En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Aproximarse a la semana que celebra la muerte ejemplar por excelencia de nuestra cultura es buena ocasión para recordar otras muertes más humildes, también ejemplares, sin olvidar las palabras del gran citado Woody Allen, no le temo a la muerte, lo que no quiero es estar allí cuando ocurra. De modo que para abrir boca podemos empezar por una poética, deliciosamente simple, Li Po muriendo, borracho, ahogado, al intentar abrazar el reflejo de la Luna sobre el río.
Hay una muerte ejemplar conmovedora. Su preámbulo está relatado con detalle en el Fedón platónico. Ese dialogo se refiere a la última tarde de Sócrates en la cárcel, charlando con todos sus amigos. Ha llegado la nave de Delos y saben que debe beber la cicuta. Pero no están todos los amigos. Falta uno. Precisamente quien relata la historia, quien debía acompañarle por necesidad -al menos narrativa-, alguien que, por primera y única vez en su obra, se refiere a sí mismo para disculpar su ausencia: "Platón, creo, está enfermo". Extraordinario minúsculo detalle. Luego Sócrates polemiza, dialoga, discute, y, a pesar de los intentos, se niega al drama. Cuando alguien invoca el patetismo, le despide. Echa a su mujer, a sus hijos y hasta a un amigo que estaba llorando. Tan sólo quiere seguir conversando, seguir pensando. ¿Qué más da que esta conversación ocurra al principio o al final de una vida en todo caso efímera? Ahora llega la anécdota famosa. Durante la última hora, mientras le preparan la cicuta para morir, se concentra en aprender a tocar una pieza en la flauta. Le preguntan: "Maestro, ¿por qué te esfuerzas en dominar esa melodía?". Sócrates contesta: "Para saberla en el momento de mi muerte".
Después de esta historia admirable sobre la inmortalidad debe rebajarse el tono. Por fortuna algunos buenos escritores han recurrido a la ironía para conseguir soportarse un poco mejor a sí mismos. Por ejemplo, Italo Svevo, el gran triestino que hizo de la voluntad -el intento de dejar de fumar- el eje de su libro La conciencia de Zeno, no perdió el sentido del humor en el lecho de muerte y supo sintetizar su debate aflojando la tensión del momento. Minutos antes de morir, Svevo pidió un cigarrillo al yerno, que se lo negó. Svevo murmuró: "Sería el último". Y murió. En la misma línea, Lord Byron, enfermo terminal, llamó a su ayuda de cámara, el fiel Fletcher, para comunicarle sus últimas voluntades. Cuando se acercaba a la cabecera de la cama, la voz del poeta falló y el pobre sirviente no alcanzó a oír una palabra: "Por favor, señor, repítalo porque no le he entendido". "Si no me has comprendido, es demasiado tarde", -dijo el poeta-. Después murió.
A diferencia de los políticos y, en general, la gente de poder, que suele verse obligada a llevar una doble vida, algunos artistas han sabido mantener la altura del estilo hasta el final. Por ejemplo, Oscar Wilde, un personaje empeñado en vivir siempre en los límites de la existencia. Imaginémoslo en los últimos momentos, el gran dandi esteticista que ha poseído todo, arruinado, casi en la indigencia, solo, abandonado por sus amigos, por su amante, en otro país, declarando: "Me estoy muriendo por encima de mis posibilidades". Otro ejemplo, Johann Sebastian Bach, a quien le sobrevino la muerte cuando estaba componiendo, prácticamente ciego, la más teórica de sus obras: El arte de la fuga. El manuscrito se interrumpe en una fuga cuádruple en la que acababa de introducir, como tercer tema, una frase con las notas si bemol, la, do y si natural. En notación alemana las letras que se corresponden con estos sonidos son BACH.
Hay quien ha muerto a causa del estilo lo que, bien pensado, es una forma un poco absurda de morir pero, sin duda, ejemplar. El día 14 de septiembre de 1927 Isadora Duncan salió de su casa en Niza para una cita amorosa. Elegante como siempre, cubría su cuello con una larga estola de seda china pintada a mano. Cuando llegó su amante, Benoît Falchetto, piloto y mecánico de coches, a quien ella llamaba Bugatti, se despidió con estas palabras: "Adieu mes amis. Je vais à l’amour". Después se subió al asiento del pasajero. Al arrancar, el pañuelo se enredó entre la llanta de radios y el eje trasero del automóvil y la estranguló arrancándole violentamente del asiento del descapotable. Según parece, el conductor no se percató hasta arrastrarla cuarenta o cincuenta metros. Al enterarse, Gertrude Stein comentó con sorna: "La afectación puede llegar a ser muy peligrosa".
Veinte años después, con cierta justicia poética, en la despedida de esta matrona intelectual, según el famoso retrato picassiano, su mordaz ironía fue replicada con un estruendoso silencio. Unos momentos antes de morir, Gertrude había preguntado a los amigos que se habían congregado alrededor de su cama: "¿Cuál es la respuesta?". Nadie contestó; entonces se echó a reír y lanzó al aire la última cuestión: "En ese caso ¿cuál es la pregunta?".
No obstante, mi favorito es el final del gran hierático Buster Keaton. Alguien, junto a su cama de enfermo, observó: "Ya no vive". "Para saberlo -respondió otro-, debemos tocarle los pies; la gente muere con los pies fríos". "Juana de Arco, no", respondió Keaton alzándose y desplomándose de inmediato, fulminado, muerto.
Aproximarse a la semana que celebra la muerte ejemplar por excelencia de nuestra cultura es buena ocasión para recordar otras muertes más humildes, también ejemplares, sin olvidar las palabras del gran citado Woody Allen, no le temo a la muerte, lo que no quiero es estar allí cuando ocurra. De modo que...
Autor >
Pedro Jesús Fernández
Pedro Jesús Fernández, madrileño de Albacete, vive en Buenos Aires por los mismos azares que antes le hicieron recalar en México DF y Roma. Escribe artículos ligeros en CTXT, El País y otros medios. También, a veces, con constancia pero sin prisa, dedica su tiempo a otros menesteres literarios, y de tarde en tarde, pinta acuarelas.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí