Goles golfos
El Cambados de las narcopesetas
A finales de los 80 una pequeña localidad gallega asiste al imparable ascenso de su equipo. Su presidente es Sito Miñanco, uno de los capos de la droga en Galicia
Toni Cruz 4/05/2016
Línea del campo.
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Cuentan que a Pablo Escobar y a su compinche Gonzalo Rodríguez, El Mexicano, les encantaba jugar a magnates del fútbol en la Hacienda Nápoles del Patrón. Desde allí, con el dinero blanco de la nieve esnifada, hacían y deshacían en su país. Escobar era paisa, del Atlético Nacional de Medellín –al que durante su mandato llevó a su única Copa Libertadores en 1989-- mientras que Rodríguez era del Millonarios de Cali. Ambos equipos se repartieron las Ligas durante finales de los ochenta y principios de los noventa. La aportación de los narcodólares y del “plata o plomo” contribuyó, paradójicamente, al brillante combinado colombiano dirigido en los noventa por Maturana (de él dijo en la biografía que le escribieron, aparte de que realmente no era seguidor del Atlético Nacional, que le parecía una persona interesante porque “quien logra hacer lo que él ha conseguido, partiendo en dos mitades la cronología del país y metiéndose quizás en su historia, debe de ser alguien de unas condiciones peculiares”).
Sirva para explicar cómo amaba Escobar el fútbol una historia verídica que sucedió durante una de las muchas persecuciones policiales que vivió en su vida. Uno de sus sicarios, de apodo El Popeye, armado hasta los dientes le protegía mientras su jefe no se despegaba de un transistor. De repente, paró en seco a su guardaespaldas quien se puso en guardia ante la posible llegada de los agentes: “-Pope, pope...”, “-Diga, Patrón”, “-Gol de Colombia”. Incluso estando en la cárcel, en 1991, organizó un partido para honrar a la Virgen de las Mercedes, al que acudió el Loco Higuita.
En Medellín querían a Escobar como un benefactor… como en Cambados, un bonito pueblo pesquero junto a las Cíes donde nació el Albariño de Fefiñanes, querían a José Ramón Prado Bugallo, al que todos conocían como Sito, de los Miñancos.
Al Sito Miñanco niño también le gustaba el fútbol y el menudeo. No se le daba mal, pero no como para ser profesional. Lo del fútbol, claro, porque en lo otro pronto destacó a las órdenes de la compañía tabaquera ROS hasta que un doble fondo insuficientemente hondo le condujo por primera vez a la cárcel en 1983. En Carabanchel hizo un máster en narcotráfico con uno de los miembros de la familia Ochoa de Medellín y salió con ganas. Pronto, pilotando sus embarcaciones con el nombre Sipra (Sito Prado), comienza a mover tabaco de contrabando con extrema facilidad. De ahí pasó a la cocaína, por mucho que él solía acuñar la frase “Yo fume (humo), sí; pero de fariña (harina), nada”.
El negocio es muy rentable y pronto España se llena del producto que importa Miñanco. Sus arcas se llenan, se compra un Ferrari Testarossa en el que pasea con orgullo y descaro sus ligues y el pelirrojo, como Oubiña, Charlín y otros, decide compartir sus sucios beneficios con su pueblo. Primero paga la construcción de una iglesia y acto seguido, y aquí empieza realmente esta historia, se hace con el Juventud Cambados, el modestísimo club de la ciudad.
Sito empieza a manejar un Cambados de Regional Preferente en 1986 y en dos años, a base de pasta, ya lo tenía en Tercera. En la 88-89 el equipo sube a Segunda B por vez primera –y última-- en su historia sacando 13 puntos al segundo clasificado (el Juvenil de Ponteareas, al que endosó un 6-1). En la recepción oficial dispensada al equipo en el ayuntamiento de la localidad, el alcalde del Partido Popular Antonio Pillado publica un bando en el que ensalza la labor de “gente sacrificada y entusiasta, que con su solo esfuerzo y dedicación consigue éxitos como éste”. Los periódicos locales alaban la gesta “cimérica e histórica” y destacan de Miñanco que es “un apasionado por un deporte en el que no logró triunfar como futbolista, pero sí como presidente”.
