Análisis
El rey de tréboles y el armario de Blair
El proceso de desbaazificación que impuso la Administración Bush ha acabado con la irrupción del Daesh en esa amplia zona sin ley en la que campa entre Irak y Siria
Joan Cañete Bayle 25/11/2015
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Cuando uno busca en los cajones corre el riesgo de encontrar algo. El otro día estaba en ello y tropecé con la que probablemente es la baraja de cartas más infausta de la historia: la que creó Estados Unidos en el 2003 con motivo de la guerra de Irak para ayudar a sus tropas a identificar a las figuras más prominentes del régimen de Sadam Husein. Mi baraja no es la oficial, es una versión de baratillo que compré en un mercado de Bagdad en abril del 2003. Extraje un naipe al azar y allí estaba, mirándome con su bigotito pelirrojo, saludando marcialmente a la cámara, de uniforme y con una boina militar, el rey de tréboles, Izzat Ibrahim al Douri. Fue un golpe de efecto del azar, ya que la vida de Al Douri --el dirigente de mayor rango del régimen de Sadam que logró escapar de los soldados de Estados Unidos a pesar de que sobre su cabeza pendía una recompensa de diez millones de dólares-- es historia viva de Oriente Medio, de lo que fue y de lo que es ahora. Confieso que cuando me enteré de lo que parece su definitiva muerte el pasado mes de abril pensé que me encantaría titular un perfil suyo como “Tal vez el hombre más influyente del Oriente Medio actual”, aun a sabiendas de que es un mal título y de que sería una licencia tal vez excesiva, puesto que hay muchos que compiten por ese puesto con argumentos muy sólidos.
Por ejemplo, Paul Bremer. Muchas veces he imaginado a Bremer, en el atuendo de traje, corbata y botas militares que lo hizo famoso, sentado en su despacho de la zona verde de Bagdad con una pluma en la mano y ante él dos documentos. El 16 de mayo del 2003, el jefe de la ocupación estadounidense de Irak firmó la llamada Orden Número 1 de la Autoridad Provisional de la Coalición, por la que prohibió el partido Baaz y que sus miembros trabajaran en la administración del nuevo Irak. El 26 de mayo, firmó la Orden Número 2 de la Autoridad Provisional de la Coalición, por la que desmanteló el Ejército iraquí. No se entiende lo sucedido desde entonces en Irak (y después en Siria) sin la firma de estos dos documentos. El proceso de desbaazificación que impuso la Administración Bush y que empezó con esas dos firmas ha acabado con la irrupción del Daesh en esa amplia zona sin ley en la que campa entre Irak y Siria. Del Baaz al Estado Islámico, por decirlo en formato de tuit. A eso se refería Tony Blair cuando recientemente, y adelantándose a la que probablemente le va caer encima cuando se publique el denominado Informe Chilcot, dijo: “Pido disculpas por nuestro error en entender qué sucedería después de derrocar el régimen” (en Irak).
Lo que sucedió fue, entre otras cosas, Izzat Ibrahim al Douri. Tikriti de origen como Sadam y superviviente del núcleo que protagonizó el golpe de Estado de 1968, cuando empezó la guerra Al Douri era el número dos del régimen (vicepresidente del Consejo del Mando de la Revolución) y, como tal, era conocido por su mano dura en la represión y asesinato de miles de kurdos y chiíes. Con la caída del régimen, Al Douri, junto a muchos de esos cuadros medios suníes y sufíes del Baaz con formación militar (o exmilitares) que los dos papelitos firmados por Bremer habían dejado fuera del Estado, sin trabajo ni posibilidad de tenerlo, se pasó a la clandestinidad y empezó a formar la insurgencia bajo dos premisas: su carácter suní (por lo tanto, enfrentada a los chiíes que se disponían a gobernar el país junto a los invasores con su propia dosis de sectarismo larvada durante décadas de sangre, discriminación y represión) y su rechazo a los ocupantes.
