Portada de La Stampa Sportiva, 1904
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Cuando el próximo 26 de marzo los ciclistas de la Gent-Wevelgem afronten, como todos los años, la decisiva subida al Kemmelberg, muchos no serán conscientes de estar pisando territorio sacro. Terreno regado por la sangre de tantos. Hace cien años. Durante la Gran Guerra. Cada uno de ellos tiene su historia. Alguna, como esta, particular, única. Nada menos que la del ciclista más joven que jamás haya corrido la Grande Boucle. Con todos ustedes, Camille Fily.
Un adolescente. Eso era Camille Fily en 1904, cuando se dispone a tomar la salida en el Tour de Francia. Nacido en 1887 en un pequeño pueblo al sur de Tours, Preuilly-sur-Claise (el mismo donde vieron la luz los legendarios hermanos Georget) tiene apenas 17 años recién cumplidos (los hizo el 13 de mayo) cuando se inscribe para correr esa prueba tan famosa que con solo una edición a sus espaldas ya hace soñar a todos los franceses. Curiosamente aquel 1904 las rutas galas verán también al participante más longevo de siempre, Henri Paret, un ciclista de Saint-Étienne que se planta en París con media centuria cumplida. Un tercio de siglo separa a estos dos aventureros en aquel lejano julio…
Aficionado al ciclismo desde joven, integrante ya de niño del SV Lochoise, Fily se dejó seducir por los repiques épicos y, sí, bohemios, que el primer Tour había ido regando en la prensa gala, y no dudó ni un momento en ser uno de los 88 valientes que el 2 de julio de 1904 se apretaban en París dispuestos a tomar la salida de la segunda edición. La más polémica. La que pudo ser la última.
Fily fue superando etapas y adversidades (ya el primer día 33 corredores se marcharon para su casa) en mitad de un clima extraño, tan apasionado como enrarecido. Todos hablan. Se dice que muchos corredores hacen trampas. Que apostan a sus compinches a lo largo del recorrido para que siembren de tachuelas la carretera. Que cogen trenes en mitad de la oscura noche, aquellas etapas maratonianas de mas de 400 kilómetros que regalaban muchas horas pedaleando sin luz. Los hay que, cuentan, llevan una pistola en los bolsillos de su ropa. Por si acaso. En Nantes la policía ha abierto fuego en medio de una trifulca entre público y deportistas, por razones que no quedan del todo claras. Hay, sí, miedo en algunos. La organización se muestra totalmente superada por el monstruo que ha creado. Demasiado grande, demasiado poderoso. En solo un año. Pero Fily sigue a lo suyo. Llegará a París en una extraordinario novena plaza. Está bien, a más de quince horas y media del ganador, Maurice Garin, pero ha conseguido entrar entre los diez primeros del Tour. Con 17 años. Proeza.
Al día siguiente de terminar la carrera el periódico L´Auto abre su edición con un enorme “La fin”. En páginas interiores Henri Desgrange, patrón de la carrera, se explica. No habrá jamás más Tours, lo ha matado su propio éxito. Fue una buena idea pero no podía durar, ya saben. En el fondo todos nos los temíamos, ¿no? Así que nuestro Fily será noveno en el último Tour de Francia. ¿Noveno? Veamos.
Han pasado meses desde que los ciclistas llegaron a París, el 2 de diciembre de 1904 se hace pública la noticia. Los cuatro primeros clasificados del Tour (Maurice Garin, Lucien Pothier, César Garin e Hippolyte Aucouturier) son descalificados. En este ambiente de tensión, violencia y trampas de lo más sofisticadas (en otras palabras, usar transporte público en lugar de pedalear), puede sorprender la razón por la que fue excluido el vencedor Maurice Garin: coger avituallamiento fuera de la zona permitida. Algo que hoy en día se resuelve con un puñado de segundos de sanción le costó a Garin la carrera y la exclusión por dos años de cualquier prueba ciclista…
Con todo esto Henri Cornet (“pseudónimo” artístico-ciclista de Henri Jardy) se proclama ganador de ese Tour. Contaba solo 19 años, el más joven triunfador de siempre, y había hecho parte de una de las etapas montado en coche... El otro adolescente, nuestro Fily, sube a una magnífica quinta plaza final… por poco tiempo, porque nuevas investigaciones elevan hasta 29 la cifra de ciclistas excluidos. Entre ellos Fily. Nada de quinta plaza. Por cierto, entre tantos problemas emerge la figura del cincuentón Paret --¿lo recuerdan?-- que finalmente será undécimo en la clasificación. Su retraso respecto de Cormet son unas considerables 32 horas…
Al año siguiente Camille Fily vuelve al Tour con ánimo de revancha. Vistiendo el maillot del equipo Guerin Cycles, obtiene una apreciable 14º plaza, siendo el primero de su escuadra. Es uno de los mejores corredores del mundo y tiene solo 18 años. Su futuro es esplendoroso…
A partir de ahí, nada. Se retira, abandona la bicicleta, no sabemos la razón. Las siguientes noticias que tengamos de nuestro Fily vendrán de un lugar muy ciclista, el Kemmelberg. Pero el contexto es completamente diferente. Trágicamente distinto.
