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Tara, protagonista de How to have sex, en un fotograma de la película.
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La forma de entender el abuso sexual ha evolucionado notoriamente en la última década, así que también lo ha hecho su representación en el cine. Un buen modo de ilustrar esta transformación es confrontar las películas Paulina (2015) y How to Have Sex (2023). La primera está dirigida por el argentino Santiago Mitre, quien acepta el reto de explicar la historia de una violación en grupo a una profesora, Paulina (Dolores Fonzi), haciendo un remake del largometraje homónimo dirigido por Daniel Tinayre y estrenado en 1960. En la segunda, la británica Molly Manning Walker se basa en su experiencia personal para retratar la presión social por perder la virginidad introduciendo una reflexión sobre el consentimiento a través del abuso a Tara (Mia McKenna).
Por una cuestión temática es lógico encontrar similitudes entre los dos filmes. En un principio, ambos metrajes caen en la descripción cliché de la violación: una mujer sola, fuera de casa, de noche y después de beber alcohol. Paulina está de camino a su domicilio después de tomar vino con una amiga cuando cinco hombres la tiran de la moto para agredirla sexualmente. Tara está en medio de una fiesta cuando se va con uno de sus nuevos amigos a la playa, donde se da el primer abuso sexual de la película. Sin embargo, Manning Walker escapa de esta estereotipada representación cuando Paddy (Samuel Battomley) viola a Tara mientras duerme. De este modo, la directora trata el tema del consentimiento de una manera muy lúcida llevando inevitablemente a reflexionar acerca de las lagunas conceptuales detrás del “solo sí es sí”. En cambio, el director cae en una representación clasista de la figura del violador entendido como hombre socialmente excluido, marginalizado e incluso “incivilizado”.
La felación funciona como punto de inflexión tanto en una película como en otra. En Paulina la violación nace de la ira de un hombre al ver cómo su examante está con otro. Él y su grupo de amigos miran cómo le practica sexo oral a este otro y acaba violando a Paulina. En consecuencia, se perpetúa la connotación negativa y arcaica impuesta por la religión de esta práctica sexual. En contraste, en How to have sex la primera violación se desencadena a partir de cómo le hace sentir a Tara ver que le practican una felación pública encima de un escenario al chico que le gusta. De esta manera se evidencia la problemática de la concepción del sexo oral usando el propio acto como arma de la denuncia.
La figura de cómplice sirve en ambos filmes para señalar una realidad social
En los dos metrajes, el papel de cómplice, aquel personaje que ve lo que pasa pero no interviene, tiene un rol importante. En Paulina el alumno de la camiseta de rayas sabe que está mal lo que hacen sus compañeros. Por esto, clava sus ojos en la profesora a modo de advertencia y disculpa. Pero es un testigo que no dice ni hace nada, convirtiéndose así en un agente activo de la agresión. Algo muy parecido pasa con el mejor amigo de Paddy, cuyo silencio y mirada muestran su desconfianza, su sospecha. Tampoco actúa en consecuencia y se justifica diciendo que son amigos desde la infancia, como si esto fuera razón suficiente para mantenerse callado. Así, la figura de cómplice sirve en ambos filmes para señalar una realidad social.
La Paulina de 1960 perdona a los agresores y la Paulina de 2015 los concibe como víctimas del mismo sistema. Sin embargo, la propuesta de Mitre resulta arriesgada porque su perspectiva oscila durante toda la película entre la víctima, los agresores y el padre. De este modo, justifica la agresión porque muestra los motivos de los violadores para cometer el acto y lleva al espectador a cuestionar a Paulina del mismo modo que lo hace el padre. En cambio, Manning Walker se mantiene siempre al lado de Tara, excepto cuando ella desaparece. Por lo tanto, el seguimiento que se hace en How to have sex permite entender por qué ella dice “sí” cuando en realidad es un rotundo “no”. De hecho, el final solo sirve para constatar lo que ya se sabía: Paddy es un violador. Quizás la gran diferencia es que la británica se inspiró en su propia experiencia mientras que Mitre adapta una historia ajena. Justamente por esto se puede decir que Paulina es meramente una narración y How to have sex, un retrato.
Por ende, el acercamiento de cámara de Mitre es un tanto morboso por su explicitación y repetición desde las distintas perspectivas de la violación. En cambio, Manning Walker deja que el fuera de plano hable más que las imágenes en pantalla, respetando así la tensión dramática de lo que está sucediendo. El argentino parece defender la trivial creencia de que un hombre es poseedor del cuerpo de una mujer por el simple hecho de haberla penetrado, pues el falso convencimiento de que su expareja sexual tiene un nuevo amante es el motivo para violar a Paulina. En cambio, la británica usa los estereotipos como herramienta para denunciar la realidad cruel de la presión social en torno a la virginidad.
A pesar de que el sexo se relaciona cada vez más con el placer y se emancipa de la procreación, todavía hay todo un universo a su alrededor que pretende determinar cómo cada uno debe vivir su sexualidad. El ejemplo de esto es el matiz nocivo de la felación, puesto que la religión hace sentir culpa por las acciones sexuales que no tienen que ver directamente con la reproducción. La evolución de la representación del abuso sexual en pantalla es notable, ya que el foco ha cambiado de encuadre: mientras que en Paulina el tema se centra entre la víctima y el agresor, en How to have sex hay una reflexión acerca del consentimiento y la presión social. Así, no solo hay que aprender a representar el abuso sexual, sino también la manera de verlo para desafiar las narrativas que lo justifican y las miradas que lo normalizan.
La forma de entender el abuso sexual ha evolucionado notoriamente en la última década, así que también lo ha hecho su representación en el cine. Un buen modo de ilustrar esta transformación es confrontar las películas Paulina...
Autora >
Sofía Casas
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