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Uno de los diez mandamientos del cholismo reza así: el esfuerzo no se negocia. Y Mario Mandzukic es el máximo exponente de esa filosofía. Se pega con las defensas en inferioridad, zafa de los centrales, presiona cada pelota y, como Puyol, es capaz de poner la cara donde otros retirarían el pie. Su penúltima demostración de compromiso llegó en el derbi. Fiero y rebelde, el croata pareció inasquible al desaliento. Cobró y repartió. Pegó y le pegaron. Sangró y no retrocedió. No pidió tregua ni la concedió. Así es Mario. Así es Mandzukic. Retroceder nunca, rendirse jamás. Nada más acabar el penúltimo episodio de la historia de desamor eterno ante el Madrid, la opinión pública alentó una polémica en la que las imágenes mostraban un presunto mordisco y un posterior puñetazo de Carvajal al croata, dentro del área. Ajeno al juego del periodismo partidista que se ha puesto tan de moda, el croata usó las redes sociales para quitar hierro al asunto y exonerar públicamente a un rival. No ganaba nada negando el mordisco y rebajando la tensión, pero lo hizo. Podría haber guardado silencio, haber dejado en al aire la cuestión y haber alimentado la especulación, incluso haberse protegido con ese viejo código de “lo que pasa en el campo queda dentro del campo”, pero zanjó la polémica con un mensaje digno, elegante y ejemplar. Una lección de deportividad. Mario se marcó un José Eulogio Gárate. Un gesto de caballerosidad. Uno de esos que no se olvidan. Un golazo. Pura clase.
Mandzukic no es el mejor nueve del mundo, pero sí un guerrero nacido para incordiar. Alguien con una confianza ilimitada en sí mismo, un tipo con el que cualquiera se iría tranquilo a una trinchera. Un tipo que juega 85 minutos con la nariz rota, no se queja y aguanta sobre el césped hasta anotar un gol. Un hombre que se pasa días con el tobillo maltrecho y que tiene el gesto de dirigirse a su técnico y pedirle que le deje fuera de la convocatoria, porque no puede darle lo mejor al equipo y a sus compañeros. Un tío hecho y derecho que no tiene la velocidad de torbellino de Costa, ni el instinto asesino de Falcao, ni la virtuosidad de Agüero, ni el estacazo con la gama dura de Vieri, ni la comba potente de Forlán, ni siquiera el latigazo seco de Hasselbaink. Ni falta que le hace. Su estilo es otro. Batallador infatigable, gladiador del cuerpo a cuerpo, Mandzukic es una de las fotografías que mejor definen la actualización del cholismo, en su versión 3.0. El croata no es el mejor, pero pelea como si lo fuera. Su personalidad, a prueba de bombas, tampoco pasa desapercibida. Voluntad de hierro, siempre mantuvo los dientes apretados y la boca cerrada. No la abrió cuando pudo tapar la de los que decían que no haría olvidar a Costa, ni cuando el club fichó a Torres como complemento y no como sustituto, ni cuando pudo alzar la voz para contrarrestar el rumor de Cavani, ni cuando lleva dos meses escuchando que se irá del Calderón en junio. Entregado a la causa, Mandzukic ha respondido a todos los aluviones de desconfianza con el mismo perfume que usa Simeone: el compromiso. Cuando el Cholo llegó al Atlético convirtió el Calderón en un barrio de Esparta. Y Mandzukic, que no es el mejor nueve del mundo pero pelea para serlo, entiende el fútbol como un espartano la batalla: volviendo con su escudo o sobre él. Fieros y nobles, así los quiere Simeone.
Uno de los diez mandamientos del cholismo reza así: el esfuerzo no se negocia. Y Mario Mandzukic es el máximo exponente de esa filosofía. Se pega con las defensas en inferioridad, zafa de los centrales, presiona cada pelota y, como Puyol, es capaz de poner la cara donde otros retirarían el pie. Su penúltima...
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Rubén Uría
Periodista. Articulista de CTXT y Eurosport, colaborador en BeIN Sports y contertulio en TVE, Teledeporte y Canal 24 Horas. Autor de los libros 'Hombres que pudieron reinar' y 'Atlético: de muerto a campeón'. Su perfil en Twitter alcanza los 100.000 seguidores.
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