LIBROS
Cardín, no digo más
La antología poética ‘Mi más hermoso texto’ lo es también de la Barcelona de los 70, de las tertulias literarias y la llegada de lo ‘queer’
Guillem Martínez 18/05/2016
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Mi más hermoso texto. Poesía completa
Alberto Cardín
Prólogo de Ernesto Castro
Ultramarinos. Barcelona, 2016
Hola. Esto no es una reseña. Es una crónica. Una crónica es ir a un sitio y explicar lo que pasa. Lo que indica que el libro del que aquí se habla es un sitio en el que pasan cosas. Algo no necesariamente frecuente. En esta crónica les presento tres, novedosas —en la vida, snif, no hay mucho de eso— y que vienen a confirmar un sign of the time. En el libro/sitio pasa, a saber: una generación, pasa también la transmisión de tradición cultural —una dinámica aplazada, por aquí abajo, cuando se aplazaron las generaciones y sus conflictos—. Finalmente, y en tercer lugar, pasa la vindicación de un autor elidido, perteneciente al, tal vez, último grupo generacional con pies y cabeza —es decir, sin subvención y sin vinculación con lo oficial— en Barcelona y en el Estado, anterior, por pocos minutos, a una formulación de la cultura que ha durado más de treinta años y que, sólo ahora, empieza a desfallecer.
Pero, como dicen en la Comisión Europea, vayamos por partes.
Sobre la generación. Es difícil imaginar cómo acabará, y con qué formas y resultados, la ruptura cultural que, viniendo de más lejos, se formaliza en un plis-plas en 2011. Es, incluso, difícil describirla. Desde el 15M —por poner una fecha chachi—, la cultura ha dejado de ser monolítica. Carece de centro. Se fundamenta en el choque, no en la amabilidad ni los valores decorativos. Es diversa, hasta cierto punto inconexa, y ni transcurre, ni se forma y ni se explica a través de los medios ad hoc. A esa dificultad en su dibujo cabe agregar la ausencia, en los medios, de crítica que, estadísticamente, merezca ese nombre. La crítica —esa cosa parcial, arbitraria, personal, polémica y con mala folla— desapareció del biotopo en algún momento de los 80, cuando se decidió que la cultura no sería nunca jamás un mal rollo, sino el gran elemento cohesionador y, por lo tanto, desarticulado, sin capacidad de plantear grandes problemas.
No hay, por tanto, revistas especializadas, ni un punto concreto al que acudir a aplaudir o abuchear lecturas de la producción del momento, sea cual sea el momento en los últimos 30 y pico años. Bueno. Pese a todo ello, es posible intuir señales de lo que viene. Son señales que tal vez no aportan nada salvo lo obvio. Lo obvio: la beligerancia, la independencia, la cultura como campo de batalla se está traduciendo, curiosamente, en un auge del ensayo y la poesía, en detrimento de la narrativa que, como en los años 20-30 del siglo anterior —décadas que presentan cierto paralelismo con la actualidad—, está como alelada y a su bola. Las nuevas producciones parecen, además, distribuirse en un nuevo fenómeno: la pequeña librería, en ocasiones, una cooperativa, en la que no se suelen distribuir los libros de los que habla la prensa. La editorial, igualmente, suele ser pequeña. Un proyecto editorial preciso, con un trayecto decidido y empecinado como, tal vez, sólo sucedió en los 70.
Cardín es una metáfora de lo que está pasando: una generación no tiene suficiente con lo que le han dicho de los últimos 40 años, y se está construyendo otros 40 años
En ese sentido, el libro del que les hablo es un poco todo eso. Un hecho generacional. Es la primera publicación de una pequeña editorial, dedicada a la poesía. Se trata de una aventura total —es decir, intelectual y vital; la vitalidad consiste, como ya sabrán, en comer tres veces al día— de Julia Echevarría (Barcelona, 1990), una joven editora, y de Unai Velasco (Barcelona, 1986), un joven poeta, perteneciente a una nueva emisión de poetas que se caracterizan, diría, no solo por sus propuestas formales —variadas y difíciles de acotar— sino por su conducta, alejada del chupatintas/pollas de Washington. De la poesía, en fin, como una práctica de promoción social e inofensiva. La poesía, el poeta eran, desde algún punto de los 70, en fin, un oficio tan parecido al funcionariado que, quizás por ello, atrajo a tantos funcionarios. Estas pequeñas editoriales pretenden subvertir e invertir el término de poesía, tal y cómo ha quedado visto para sentencia tras 40 años sin poesía/con una poesía vinculada sólo a sí misma y a su pequeña gran partida de póquer.
Sobre la transmisión intergeneracional de cultura. Se debe de señalar que, sí, ha sido poco probable desde el siglo XX. La imposibilidad de debatir con la tradición literaria, de despreciarla o potenciarla, de establecer cánones generacionales, no siempre ha estado, por razones históricas —es decir, snif, políticas—, al alcance de los lectores. La transmisión de la cultura, esa cosa que hacen las generaciones al elegir o desterrar antepasados, dejó además de ser una práctica usual desde los 80 —en una cultura cohesionadora, eso no se dice, eso no se hace—. Si, por ende, el Estado, a falta de crítica, en las últimas décadas ha ejercido de crítico y, mediante el premio, la seguridad económica y el honor, ha creado el canon en el grueso de géneros, en la poesía, esa dinámica ha sido ya de traca.
