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Huele a linimento en el austero vestuario del Cardiff Arms Park, el hogar de la selección galesa de rugby en aquella tarde de 1977. Huele a linimento, a sudor, a nervios que no se quieren ir, a responsabilidad. Una veintena de hombres de pelo largo y patillas pobladas sienten que representan a todo un pueblo en el partido que les enfrenta a Inglaterra. Allí están leyendas como John Peter Williams, Gareth Edwards o Phil Bennet, el capitán, el tipo a quien todos respetan. El tipo que se levanta y alza la voz:
"Mirad lo que esos bastardos le han hecho a Gales. Han cogido nuestro carbón, nuestra agua, nuestro acero. Compran nuestras casas y solo viven en ellas un par de semanas al año. ¿Y qué nos han dado a cambio? Nada, nada en absoluto. Hemos sido explotados, violados, controlados y castigados por los ingleses…y contra ellos jugáis esta tarde".
El vestuario estalla en un único alarido en gaélico, ritual, telúrico, casi una cruz celta dibujada con voces. Los jugadores quieren ganar el partido, sí, pero sobre todo quieren vengar humillaciones. Suena Hen Wlad Fy Nhadau ("El Viejo País de mis Padres") y todos lo corean. Juega Gales. No la selección de Gales, no. Juega Gales. El Seis Naciones, cuya edición de 2015 está a punto de comenzar, no es solo deporte. No puede serlo un torneo que enfrentaba originalmente a las diferentes naciones de las Islas Británicas, un torneo en el que cada año la isla de Irlanda juega reunida en una única selección, un torneo que recuerda en sus himnos y escudos antiguas batallas, que enfervoriza como ningún otro acontecimiento los ánimos patrióticos de los espectadores.
No puede ser solo deporte una competición que data de 1872, cuando aún estaba la reina Victoria en el trono, cuando la flota inglesa gobernaba los mares del mundo, Rule, Britannia! Britannia, rule the waves, cuando los británicos se asentaban en los cinco continentes conformando el imperio más poderoso de la Edad Contemporánea.
Es el día de Navidad de ese 1872, y en Calcuta los nativos de la metrópoli, nostálgicos, deciden celebrar la fecha jugando un partido de rugby. Aprovechando que pueden reunir veinte jugadores de cada nacionalidad, escoceses e ingleses jugarán la primera Copa Calcuta, el match que dirime la supremacía en el rugby entre estos dos países desde hace casi 150 años. Aquel encuentro, pionero en la India, tuvo tanto éxito que sirvió para fundar el Calcutta Football Club, aunque la entidad solamente duró un año. ¿La razón? Eliminada la barra libre en la sede del club (se llevaba casi por completo los ingresos provenientes de cuotas) el mismo se quedó sin socios… Si su nombre aún perdura es porque el puñado de rupias que el club conservaba en un banco se fundió tras el trágico (para los amantes del licor) final y con esa plata se moldeó una copa que se entregaría de forma anual al vencedor del partido entre las selecciones de Inglaterra y Escocia. Nacía la Copa Calcuta, aunque hay que aclarar que en la actualidad solamente se otorga una reproducción de la misma, después de que en 1988 a los jugadores de ambos equipos se les fuera la mano con el tercer tiempo y se divirtieran durante un rato pateando con fuerza una reliquia de más de cien años de antigüedad.
Aquel enfrentamiento inicial se convertiría, año 1882, en el Torneo de las Cuatro Naciones con la incorporación de Gales e Irlanda. Por aquel entonces la isla de Irlanda era una colonia inglesa (lo sería hasta 1922, tras la guerra anglo-irlandesa), por lo que su selección de rugby competía defendiendo a todo Eire, algo que se mantiene en la actualidad y que sigue siendo uno de los rasgos distintivos del Seis Naciones. Ya en 1910 es invitada al torneo Francia, aunque su presencia será inicialmente accidentada, pues sufrió una expulsión en 1931 y no volvió hasta después de la Segunda Guerra Mundial. ¿Las causas? Los galos eran acusados de profesionalismo (en aquellos años el torneo era estrictamente amateur) y de usar juego violento… Por último, el año 2000 ve el nacimiento del Torneo Seis Naciones con la inclusión de Italia.
Pero inicialmente el Cuatro Naciones fue cosa de británicos, con sus enfrentamientos llenos de rivalidad, sus tiranteces nunca resueltas, su identidad como factor que se vislumbra al fondo, en ese espacio brumoso que hay entre el césped y la grada. Y seguramente aquella tensión que ya existía en los primeros años del torneo alcanzase su punto culminante en la década de los setenta.
