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Había anunciado que quería ganar por su hijo, que era objeto de burlas de otros niños en el colegio por ser del Atleti. Y ahí, en mitad de una prórroga titánica, con los planetas alineados para que el Madrid estrellase su pegada contra la madera y el Atlético soltase de la mano a su eterna amiga mala suerte, irrumpió João Miranda, para ser el héroe de su hijo y también el de una hinchada convencida de que, si se trabajaba y se creía, se podía. Koke centró desde el costado, la pelota surcó el cielo de Madrid y el espigado central brasileño se elevó, como un rascacielos, entre Alonso y Diego López, para impactar un remate que volteó la historia. Justicia poética para el ardor guerrero del Atlético. El tanto valía un título, hacía sonreír a su hijo y acababa con catorce años de maldición atlética. Esa noche, gracias a Miranda, varias generaciones de niños, por fin, dejaron de preguntar a sus padres por qué eran del Atleti.
Aquel gol, aquella final intensa, aquel título, acabó para siempre con el trauma del Atlético con su vecino rico. Aquella noche, pasadas las doce, la carroza de Cenicienta no se volvió calabaza y los hijos de Neptuno festejaron el final de dos lustros de dolor y complejo. Tras esa victoria, celebrada por todo lo alto por los colchoneros, los derbis cogieron color rojo y blanco. Desde ese cabezazo, el Atlético recuperó su orgullo, su estatus de grande y su coraje para pelear por todos los títulos, sin fatalismos baratos ni excusas de mal pagador. Y desde aquel cabezazo, el Atlético se impulsó, espoleado por las alas de la ilusión, hasta conquistar una Liga, una final de Champions y una Supercopa. Todo comenzó con aquel vuelo sin motor, rubricado con un certero cabezazo picado. “He visto el gol varias veces, fue de locos. Nunca lo olvidaré, no solo porque mi hijo ya podía defenderse en el colegio de los niños que le decían que el Madrid siempre le ganaba al Atlético, sino por todos los hinchas del Atleti que fueron al campo ese día sabiendo que teníamos muy pocas opciones de poder ganarles”. Aquella noche, Miranda demostró lo que muchos soñaban más fuerte que nadie: sí, se podía.
Meses antes de su gran noche, Miranda parecía deprimido, no había respondido a las expectativas de su fichaje, supuraba desconfianza y transmitía inseguridad. Si cometía un error, se venía abajo. Joao, como el Atlético, estaba en horas bajas. De hecho, hacía honor a su apellido: solía hacer de Miranda. Con el Atlético al borde del abismo y la paz social en peligro, llegó Simeone al banquillo, como penúltimo escudo humano de la propiedad. El Cholo se propuso ser la vitamina B-12 capaz de reactivar a un equipo moribundo y trazó un plan de choque: recuperar la autoestima del vestuario. Sin grupo, no tendría equipo. Frenó la venta de Koke al Málaga, convenció a Falcao de que el equipo iba a jugar para él, pidió a Godín que fuese el líder y transmitió a Gabi que era el mejor capitán que el club podía tener. Después, se reunió con Miranda. Quería hablarle cara a cara.
“Cuando llegó, el Cholo me llamó a su despacho y me dio confianza”. Simeone le dijo que si había sido el mejor defensa de Brasil, podía ser el mejor de la Liga. Le convenció de que, si se dejaba el alma, si peleaba cada pelota, si sólo se concentraba en ganarle cada balón al delantero rival, sería uno de los jugadores más queridos por la grada. Y sólo le pidió una cosa: 'Juega cada partido como si fuera el último”. Dicho y hecho. Poco a poco, sin prisa pero sin pausa, Miranda recuperó su confianza, cuajó como pareja de Godín y elevó sus prestaciones, hasta convertirse en un muro de granito, en un defensa autoritario y correoso. Pasó de prescindible a seguro de vida. Sin exquisiteces con la pelota, pero con buena ubicación, personalidad y aplomo en la marca, se convirtió en uno de los símbolos más respetados para la hinchada del Atlético, que siempre estará en deuda con él.
Familiar, tranquilo, discreto, amable y comprometido, Miranda, hijo de unos recolectores de naranjas a los que ahora manda dinero cada mes, cierra una etapa dorada de 178 partidos como rojiblanco, en los que ha marcado 13 goles y ha levantado cinco títulos, siendo internacional con Brasil, su sueño de la infancia. Se va al Inter, con la satisfacción del deber cumplido y con el cariño abrumador de una afición que jamás, pase lo que pase, podrá olvidar la noche en la que un padre se empeñó en hacer feliz a su hijo en el colegio. Miranda se va del Atlético con la cabeza bien alta. La suya cambió la historia.
Había anunciado que quería ganar por su hijo, que era objeto de burlas de otros niños en el colegio por ser del Atleti. Y ahí, en mitad de una prórroga titánica, con los planetas alineados para que el Madrid estrellase su pegada contra la madera y el Atlético soltase de la mano a su eterna amiga mala suerte,...
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Rubén Uría
Periodista. Articulista de CTXT y Eurosport, colaborador en BeIN Sports y contertulio en TVE, Teledeporte y Canal 24 Horas. Autor de los libros 'Hombres que pudieron reinar' y 'Atlético: de muerto a campeón'. Su perfil en Twitter alcanza los 100.000 seguidores.
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