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Advertencia: Señoras y señores, damas y caballeros, hoy vamos a hablar de trash talking, de lenguaje basura. Por ello puede que los lectores más apocados o aquellos que gozan de mayor sensibilidad estética deban mantenerse alejados de este artículo. O, al menos, usarlo con precaución, y nunca, nunca, dejarlo al alcance de los tiernos infantes, pues podrían encontrar en las palabras que aquí, sonrojados, reproduciremos un mal ejemplo que sin duda imitarían en escuelas y visitas a parientes lejanos. Avisados quedan todos.
El trash talking no es un insulto, eso que quede claro. O al menos no es un insulto al uso, porque lo que pretende no es tanto ofender a su destinatario (aunque si se consigue, tanto mejor) como desconcentrarlo y que no rinda según sus posibilidades. Es decir, tiene intención utilitarista, lo que es bastante loable cuando hablamos de expresiones que harían enrojecer a cualquier bailarina del Pigalle. Aparece en el deporte, preferentemente en el norteamericano (sin que haya que sacar conclusiones de ello), y de forma más específica en la NBA (sin que, de nuevo, haya que sacar conclusiones de ello, o sí), aunque, como cualquier buena costumbre, se ha extendido con naturalidad por otras muchas competiciones (también por las políticas, pero esa es, quizá, otra historia).
Ojo, esto del insulto ontológico no es cosa de ahora, ni mucho menos. Ya en la Inglaterra medieval de Chaucer existían batallas de flyting, contiendas que enfrentaban a dos equipos y consistían en ponerse verde de la forma más creativa posible, normalmente utilizando el verso y con continuas referencias a Mitología e Historia (lo que no impedía que las chanzas más celebradas fueran las referentes a perversiones sexuales, actos innobles o asuntos escatológicos… el ser humano es así). Otras manifestaciones similares aparecen en culturas tan diferentes como la inuit, árabe, japonesa, griega clásica o germánica, lo que nos empuja a pensar que el desprecio ilustrado está perfectamente incardinado en el mismo espíritu de la Humanidad.
Pero divagamos. Decíamos que el trash talking ha encontrado en la NBA su vía de expresión más afortunada. Y no lo ha hecho de la mano de secundarios de lujo, sino brotando por la boquita de algunas de las mayores estrellas de todos los tiempos. Empezando por Michael Jordan, especialista en sacar a rivales (y compañeros, Mike destrozaba sin compasión en los entrenamientos a cualquier otro escolta de los Bulls, marcando territorio primero en casa) de sus casillas con desafíos verbales y gestuales (esos hombros arriba tras anotar una canasta difícil, como pidiendo perdón por ser tan bueno) y terminando por Kevin Garnett, el último de una larga lista de bocazas ontológicos en la Liga. Un equipo de campanillas en el que han jugado, entre otros, Charles Barkley, Dennis Rodman o Isaiah Thomas. O él, el capitán de este grupo que es el sueño de cualquier Mourinho. Él. Larry Bird.
Porque Larry Bird, el mito de Indiana, de Boston, el paleto granjero de French Lick, es el mayor trash talker de la historia de deporte. Pese a su aspecto de niño bueno, pese a sus modales aseados. Nada de eso importa, Bird podía hacerte llorar si la tomaba contigo. Porque era astuto, era inteligente, era cruel. Y muy, muy incisivo.
Como cuando, en un partido frente a Detroit, Chuck Daly pone una marca fija sobre Bird, seguramente el más correoso defensor en décadas, de nombre Dennis y de apellido Rodman. Larry se dirige al banquillo contrario, Chuck, si no cambias pronto a este chico os voy a machacar. Siguiente jugada, triple de Bird en la cara de Rodman. Chuck, en serio, cámbialo. Fallo en ataque de los Pistons, Boston recupera el balón, que llega a las manos de Bird y, sí, lo han adivinado, clava otro triple en la cara de Rodman. Vamos Chuck, me estoy divirtiendo. Quítalo ya porque esto es demasiado fácil. Eso es trash talking, y eso lo hacía mejor que nadie Larry Bird. ¿Otro ejemplo? Faltan trece segundos para que termine el partido de Nochevieja en la NBA de 1986, que enfrenta a Celtics y Sonics. El marcador refleja un empate y K.C. Jones, entrenador de Boston, pide tiempo muerto. Antes de acercarse al banquillo Larry Bird busca a Xavier McDaniel, su defensor durante todo el encuentro. Mira amigo, voy a coger el balón aquí mismo, y voy a meter un triple delante de ti. McDaniel sonríe, te estaré esperando. Se reanuda el juego y ocurre lo que todos, ustedes y yo incluidos, sabemos a estas alturas que va a ocurrir. Triple de Bird, que se vuelve a su desconsolado defensor y le remacha con un se me olvidó decírtelo…tan solo os quedan tres segundos para atacar. Ese era Bird.
