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Tengo un hijo de tres años. Es agotador y divertido. La parte agotadora la pongo yo, que cumplo 43 este enero y empiezo a plantearme que se me está complicando lo de ser delantero centro del Sevilla. La parte divertida la pone él, que ayer vino a buscarme a la cocina con cara de gravedad máxima y tocándome la pierna como el que toca un botón de alarma me dijo “papi, corre, ven, que me he equivocado muchísimo”. Cuando llegamos agarrados de la mano al lugar de la muchísima equivocación me enseñó en el cuaderno de colorear lo que probablemente considerase el mayor fracaso de su vida: haberle pintado a Spidey una pierna de color rojo en vez de azul. “Toda la pierna entera, toda”, repetía mirando al infinito y aguantándose el llanto en plan se me ha torcido 2025. No te voy a mentir, la situación es grave, le dije por respeto a su dolor, pero saldremos de esta. Tras convencerlo de que habría vida después de aquello volví a la cocina a seguir cargando el lavavajillas y puse la radio. Trump anuncia que quiere quedarse con Groenlandia y el Canal de Panamá. Elon Musk, patrocinador oficial del nuevo fascismo planetario y mecenas del próximo gobierno norteamericano, amenaza a Reino Unido porque no le gusta que la gente haya votado a un socialista en las últimas elecciones. ¿Debe Estados Unidos intervenir para acabar con la tiranía que sufren los británicos?, pregunta a sus seguidores en una encuesta en la que gana abrumadoramente el sí. Mark Zuckerberg, dueño de Facebook, Instagram y Whatsapp, anuncia que sus juguetes copiarán el modelo de Twitter. Es decir, en nombre de la libertad desaparecerá la moderación y la verificación de contenidos. Ya no será una infracción a las normas de convivencia en esas plataformas asegurar que las personas trans son enfermas mentales, los homosexuales unos pederastas o los negros delincuentes. Serán opiniones libres, tan válidas como otras cualquiera. Lo mismo pasará con los bulos. Las versiones alternativas a la realidad, antiguamente llamadas mentiras, podrán campar a sus anchas haciendo de caballo de Troya de la ultraderecha que llama con fuerza a la puerta de los gobiernos del mundo. Mientras meto el último plato en el lavavajillas vuelvo a hacer un cálculo que hago demasiado a menudo: 43 años míos, menos tres que tiene mi hijo son 40 años de diferencia. Cuando él cumpla los 18 yo tendré 58 y para entonces lo de marcar goles para el Sevilla quizá haya quedado prácticamente descartado. Mi padre acaba de morir este pasado mes de octubre. Demasiado joven. Tenía 71 años. Cuando yo tenga esa edad, él tendrá 31 y, si nada cambia, todo apunta a que le tocará sobrevivir en un mundo de mierda climática en el que ser un cabrón valdrá tanto o más que ser buena gente. Me entran ganas de ir a buscarlo al salón y decirle que me he equivocado muchísimo.
Lo de Spidey conseguimos disimularlo pintando sobre la pierna con un rotulador azul más potente que el boli rojo con el que se cometió la muchísima equivocación. Pero dibujar el futuro no es tan sencillo. Metodología no hay ninguna y dudas hay todas. Mis compañeros de CTXT han decidido mayoritariamente que, en nuestro pequeño mundo del periodismo, un primer paso es abandonar las redes sociales en manos del pensamiento ultraderechista. Yo no lo tengo claro. Sigo pensando que tenemos que dar la batalla en todos los frentes. Esta revista ya ha abandonado Twitter y ahora el debate interno está en si nos vamos también de las plataformas de Meta –Facebook e Instagram–. La mayoría, incluyendo lectores que nos escriben, tiene claro que ser parte de las herramientas en manos de la ultraderecha es alimentar a ese monstruo. Yo tengo claro que regalarles el monopolio del altavoz no es buena idea, pero no soy capaz de poner sobre la mesa una solución que implique quedarnos y ganar. ¿Cómo se le gana desde el respeto a la verdad a quien no respeta nada? Podríamos quedarnos y difundir bulos apetecibles sobre Musk, Trump, Zuckerberg o Abascal, como hacen ellos. Bulos atractivos, mentiras fáciles de compartir que nos permitan pelear en esta disputa por el nuevo orden mundial en igualdad de condiciones. Pero, si lo hiciésemos, ¿qué cojones le explicaríamos a los niños que ahora tienen tres años cuando tengan capacidad de entender toda esta mierda? ¿Que al final somos iguales que aquellos que han convertido el mundo en un puto estercolero? ¿Qué tamaño tendría el “me he equivocado muchísimo” entonces?
