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Versión: La Biblia de Nuestro Pueblo
Traducción: Luis Alonso Schökel
Ediciones Mensajero, 2011
55 páginas
Esta semana he querido hacer un experimento. Aprovechando que es Navidad, he abierto un libro que tenía pendiente desde hacía tiempo y nunca me animaba a abrir: la Biblia.
Es uno de esos libros presentes en cada casa y que pocas veces se leen. Pero es muy repetido aquello de que la Biblia puede leerse como literatura, de que puede ser apreciada por creyentes y ateos, pues nuestra cultura viene en parte de ese libro y lo que representa. ¿Es así? En mi opinión, no del todo.
Reconozco que para esta reseña no he leído la Biblia entera; he hojeado cada uno de sus libros para familiarizarme con su estructura y me he centrado en su evangelio más conocido, el de Juan.
Me he llevado la primera sorpresa al comenzar. Dicen los primeros versículos: “Al principio ya existía la Palabra”. ¿Cómo? ¿Y el Verbo? Se han realizado multitud de traducciones de la Biblia a lo largo de los siglos. Sucede —al menos a mí— que ciertos versos se quedan grabados en la memoria, por haberlos leído u oído en canciones, libros, películas… a veces, incluso en misa. Leer una traducción diferente de estas frases ancladas en la memoria sorprende, como puede sorprender Otra vuelta de torno o La señora Bovary. Esta sensación se repetirá poco después, cuando se lee “La palabra se hizo hombre” en lugar de “El verbo se hizo carne”.
Seguramente son detalles que no tienen más importancia pero sirven de apoyo a una hipótesis que planteo aquí, una vez leído el evangelio: es imposible leer y entender la Biblia sin un conocimiento previo de la cultura e historia del cristianismo.
El texto de Juan comienza con un prólogo en el que presenta al héroe sin nombrarlo: habla de gloria, de hijo de dios, de luz… Es Juan Bautista quien introduce a Jesús con repeticiones un tanto crípticas: “Este es aquel del que yo decía: el que viene detrás de mí, es más importante que yo, porque existía antes que yo”.
Una vez introducido, describe cómo va encontrando seguidores, sus primeros milagros... Juan no habla de su nacimiento, infancia, huida de Nazaret, etc. Da todo eso por sabido gracias a evangelios anteriores. Los capítulos son breves estampas sin relación entre ellas; la mayoría son lineales y vemos cómo Jesús hace un milagro tras otro y gana seguidores, pero de vez en cuando Juan introduce un spoiler y avanza hechos del futuro. Hablaba, claro, para gente que ya sabía la historia de Jesús, pero necesitaba escucharla una y otra vez para fijarla en la mente.
Abunda la doctrina y muchos capítulos están destinados simplemente a recordar la preeminencia de Jesús sobre otros profetas. Esta vez, parece decir, es la definitiva. En ocasiones, los diálogos entre personas de la época y Jesús parecen una evolución (o distorsión) de los diálogos socráticos. El filósofo griego sacaba la verdad de dentro de las personas a golpe de preguntas, aquí todos preguntan y Jesús responde con metáforas, órdenes…
Es interesante la forma de narrar de Juan. Mezcla hechos puros (Jesús estuvo aquí, dijo tal) con doctrina religiosa en la que recalca una y otra vez la divinidad de Jesús y con spoilers de la traición y su final en la cruz. Como siglos después García Márquez, escribe que “intentaron detenerlo pero nadie le echó mano, porque no había llegado su hora”. Es fácil imaginar a Juan u otra persona leyendo estos textos en una asamblea (ekklesía) y mezclando diferentes tiempos narrativos, como un buen cuentacuentos frente a la hoguera, mientras los oyentes asienten y se emocionan.