Pero hay más historias, tantas como para llenar toda una enciclopedia de guarradas, bravuconadas y frases totalmente desmoralizantes. Busquemos por ejemplo en la letra A, por donde suelen empezar estas obras… aquí está, "All Star de la NBA", año 1986. Aquel año el fin de semana más especial de la Liga se celebra en Dallas, y para allá que se va Larry Bird dispuesto a participar en el concurso de triples. Su entrada en el vestuario no tiene desperdicio: bueno, chicos, ¿quién va a ser segundo hoy? Hay que entender que esto no lo hace en una pachanga frente a los amigos antes de unas cervezas, sino teniendo delante a los mayores killers del baloncesto mundial. No importa, él se lo creía y hacía que todos se lo creyeran. ¿Adivinan quién ganó aquel concurso? Correcto, el chico rubio. Cuando coge el último balón, ese de colorines que tiene doble puntuación, necesita encestarlo para llevarse el premio. Larry Bird (cubierto con el chándal de los Celtics, no creía necesario vestirse de corto) hace su juego de muñeca y empieza a celebrar la victoria. Quiero decir… levanta un dedo al cielo, sonriente, mientras el balón aún está en el aire. Confianza al cien por cien. ¿Estilo, egocentrismo? Larry Bird.
No nos engañemos, a estas alturas ustedes quieren leer más de estas anécdotas, han venido aquí a por sangre y reclaman su ración. Tranquilos, hay para regalar y la verdad es que leídas son divertidas (en directo no tanto). Seguro que muchos aficionados al baloncesto recuerdan la final de la Euroliga del año 1994, aquella en la que el Joventut vence frente al Olimpiakos. Cuando faltan tres segundos para el final, y con dos puntos de ventaja para la Penya, Paspalj, estrella serbia de los griegos, se va a la línea de tiros libres. Si anota ambos empata el partido y éste se encamina a la prórroga. Es entonces cuando Villacampa, uno de los corazones de aquel Joventut, se acerca y le susurra en inglés: si metes los dos tiros nos vais a ganar. Pero para eso tienes que meterlos, claro. Ofuscado, el serbio falla, claro.
Bien, pues esto mismo había sucedido años antes con otros protagonistas. En la línea de tiros libres esta Larry Bird, cómo no… Boston está uno abajo, quedan décimas en el reloj, y necesitan dos puntos para ganar el partido. Larry coge aire, y quien se acerca a él para importunarle, para recordarle la importancia que tiene su muñeca en el momento decisivo, es nada menos que Reggie Miller. Porque si Villacampa es un muchacho alto y bien plantado, educado y discreto, el yerno perfecto, Miller es exactamente lo contrario: un pendenciero bocazas que acabaría siendo uno de los grandes trash talkers de la Historia, el más odiado por los rivales. Pero ahora… ahora se había cruzado con el maestro.
Es el año 1987, Miller es un recién llegado a la NBA y Bird una leyenda. Quizá por eso el de Boston se queda con cara de no comprender nada. Y le responde, porque, eso sí, Larry Bird siempre responde. Se acerca a Reggie, lo observa fijamente y dice: chico, debes estar de coña, ¿no?, eres un puto rookie y yo soy el mejor tirador del mundo. Y sin dejar de mirarle anota el primer tiro libre. Cuando el balón vuelve a sus manos se echa a reír, vuelve a clavar sus ojos en Miller y masculla: tienes que estar de coña, joder…
Y anota, claro. Todo esto no sirve de nada si luego no metes la pelotita por el aro. Si eres un trash talker pero no tienes calidad al final siempre quedas como un idiota. Tienes que ser bueno. Y Bird, Larry Bird, era bueno, muy bueno. Una vez Pat Riley, el mítico entrenador, dijo: Si tuviera un último tiro para ganar un partido le daría el balón a Michael Jordan, pero si de ese tiro dependiera mi vida sin duda buscaría a Larry Bird.
Ese era Larry Bird, tan buen jugador como bocazas. Bueno, casi tanto…
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Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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