JAZZ
Ella Fitzgerald, la dueña de la improvisación
Ayax Merino 27/04/2016
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Ella Jane Fitzgerald, la gran cantante Ella Fitzgerald, Lady Ella, dio sus primeros vagidos en Newport News, Virginia, el 25 de abril de 1917, tras haber salido del claustro materno, claro. Vamos, que nació tal día.
Al poco sus padres se separaron, o su padre se largó con viento fresco y las dejó solas a las dos desamparadas, que allá se las arreglaran como mejor supieran, abandonadas a su suerte. Ambas, pues, tomaron el portante y se plantaron en Yonkers, Nueva York, donde se acomodaron con un antiguo novio de la madre, Joe llamado. Tiempo después los tres dejaron de serlo y se convirtieron en cuatro cuando nació Frances, su hermanastra.
Vida humilde. Joe se ganaba los garbanzos de peón con un pico y una pala y su madre en una lavandería, así que Ella ayudaba como podía con trabajillos esporádicos que encontraba aquí y allá. Vida humilde, sí, pero endulzada por el cariño.
Y la tragedia hizo su aparición. La muerte, que todo lo deshace, entró por los umbrales del humilde hogar y le arrebató la vida a su madre. Huérfana a los quince años, Ella permaneció con su padrastro y su hermanastra una breve temporada y luego fue recogida por una tía. No mucho más tarde, la muerte, que nunca descansa, se llevó al pobre Joe y Frances se fue a vivir con Ella y su tía.
Malos tiempos. Se conoce que Ella encajó mal los despiadados golpes de la vida, que zurra con saña. La rabia, el dolor, la ira ciegan todo entendimiento. Y la muchacha se descarrió y anduvo desencaminada, sin rumbo. Que empezó a meterse en líos con la policía y terminó encerrada en un reformatorio. De mal en peor, la chiquilla intentó escaparse varias veces y, según cuentan, sufrió vejaciones y malos tratos.
Vida dura, vida aperreada, cruda vida, vida infeliz. La chavala, recia ella, Ella fuerte, a base de redaños logró sobreponerse y encontrar la senda perdida.
En 1934 llegó su gran oportunidad cuando se presentó a un concurso de aficionados en el teatro Apolo. La joven Ella se subió al escenario por vez primera, las piernas temblorosas, un nudo en la garganta. Hasta que se arrancó a cantar. Y el miedo se fue como el humo. Ganó el concurso, claro. Benny Carter, que por allí andaba y la oyó cantar, prendado quedó de su voz, rendido. Y, generoso, sin pensárselo dos veces, decidió echarle un capote. Y se lo echó, ya lo creo. Le dio el empujón necesario, el empujoncito justo. Ese fue el inicio de una bella amistad, una amistad que les unió toda la vida.
En 1936 grabó su primer disco. Y en 1938 el éxito y la fama, con otro disco que se vendió como si lo regalaran, como si fuese gratis
Y así, poco después, Ella Fitzgerald entró en la banda de Chick Webb. En 1936 grabó su primer disco. Y en 1938 el éxito y la fama, con otro disco que se vendió como si lo regalaran, como si fuese gratis.
Pero la muerte, que nunca está ociosa, se llevó por delante a Chick Webb en 1939. Y no le quedó más remedio a la Fitzgerald que hacerse cargo de la orquesta. Hasta que no pudo más y, agobiada por tanto afán, disolvió la banda apenas un par de años después.
Ya era libre de ir a sus anchas, desembarazada. Para hacer lo que quería, cantar y cantar y luego cantar. Con un trío, con una orquesta, con unos y otros, Ella estuvo siempre acompañada por los mejores músicos. Sin ir más lejos, trabajó con Duke Ellington, Count Basie, Benny Goodman, Nat King Cole, Dizzy Gillespie, Louis Armstrong, Joe Pass, Oscar Peterson, Ray Brown. Bueno, con Ray Brown además se casó y adoptó un niño, Ray Brown hijo. Y luego con Norman Granz y el Jazz at the Philharmonic recorrió medio mundo. Y no contenta con eso, todavía tuvo tiempo para sacarse de la manga los discos esos, los llamados songbooks, dedicado cada uno íntegramente a un compositor, que si Ellington, que si Cole Porter, que si los Gershwin. Y así.
Su voz prodigiosa se elevaba por el aire y volaba señera, ave que hiende el cielo. Sensual, cálida, carnosa, dulce, elegante, fina, mas también desgarrada y áspera cuando se le antojaba, esta mujer dominaba todos los registros. Cuando se ponía a imitar un saxo o una trompeta, el tiempo se detenía, maestra consumada en eso que se llama scat: parabibi, pararara, piiiii, piiii, dubidubi, dubida, piuuuu. Cantar sin letra. La piel de gallina se me pone, todo estremecido.
Cuando se ponía a imitar un saxo o una trompeta, el tiempo se detenía, maestra consumada en eso que se llama scat
Una señora de los pies a la cabeza, toda una dama, pintiparado le iba el apodo que le pusieron, The First Lady of Song, sí, señor, la primera dama de la canción, o simplemente Lady Ella. Me quito el sombrero ante tal dama, una de las más grandes cantantes de jazz.
La vida entera sobre un escenario, durante años y años, de ciudad en ciudad y de país en país, Ella Fitzgerald no hizo otra cosa que dar un concierto tras otro, sacar un disco tras otro. Carrera larga y fecunda la suya, ya lo creo.
En 1986, una dolencia del corazón casi acaba con ella, operada a vida o muerte. Y encima, para acabar de jorobar la cosa, tuvo que apechugar con una diabetes. Pero no bajó los brazos y volvió a subirse de nuevo a un escenario, su lugar natural. La diabetes, inmisericorde, empeoraba. En 1991 dio su último concierto en el Carnegie Hall de Nueva York. Y la diabetes seguía minándola. Perdió las piernas, amputadas.
Y al fin descansó con el sueño eterno del que nadie despierta jamás. Murió en su casa de Beverly el 15 de junio de 1996. Pero su voz hiende el cielo todavía, hoy y siempre.
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Esta semblanza se puede escuchar también en el programa radiofónico Jazz en el aire.
Ella Jane Fitzgerald, la gran cantante Ella Fitzgerald, Lady Ella, dio sus primeros vagidos en Newport News, Virginia, el 25 de abril de 1917, tras haber salido del claustro materno, claro. Vamos, que nació tal día.
Al poco sus padres se separaron, o su padre se largó con...
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Ayax Merino
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