La fallera cósmica
El ojo del huracán
Marina Sanmartín 1/07/2015
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Estoy muy asustada, me temo lo peor. Sospecho que, sin darme yo mucha cuenta, me he convertido en una neoliberal profunda. Me miro al espejo, estoy atenta cuando voy por la calle al posible cambio de acera de los transeúntes al verme venir. Temo que no quieran cruzarse conmigo, pero no pasa nada. Todo sigue igual. Mi vecina de 78 años me saluda desde el balcón y la imagen que el espejo me devuelve es idéntica a la de hace quince días, cuando no había caído sobre la humanidad, como el típico meteorito destructor que hasta el último momento parece evitable (las pelis de catástrofes son el ejemplo más ilustrativo para definir el concepto de "procastinación"), la incertidumbre provocada por el corralito y el referéndum en Grecia.
Más allá de las dudas acerca de mi ideología, lo que sí tengo claro es que no soy una experta en economía, así que hago un esfuerzo sobrehumano y, para que no me tachen de ignorante, busco en los periódicos las opiniones de los ilustrados en la materia: leo a Krugman, a Stiglitz y a Piketty, también a los gurús de la prensa española, un cúmulo de voces con autoridad que, en su mayoría, defienden el pulso a la Troika; y como son las cuatro de la tarde y he comido pollo con arroz, me entran unas ganas terribles de dormir la siesta con Belén Esteban de fondo, en un corralito muy distinto (el de Sálvame), opinando sobre la vida privada de Vargas Llosa. Dicho y hecho: no me resisto.
Los compartimentos estancos no existen.
Tumbada en el sofá, a medio camino entre el sueño y la vigilia, con Belén y compañía criticando la actitud de Patricia, la mujer despechada de Mario, en un mundo paralelo donde, con una facilidad pasmosa, Grecia no existe, me asalta de repente una duda: ¿Y si los economistas y profesionales de la información a los que acabo de recurrir para aplacar mi sed de saber vivieran en Grecia, fueran ciudadanos de a pie y se hubieran puesto a redactar sus artículos después de tres horas de cola delante de un cajero? ¿Pensarían igual? ¿Y si mi sofá, ya bastante viejo pero cómodo al fin y al cabo, estuviera en Atenas y no en Madrid?
Afortunadamente, cuando el ataque de neoliberalismo está a punto de acabar con el último pellizco de sentido común que me queda, suena el teléfono e identifico en la pantalla del móvil la llamada de mi amiga R que, al menos una vez por semana, se interesa por mí desde el norte de la península (no me la merezco). R es más lista que yo, más buena y, sobre todo, mucho más leída y preparada; tanto es así que, durante el primer semestre del año, en nuestras conversaciones telefónicas siempre ha habido un hueco para comentar sus lecturas de Varoufakis, a quien admira como si se tratara de George Clooney.
-Vamos a ver -me interpela R, aterrada ante mi reflexión y mi conato de simpatía hacia el 'Sí' en el referéndum-, ¿te acuerdas de la última vez que te enamoraste? ¿Recuerdas que él no te quería? -permanezco en silencio al otro lado de la línea, sintiendo como se reabre la herida, intrigada con la certeza de que todos los hombres me abandonan -. ¿Cuánto tiempo tardaste en darte cuenta de que él no era lo mejor para ti, de que lo único que te hacía era un daño atroz?
-¿Dos años?
-¿Y cuánto tardamos en darnos cuenta de que no te convenía los que te queríamos?
-Lo visteis enseguida.
R me da tiempo a reflexionar, a que establezca las conexiones pertinentes delante de la tele sin voz. Espera con paciencia a que mi cerebro concluya que, no importa el campo de batalla, el comportamiento humano se rige siempre por las mismas reglas.
Todavía charlamos un poco más -de novelas y programas informáticos; de viajes y encierros literarios inaplazables-, pero cuando llega el momento de la despedida, como si se tratara de uno de esos oportunos fantasmas que se presentan durante el sueño y resuelve el conflicto del durmiente, R vuelve al asunto inicial de nuestra conversación y me dice por fin: "da igual el tema, amiga, a veces hay que alejarse del ojo del huracán para dar con la visión correcta".
Estoy muy asustada, me temo lo peor. Sospecho que, sin darme yo mucha cuenta, me he convertido en una neoliberal profunda. Me miro al espejo, estoy atenta cuando voy por la calle al posible cambio de acera de los transeúntes al verme venir. Temo que no quieran cruzarse conmigo, pero no pasa nada. Todo sigue...
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Marina Sanmartín
Marina Sanmartín Pla (Valencia, 1977) se dedica a la comunicación cultural y escribe novelas; la más reciente es 'El amor que nos vuelve malvados' (Principal de los libros 2014). Desde 2009, se esconde detrás de La fallera cósmica (Mejor Blog Nacional de Creación Literaria 2010 para Revista de Letras). Colabora en MicroRevista, Madriz y Consentimiento, entre otras publicaciones.
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