Apago la ansiedad que me genera imaginarlo solo en un mundo de mierda dejando de pensar en plataformas digitales y política y pensando en la calle. Allí la verdad y el respeto siguen ganando por goleada. Cuando alguien, con las prisas, le da un codazo a otra persona en el metro, simplemente pide perdón. No se inventa que se estaba defendiendo de una agresión previa, ni que el otro es un delincuente que merecía ese codazo, ni ninguna otra gilipollez. En la cola de la frutería, la gente respeta su turno. Si alguien, un Elon Musk de barrio, se intenta colar argumentando que tiene más dinero que los demás clientes, el resto le dirán que muy bien, pero que espere la cola. En el parque infantil, padres de uno y otro signo le dicen a sus hijos que no se pega, que los juguetes se comparten. Parte de la sociedad que nos rodea se ha mudado a un mundo de pensamiento dual. Quienes hacen cola en la frutería y no aceptarían que uno con más dinero se les colase, quienes no se inventan una mentira para evitar pedir “perdón” en el metro o educan a sus hijos en convivencia, aceptan sin embargo prácticas vomitivas en la política y en las redes. No sólo las aceptan, las apoyan y las practican. Quizá podríamos quedarnos en Twitter y llamarlos enfermos mentales, ya que de verdad lo son por culpa de esta alienación que padecen, pero si reaccionan con odio ante las verdades generales que no les gustan, imaginen cómo reaccionarían frente a las verdades concretas que directamente les interpelan.
Llegados a este punto, mi hijo me anuncia solemnemente que ya ha dibujado también a Espín y a Spidey Fantasma. Le digo que le ha quedado genial, sin salirse –sí se ha salido, pero los periodistas mentimos en casa– y sin poner colores donde no son. Está contento. Parece que este 2025, que tanto se le había complicado diez minutos antes, empieza a remontar. Su ánimo me anima y me acuerdo de que este mundo es cíclico. Después de cada bache puede venir algo que nos haga salir del paso y seguir caminando. Ayer hablaba con mis compañeros de CTXT del impacto que había tenido la salida de la revista de Twitter. Lo hay. Hemos renunciado a una comunidad de más de 200.000 personas creada con mucho trabajo y mimo durante diez años, pero hemos ganado una pequeña comunidad de casi 40.000 lectores en Bluesky, una frutería donde el ambiente es respetuoso y el propietario no es un puto nazi. No sólo eso. En las últimas horas ha llegado una pequeña lluvia de suscripciones con la que algunos lectores nos habéis premiado por ser valientes y abandonar la pocilga de Musk. Imagino que esto reforzará internamente la idea de que también deberíamos abandonar nuestra presencia en Facebook e Instagram. E imagino que yo seguiré teniendo grandes dudas sobre si estamos o no haciendo lo correcto. Éticamente no las tengo, pero en la guerra no todo es ética igual que en la paternidad no todo es decir la verdad. Vienen tiempos complicados en los que el mayor y quizá único alivio es saber que en la cola de la frutería, en el metro o en el parque infantil queda un ejército silencioso dispuesto a dar la batalla en esta guerra entre quienes pudren el mundo y la buena gente. Como ya se imaginarán, si están ustedes recibiendo esta carta es porque los consideramos del segundo bando, ya que hacen militancia periodística apoyando a un medio como CTXT y financiando la plataforma cívica Acción Contra el Odio. Vienen nubes grises, pero seguiremos dibujando lo mejor que podamos. Gracias por acompañarnos. Gracias, incluso, a quienes desde la duda y el cariño nos hayan mentido diciéndonos que hemos hecho bien largándonos de los estercoleros. Un abrazo a todas y todos. Feliz año.
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Tengo un hijo de tres años. Es agotador y divertido. La parte agotadora la pongo yo, que cumplo 43 este enero y empiezo a plantearme que se me está complicando lo de ser delantero centro del Sevilla. La parte divertida la pone él, que ayer vino a buscarme a la...
Autor >
Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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