Doug Henwood / Periodista
“Hillary Clinton es una sierva fiel del dinero y el poder”
Álvaro Guzmán Bastida Nueva York , 30/03/2016
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Doug Henwood (Nueva Yersey, 1952) es un veterano periodista, que publica en revistas como The Nation, Harper’s y Jacobin. Ha dedicado la mayor parte de su carrera al análisis económico, pero su último libro, titulado My Turn: Hillary Targets the Presidency, se centra en la figura política de Hillary Clinton. En él escribe: “Los argumentos a favor de investir a Hillary Clinton se resumen en que es mujer, tiene experiencia y es su turno”. Recibe a CTXT en su casa de Brooklyn, para hablar de la cacareada experiencia de Clinton, desde su juventud en Arkansas al Departamento de Estado, y ofrecer algunas pistas sobre quién es, y qué intereses representa, la favorita a la nominación del Partido Demócrata. Confiesa que tenía ganas de escribir un libro que criticase a Clinton desde la izquierda.
Normalmente no escribe sobre política electoral. ¿Por qué ha escrito este libro sobre Hillary Clinton?
El editor de Harper’s me pidió que escribiera sobre ella. Y pensé, ¿por qué no? Quise abordar la personalidad de Hillary, y también su carrera como símbolo de la cosificación y corrupción de nuestra política. Luego expandí el proyecto para hacer este libro. En cierta medida, es como Obama. Hay tanta gente que la odia por motivos deplorables: la misoginia le afecta a ella igual que el racismo a él. Pensé que estaría bien sacar algo a la luz pública para que se la odiase por motivos adecuados, como sus posiciones políticas.
¿A qué se refiere?
Bueno, sin duda es una persona muy sofisticada, inteligente y seria, y las críticas que la derecha vierte sobre ella son auténticas locuras, pero hay tanto que criticarle desde la izquierda, y también desde el punto de vista ético. Por ejemplo, su gusto por el secretismo.
Dice que nadie la estaba criticando desde la izquierda. ¿Era intocable?
Sí, incluso en círculos bastante liberales dentro del Partido Demócrata. Todos la saludaban como la candidata inevitable, y yo quise interrumpir esa inevitabilidad. Pero también ocurre algo curioso: por la extrema misoginia que ha tenido que soportar, la gente tiene miedo de parecer machista al criticarla. Y ha sido extraordinario ver cómo sus seguidores utilizan todas estas armas identitarias para contener cualquier crítica que se le hace. Cualquiera que le critique es un misógino.
El libro se centra en Hillary Clinton, y no habla de las alternativas que puedan existir. ¿Por qué no hay una mayor presencia de Bernie Sanders, por ejemplo?
Cuando escribí la mayor parte del libro no representaba una alternativa significativa, y me quise centrar en ella. Creo que Sanders perderá, pero ver cómo ha abierto estas fisuras en el Partido Demócrata ha sido fascinante.
¿En qué sentido?
Ha forzado a la mayoría de demócratas a oponerse frontalmente a una forma muy moderada de socialdemocracia. Eso resulta muy clarificador. Hay demócratas del establishment diciendo muy claro que “en EEUU no hay nada gratis: no podemos tener sanidad universal gratuita”.
¿Muestra la verdadera naturaleza del partido?
Sí. El Partido Demócrata vive una contradicción fundamental: es un partido del empresariado que tiene que pretender no serlo, por motivos electoralistas. Y Sanders está haciendo añicos ese pretexto, mostrando lo que de verdad es el partido.
¿Y qué es, qué representa, de verdad, el partido?
Creen que la derecha es tan poderosa que sólo se puede pelear a la defensiva, y tratar de preservar lo que nos queda de las conquistas de los treinta y los sesenta. No creen en ningún tipo de agenda positiva. Esta estrategia política no tiene ningún sentido: la derecha se hizo fuerte en parte gracias a su agresividad, su ambición, a que no le importó perder batallas, y enfrentarse a intereses poderosos. Y estos demócratas liberales van pidiendo perdón por la vida; tienen miedo, son defensivos.
