MADRÍ, ZONA DE OBRAS
Espías de Almagro
Que todo quisqui en Madrid supiera que en la barra de Embassy lo mismo te servían un cóctel de champán que una ración de archivos secretos, no le quitaba nada de intriga al asunto
Ricardo Aguilera 24/02/2025

Barrio de Almagro en Madrid. / R.A.
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
El género de espías tiene dos estilos bien distintos. En uno encontramos esos personajes graves, cultos y sagaces que salieron de las meninges de John le Carré, Eric Ambler o Graham Greene. El otro modelo está poblado de agentes como James Bond, Jason Bourne, Jack Ryan y demás equilibristas. Donde unos ponen el acento en el razonamiento, los otros inciden en la gimnasia. Hay un tercer tipo de espías: a la española. Ahí encontramos la TIA de Mortadelo y Filemón, por la parte cómica, o el CESID de Paesa por la del esperpento. No sé cómo serán los espías de verdad. Me temo lo peor. Lo que está claro es que en Madrid resultaron ser gente gregaria. Todos vivían puerta por puerta en el mismo barrio: Almagro.
La calle Almagro comienza en la glorieta de Alonso Martínez y acaba en la de Rubén Darío. Nace con un jurista y muere con un poeta. Pese a estos nobles antecedentes, está dedicada a Diego de Almagro, un delincuente muerto de hambre que fue a derramar violencia a Perú junto a Pizarro, otro que tal bailaba. Su bestialidad le otorgó oro, sangre, gloria y una calle en una de las mejores zonas de Madrid. Somos así. A primera vista puede parecer que los edificios de Almagro presentan una amalgama de estilos totalmente heterogénea. No es así. Todos tienen una unidad estética en común: la pasta. No hay casa mala, los detalles de lujo se superponen, da igual que tengan un siglo o una década: áticos espectaculares, patios ajardinados, terrazas como salones. Ahí hay dinero. Tanto que apenas se ven las banderitas de rigor. La plata de verdad no entiende de patrias. No las necesita.
Nada más arrancar Almagro, encontramos un caserón enorme y severo: el Asilo de las Hermanitas de los Pobres. Ladrillazo neomudéjar levantado por Antonio Ruíz de Salces en 1887. Tiene un patio interior con arcadas que da gusto verlo. Los jardines son tan generosos que llegan hasta Santa Engracia. Se ve que estas sorelle no son tan miserables como sus parientes. Un poco más adelante, en la acera de enfrente, un edificio singular con dos caras, como Juno. Su autor fue Luis Gutiérrez Soto, arquitecto camaleónico donde los haya. La fachada que da a Zurbarán, racionalista; la que da a Almagro, estilo moderno internacional. La razón de esta esquizofrenia, como la de tantas otras, hay que buscarla en la Guerra Incivil: la obra quedó a medias y se completó al terminar la matanza. Este edificio fue pionero en la oferta de amplias terrazas y tenía piscina en la azotea. En ella se podían escuchar los rugidos del “León de Fuengirola”, Girón de Velasco, abogado falangista, ministro de Franco y golpista sin condena, que tenía allí su modesta cueva. La siguiente finca que impresiona es un paquebote neoclásico que luce una placa de autobombo: “Primer premio del Exco. Ayuntamiento de Madrid a la casa más artística y mejor construida. 1914”. Ya será menos. El arquitecto fue Augusto Martínez de Abaria y el escultor Sixto Moret, que llenó la fachada de angelotes regordetes, titanes musculados y señoras en tetas. Un poco demasiado. Más adelante, un caserón llama la atención. Es la sede del Colegio Oficial de Ingenieros, más conocida como Casa Garay. Este goloso hotelito fue diseñado por Manuel Mª Smith e Ibarra y levantado por Secundino Zuazo, uno de los arquitectos que luchó por dar personalidad a este Madrid impersonal. Estilo nacional-regionalista, con mucha teja, jardín interior y torrecillas galantes para que los ingenieros piensen en los caminos que los llevarán a sus canales y puertos.
