Migrantes atrapados en Belgrado
Centenares de jóvenes magrebíes víctimas de las mafias pasan semanas durmiendo al raso a la espera de que sus familias les envíen 1.200 euros para pagar y cruzar la frontera con Hungría
Laura Galaup / Jesús Poveda Belgrado , 30/03/2016
Moshine muestra unas de las cicatrices fruto de una agresión por parte de las mafias de Macedonia.
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Han tenido que aprender a esperar y, por lo tanto, a distanciarse de la instantaneidad de las redes sociales. Ya están aburridos de refrescar el muro de Facebook y de contestar a sus amigos por WhatsApp, sobre todo porque ha llegado un momento en el que tienen pocas novedades. Centenares de migrantes llevan semanas varados en los alrededores de la estación de tren de Belgrado (Serbia). Viven en la calle a la espera de poder seguir su camino por Europa, llegaron antes de que se cerrasen las fronteras en los Balcanes aprovechando la ruta marcada para los refugiados.
Al llegar la noche en la capital de Serbia decenas de personas encaran las calles cercanas a la estación de ferrocarril. Algunos van cubiertos por mantas y se mueven en pequeños grupos de cuatro o cinco personas. Aguardan al paso de la clínica móvil de Médicos Sin Fronteras en los alrededores de la antigua terminal de tren.
“Los inmigrantes que tienen que cruzar la ruta de forma ilegal están expuestos al tráfico de personas porque tienen que desplazarse de forma clandestina”, reseña Francisca Baptista, portavoz de Médicos Sin Fronteras. El relato de los magrebíes atrapados en Belgrado reafirma esta argumentación. Durante días caminaron para cruzar Macedonia y llegar a Serbia. Mientras los demandantes de asilo procedentes de Siria, Iraq y Afganistán tuvieron las fronteras abiertas, ellos solo pudieron llegar a los Balcanes siendo sometidos al violento chantaje de las mafias.
Moshine tiene la marca de estas organizaciones por todo el cuerpo. “Mientras estábamos durmiendo en Macedonia, una mafia le intentó drogar con un líquido y cuando estaba ko le rajaron con un cuchillo en la zona de la boca”, indica en francés Annas, su compañero de viaje. Él frenó la agresión en cuanto se percató llamando a la Policía: “Moshine no se enteraba de nada. Los agentes le llevaron al hospital y cuando le dieron el alta le trasladaron a la frontera de Macedonia con Serbia”.
Estos jóvenes llevan un mes viviendo en Belgrado. El agredido continúa desorientado y acude con inflamaciones y secuelas del ataque a la unidad móvil que ha habilitado Médicos Sin Fronteras. Los empleados de esta ONG les proporcionan asistencia médica y psicológica, mantas y algunos alimentos básicos como galletas y agua. Moshine se levanta la camiseta y enseña otras cicatrices en la zona de los riñones y el pecho a la altura del corazón, y asegura que la mafia que le ha agredido quería “robarle sus órganos”.
Todas las personas varadas en Belgrado son hombres, procedentes en su mayoría de países del Magreb y pocos de ellos han cumplido más de 35 años. Los más realistas están esperando a que su familia y amigos consigan reunir 1.200 euros, la cantidad que les demandan las mafias para transportarles a Hungría. Los más idealistas están esperando a que “se abran las fronteras”. “A mi familia no le he contado que estoy durmiendo en la calle, que llevo una semana sin ducharme y que todo lo que tengo para comer diariamente es un paquete de galletas que me da Médicos Sin Fronteras”, cuenta Othmane, que pasa las horas sentado en el punto de encuentro por excelencia en la ciudad: frente a los andenes de la estación.
En los bares de la zona los migrantes se acomodan como pueden. Unos en torno a las regletas de enchufes para sus móviles, como si fueran hogueras alrededor de las que calentarse. Otros observando un partido de fútbol sala en la televisión. Los que quedan fuera, a pesar del frío, observan a través de los ventanales las nubes de humo de tabaco y escuchan la celebración de un gol. “Prueba con el nombre del bar y añade 2015”, Othmane y todos los demás conocen las contraseñas de las redes WiFi.
Una de las asociaciones que está vigilando su situación en los Balcanes, Moving Europe, emitió un informe en el que denuncia que la “pasividad del Gobierno serbio” deja a estas personas a expensas de las donaciones y la caridad de las organizaciones.
No ajeno a toda la retahíla de medidas europeas, durante las semanas en las que las fronteras estuvieron abiertas para los demandantes de asilo, Annas intentó continuar en dos ocasiones la ruta de refugiados por la vía oficial, cruzando la frontera con Croacia. “En el primer intento me cazó uno de los traductores contratados por el Gobierno para analizar si tengo acento de las zonas de las que provienen los demandantes de asilo. Y en el segundo conseguí pasar desapercibido pero me delató uno de los refugiados que iba detrás de mi”, cuenta.
Asegura que tiene amigos que han sido detenidos en Hungría tras cruzar la frontera y otros que lo han conseguido: “Me da envidia ver las fotos que publican en Facebook desde Francia o Bélgica. No quiero volver a Marruecos, es una cárcel”. Por eso, tras llevar varias semanas en Belgrado tiene claro que el próximo intento lo realizará a través de las mafias. “Si me pillan cruzando por Hungría de forma ilegal me cae un año de cárcel, pero ya me da lo mismo, me voy a arriesgar”.
Han tenido que aprender a esperar y, por lo tanto, a distanciarse de la instantaneidad de las redes sociales. Ya están aburridos de refrescar el muro de Facebook y de contestar a sus amigos por WhatsApp, sobre todo porque ha llegado un momento en el que tienen pocas novedades. Centenares de migrantes llevan...
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