El punto de fricción más evidente era Irlanda del Norte, donde el IRA estaba en su periodo de máxima actividad, casi un Estado dentro del propio Estado en amplias zonas del territorio. En ese contexto tiene lugar la llamada Matanza de Derry o Domingo sangriento. Los hechos suceden el domingo 30 de enero de 1972, cuando unas 15.000 personas se manifiestan en la localidad de Derry-Londonderry (porque en la Irlanda de la época incluso los topónimos estaban desgarrados) a favor de los derechos civiles y quejándose por la supresión del habeas corpus en casos de terrorismo. En un momento dado un grupo de manifestantes comienza a lanzar piedras a un regimiento inglés de paracaidistas que vigila la marcha. Estos responden al principio, pero solo al principio, con balas de goma y gas. Después abren fuego real y aparece el caos. Catorce muertos y docenas de heridos fueron el trágico peaje de un día que abrió un reguero de respuestas violentas, odio frente a odio, por parte del IRA.
En ese contexto Gales y Escocia se niegan a viajar a una Irlanda casi en estado de guerra, y el Torneo de las Cinco Naciones se suspende por vez primera desde los años cuarenta. Además, el God save the Queen no sonará en Lansdowne Road, el estadio dublinés, durante los siguientes veinticinco años, una victoria simbólica de los irlandeses en un torneo donde el respeto por los himnos, el contenido histórico-social de los mismos y el fervor que alcanzan los espectadores al cantarlos rozan lo sublime. Más que un torneo…
Pero, ¿y Gales, ese Gales del comienzo del artículo, el de las arengas, el de los gritos? Para la sociedad galesa (como para la escocesa y la irlandesa…Francia queda aquí un poco al margen) el Cinco Naciones era la posibilidad de saldar viejas deudas ante el gran enemigo: Inglaterra. Un adversario al que culpar de todos los males, de todos los problemas. Que no eran, ni mucho menos, pocos en aquella época.
Tras la expansionista década anterior, la segunda mitad de los setenta estaba abocando al Reino Unido a un período de retroceso económico y, sobre todo, de desmembramiento del Estado social y asistencial de Derecho que tendría su punto álgido con las políticas ultraliberales de Margaret Thatcher en los años ochenta. Por mucho que Jim Callaghan, primer ministro laborista que antecedió a la Dama de Hierro, lo negase en los tabloides (“¿crisis? ¿qué crisis?” titularía The Sun, dejando una frase para la historia y plagiando el título del cuarto disco de Supertramp), lo cierto es que el Gobierno había perdido la confianza de los sindicatos (y si un gobierno laborista no controla a los sindicatos, decía Thatcher, ¿cómo va a controlar a los empresarios?), con lo que huelgas y manifestaciones eran cada día más comunes. Y más violentas.
Y, al fondo a la izquierda, los galeses. Los galeses, con sus minas deficitarias sostenidas por el Estado que se encaminaban a una desaparición segura. Los galeses, con enormes recursos naturales que ellos consideraban esquilmados por Inglaterra. Los galeses, que eran objeto de mofa por parte de los habitantes de la City, tan cosmopolitas, debido a su particular forma de hablar, a su carácter tranquilo. Los galeses, que estaban sufriendo en sus carnes más que ninguna otra zona esa crisis económica que parecía no tener final. Esos galeses, esos, eran los que iban a salir a jugar contra Inglaterra. A vengar todas aquellas afrentas, todas juntas, con un balón oval como excusa.
Aún en 2013 George North, ala de la selección de Gales decía: “Los seguidores no paran de darnos palmadas en la espalda y dejarnos clara la larga, muy larga, rivalidad cada vez que jugamos contra Inglaterra. Creo que los nuestros quieren un baño de sangre”.
Por cierto, en ambas ocasiones, 1977 y 2013, Gales doblegó a Inglaterra. Y sus seguidores lo celebraron con todo el orgullo de su nación.
Eso es el Seis Naciones. Mucho más que un torneo.
Huele a linimento en el austero vestuario del Cardiff Arms Park, el hogar de la selección galesa de rugby en aquella tarde de 1977. Huele a linimento, a sudor, a nervios que no se quieren ir, a responsabilidad. Una veintena de hombres de pelo...
Autor >
Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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