Análisis
Otras vías: Podemos versus Frente Nacional
Los desafíos lanzados por Marine Le Pen y Pablo Iglesias son muy distintos. Mientras el partido francés tiene una voluntad rupturista, el español propone un nuevo contrato social, parecido al de los años 80
François Musseau Madrid , 29/01/2015
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Los estados mayores de las multinacionales españolas se alarman, las más altas instituciones del Estado se mesan los cabellos, los economistas del establishment auguran cataclismos socioeconómicos y la expulsión de España del conjunto de las naciones… ¿Qué es lo que nos queda por oír a propósito de la irrupción de Podemos? ¿Qué negro presagio no ha sido proferido respecto a su posible llegada al poder, a la vista de la intención de voto anunciada por los sondeos de opinión? Durante años, desde la famosa toma simbólica de la Puerta del Sol, el 15 de mayo de 2011, los Indignados han sido esos sectarios descarriados del sistema, unos pobres diablos que, no obstante, han tenido el mérito de señalar con el dedo la responsabilidad de unos u otros en la estrepitosa caída hacia la austeridad y los recortes presupuestarios. Desde luego, no se justificaba que callejearan con tanta insistencia, sobre todo cuando se trataba de “rodear” el Congreso de los Diputados o hacer un escrache ante los despachos y domicilios de ciertos personajes encumbrados. Pero en el fondo, no eran tan malvados. Después de todo, su indignación está justificada y es inofensiva, así que, se pensaba, dejemos que esa indignación se exprese, se manifieste, y se les pasará. Todo volverá al orden preestablecido.
Así percibía la situación una cierta élite mediático-político-económica hasta la entrada en escena de Podemos. A partir de ese momento, cambia todo. Cara a cara, ha surgido un rival, con un líder, con órganos de dirección, con una organización. Un rival (¡qué audacia!) capaz de contestar el liderazgo de los duelistas (PP, PSOE) que desde la Transición democrática han acaparado todos los resortes del poder. Un rival que puede mantener un diálogo de igual a igual en los sondeos, en la arena política, en el ágora política. Y he aquí que ese mequetrefe de Pablo Iglesias (era preferible la figura tutelar socialista de su homónimo) habla de controlar los bolsillos de “la casta”, de cambiar completamente el juego, de redistribuir las cartas. En pocas palabras, la llegada imprevista de este politólogo sin complejos y de sus 200.000 simpatizantes es sinónimo de un reparto del poder. Resultado: los que eran dueños del cortijo rechazan tragarse esta píldora.
Todo ello explica la criminalización, la demonización de Podemos: “Peligrosos antisistema”, “apéndices europeos de Chávez”, “nostálgicos del marxismo-leninismo”, “populistas que acarrearán con ellos el caos” … Sin embargo, y bien mirado, su discurso no es tan inquietante. Después de algunas semanas, sus referentes ya no son Evo Morales o Hugo Chávez, sino más bien el fallecido socialdemócrata Olof Palme. Ya no está en su agenda la eliminación de la deuda, sino simplemente su reestructuración. Iglesias y los suyos piden un sistema sanitario y un capitalismo a la escandinava. Es verdad que Podemos, una constelación de neófitos que buscan sus señas de identidad y que navegan en función de las circunstancias, puede reservar sorpresas. Pero está lejos de ser una amenaza a la manera de los bolcheviques. Parece más bien un intento de establecer con los ciudadanos un nuevo contrato social, parecido a lo que sucedió con el PSOE en los años 80.
Sin embargo, es preciso hacer ciertas matizaciones al respecto. El apoyo popular a Podemos responde a una clara voluntad de reformar el sistema, de aportarle las correcciones necesarias para que se lleve a cabo una purga saludable. En otros lugares de Europa, por ejemplo, en Francia, la situación es bien diferente. Como en España, un partido de protesta con cierta notoriedad navega también en la cresta de la ola del descontento y de la rabia. Sin embargo, en el tablero ideológico, el Frente Nacional (FN) no supone para la extrema derecha lo que Podemos significa en el seno de la extrema izquierda, o supuestamente extrema. La radicalidad personificada por Marine Le Pen tiene una vocación golpista, no en sentido militar claro está, sino en el político: bajo la cobertura de numerosas promesas sociales (fin de la deslocalización, defensa de la clase obrera de los suburbios), el FN lanza un desafío al pedestal republicano, quiere derrumbarlo. ¿Cómo? Preconizando la salida de Europa (a modo de replanteamiento de la gran apuesta europea lanzada tras la Segunda Guerra Mundial), legislando de acuerdo con los términos de “prioridad nacional” (en detrimento de los extranjeros o de los inmigrantes en fase de ser naturalizados), volviendo a cuestionar los famosos valores republicanos (Libertad, Igualdad, Fraternidad), apostando por un autorrepliegue económico y restableciendo las fronteras anteriores a Schengen.
Los desafíos lanzados por Podemos y por el Frente Nacional no son de la misma naturaleza. Por una parte, con un fondo de amateurismo, una voluntad reformista, que, sin duda alguna, podría conllevar una operación de limpieza en el seno de las clases dirigentes: engrasar y reparar una máquina atrofiada, anquilosada. Por otra, un deseo de tirar todo por la borda: los valores, los órganos de poder, la dinámica económica y mercantil. Algunos observadores advierten de que si Marine Le Pen llega al poder en Francia y aplica su programa, se inclinará hacia otro régimen. Y aunque Podemos se remita a un semejante vaivén, a lo que aspira en realidad es a corregir lo que está vigente.
Traducción de Valentina Valverde.
François Musseau es corresponsal de Libération en Madrid.
Los estados mayores de las multinacionales españolas se alarman, las más altas instituciones del Estado se mesan los cabellos, los economistas del establishment auguran cataclismos socioeconómicos y la expulsión de España del conjunto de las naciones… ¿Qué es lo que nos queda por oír a propósito de la...
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