¿Le parecen poco ambiciosos?
Es una mala forma de hacer política. En política, todo tiene que ver con lograr concesiones de la parte opuesta. No se empieza haciendo concesiones para luego hacer más. Obama hizo eso, desde que llegó al poder. Al principio parecía ambicioso, pero en seguida empezó a hacer concesiones a gente que solo quería derrocarle. Es extrañísimo.
¿Cree que la derecha estaría contenta con Clinton, como presidenta, dada esa actitud que ha descrito?
La derecha es maximalista. Lo quiere todo. También han tenido desde hace mucho una concepción ilusoria de Hillary Clinton como una especie de bolchevique encendida o una feminista radical. No la ven como la centrista que es. Pero parte de la élite corporativa estará encantada con Hillary, sobre todo si Trump o Cruz son los nominados republicanos. Los grandes bancos, como Goldman Sachs, entienden que hace falta un Estado que les rescate cuando se metan en problemas, y cuentan con Hillary para ello.
Muchos de sus críticos le acusan de ser neoliberal; otros dicen que es simplemente moderada y reformista; su libro apunta a un cierto conservadurismo. ¿Cuál es su ideología?
No creo que tenga una filosofía política coherente como Ted Cruz o Bernie Sanders. Es, ante todo, una sierva fiel del dinero y el poder. Tiene varias venas que compiten: es en cierta medida liberal en lo social, aunque llegó tarde al matrimonio gay, por ejemplo; ha dicho verdaderas barbaridades sobre los usuarios del Estado del Bienestar, que creo que vienen en parte de la ideología neoliberal, pero también de un moralismo metodista que nunca abandonó del todo. Se esfuerza por ocupar el centro y presentarse como una pragmática que ‘logrará hacer cosas’. La pregunta es: ¿hacer qué cosas?
En el libro, pasa mucho tiempo analizando el principio de su carrera en Arkansas, tanto como primera dama como en la abogacía. ¿Por qué es relevante algo que sucedió hace tantos años?
Hubo quien, cuando presentó su candidatura, defendía que por fin iba a poder desembarazarse del legado de su marido, y ser una progresista sin complejos. Creo que el libro demuestra que ese supuesto pasado progresista no existe. Lo que hay en su carrera es una devoción constante, duradera y prevalente en empujar al Partido Demócrata al centro y purgarlo de sus tradiciones más cercanas a los Derechos Civiles y el New Deal.
¿En qué consiste esa historia?
Debutó en la abogacía en Arkansas, defendiendo a Wal-Mart y Tyson Foods. Tyson es una empresa con un historial medioambiental nefasto pero que, cómo no, donaba mucho dinero a las campañas de Bill Clinton. Y Wal-Mart es notoria por su oposición a la actividad sindical y la discriminación salarial a las mujeres. Mi conclusión es que, después de ver su largo historial, no me creo una palabra de lo que dice en campaña.
En el libro habla de la estrategia de los ‘nuevos demócratas’ como un giro a la derecha, capitaneado por Bill Clinton. ¿Cuál fue el papel de Hillary en esa estrategia?
La trazaron juntos. Ella lideró el ataque a los sindicatos de profesores en Arkansas en los setenta, y le escribió el discurso de apertura de la Convención Demócrata en el que declaró su intención de “acabar con el Estado del Bienestar como lo conocemos”. Fueron socios políticos, con personalidades muy complementarias: ella es disciplinada, eficiente y capaz; él, anárquico, con una mente que corre en todas direcciones. Ambos son extremadamente inteligentes y sofisticados, lo cual es una excepción en la política americana. Es difícil imaginarse a ninguno de los dos llegando muy lejos sin el otro. Cuando él era gobernador de Arkansas, tenía presos que le servían la cena en la mansión del gobernador. Uno de ellos le cayó bien y descubrió que estaba condenado a cadena perpetua. Él le dijo a Hillary que quería indultarle. Y Hillary contestó: ‘Ni se te ocurra. Imagínate que sale de la cárcel y comete un crimen. Te van a echar la culpa a ti’. Ella siempre tuvo que poner coto a sus impulsos más generosos.