Es 1915, diez años después de las últimas pedaladas de Fily en el Tour, y vemos a nuestro Camille enrolado en el Octavo Regimiento de Infantería francés. Champagne y Verdún, nada menos. Más tarde, Ypres. El horror más absoluto. Allí Fily se desenvuelve cual pez en el agua enviando mensajes a lo largo de toda la primera línea de batalla. Pedaleando de trinchera a trinchera. Para eso ha quedado el muchacho que fue quinto en un Tour siendo adolescente. Corriendo más que nadie en pos no ya de un trofeo, sino de otra mañana por ver, otra mujer por besar, otro cachito de vida por vivir. Ciclista en guerra. Pero aun falta el último acto de nuestra función. El más intenso. El decisivo.
En 1918 los germanos están preparando su ofensiva final, aquella que debería darles la victoria absoluta. Resuelto ya el frente oriental gracias al tratado de Brest-Litovsk con los bolcheviques, la dictadura militar en la que se ha convertido de facto Alemania tiene previsto atacar con todo en Bélgica y Francia, arrastrando a las tropas inglesas al Canal. Eso, piensan, hará que se retiren de los combates. El resto será cosa de días. Lo llaman Kaiserschlacht. La Batalla del Káiser. La que habrá de ser definitiva.
Dentro de las acciones que conforman esa gigantesca ofensiva destaca la dirigida contra una pequeña colina flamenca, apenas 156 metros de altura que, sin embargo, es un nudo de comunicaciones. Se llama el Kemmelberg, y Erich Ludendorff, el comandante de los teutones, ha priorizado su conquista. Nombre clave: Operación Georgette. El 17 de abril de 1918 el Cuarto Ejército Alemán ataca con todas sus fuerzas este aparentemente insignificante reducto, defendido por soldados portugueses, ingleses y, más tarde, galos. Por soldados como Camille Fily.
La batalla es cruenta. En un primer momento los aliados consiguen rechazar el ímpetu de la armada teutona, que, quizás, ha pecado nuevamente de querer abarcar demasiados frentes de batalla al tiempo (al mismo tiempo que en el Kemmelberg, se suceden ataques en un frente de varios cientos de kilómetros). Pero nada está ganado. El 25 de abril los del Reich vuelven a insistir. Es un choque sangriento, con los alemanes ahora vencedores. Pero la colina es demasiado importante y se producen continuos ataques y contraataques. Hasta finales de julio el Kemmelberg irá cambiando de manos, y regando de sangre inocente sus adoquinadas pendientes. Para entonces Fily habrá dado sus últimas pedaladas.
Fue un 11 de mayo, y Camille, el ciclista Camille, el soldado Camille, está transportando un mensaje en dirección a Millekruis, un poco al norte del Kemmelberg. En bicicleta, claro. Como siempre. Como toda su vida. La mala suerte, las prisas, la falta de sueño. Un disparo en la cabeza, limpio, certero. Y para la leyenda que se va Camille Fily. Dos días antes había cumplido 31 años. 14 antes había corrido su inolvidable Tour de Francia.
Hoy en el Kemmelberg hay un cementerio en el que reposan casi 6.000 cuerpos de soldados que jamás fueron identificados. Fily no es uno de ellos, puesto que su cadáver fue enviado a su familia, que le dio sepultura en el camposanto de Loches. Pero su vida, esa quedó en el Kemmelberg. En el mismo sitio donde en la actualidad se puede ver un enorme ángel de piedra que recuerda a los más de 200.000 jóvenes que encontraron su muerte en aquel apartado rincón de Flandes. En aquella cuesta de adoquines ásperos e irregulares. En aquel infierno en vida.
Cuando el próximo 26 de marzo los ciclistas de la Gent-Wevelgem afronten, como todos los años, la decisiva subida al Kemmelberg, muchos no serán conscientes de estar pisando territorio sacro. Terreno regado por la sangre de tantos. Hace cien años. Durante la Gran Guerra. Cada uno de ellos tiene su historia....
Autor >
Marcos Pereda
Marcos Pereda (Torrelavega, 1981), profesor y escritor, ha publicado obras sobre Derecho, Historia, Filosofía y Deporte. Le gustan los relatos donde nada es lo que parece, los maillots de los años 70 y la literatura francesa. Si tienes que buscarlo seguro que lo encuentras entre las páginas de un libro. Es autor de Arriva Italia. Gloria y Miseria de la Nación que soñó ciclismo y de "Periquismo: crónica de una pasión" (Punto de Vista).
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