#Cincoañosdel15M
Del “no nos representan” al “runrún” de las instituciones
Ernest Marco Urrea 15/05/2016
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El 15M cogió a contrapié a la mayoría de movimientos en nuestro país. Recuerdo salir de algunas asambleas de la PAH y dirigirnos con varias compañeras a plaza Catalunya con las camisetas verdes, diluyéndonos estupefactas y entusiasmadas en la efervescencia que se vivía aquellos días. Hacía pocos meses que la PAH había empezado su campaña de “Stop Desahucios” y empezaban a aparecer algunas fotos y noticias en la prensa. Aunque nuestro movimiento despertaba una amplia simpatía en la opinión pública, apenas éramos un puñado de PAHs a nivel estatal y en los desahucios se congregaban principalmente afectados y activistas vecinales. Pocos meses después, parte de la energía quincemayera se transformó en colectivos de “Stop Desahucios” en las principales ciudades del país. Desde entonces tengo la impresión de que los tiempos de nuestras vidas se aceleraron (aún más). La PAH creció exponencialmente, centenares de desahucios parados, realojos de familias en viviendas vacías de los bancos. La PAH liderando la oposición política al PP, pero desde la calle. La ILP y el bloqueo de su tramitación por el PP. El techo de cristal. Escraches. La aparición de las candidaturas del cambio en el ámbito municipal. El asalto institucional. La victoria. Vértigo.
Desde que comenzó la aventura de tomar las instituciones, una de las discusiones recurrentes es lo que se ha llamado la descapitalización de los movimientos, es decir, el paso de muchos de estos activistas a las instituciones. Por un lado, existe la necesidad urgente de cuadros formados para sostener estas candidaturas de reciente creación, por el otro deben existir movimientos fuertes fuera de la institución que fiscalicen su actividad. Esta ecuación no es fácil de resolver, al menos si tenemos en cuenta la fragilidad de la mayoría de las organizaciones de base de nuestro país, con estructuras poco sólidas y con militantes que compaginan como bien pueden su activismo con trabajos para poder vivir. Así las cosas, el traspaso de algunos de los activistas más destacados a la institución ha puesto en riesgo la potencia de estos movimientos. La experiencia de los primeros ayuntamientos democráticos en nuestro país, en los que se desactivó parte del movimiento vecinal con la cooptación de los dirigentes más emblemáticos por las organizaciones de izquierda, no ayuda tampoco al optimismo y está presente en el imaginario colectivo. En el caso de la PAH Barcelona, que es el que más conozco, este desembarco de activistas obviamente tuvo un impacto organizativo y emocional al inicio. Sin embargo, con el tiempo, esta situación obligó a que afectados que tenían roles más secundarios dieran un paso adelante y asumieran colectivamente tareas que antes recaían en unas pocas personas: se pasó de un horizonte de colapso al empoderamiento de muchas activistas. Aunque quizás éste no haya sido el caso de la mayoría de organizaciones, el momento actual pone sobre la mesa algo que en realidad siempre ha sido uno de los desafíos ineludibles para la sostenibilidad de cualquier movimiento: la necesidad de pensar fórmulas para garantizar el traspaso de conocimientos y saberes entre activistas, la importancia de la formación y de la colectivización de responsabilidades.
Otro de los temores que se abre en este ciclo es el de la pérdida de la autonomía de los movimientos. En este sentido, las posiciones de algunas organizaciones han basculado entre la delegación en el buen hacer de los que gobiernan porque “son los nuestros” y una actitud beligerantemente confrontativa que considera a estas candidaturas como “enemigas” y que a menudo solo puede entenderse desde un atrincheramiento identitario y un tanto dogmático. Los movimientos deben mantener su radicalidad y autonomía, pero a la vez deberían saber utilizar estas candidaturas como instrumentos para conseguir estas “pequeñas victorias”, que ahora deberían ser más fáciles de alcanzar, y que han sido la clave del crecimiento de movimientos como la PAH. Para ello, creo que es necesario proponer, movilizarse, señalar y denunciar si la administración no responde, pero también reconocer sus logros y avances. Estas victorias pueden ser, a la vez, un buen antídoto a la descapitalización de estos movimientos. Por otro lado, estas candidaturas tienen el reto y la responsabilidad de estar a la altura de las expectativas que han creado. El descontento generado por la frustración de estas expectativas podría ser capitalizado por partidos de tinte xenófobo y de extrema derecha como está pasando en Europa. El tiempo dirá si esta apuesta nos hace topar con nuevos techos de cristal. En España, de momento, mantenemos la esperanza de ser una anomalía democrática en Europa que pueda continuar gritando, dentro y fuera de la institución, “sí se puede”.
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Ernest Marco Urrea participa actualmente en la coordinadora de Barcelona en Comú.
El 15M cogió a contrapié a la mayoría de movimientos en nuestro país. Recuerdo salir de algunas asambleas de la PAH y dirigirnos con varias compañeras a plaza Catalunya con las camisetas verdes, diluyéndonos estupefactas y entusiasmadas en la efervescencia que se vivía aquellos días. Hacía pocos meses...
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