Ya en la categoría de bronce, con el dinero de Miñanco confeccionan un equipo poderoso con la idea de dar un salto más. Pero primero el salto lo da el Cambados al otro lado del océano. El presidente narcotraficante se lleva a su equipo a dar una gira por Venezuela y Panamá, donde había ayudado a llegar al poder a su amigo Manuel Antonio Noriega (y, de paso, a cambio se había ligado a una tal Odalis Rivera, que de algún modo estaba emparentada con el dictador). Allí llega a plantear a un colaborador de una cadena de radio que retransmitiese los partidos íntegramente para Galicia, sin lograrlo. Lo que sí logró fue ser recibido por el mismísimo embajador español en Panamá, que se retrató con la plantilla. El centrocampista Carlos Bericat, una de esas estrellas de aquel conjunto, contó: “Se dieron una serie de circunstancias especiales. Se juntaron una serie de jugadores muy buenos con un caché importante que por una serie de circunstancias acabaron jugando en el Cambados”. Las circunstancias. La pasta. La coca. Los eufemismos.
Y el Cambados, con el dinero de la fariña, sigue igual de bien en esa 89-90 en Segunda B. En el vetusto campo de A Merced los lugareños se frotan los ojos. Su equipo gana y gana y gana hasta terminar la temporada cuarto (en aquella época únicamente subía el campeón). Únicamente Celta y Deportivo estaban por encima del Juventud en ese momento en el fútbol gallego. En Cambados apenas residían 12.000 habitantes.
Pero el 19 de enero de 1991, después de la Operación Nécora orquestada por Baltasar Garzón, Sito Miñanco es condenado a veinte años de cárcel por un alijo de 300 kilogramos de cocaína. En la trena evocaría sus fastuosas fiestas donde invitaba a sus allegados, periodistas, jugadores y demás hombres de confianza del Cambados. De nada le sirvieron los recursos, ni que siempre fuera considerado un hombre justo y leal a los suyos (contaban que nunca abandonaba a un compañero enfermo o en apuros económicos o legales). Con su encierro comenzaba el hundimiento del Juventud de Cambados, que en la 94-95, ya sin las narcopesestas, estaba de vuelta a Regional Preferente. La última vez que el club sonó a nivel regional fue cuando la actriz porno e independentista catalana María Lapiedra se prestó a posar con su camiseta amarilla y a cantar su himno por la amistad que le une con un escritor local llamado Alfonso Cordal.
Miñanco, que ahora trabaja vigilando un parking en Algeciras aunque aún conserve parte de su fortuna, confesó alguna vez que dar tanto la cara por el fútbol fue su gran error. De aquella época queda en Galicia –aparte del dolor de las vidas que el angel dust arrancó-- el tema Teknotrafikante (farloppo ma non troppo), del grupo de folk-rock-punk Os Papaqueixos, en cuyo estribillo llaman a Sito Miñanco “preso político” y corean “Farlopa, farlopa, pa’ la tropa”.
Y, claro, el Juventud Cambados, que aún sobrevive siendo líder de Segunda Autonómica Gallega con su escudo en el que sigue flotando un barquito velero que cuando se fundó el club oscilaba hacia estribor pero que ahora se acuesta a babor. En el actual Juventud Cambados juega y disfruta de su pasión un centrocampista al que llaman Charli y cuyos dos apellidos son “Charlín Oubiña”. Y que, muy probablemente, no haya querido saber nada en su vida de la droga ni de las narcopesetas.
Cuentan que a Pablo Escobar y a su compinche Gonzalo Rodríguez, El Mexicano, les encantaba jugar a magnates del fútbol en la Hacienda Nápoles del Patrón. Desde allí, con el dinero blanco de la nieve esnifada, hacían y deshacían en su país. Escobar era paisa, del Atlético Nacional de Medellín –al que...
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