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Lussas, Ardèche meridional, Francia.
Acompaño -en tanto pedagogo en una escuela de cine documental- el ejercicio de dirección de una estudiante: una muchacha sorprendente con quien nunca logro comunicarme.
Es china, recién desembarcada; yo, mexicano, con al menos tres lustros sobre suelo francés. Nuestros intercambios suelen ser de lo más abruptos. La imposibilidad de acordarnos, la echo en un primer momento a cuenta de sus aprietos lingüísticos. El francés nos propone un territorio común abarrancado, resbaloso, sembrado de pedruscos. Aunque pronto me asalta la intuición de que se trata de un desencuentro harto más insalvable.
Acude a verme para que preparemos su rodaje.
- ¿Qué deseas filmar?
- Quielo filmal felicidad.
[Lo cual es una traducción, apenas paródica, de su vehemente "cheveux-filmé-bonheur".]
- Sí, muy bien, pero ¿qué es lo que vas a ir a filmar?
- Voy filmal felicidad.
- Sí, eso ya lo entendí, pero quiero saber qué situación concreta piensas filmar; frente a qué o quién vas a poner tu cámara, tus micrófonos…
- Felicidad. Situación de felicidad.
- …
El diálogo, si así podemos llamarlo, se prolonga su buen cuarto de hora, crispándose más a cada réplica. De poco vale que explique, que reitere precisándola mi demanda, que me jale de los pelos: siempre es la misma respuesta vehemente. Irritado de enunciar y re-enunciar, termino por renunciar: ¡Va pues, anda, ve!
Puesto que la felicidad es por naturaleza fugitiva, sugiero a la estudiante que verifique bien el material -la ironía la escapa- y le doy cita la tarde siguiente.
"Vaya cabeza dura", me escucho decir, en español, en cuanto sale por la puerta. Ella, en su lengua de trazos vigorosos y sílabas afiladas, debe mascullar sobre mí algo equiparable…
La tarde siguiente, mi estudiante china llega con retraso y todavía bajo el particular efecto de adrenalina que todo rodaje documental procura.
Nos instalamos ante el monitor, conecta ella la cámara y se pone, sin ton ni son, a recorrer sus imágenes. Desfilan en la pantalla, presurosas, pixeladas, las malezas y piedras de l’Ardèche profunda. Busca largo rato, nerviosa.
Seguro de que no habrá nada en sus imágenes, guardo un silencio que pretendo elocuente y la observo en su torpeza con una pizca de suficiencia: voy a poder dar mi lección.
Termina por hallar.
Se levanta, apaga el neón del cielo raso, pone la banda en lectura.
Un grupo de damas de edad muy avanzada y de pinta campesina. Cinco o seis, en plano medio, en semicírculo. Convergen sonrientes en torno a un bulto de color azul cielo. Una anciana entrega a otra un bebé diminuto. Ésta lo acoge y acuna en sus brazos. Se le ilumina la mirada. Lo arrulla gozosa unos instantes. Enseguida cede al fresco y hermoso pequeñín a otra anciana. Volcadas todas hacia el recién nacido, cada una aguarda su turno…
Quedo boquiabierto: es la felicidad.
Eso que acabo de ver en el monitor es la inasible felicidad, captada y capturada por el cine documental. Mi alumna es una artista. Acaba de brindarme una primera prueba por la imagen y sé -sabemos- que en el fondo, en lo esencial, nada tengo que enseñarle.
De la estudiante china por el contrario -eso que ni qué- mucho fue lo que aprendí.
Lussas, Ardèche meridional, Francia.
Acompaño -en tanto pedagogo en una escuela de cine documental- el ejercicio de dirección de una estudiante: una muchacha sorprendente con quien nunca logro comunicarme.
Es china, recién desembarcada; yo, mexicano, con al menos tres...
Autor >
Alain-Paul Mallard
Escritor, coleccionista, fotógrafo, viajero, cineasta, dibujante, Alain-Paul Mallard (México, 1970) es autor de 'Evocación de Matthias Stimmberg', 'Nahui versus Atl', 'Altiplano: tumbos y tropiezos'. Vive en Barcelona.
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