¿A cuándo se remontan sus ambiciones políticas?
Hillary y Bill empezaron a hablar muy pronto de The Journey, con J mayúscula, el viaje hasta llegar a la cima de la política nacional. Iban a ser ocho años de él, y luego ocho de ella. Pero sufrió mucho desgaste como primera dama, un puesto en el que tuvo mucha más responsabilidades que sus predecesoras. Fracasó estrepitosamente en su intento de reforma sanitaria, y tuvo que adoptar un segundo plano, centrado en las obras de caridad y temas como la lucha contra el cáncer.
¿De verdad fracasó por completo con la Sanidad? Hoy parece presumir de su papel entonces.
Fue un absoluto desastre. Si alardea de ello ahora es porque confía en la amnesia colectiva. El principal motivo por el que fracasó dice mucho de su personalidad política: formó un pequeño grupo de asesores a los que encargó que idearan una ley que iban a lanzar al Congreso como un ladrillo, pidiendo un voto positivo. No hizo nada para cultivar apoyos en el Congreso, y muchos senadores se sintieron ofendidos por su arrogancia con respecto al Parlamento. Tampoco hizo nada para ganarse el apoyo popular: fue una operación desarrollada en secreto por tecnócratas, el tipo de gente con la que se siente cómoda.
Tanto entonces como ahora se oponía a la sanidad universal y gratuita. ¿Lo hace por convicción o por defensa de los intereses de las élites financieras?
Bueno, es difícil saber si Hillary tiene convicciones políticas. En la medida en que las tiene, se parecen mucho a las del Partido Demócrata: no creen en los servicios públicos universales, sino que deben centrarse en la ayuda a los pobres, y estar sujetos a un escrutinio enorme basado en la necesidad de esa ayuda. Los servicios universales reducen el papel disciplinario del mercado en la vida de la gente: si tienes derecho a la sanidad, es más fácil dejar el trabajo; si la universidad te sale gratis, no tienes que preocuparte por aceptar un trabajo aburrido pero por el que te paguen bien hasta que pagues tus deudas: puedes convertirte en activista en vez de abogado. Les gusta esa constricción de la libertad de la gente que se consigue a través del mercado y unos servicios públicos limitados.
Eso suena bastante neoliberal…
Por supuesto. En ese sentido, es completamente neoliberal: todos somos pequeñas empresas, que debemos racionalizar nuestros actos económicos, en lugar de ciudadanos o trabajadores.
Ha mencionado su apoyo a la reforma del welfare ¿A qué se refiere?
Se trata de un programa que otorgaba a madres solteras pobres una serie de subsidios para ayudarles a salir adelante. No eran ningún lujo, pero pertenecían a esas madres por derecho. Si cumplías los requisitos, los obtenías: no había grandes barreras burocráticas, ni límite temporal. Los Clinton terminaron con eso, introduciendo en su lugar un programa temporal, que reducía el subsidio muchísimo, además de ponerle límite temporal. A los neoliberales no les gustaba que el subsidio fuera indefinido y, peor, que perteneciera por derecho a las madres solteras. Era demasiado generoso y demasiado permanente. Además, se aprovecharon del resentimiento racial, al tratarse de un subsidio que ayudaba desproporcionadamente a madres negras. Ocupar el espacio político de los republicanos al ponerse duros con este tema otorgó a los Clinton enormes réditos políticos.
¿Hillary Clinton apoyó esa reforma?
Fue una de sus impulsoras, y la siguió defendiendo durante años, incluso después de dejar la Casa Blanca. Cuando la economía entró en recesión, en 2001-2002, y sobre todo en la gran recesión de 2008, fue desastroso. Millones de mujeres y niños se vieron abocados a la pobreza. El programa que eliminaron los Clinton les hubiera ayudado muchísimo.