Con sus contactos en Siria intactos, Al Douri formó muy pronto el núcleo del Ejército de los Hombres de la Orden Naqshbandi, y se convirtió en el líder de lo que quedaba del Baaz en Irak
Con sus contactos en Siria intactos, Al Douri formó muy pronto el núcleo de lo que sería su milicia, el Ejército de los Hombres de la Orden Naqshbandi, y se convirtió en el líder de lo que quedaba del Baaz en Irak. Entre el 2003 y la salida de las tropas estadounidenses ordenada por Barack Obama, el rey de tréboles se convirtió, a ojos del espionajes estadounidense, en uno de los hombres clave de la insurgencia. Washington considera que desde el principio Al Douri trabajó con Al Qaeda, formando esa alianza entre islamistas, líderes tribales suníes y exmilitares y cuadros del Baaz que en algunos aspectos era antinatura pero que se sustentaba en su carácter suní, su oposición a Estados Unidos y su odio a las milicias chiíes y, por tanto, al Gobierno de Irak y a Irán, un actor clave. En la red de redes de la insurgencia, Al Duri proporcionaba experiencia, organización y reputación. En esos tiempos, varias veces se informó, erróneamente, de su muerte.
El pacto con el islamismo, decíamos, era antinatura. Primero porque el ideario del Baaz es laico, y tradicionalmente sus principales enemigos interiores habían sido los islamistas. Segundo porque Al Duri era sufí, una corriente del Islam que el fundamentalismo al estilo Daesh rechaza. Pero Al Duri había construido después de la primera guerra del Golfo vínculos con elementos religiosos de Irak al dirigir lo que se llamó la Campaña de Regreso a la Fe que impulsó el régimen después de la derrota en la aventura belicista en Kuwait. En aquellos tiempos se construyó la mezquita de la Madre de Todas las Batallas en Bagdad, se incorporó a la bandera de Irak la inscripción Allahu Akbar y Al Duri permitió a los religiosos sunís mayor radio de acción política al mismo tiempo que endurecía la represión contra los chiíes. El Baaz se encerraba en sí mismo y sacrificaba sus principios ideológicos de panarabismo laico (a aquellas alturas, prácticamente inexistentes, todo hay que decirlo) por pura superviviencia ante los que había señalado como enemigo exterior e interior. Tras la invasión, cuando los suníes se vieron amenazados por los chiíes, sus milicias y el nuevo Gobierno, los jefes tribales se convirtieron en aliados naturales de Al Duri. Pero el germen estaba allí antes de la invasión para quien quisiera verlo. Obviamente, ninguno de los que intercambiaron chascarrillos en la cumbre de los Azores quiso. Lo siento por Tony Blair, pero ni la ignorancia ni los famosos “informes erróneos del espionaje” son eximentes ni atenuantes.
Tras la invasión, cuando los suníes se vieron amenazados por los chiíes, sus milicias y el nuevo Gobierno, los jefes tribales se convirtieron en aliados naturales de Al Duri
Problemas de salud parecieron sacar a Al Duri de la escena (que no a su milicia) hasta que el Daesh hizo su entrada triunfal en la escena internacional al ocupar Mosul y Tikrit en el verano del 2014. Entonces, Al Duri reapareció en una cinta de audio en la que animaba a los suníes a unirse a las filas del Estado Islámico.
A partir de entonces, mucho se ha escrito sobre la relación (sujeta a altibajos) de Al Duri en particular y de lo que queda del baazismo en general con el Daesh. En un famoso reportaje, The Washington Post afirmaba que el Baaz aportaba líderes militares, entrenamiento y las redes de contrabando construidas en los 90 para romper el bloqueo internacional a Irak. En otro artículo, The New York Times cita directamente al Ejército de Naqshbandi del rey de tréboles. En una especie de reivindicación a posteriori, los servicios de espionaje establecen ahora el vínculo entre el Baaz y el islamismo de Al Qaeda y Daesh que esgrimieron erróneamente en el camino a la guerra cuando relacionaron el 11-S con Sadam Husein. Entonces erraron, y ahora también erran al considerar que el vínculo que pueda haber hoy es la prueba de que entonces acertaron. Lo de ahora es consecuencia de ese error garrafal, de esa baraja en la que Al Duri era el rey de tréboles y que encontré el otro día en uno de mis cajones.
Se puede discutir la medida de implicación de lo que queda del baazismo en Daesh, no que existe. Ambas partes consideran como enemigos a los chiíes, Irán, el Gobierno de Bagdad y las potencias extranjeras, y ambas partes cuentan con el apoyo de los suníes iraquíes que se consideran abandonados por el Gobierno en la última década. El pasado abril, se anunció la muerte de Al Duri otra vez en un combate entre sus milicianos y guerrilleros chiíes en las montañas de Talal Hamrin, cerca de Tikrit. Para probar su muerte, los milicianos chiíes organizaron un marcha por Bagdad para mostrar su cadáver, con su identificativa barba pelirroja, dentro de un ataúd de cristal. El desfile fue retransmitido por la televisión iraquí en directo.
El Baaz, entre otras iniciativas, decidió nacionalizar los pozos de petróleo para que dejaran de estar en manos de empresas de antiguas potencias coloniales
Las fotos de Al Duri en el féretro transparente poco tienen que ver con la altivez con la que saluda marcialmente en la fotografía que ilustra el naipe del rey de tréboles. Algo similar sucede con el propio Sadam Husein, de quien la última imagen que tenemos es la de su ejecución en la horca en el 2006. Es inevitable al repasar uno a uno los naipes de la baraja recordar las voces que se alzan desde Occidente tras barbaridades del Daesh como la de París exigiendo al mundo árabe su Ilustración, un proyecto modernizador. Nadie parece recordarlo, pero ese era justamente el proyecto fundacional del Baaz. El inconveniente es que, entre otras iniciativas, decidió nacionalizar los pozos de petróleo para que dejaran de estar en manos de empresas de antiguas potencias coloniales. Si hablamos solo de Irak, este país lleva en guerra ininterrumpida con Estados Unidos desde la primera guerra del Golfo. Cambian los presidentes (Bush, Clinton, Bush, Obama), los enemigos y los ‘casus belli’, lo que no cambia es EE. UU. haciendo la guerra en Mesopotamia (y eso si no contamos que la guerra Irán-Irak también fue una guerra que Washington combatió de una forma u otra, que es ser muy generoso no hacerlo). ¡Así cualquiera se vuelve ilustrado! Como decíamos antes: del Baaz al Estado Islámico, ese es el resumen del proceso de involución que tan bien personifica el rey de tréboles.
Cuando Blair pide perdón, cuando se habla del vacío político en el que ha nacido el Daesh, cuando se establece un vínculo entre la invasión del 2003 y los atentados de París, la tendencia es pensar que esa relación es emocional: los musulmanes y árabes humillados, empobrecidos y furiosos que se echan en brazos del Estado Islámico porque ya no tienen nada que perder. Hay mucho de eso, sobre todo, como motivación. Pero también hay consecuencias, causas y efectos, correlaciones de fuerzas. Mover una pieza en un tablero tan complejo equivale a la redistribución de todas las demás y a la creación de nuevos escenarios en la partida. Por ese motivo pide perdón Blair, porque en efecto fue un error no entender qué sucedería después de derrocar el régimen. Pero la ignorancia, decíamos, no es eximente ni atenuante, al margen de que es muy generoso considerar que quienes asistieron a las Azores eran unos ignorantes y no unos dirigentes políticos con unas ideologías e intereses concretos que en el mejor de los casos eligieron qué informes oír y cuáles desechar y en el peor, ni eso. De la misma forma, el perdón y la justicia son asuntos diferentes. Porque si yo rebuscando en mis cajones encuentro una versión de baratillo de la famosa baraja, ¿qué aguardará a Blair cuando abre su armario?
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Joan Cañete Bayle
Periodista y escritor. Redactor jefe de 'El Periódico de Catalunya'. Fue corresponsal en Oriente Medio basado en Jerusalén (2002-2006) y Washington DC (2006-2009). Su última novela publicada es ‘Parte de la felicidad que traes’ (Harper Collins).
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