía subyacente que es a la vez estética y divina. Piense en cómo estos patrones resuenan a través de la existencia como música: desde el átomo más pequeño hasta las vastas galaxias en movimiento, cada una siguiendo una partitura invisible. Los artistas y místicos a lo largo del tiempo lo han intuido, ¿no es así? Que la belleza misma podría ser una puerta de entrada a la comprensión, que en forma y proporción perfectas podríamos vislumbrar algo de los misterios más profundos del universo. De esta manera, la estética se convierte no sólo en decoración sino en revelación. La composición perfectamente equilibrada, la proporción divina, la curva sagrada, no son simplemente agradables a nuestros ojos, sino que resuenan en nuestras almas y tocan algo profundo dentro de nosotros que reconoce la verdad en la belleza y la belleza en la verdad. Como una intrincada llave que gira en una cerradura invisible, la combinación correcta de forma, número y armonía abre puertas en nuestra conciencia que la lógica por sí sola no puede traspasar. Quizás esta sea la razón por la que las mayores verdades ocultas se han codificado con tanta frecuencia en obras de sublime belleza; no para ocultarlas, sino porque la belleza misma es parte de su naturaleza esencial. Lo estético y lo oculto se entrelazan como serpientes gemelas alrededor del bastón de la sabiduría, cada una apoyando e iluminando a la otra, cada una de ellas conduciéndonos a una comprensión más profunda de los mundos visible e invisible.
En el ensayo hay numerosos artistas contemporáneos (Ann McCoy, Carolyn Mary Kleefeld, Sveta Dorosheva, Laurie Lipton…). ¿En qué ha cambiado la manera de relacionarnos con lo oculto desde la antigüedad a nuestros días?
La relación entre los artistas y lo oculto es una historia de amor que se remonta a milenios. Imagínese cómo, en nuestros primeros días, el arte y la magia eran gemelos inseparables, y ambos servían como formas de comprender e influir en las fuerzas misteriosas que gobernaban la vida, la muerte y el cambio de estaciones. Considere cómo esta relación evolucionó a lo largo del Renacimiento, volviéndose más codificada y compleja: los artistas se convirtieron en maestros en ocultar lo profundo dentro de lo aparente, tejiendo filosofías místicas y procesos alquímicos en escenas aparentemente convencionales. A veces me pregunto si les divertiría o les horrorizaría saber que esos mismos secretos cuidadosamente guardados, que alguna vez pasaron de maestro a iniciado en manuscritos ocultos, ahora están siendo preservados en prístinos escaneos de alta resolución por las principales instituciones de investigación del mundo, con funciones de zoom para examinar cada detalle arcano. ¿Sacudirían la cabeza al saber que los artistas modernos publican su simbolismo oculto directamente en Instagram? ¿No es fascinante ver cómo el siglo XIX produjo un cambio tan dramático? Los artistas comenzaron a explorar explícitamente estados alterados de conciencia y contacto espiritual directo. Los límites entre medio y artista, entre canalizador y creador, se volvieron cada vez más fluidos. Ya no contentos con representar simplemente lo mágico, los artistas buscaron encarnarlo, convertirse en participantes activos de una comunión sobrenatural. Los artistas de hoy abordan lo oculto con una libertad sin precedentes y una profunda responsabilidad. Mire cuán diferente interpreta cada una estas antiguas tradiciones: Sveta Dorosheva reinventando principios alquímicos a través de técnicas innovadoras, Laurie Lipton tejiendo iconografía esotérica en narrativas contemporáneas, Ann McCoy explorando temas mitológicos a través de preocupaciones políticas y sociales modernas. A través de su trabajo, lo oculto se convierte a la vez en un puente hacia nuestro pasado místico y en una lente a través de la cual visualizar posibles futuros, lo que sugiere que la unión entre el arte y la magia sigue siendo tan vital y transformadora como siempre.
¿Somos hoy en día más descreídos que antes o creemos en asuntos “menos mágicos”?
Sería fácil mirar nuestro mundo tecnológico, con su preferencia por los datos y los algoritmos, y asumir que hemos perdido nuestra capacidad de pensamiento mágico. Pero me pregunto si lo que estamos viendo no es tanto incredulidad como transformación. Nuestra relación con el misterio y el asombro no ha disminuido: ha evolucionado, volviéndose quizás más compleja y matizada que nunca. El buscador de hoy podría encontrar su magia en la física cuántica tan fácilmente como en los rituales ceremoniales, podría ver un profundo misterio en los patrones de las redes neuronales así como en los antiguos símbolos geométricos. En lugar de representar una pérdida de fe, esto sugiere una expansión de lo que reconocemos como mágico. Las fronteras entre ciencia y misterio, entre comprensión racional y mística, se han vuelto más permeables, más interesantes.
Nuestra relación con el misterio y el asombro no ha disminuido
Lo que me parece particularmente hermoso es cómo esta evolución no ha eliminado nuestra necesidad humana fundamental de asombro. Todavía nos detenemos asombrados ante cosas que no entendemos del todo. Todavía buscamos significado en símbolos y patrones. Todavía experimentamos momentos de conexión y sincronicidad inexplicables que nos hacen cuestionar nuestras suposiciones sobre la realidad. Quizás en lugar de preguntarnos si creemos menos, podríamos considerar cómo nuestra capacidad de creer se ha vuelto más sofisticada, más capaz de sostener tanto el escepticismo como el asombro en la misma mano. Esta no es una forma menor de pensamiento mágico: es una que ha madurado junto con nuestra comprensión del universo, manteniendo al mismo tiempo esa cualidad humana esencial de permanecer humilde y asombrado ante el misterio.