Sus críticos dicen de Clinton que “no es de fiar”. En el libro escribe que a menudo cuenta “medias verdades” para defenderse de las acusaciones de corrupción que la rodean. ¿Es una política corrupta? ¿Y cuál es su relación con la verdad?
Su relación con la verdad es muy casual. A lo largo de sus muchos años en la esfera pública ha demostrado no creer que todas las reglas que existen para los demás importen para ella. Cuando era abogada, en Arkansas, representó a compañías que hicieron negocios con el Estado cuando su marido era gobernador y fiscal general. Hay otros muchos escándalos que describo en el libro, como el de Whitewater, en el que unos documentos requeridos por el juez desaparecieron durante años y volvieron aparecer, cuando la orden judicial ya no pesaba sobre ellos, en un dormitorio privado de la Casa Blanca. Lo que se descubrió con esos papeles es que había trabajado 60 horas en un caso con el que había dicho no tener nada que ver. Eso es Hillary en estado puro: negar que algo ha sucedido, esconder las pruebas, y luego encogerse de hombros cuando esas pruebas aparecen y se demuestra que mintió.
En el libro dedica muchas páginas al supuesto tráfico de influencias en la Fundación Clinton.
Sí, es un asunto que huele fatal. Las cantidades que su marido cobró por dar discursos, su principal fuente de ingresos, se dispararon cuando ella llegó a la Secretaría de Estado.
Y luego está el asunto del servidor de los emails, en el que se ha descubierto que instaló un servidor privado para sus mensajes relacionados con el trabajo en la Secretaría de Estado
De nuevo, Hillary en estado puro. Sabía exactamente qué estaba haciendo. Lo instaló el día de su confirmación en el cargo. Y sospecho que algunos de los 30.000 mensajes que borró cuando se descubrió que lo había hecho tienen que ver con tráfico de influencias entre la fundación, sus donantes. Pero es algo que no sabremos, salvo que el FBI recupere el material borrado. La defensa partidista que se hace de todo esto es alucinante. No se puede hablar de ello sin que a uno lo acusen de ser un “republicano de extrema derecha”. Es absurdo.
Si todo esto es cierto, ¿cómo es que nunca se le ha descubierto ni imputado?
Es una buena pregunta. Cuando Bill dudaba sobre si presentarse a la Casa Blanca, su equipo manejaba una lista de 75 escándalos que podían causarle problemas, y muchos de ellos tenían que ver con su trabajo de abogada para grandes empresas en Arkansas, no sólo las aventuras sexuales de él. Pero se libró. Y también en los noventa, y después. Es muy buena. No sé qué sucederá con el asunto de los emails, aunque dudo que Obama deje que el Departamento de Justicia le impute en plena campaña. Pero el candidato republicano va a ir a por ella con la fundación, sobre la que hay material muy explosivo.
¿Como qué?
Todas las empresas que quieren ganarse el favor del expresidente, la senadora, la secretaria de Estado, o la futura presidenta, según el momento, les pagan cantidades ingentes por dar discursos. Pero además donan muchísimo dinero a la fundación, de la que ellos y su familia cobran salarios y gastos como viajes, comidas, etc. La fundación es ‘el negocio familiar’. A Bill le encanta estar en el centro de todo y tener a un montón de ricos y gente famosa invitada a las reuniones anuales, que son por supuesto opacas. Es en esa mezcla de dinero, fama y poder donde se mueven a gusto, y la Fundación Clinton es el instrumento perfecto para ello. Es también una extraordinaria herramienta para que él y sus amigos se sientan bien y piensen que están haciendo algo para mejorar el mundo, cuando es sobre todo una enorme maquinaria de relaciones públicas, que lava la imagen de esas corporaciones y grandes fortunas. Un estudio de The Wall Street Journal de hace unos años desveló que habían recaudado entre dos mil y tres mil millones de dólares.
