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Hay algo extremadamente conmovedor en el gesto de un niño que te toma de la mano para cruzar una calle. Dejan de hacerlo en un momento indefinido, en el que se sienten seguros y pueden caminar a tu lado sin enredar sus dedos con los tuyos. Y aunque su entereza te justifica (parte del éxito de la crianza es dejar de ser indispensable y que puedan andar solos por el mundo), no terminás nunca de extrañar esa pequeña tibieza.
A medio camino entre ese gesto de cuidado y la autonomía de los hijos, su infancia te regala una época de deliciosa complicidad en la que caben, por ejemplo, volver a ver con ellos las películas que amaste de crío, retomar paseos ("acá venía yo con tu abuelo de vacaciones") o leer juntos algún libro.
Estoy de pie justo allí y hemos empezado, por iniciativa de Julián (9 años y vocación de alcalde: "¡Alguien debería hacer algo con estas baldosas flojas!"), con Star Wars o La guerra de las galaxias (1977), clásico de la ciencia ficción cinematográfica. Elección con historia y con futuro: uno de los tanques de este año será El despertar de la fuerza, séptima película de la saga, cuyo estreno se anuncia para el 18 de diciembre. Tiempo hay, pues, para liquidar las seis previas antes de Navidad.
La primera peli de la serie mis hermanos y yo fuimos a verla a Cinerama, el único cine que tenía por entonces en Córdoba -la de la nueva Andalucía- una pantalla digna de la insondabilidad intergaláctica, y recuerdo mi pasmo al ver cómo esa alfombra de texto inicial, que te pone en clima y prologa el filme, se alejaba entre las estrellas (puedo garantizarle al productor y director George Lucas que el recurso funciona incluso con niños supertecnologizados modelo siglo XXI: "Uauuuuuu", les escucho asombrarse ahora mismo a los míos).
Como sucede con los productos de cultura popular que trascienden convertidos en leyenda, algo de lo que vamos a ver ya está en el aire: ¿Es en esta película dónde Dark Vader le dice a Luke Skywalker: 'No, yo soy tu padre'?, preguntan a poco del comienzo, al tanto de los nombres de algunos protagonistas. No, eso es en ‘El imperio contraataca’; aquí es donde todos desean 'Que la fuerza te acompañe', respondo, como quien intercambia santo y señas a la entrada de un club para iniciados. Frases ambas que han sido elegidas como algunas de las réplicas más memorables de la historia del cine (fanáticos hay en todas las ligas) y que han reaparecido en otros filmes como guiño cómplice entre cinéfilos. La última, incluso, fue la inspiración del eslogan publicitario de la Lotería de Navidad de 2010 en España (Que la suerte te acompañe).
La guerra de las galaxias es inolvidable también porque en ella se presentan los robots (droids los llama el guión) más recordados de la pantalla grande: Arturito (R2D2) y C-3PO, ideados para "asistir la vida orgánica". Aunque mucho de lo que hacen en pantalla es ficción (el único capaz de caminar a control remoto era el primero; el resto de los que aparecen en el filme eran marionetas), nos desataron la imaginación y anticiparon cuánto de nuestra cotidianidad, confort y visión del mundo descansarían varias décadas después en soluciones y herramientas hi tech, del GPS al teléfono móvil, casi un monoambiente al que nos hemos mudado en el último lustro. Desde 2010 existe, de hecho, Mahru-z, un robot creado en Corea del Sur, para colaborar en la realización de tareas domésticas sencillas como limpiar la casa, meter la ropa en la lavadora y calentar la comida en el microondas.
Una asociación libre dispara otras, ilimitadas. A poco de comenzado el filme, en medio de arenas infinitas, Skywalker mira el horizonte sobre el que se recortan dos lunas (o dos soles o una luna y un sol: visto desde ese planeta cinematográfico el cielo es otro). Vicios de poeta, la imagen me recordó unos versos de Alejandra Pizarnik: Es como si me pidiera la luna. Me digo: si me pide la luna es porque la necesita.
He vuelto a ese poema hoy, cuando un breve periodístico me cuenta que un señor, llamado Dennis Hope (el apellido, esperanza, ya suena a embuste, pero parece que es cierto), consiguió en 1980 en los Estados Unidos registrar la propiedad de la Luna y vende parcelas del asteroide a quien quiera comprarlas on line, por poco menos de 20 dólares. Invocando los términos del Tratado del Espacio Exterior que estableció Naciones Unidas en 1967, donde se acuerda que ningún Estado podrá apropiarse de planetas o de estrellas, Hope se aprovechó del vacío legal que existía en relación con los particulares, realizó el reclamo ante la ONU (que nadie contestó), pero con eso y con el registro en su poder, se alzó con el satélite más cantado por los poetas (Pizarnik incluida).
Entre los compradores de parcelas lunares figuran ya "675 celebridades muy conocidas y tres expresidentes de los Estados Unidos", a quienes el sitio llama "dueños de propiedad extraterrestre". Lo mío, por ahora, es el cine: mi hijo me advierte que no piensa parar hasta ver todas las pelis de la saga y que ya reservó El regreso del Jedi, en el videoclub (sí, todavía quedan dos o tres...).
Hay algo extremadamente conmovedor en el gesto de un niño que te toma de la mano para cruzar una calle. Dejan de hacerlo en un momento indefinido, en el que se sienten seguros y pueden caminar a tu lado sin enredar sus dedos con los tuyos. Y aunque su entereza te justifica (parte del éxito de la crianza...
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Raquel Garzón
Raquel Garzón es poeta y periodista. Se especializa en cultura y opinión desde 1995 y ha publicado, entre otros libros de poemas, 'Monstruos privados' y 'Riesgos de la noche'. Actualmente es Editora Jefa de la Revista Ñ de diario Clarín (Buenos Aires) y Subdirectora de De Las Palabras, un centro de formación e investigación en periodismo, escritura creativa y humanidades.
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