Pienso en el caso de las hermanas Fox, que engañaron a propios y extraños haciéndose pasar por médiums. ¿Cómo distinguir la charlatanería, lo sucedáneo, de lo auténticamente mágico?
La cuestión de la autenticidad en asuntos espirituales y mágicos es mucho más sutil y compleja de lo que las simples categorías de “real” y “falso” podrían sugerir; sin embargo, permítanme ser clara: explotar a los vulnerables a través de prácticas espirituales fraudulentas no sólo es éticamente incorrecto, sino que también daña el tejido mismo de la búsqueda mística genuina. Pero si bien la historia nos ofrece casos claros de engaño deliberado (como los inventados golpes espirituales de las hermanas Fox), también nos presenta experiencias y fenómenos que desafían una categorización fácil. ¿Cómo distinguimos entonces la verdad del engaño? Quizás deberíamos fijarnos en los frutos de la práctica más que en sus afirmaciones: ¿libera o crea dependencia? ¿Ilumina u oscurece? ¿Profundiza la comprensión o se basa en una fe ciega? ¿Respeta la autonomía del buscador o exige una aceptación incondicional? Un medio fraudulento no niega la posibilidad de una experiencia espiritual genuina, del mismo modo que una pintura falsificada no disminuye el poder del arte verdadero, pero el trabajo espiritual genuino concede en lugar de explotar, revela en lugar de ocultar. Quizás lo más importante no sea probar o refutar la “autenticidad” de los fenómenos mágicos, sino reconocer lo que nos transforma, lo que abre puertas en nuestra conciencia. Su poder no reside en afirmaciones sobrenaturales, sino en su capacidad para crear cambios significativos en la forma en que percibimos e interactuamos con el mundo.
¿La ciencia ha esclarecido satisfactoriamente algunos espacios que antes estaban vetados a lo oculto?
Me pregunto si la ciencia ha aclarado tanto los espacios ocultos como revelado nuevas profundidades de misterio dentro de ellos. Cuando supimos que los intentos de los alquimistas de transformar la materia no eran tan descabellados después de todo (que los elementos pueden cambiarse a nivel atómico), ¿desmitificamos la alquimia o descubrimos que la realidad misma era más profunda de lo que incluso los alquimistas imaginaban? Cuando la física cuántica nos mostró que la observación afecta a la realidad, que las partículas pueden “entrelazarse” a través de grandes distancias y que pueden existir múltiples estados simultáneamente, ¿eliminó la magia o sugirió que el universo era más extraño de lo que nuestros antepasados jamás soñaron? ¿Qué pasaría si la ciencia no ofreciera el fin del misterio sino un vocabulario más sofisticado para abordarlo? Cada respuesta parece revelar nuevas preguntas, cada descubrimiento abre puertas a incógnitas más profundas. Quizás esta sea la revelación más mágica de todas: que cuanto más aprendemos sobre nuestro universo, más magnífico y misterioso se vuelve.
Uno de los elementos que entran en liza cuando nos adentramos en lo oculto, en la magia, son los rituales. ¿Por qué son tan importantes?
Quizás el ritual importe tan profundamente porque crea un puente entre el tiempo ordinario y el tiempo sagrado, entre el espacio mundano y el espacio mágico. Los rituales transforman nuestra relación con el momento actual. A través de ellos, salimos del tiempo ordinario y entramos en un espacio donde cada gesto tiene peso, donde la intención se vuelve palpable. Esta transformación no requiere una ceremonia elaborada; podría ser tan simple como la forma en que un artista prepara su espacio de trabajo cada mañana, colocando los pinceles con una intención tranquila, o cómo un escritor enciende una vela antes de sentarse a evocar mundos a partir de palabras. Pero más allá de estos actos personales, el ritual cumple otros propósitos esenciales: nos ayuda a procesar transiciones y marcar cambios significativos, da forma y estructura a experiencias demasiado profundas para la interacción ordinaria, construye comunidad a través de acciones simbólicas compartidas y, quizás lo más importante, brinda forma a lo informe, ayudándonos a captar y trabajar con energías y emociones que de otro modo podrían parecer demasiado vastas o abstractas para manejar.
Ya sean grandiosos o íntimos, comunitarios o profundamente personales, los rituales nos piden que disminuyamos la velocidad, que prestemos atención y que confiramos a las acciones ordinarias un significado extraordinario. En estos momentos sagrados, incluso el gesto más simple se convierte en un hechizo, y el mundo mundano brilla con posibilidades.
En su último ensayo, El arte de lo oculto (Akal), la investigadora S. Elisabeth, especializada en el vínculo entre el arte y lo sobrenatural, se dirige al místico moderno, a aquel que mantiene intacta su capacidad de asombro, capaz de recibir vínculos insospechados entre diferentes manifestaciones...
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