¿Y no es con objetivos filantrópicos?
Gran parte se va a pagar salarios y unos gastos desorbitados. El trabajo humanitario de la fundación es, en algunos casos, bueno, y en otros, como en el caso de Haití, un desastre. Pero son siempre cuestiones de escala muy pequeña. En el libro comparó la Iniciativa contra el Sida de George W. Bush en África, financiada por el Estado y muy bien organizada, y que logró salvar muchos miles de vidas, con lo que hace la Fundación Clinton con el sida en Africa: pequeños proyectos de demostración, que consiguen muy poco salvo buenos materiales para los comunicados de prensa.
Clinton es amiga de Kissinger. ¿Comparten algo más que una amistad?
Él es una figura fascinante, que trabajó con demócratas y republicanos, con un sólo objetivo: el ejercicio del poder estadounidense. Y ella se alinea perfectamente con él. Él era sigiloso e implacable, igual que ella. Y es igual de belicosa que él, como demostró con su voto en Iraq, su cercanía a Netanyahu, su manera agresiva de impulsar la intervención en Libia o su intención de entrar de lleno en Siria. Dudo que tuviéramos un acuerdo con Irán si hubiera seguido como secretaria de Estado. Y luego está su apoyo al golpe de Estado en Honduras. Su instintos son muy agresivos y militaristas, como los de Kissinger.
Hillary Clinton dijo que representaba “a Wall Street” como senadora. ¿Fue un tropiezo?
Para nada. Ha sido muy amiga de Wall Street desde el principio de su carrera. Sus políticas están muy cerca de las preferencias de Wall Street. Hay afinidades muy claras, bien engrasadas por la desregulación del sector por parte de su marido en los noventa y ahora por la Fundación Clinton. La gente de Bernie cree que, al pagarle casi un millón de dólares por discurso, Goldman Sachs estaba comprando su favor. Hay algo de cierto en eso, pero creo que, ante todo, es un voto de confianza. Es ‘una de los nuestros’.
Habla de que cuando era secretaria de Estado viajaba con una lista de empresas por las que hacer lobby.
Sí, se sentaba con un antiguo ejecutivo de Goldman Sachs y, antes de salir a cualquier viaje, preparaban una lista de todas las grandes empresas, como Boeing, por las que podía hacer labor de ‘ventas’ mientras visitaba las capitales de los países.
Si la elección termina dirimiéndose entre ella y Trump, mucha gente esperará de alguien como usted que apoye a Clinton.
Como digo al final del libro: si alguien me dice que hay votar a Hillary Clinton como alternativa al lunático que presenten los republicanos, porque sería “menos mala”, escucharé sus argumentos con respeto, y no tendré nada que discutir. Pero que nadie trate de venderme que hay nada realmente bueno en ella. Incluso si la gente termina votando a Hillary, quiero que sepan cómo es de verdad, no tanto a través de sus anuncios de campaña o lo que dicen sus fans, sino que se familiaricen con su largo historial en la vida pública. Y eso debería ayudar a que esa gente que le vote por ser el mal menor le presione desde el primer día, sin darle el beneficio de la duda como hicieron con Obama, que no tuvo críticos en la izquierda. Espero que eso no pase con Hillary.
Doug Henwood (Nueva Yersey, 1952) es un veterano periodista, que publica en revistas como The Nation, Harper’s y Jacobin. Ha dedicado la mayor parte de su carrera al análisis económico, pero su último libro, titulado
Autor >
Álvaro Guzmán Bastida
Nacido en Pamplona en plenos Sanfermines, ha vivido en Barcelona, Londres, Misuri, Carolina del Norte, Macondo, Buenos Aires y, ahora, Nueva York. Dicen que estudió dos másteres, de Periodismo y Política, en Columbia, que trabajó en Al Jazeera, y que tiene los pies planos. Escribe sobre política, economía, cultura y movimientos sociales, pero en realidad, solo le importa el resultado de Osasuna el domingo.
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