Si cambiamos de acera otra vez, lo más impactante está en el cruce con Caracas. Allí parece encontrarse uno sous le ciel de Paris gracias a dos piezas con aroma de musette. En una esquina encontramos un pastel afrancesado obra de José Antonio de Agreda (1916). Fachada de chantilly coronada con una cúpula pomper de altos vuelos. Pero para grandeur, la finca de enfrente: el Palacio de Santo Mauro. Fue levantado por Juan Bautista Lázaro en 1902 a mayor gloria de Mariano Fernández de Henestrosa, duque de Santo Mauro por la gracia de Alfonso XIII, de quien era hombre de confianza y mayordomo. Luego fue alcalde de Madrid. Otro mandado. Ha sido la embajada de Canadá, Rumanía y algún que otro país más. Hoy es un hotel de cinco mil estrellas, casi lo mismo que cuesta pasar allí una noche. Cuenta con jardines de frondosidad alpina, biblioteca de noble estirpe, capilla para pecadores y beatos, salones recargados de lujo, y un servicio en el que, según la propaganda, militan algunos descendientes de la aristocrática saga en función de mayordomos. Deben vigilar que no les roben los libros.
El dédalo de calles que vasculariza el territorio entre Almagro y Paseo de la Castellana está lleno de casas de buen tono, palacetes de fina estampa y edificios modernos de mucho parné y mucho cuarto de baño. El poderío se respira por la calle. La zona es propicia para embajadas y consulados: Finlandia, Corea, Haití, Qatar, Jamaica... Destaca über alles la alemana, un edificio moderno, sólido, cuadrado, levantado con granito y materiales cerámicos que se distribuyen en celosías. El equipo de arquitectos era alemán de Alemania, dirigido por Guillermo Schoebel Ungría. Se desparrama por toda una manzana, con generosas zonas ajardinadas. En la esquina con Castellana conserva un antiguo templete restaurado con primor prusiano. Es el último suspiro del palacio que antaño embellecía el lugar. Otra embajada que daba la nota era la británica. Utilizo el pasado, porque los hijos de la pérfida Albión se han mudado a una de esas torres que rematan la Castellana con alarde de vértigo presuntuoso. La anterior estaba en Fernando el Santo. Allí moraba desde el XIX el palacete del Marqués de Álava, donde se afincaron los británicos. En 1966 decidieron que se les quedaba pequeña la antigualla y la derribaron sin miramientos y con beneplácito consistorial. Manos a la obra, levantaron una nueva sede, un ejercicio de brutalismo ignominioso. El resultado fue un edificio circular de hormigón y granito. Según decían sus autores, W.S. Bryant y Luis Blanco Soler, la intención era inspirarse en las plazas de toros, con ventanas como burladeros y un patio central a modo de coso. ¡Múuu!. Por cierto, estaba justo frente a la embajada de Argentina, otro palacete de aúpa. Durante la guerra de las Malvinas no había quien cruzara la calle. ¡Tensión!
Callejeando por el barrio de Almagro se rememora una fauna variada. Sorprende la profusión de placas de vecinos ilustres: Victoria Kent, Antonio Machado, Picasso, Fuentes Quintana, Ouka Lele, Ortega y Gasset, Fernando Rey… Sin placa, en la calle Españoleto, vemos la casa de Luis Aguilé. Allí se celebraban las reuniones de Comisiones Obreras en la más recóndita clandestinidad. La secretaria de Aguilé, Juana Muñoz, era sindicalista comprometida, y aprovechaba las giras del cantante para ofrecer su domicilio por la causa. La detuvieron en la cafetería Caracas. Cuando la soltaron, Aguilé volvió a readmitirla, pese a la que estaba cayendo. “Juanita Banana” siguió en sus trece. Gracias Luis. En Zurbano encontramos el palacio del Conde de Muguiro, un hotelazo obra de Severiano Sainz de Lastra (1881). Allí nació Fabiola de Mora y Aragón, que inauguró en España el género televisivo de retransmisión de bodas reales. Su enlace con Balduino de Bélgica se lo tomó el régimen como quien pone una pica en Flandes. Propaganda de vuelo bajo entendida como política internacional de altura. El palacio es hoy el Ministerio de Fomento, también conocido como Casa Koldo.
