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El Estado Islámico, ISIS o DAESH acaba de perder su posición en Palmira y la ciudad, Patrimonio de la Humanidad, ha vuelto a ser nuestra. Poco importa que la haya recuperado el ejército comandado por Bachar Al Asad, el dictador que hasta hace muy poco estaba entre los cinco más odiados por nuestros expertos en política internacional. Gracias a atentados como los de París y Bruselas, hemos adaptado la realidad a nuestro pensamiento simple y ya tenemos claro que el enemigo de verdad es uno, aunque tenga demasiados nombres.
Las noticias que cuentan lo de Palmira esconden un anhelo muy europeo de recuperar la normalidad, de tapar el show del horror (¿la vida misma?) con el espectáculo de la belleza, aunque sea recreada. Ya se ha podido leer que la ciudad volverá a ser lo que fue gracias a la impresión 3D y ya nos imaginamos viajando allí, disfrutando de su historia y de sus piedras de mentira y, además, orgullosos de estar ayudando, con nuestro dinero, a la recuperación después de la pesadilla escrita y dirigida por el islamismo radical.
Esa Palmira recreada por nuestra imaginación festiva y 3D bien podría ser una de Las ciudades invisibles que narra Marco Polo a Kublai Kan en el fantástico libro de Italo Calvino. Un ciudad bellísima (re)construida sobre un charco de sangre y sufrimiento, un lugar que nos conmueve por lo estético y que nos define por nuestra ética, ésa que nos ha llevado a olvidarnos de toda la gente que salió de allí para ir a pedirnos ayuda y a la que nosotros respondimos cerrándole las puertas en las narices y lanzándola a las fauces de los policías turcos.
A los europeos nos la refanfinfla Europa pero le damos mucha importancia a los valores europeos, los que evolucionaron de la Revolución Francesa al menos en nuestro imaginario colectivo. A la mínima que nos ponen una bomba o nos entra alguien en clase con la cabeza cubierta con un pañuelo, sacamos la lista de cosas que no sólo pensamos que nos definen, sino que estamos convencidos de que tienen que definir al resto del mundo. No nos damos cuenta de que esa lista de valores sólo es el retrato de nuestro fracaso.
Mira las noticias recientes y piensa. Europa no es capaz de mantener el orden, aprovecha cualquier excusa para recortar la libertad y se niega sistemáticamente a ser solidaria.
Y, ahora, te dejo leer la reflexión de Kublai Kan en el texto de Calvino: “En la vida de los emperadores hay un momento que sucede al orgullo por la amplitud desmesurada de los territorios que hemos conquistado (…), es el momento desesperado en que se descubre que ese imperio que nos había parecido la suma de todas las maravillas es una destrucción sin fin ni forma, que su corrupción está demasiado gangrenada para que nuestro cetro pueda ponerle remedio, que el triunfo sobre los soberanos enemigos nos ha hecho herederos de su larga ruina”.
Creo que estamos a punto de llegar a ese momento que describía el escritor italiano. Nosotros, los ciudadanos europeos que asistimos a toda esta miseria como si fuese un espectáculo, un relato de ficción, somos esos emperadores; estamos tan borrachos de orgullo que no vemos cómo la vida se ríe de nuestra derrota. Hasta ahora. Insisto, creo que algo está cambiando y que estamos empezando a ser conscientes de nuestra podredumbre. Sería la mejor peor noticia posible.
El Estado Islámico, ISIS o DAESH acaba de perder su posición en Palmira y la ciudad, Patrimonio de la Humanidad, ha vuelto a ser nuestra. Poco importa que la haya recuperado el ejército comandado por Bachar Al Asad, el dictador que hasta hace muy poco estaba entre los cinco más odiados por nuestros...
Autor >
Pedro Bravo
Pedro Bravo es periodista. Ha publicado el ensayo 'Biciosos' (Debate, 2014), sobre la ciudad y la bicicleta, y la novela 'La opción B' (Temas de Hoy, 2012). En esta sección escribe cartas a nuestro director desde un lugar distópico que a veces se parece mucho a éste.
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