Jesús va convenciendo a grupos de gente cada vez que habla o realiza un milagro. Aceptan su doctrina tras escucharle… casi siempre. En una ocasión, los judíos no creen que él sea hijo de Dios, que no vaya a morir nunca y que su existencia preceda a la de Abraham. Le lanzan piedras y Jesús debe esconderse y huir, una imagen que casa poco con la que tenemos en el imaginario colectivo.
Se suceden los milagros. Sana a un ciego y los judíos lo quieren matar por hacerlo en sábado (la respuesta de Jesús es, en cierto modo, lógica: “Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo”); cura a un niño y pide al padre que no diga que también lo ha hecho en sábado; resucita a Lázaro (aquí no hay “levántate y anda”, sino “sal afuera”) y muchos se convencen de su ascendencia divina, aunque pero también hay quien lo considera endemoniado.
Llegamos a la última cena. Aquí hay poca narración y mucha doctrina. Jesús lava los pies y asegura que alguien lo traicionará. Dice que se va a ir, va a ser crucificado y pide a sus discípulos que se amen, un último mensaje repetido varias veces en este capítulo (uno de los más largos del evangelio). Augura también que serán perseguidos y sólo su amor podrá serles de ayuda. No es difícil imaginar a los cristianos que vivieron en esas décadas (en torno al año 90, perseguidos, torturados y asesinados) escuchando estas palabras y sintiendo cierto consuelo. Parecen decir: “Jesús ya dijo que te iban a perseguir, pero es por un bien superior”.
El final es de sobra conocido: pasión, muerte y resurrección. El espíritu de cuentacuentos aparece de nuevo al final, con la frase que cierra el evangelio: “Quedan otras muchas cosas que hizo Jesús. Si quisiéramos escribirlas una por una, pienso que los libros escritos no cabrían en el mundo”.
Lo cierto es que he obtenido de la lectura del Evangelio según san Juan una imagen diferente a la que esperaba. No he encontrado tanta belleza, tanta literatura como pensaba. Tal vez los pasajes más poéticos se encuentren en otros libros de la Biblia, como el Eclesiastés, donde se pueden leer esos versos que dicen que hay un tiempo para cada cosa, o los Proverbios, donde se dan consejos para una buena vida, muchos de los cuales siguen siendo válidos.
La pregunta que me hago es: ¿puede leer y entender el Evangelio alguien ajeno a la cultura cristiana? ¿Puede leerlo y entenderlo igual que hoy leemos y entendemos las sagas islandesas o la Odisea? ¿Es posible obtener placer literario sin conocer la doctrina? En mi opinión, no es posible.
En gran medida porque yo, como lector en la España del siglo XXI, no puedo abstraerme de la educación recibida, de las canciones escuchadas con referencias bíblicas, de las metáforas asimiladas… Por muy ateos que seamos, aunque creamos que Jesús no existió y que es una construcción mítica, como otros héroes, es muy difícil leer este libro con distancia, sin pensar en lo que todavía hoy significa para millones de personas. La cultura cristiana está marcada a fuego.
Pero también porque el objetivo de la Biblia era precisamente educar a las personas en el cristianismo. Enseñar los orígenes, la historia remota, establecer pautas de comportamiento (que hoy nos resultan extrañas y, a veces, inmorales)... No todos los libros son iguales y no todos se leen con la misma facilidad; pero en pocos existe esa escritura meramente literaria (aunque la Biblia ha servido de inspiración para todo el arte posterior). En el caso del evangelio, es una herramienta para que la gente guarde en la memoria el mensaje de Jesús. Algo que, por cierto, funciona.
Versión: La Biblia de Nuestro Pueblo
Traducción: Luis Alonso Schökel
Ediciones Mensajero,...
Autor >
Raúl Gay
Periodista. Ha trabajado en Aragón TV, ha escrito reseñas en Artes y Letras y ha sido coeditor del blog De retrones y hombres en eldiario.es. Sus amigos le decían que para ser feliz sólo necesitaba un libro, una tostada de Nutella y una cocacola. No se equivocaban.
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