Una reliquia: el frontón Beti Jai. Fue construido en 1894. Por entonces la pelota vasca no tocaba las ídem a la España eterna
La calle que da más juego del barrio es Marqués del Riscal. En su arranque desde Castellana, la sede de Bankinter, un ejercicio de estilo con líneas puras diseñadas por Rafael Moneo. En frente, el INJUVE, palacete histórico. A su vera, un edificio de moderno racionalismo acoge la residencia de las Esclavas de María. Justo delante había otro tipo de esclavas, las que trabajaban en Riscal, restaurante favorito de intelectuales, aristócratas y artistas durante la negra noche. Su especialidad eran las paellas y el putiferio. Cerró en los 80 para dar paso a Archy, que siguió su estela atrayendo al famoseo movedizo. Las camareras eran aspirantes a modelos o aspirantes a secas. Por allí pasaba todo el que aterrizaba por Madrid, desde Richard Gere hasta Sofía de Habsburgo. También era el lugar recurrente para beber y “desbeber” de la redacción de El Independiente de Pablo Sebastián, que estaba un piso más arriba. Hoy es Coque, un restaurante estrellado por Michelín. Siguiendo camino por Marques del Riscal se encontraba el taller de Agatha Ruíz de la Prada, especializado en ropas de cortes imposibles en technicolor. También era el foco de fiestas sin fin y sin cuento, porque si contasen… Un poco más arriba, una reliquia: el frontón Beti Jai. Fue construido en 1894 por Joaquín Rucoba. Por entonces la pelota vasca no tocaba las ídem a la España eterna y era un deporte popular. Cuando todo se fue al carajo, el frontón también. En la postguerra se utilizó para que ensayaran los cornetas de Falange. Luego fue un taller de Citroën. Después, el abandono. Fue recuperado in extremis. Al ayuntamiento de la abuelita Carmena le tocó en suerte restaurarlo. Ahora, el consistorio del ácaro no sabe qué hacer con él. De momento permiten que entre la gente a verlo. Aprovechen, merece la pena.
Y vamos por fin a lo de los espías, que es lo fetén. Durante los 30 y 40, el barrio de Almagro se pobló de agentes más o menos secretos. La seductora Aline Griffith, condesa de Romanones, oficiaba desde la sede de la OSS (Office Strategic Service), precursora de la CIA, en la calle Alcalá Galiano, bajo la tapadera de la American Oil Mission. Al lado, en la recóndita calle Orfila, estaban los servicios de propaganda británicos, dirigidos por Tom Burns, yerno de Gregorio Marañón, que ocultaba sus quehaceres haciendo de editor. Poco después, el MI5 se instaló en Esquinza, Monte Esquinza, que diría Bond, James Bond. Más abajo, en Castellana, se encuentra el estupendo Palacio de los Marqueses de Fontalba y Cubas. Allí recaló en sus días de gloria y furia una división de la Gestapo y las SD, dirigidas por Paul Winzer, alias Walter Mosing, con el rango de Kriminalkommissar. Entre sus misiones imposibles se cuentan la creación de los campos de concentración franquistas, y la formación y entrenamiento de la policía política del régimen. Hoy ocupa ese palacio la Fiscalía General del Estado, espiada a su vez por la brigada togada de MAR. Y por estas cosas del destino, está a tiro de piedra de la sede del Grupo Quirón. Todo son facilidades para el asedio. Estos agentes de las potencias mundiales se miraban de reojo en el comedor de Jockey, en Amador de los Ríos. El prestigioso restaurante no solo acogía a espías, soplones y demás personajes del submundo, sino que ofrecía sus servicios a tipos aún más infames: el sha de Persia, Nixon o Carrero comieron en sus mesas. Además, Jockey proporcionaba catering de tronío en las partidas de ojeo de ministros de Franco y demás escopetas nacionales. Un lugar de referencia. Hoy se ha reconvertido en el restaurante Saddle (silla de montar), donde el pijerío “genovense” se pone las botas (también de montar). Volvamos a los “buenos tiempos”. Por la noche, los contubernios del espionaje internacional se trasladaban a Embassy, muy cerca, en Castellana esquina con Ayala. Fue la vía de escape utilizada por los británicos para sacar a miles de personas que huían del horror nazi-fascista-franquista, que tanto monta el arma reglamentaria. Que todo quisqui en Madrid supiera que en la barra de Embassy lo mismo te servían un cóctel de champán que una ración de archivos secretos, no le quitaba nada de intriga al asunto. Un enigma dentro de un misterio. También había espionaje español en la zona, no crean. En plena calle Almagro, un edificio de ringo rango albergaba la Brigada de la División de Investigación Política. De sus ventanas solían caer los detenidos como chinches. Una fatalidad. Eso sí, discreción: los agentes nacionales se ocultaban tras las faldas de la Sección Femenina, que también tenía allí su sede. Unos machotes.
El género de espías tiene dos estilos bien distintos. En uno encontramos esos personajes graves, cultos y sagaces que salieron de las meninges de John le Carré, Eric Ambler o Graham Greene. El otro modelo está poblado de agentes como James Bond, Jason Bourne, Jack Ryan y demás equilibristas. Donde unos ponen el...
Autor >
Ricardo Aguilera
Iba para biólogo pero las cosas se torcieron y devine en periodista. Por favor, no se lo digan a mi madre.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí