Los republicanos españoles, a su llegada a Francia
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Este mes se cumplen los 77 años de la Retirada, el éxodo masivo de españoles hacia Francia que se produjo tras la caída de Barcelona el 26 de enero de 1939 en manos de las tropas franquistas. Entre el 28 de enero y el 13 de febrero, y después de días de espera en las poblaciones cercanas a los principales puntos fronterizos como La Jonquera y Portbou, durmiendo al aire libre y en condiciones físicas y psicológicas deplorables con continuos bombardeos de la aviación franquista, unas 500.000 personas pudieron pasar la frontera francesa.
La recepción de exiliados por parte del gobierno francés distó mucho de ser satisfactoria. Las mujeres y los niños fueron separados de los hombres y destinados a improvisados centros de refugio en escuelas o viejos edificios, bajo un control más o menos estricto, mientras que la mayoría de hombres –y algunas mujeres- fueron conducidos a unos recién construidos espacios en las playas del sur de Francia, rodeados de alambradas, que fueron denominados “campos de concentración”. El primero de ellos fue inaugurado en una sección de la playa de Argelès y acogió a unos 75.000 internados. Luego seguirían otros como St Cyprien, Agde, Gurs… Las condiciones durante las primeras semanas fueron durísimas, sin agua potable ni estructuras sanitarias. La mayoría, soportó las noches lluviosas al raso, o entre hoyos hechos en la arena.
Sin duda, tal y como lo llevamos viendo durante meses en Europa, la atención a refugiados es tarea compleja, pero no por ello deja de ser una obligación social y política. Además, sucede a menudo que la complejidad justifica la emergencia por parte de la población autóctona de actitudes abiertamente hostiles hacia los refugiados. Parece que no hemos aprendido suficiente de una Europa cuyo siglo XX estuvo marcado por los desplazamientos internos forzados, las persecuciones políticas llevadas a cabo por las dictaduras, los genocidios armenio, judío y gitano, los campos de concentración y exterminio, y los grandes movimientos migratorios que ocasionaron el final de la Segunda Guerra Mundial y los procesos de descolonización.
El exilio español de 1939 coincidió con la aprobación unos meses antes del decreto de la Ley de regulación de extranjeros en suelo francés. En virtud de esta ley los extranjeros “sospechosos” podían ser internados en “centros especiales”. Si bien los españoles fueron el primer colectivo al que fue aplicada esta ley, le seguirían otros: los judíos y los gitanos.
El paso de la frontera de los exiliados españoles, y el tránsito a los campos de internamiento fueron suficientemente fotografiados. Algunas de estas imágenes han pasado a ser iconos de la vulnerabilidad de la población en tiempos de guerra y dictaduras. Estos días y a propósito de las imágenes que nos ofrece el duro y penoso periplo que están experimentando los refugiados a través de Europa algunas de las fotografías de los exiliados españoles se han vuelto a reactualizar a pesar del riesgo que conlleva la equiparación de situaciones. El paso de la frontera de los españoles en 1939 representó un conflicto dentro de una población en el interior de Europa, mientras que la actual situación crítica pone en juego el entramado ambiguo de las relaciones de Europa con los países de Oriente Medio en las que se movilizan tanto los intereses económicos como los ideológicos.
No obstante, sí que vale la pena señalar ciertos rasgos que hermanan las dificultades de acogida que encontraron los españoles en una Francia de pre-guerra, y las que encuentran hoy los refugiados que provienen de Siria, Irak, y Afganistán, y también los inmigrantes y refugiados que se encuentran en situación de total precariedad física y legal en Calais. De igual manera que en 1939 la prensa de izquierdas no se cansó de alertar sobre las condiciones deplorables en las que se encontraban los españoles internados en las playas, la prensa de derechas no paró de alentar el temor y el odio entre una población local ya alterada y aterrada por las circunstancias del momento histórico. Así, José Le Boucher el 3 de febrero de 1939 afirmaba en una tribuna en el diario conservador Action Française, que “una propaganda maquiavélica pretende que nos apiademos de estos fugitivos, desertores y asesinos", mientras que Jean Clair-Guyot en la también conservadora revista L’Illustration, publicaba un inflamado artículo el 18 de febrero de 1939 en el que responsabilizaba a los españoles de los continuos altercados en las poblaciones del sur de Francia.
La historia no se repite, efectivamente, pero sí que se repiten en ella los gestos, especialmente cuando pertenecen a los actos de barbarie que no han encontrado en la sociedad un límite para impedir ser expresados. Así, vemos hoy que los refugiados en tránsito en Europa son controlados y marcados con brazaletes, sus bienes confiscados en algunos países, y se dificulta su acogida, si no se niega, en muchos otros. Son la extensión real de aquellos « indeseables » en la Europa del siglo XX, pero, a diferencia de aquellos, hoy tienen legalmente reconocidos sus derechos en la Convención Europea de Derechos Humanos en vigor desde 1953.
El miedo al extranjero es propio de una modernidad que define la pertenencia a la colectividad a partir de lo propio y excluyente. El extranjero ya no es aquella figura legendaria que nos traía noticias de tierras lejanas, sino aquel que acecha nuestra seguridad a todos los niveles.
Dejando de lado las observaciones económicas –de las que cabe resaltar que incluso políticos nada sospechosos de « revolucionarios » señalan los beneficios que pueden aportar los refugiados-- nos queda convencernos de que el refugiado, dada su condición precaria, es potencialmente un aliado en el combate contra la injusticia social. En esto el pasado también nos enseña algo. Como ejemplo, la solidaridad de algunos españoles con la población francesa y la entrega de muchos en la lucha contra la ocupación alemana, como atestiguan muchos testimonios escritos tanto por españoles como por franceses. Es por la palabra que alcanzamos a ver en el otro al semejante. En este sentido es de destacar la iniciativa llevada a cabo por grupos de artistas voluntarios en varias poblaciones europeas de recoger el testimonio de los refugiados, y de dar a conocer sus voces y facilitar la circulación de las expresiones artísticas que representan esta dolorosa experiencia. Una manera certera de impedir la reducción de los refugiados a una masa anónima. Y un paso paralelo a la exigencia de una respuesta política urgente por parte de los países europeos para que resuelva no sólo su condición de « extranjeros » en Europa, sino para que active la responsabilidad europea en la guerras y conflictos armados en sus países de origen.
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Marta Marín-Dòmine es directora del Centre for Memory and Testimony Studies de la Laurier University en Canadá.
Este mes se cumplen los 77 años de la Retirada, el éxodo masivo de españoles hacia Francia que se produjo tras la caída de Barcelona el 26 de enero de 1939 en manos de las tropas franquistas. Entre el 28 de enero y el 13 de febrero, y después de días de espera en las poblaciones cercanas a los principales puntos...
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Marta Marín-Dòmine
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