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Quizás sea porque en Trieste me acerqué al café San Marco con la esperanza de hallar a Claudio Magris y no sólo lo encontré debajo de su retrato de la pared, en su mesa cubierta de libros y papeles, escribiendo con tranquilidad, sino que el local estaba vacío y la suya, la única mesa ocupada. Quizás sea porque entonces, incrédulo con mi buena fortuna, cometí el error de interrumpirle y Magris me respondió con adriática cortesía. No lo sé. Lo cierto es que ahora, cuando he querido compartir unos minutos el ambiente en el que trabaja Cesar Aira en uno de los cafés del barrio de Flores ni se me ha pasado por la cabeza la tontería de molestarle.
César Aira es uno de esos accidentes fortuitos que distinguen a Buenos Aires. En diciembre recogió el Premio Roger Caillois (mejor autor de América Latina) y ahora acaba de ser incluido en la lista corta de los candidatos al Booker International Prize 2015, que celebra la obra total de un autor vivo que publica en inglés o ha sido traducido al inglés. Los últimos ganadores de este premio de años impares han sido la Nobel Alice Munro (2009), el futuro Nobel Philip Roth (2011) y Lydia Davis (2013), que también debería ganarlo. Aunque la lista de 2015 la encabeza Aira por obvias razones alfabéticas, el dato que nos interesa es que se trata del único autor argentino que figura en ella desde 2005, cuando estuvo -y no ganó- Tomás Eloy Martínez, y que Argentina es un país extremadamente nacionalista que celebra como triunfo mundial cualquier contingencia deportiva, pero rehúsa recordar estos detalles.
Aira escribe en un café. Cuando sus hijos eran pequeños vivía en un departamento muy pequeño y no podía concentrarse. Se acostumbró a ir a los cafés a escribir y ya no quiso cambiar. Hoy sus hijos son mayores, se marcharon de casa, pero él se mantiene fiel a sus costumbres.
Aira tiene otras rutinas estupendas. No da entrevistas a medios locales, evita los ambientes literarios; hace como Donna Leon, que ha prohibido traducir sus libros al italiano para vivir como una vecina más en Venecia. Escribe una página por día, lo que le permite publicar dos o tres libros cada año. Libros pequeños, en torno a las cien páginas, que, en Argentina o Chile, editan pequeñas editoriales artesanales o semi, con tiradas mínimas. Eso significa que con su profesión, en su país, no gana un céntimo, o muy poco. Vive de los derechos de sus libros en el extranjero, o por decirlo mejor, de las traducciones, las que hacen de sus libros y las que él hace del inglés, francés, italiano o portugués. No necesita mucho, lleva viviendo treinta años en la misma casa, se traslada en bicicleta, no tiene coche.
Como es natural, los argentinos ignoran a Aira.
Aira sigue a su aire sin darse la menor importancia.
Ha publicado unas 60 o 70 novelas. Este número ha motivado que se le haya aplicado alguna vez una palabra italiana, sprezzatura, que podría traducirse por modesta facilidad, es decir, la capacidad para disimular que se hacen las cosas sin esfuerzo. El término fue introducido a principios del siglo XVI por Baldassare Castiglione en Il Cortegiano (El Cortesano), para señalar cierto desdén exquisito -la noble disimulación del empeño- al que está obligado el caballero cortés. Después se trasladó al mundo del arte para expresar la naturalidad -la soltura- con la que algunos artistas acometen obras complejas (frescos, sinfonías, folletones, etc.) En realidad el único desdén exquisito que distingue a Aira es hacia ciertos honores. Y si bien es evidente la facilidad, es equívoca, lo que a él le interesa es la idea del continuo, un modo de escritura automática que reivindica el movimiento de avance constante como valor en sí mismo. Su método de trabajo de búsqueda y hallazgo tiene más que ver con artistas plásticos como Marcel Duchamp o Joseph Cornell que con literatos al uso. Aira reivindica todos los géneros literarios, incluso los subvalorados, como la fotonovela, cree que el procedimiento está por encima del producto y que es la totalidad lo que da valor a los trabajos singulares: "De lo que se escribió un día hay que reivindicarse al siguiente, no volviendo atrás a corregir (es inútil) sino avanzando, dándole sentido a lo que no lo tenía a fuerza de avanzar”.
Muchos creemos que Aira va a ser el próximo Booker International Prize y hacemos lo que podemos para proponerle al Príncipe de Asturias de las Letras. Por su parte, sospecho que Argentina actuará como con todos sus héroes no deportivos, de Gardel a Bergoglio, pasar de la absoluta indiferencia a la absoluta devoción. Pero esa es otra historia.
Quizás sea porque en Trieste me acerqué al café San Marco con la esperanza de hallar a Claudio Magris y no sólo lo encontré debajo de su retrato de la pared, en su mesa cubierta de libros y papeles, escribiendo con tranquilidad, sino que el local estaba vacío y la suya, la única mesa ocupada. Quizás...
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Pedro Jesús Fernández
Pedro Jesús Fernández, madrileño de Albacete, vive en Buenos Aires por los mismos azares que antes le hicieron recalar en México DF y Roma. Escribe artículos ligeros en CTXT, El País y otros medios. También, a veces, con constancia pero sin prisa, dedica su tiempo a otros menesteres literarios, y de tarde en tarde, pinta acuarelas.
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