Fue la primera persona que formuló por aquí abajo lo queer —como todo en él, varias casillas antes—, no sólo a través de su vitalidad, sino de estudios sobre género y sexualidad
Por lo cual es bello y sorprendente ver cómo las nuevas generaciones están invirtiendo esa dinámica. Investigan el pasado, buscan cómplices y maestros y, como es el caso, van más allá y los editan. Lo acaban de hacer con Alberto Cardín (Villamayor, Asturias, 1948-Barcelona, 1992), en lo que es una metáfora de lo que está pasando. Lo-que-está-pasando: una generación no tiene suficiente con lo que le han dicho de los últimos 40 años, y se está construyendo otros 40 años. Lo hacen a su bola, con la tranquilidad y la naturalidad de quien considera que eso es lo natural y lo ético. Es importante. Están dibujando la percepción de lo que, en el futuro, se llamará Cultura de la Transición o cualquier otro nombre, poco épico, que englobe estas décadas no necesariamente brillantes, cuya producción ha quedado, de repente, pendiente de valoración. Es posible que el grueso de ella no supere la criba.
La vida y obra de Cardín —asturiano criado en México— se las traen. Llega a Barcelona en 1973. Es una Barcelona autosuficiente, brillante, que vive una suerte de Edad de Oro creativa y de libertad, fuertemente reprimida por un Régimen agonizante, y que finalizó abruptamente en los 80, en democracia, cuando —es un reduccionismo, pero sirve para entendernos— el nacionalismo catalán y el español —es decir, dos tipos de instituciones— tendieron a modular y agrupar las afinidades y problemáticas. Su llegada a la ciudad coincide, a su vez, con una eclosión personal.
Cardín —autor de narrativa, de poesía, de artículos periodísticos, de crítica, de ensayo— es un personaje que está en la pomada de lo nuevo con especial intensidad. Participa de las grandes revistas y publicaciones del momento —colabora, por ejemplo, con El Viejo Topo, Ajoblanco, llega a ser articulista de El País hasta que se produce cierta homogeneización en su staff de opinión—. A través de su grupo —el grupo de Cardín; a saber: Biel Mesquida, Javier Rubio, Lluís Fernández y, aunque no se le crean, Federico Jiménez Losantos antes de caerse de la mula—, crea y lanza revistas determinantes —posteriormente se vio que, snif, para poco o nada hasta ahora— e influyentes, en las que se conjuga la alta cultura, la polémica y la cultura libertaria, como Revista de Literatura, Diwan o La Bañera —en su último número Cardín dibuja por primera vez, en un artículo de despedida, lo que sería la Cultura de la Transición, una cultura desarticulada e institucionalizada, decorativa y al servicio del Estado o/y la autonomía—.
Murió en 1992, en la soledad que dan las enfermedades que no molan y los posicionamientos intelectuales críticos que, definitivamente, ya no molaban
Paralelamente —o sincrónicamente, mejor—, Cardín, en lo que sería otro grupo concéntrico, vive su homosexualidad a lo ancho y con ambas manos, en el grupo de los Nazario, los Ocaña, la contracultura popular y las performances escandalosas y divertidas que exhibían cotidianamente en las Ramblas y, puntualmente, en actos de infarto, como una intervención, en las históricas Jornadas Libertarias de Barcelona —el acto más multitudinario de la Transición; más de un millón de participantes—, en la que, literalmente, varios abuelitos de la CNT llegaron a su límite cardiaco. Profesor de Antropología, muy recordado por sus alumnos de Bellas Artes de los 80, Cardín fue director del primer sello literario homosexual de España —El Rey de Bastos, Laertes—. Posiblemente fue, avant la lettre, la primera persona que formuló por aquí abajo lo queer —como todo en él, varias casillas antes—, no sólo a través de su vitalidad, sino de estudios sobre género y sexualidad. Murió en 1992 —año olímpico, fecha metafórica en la que los 70 barceloneses fueron enterrados definitivamente; en hormigón—, de sida. Por lo visto, en la soledad que dan las enfermedades que no molan y, por el mismo precio, los posicionamientos intelectuales críticos que, definitivamente, ya no molaban.
Mi más hermoso texto está planteado como una exposición y una reivindicación de Cardín. La cosa viene precedida por un prólogo de Ernesto Castro (Madrid, 1990), una descripción generacional —es decir, desde su generación— de Cardín, en el que queda planteado el atractivo del autor en su diferencia respecto de esa historia oficial que es la cultura española reciente. Le sigue la poesía completa de Cardín. Tres libros publicados en los 80's, en los que Cardín se aproxima a una estética culteranista, próxima al pack Novísimos y, a la vez, alejada de la opción novísima por una vehemencia vital. Los Novísimos, en fin, son más que los Novísimos. De hecho, en los 70 se editaron, con menor fortuna, otras antologías en las que variaron los nombres, pero no esa mezcla de alta cultura, pop, serie poética internacional —Pound, Lezama—, y apego por lo camp, que decían ellos —quizás el palabro actual sería lo postmodern—. Yo qué sé.
En lo que es un bonus track, el volumen finaliza con una pequeña y sorprendente antología de textos narrativos, seleccionada por los editores. Se trata de reseñas y noticias de la época sobre Cardín —para saber cómo se las gastaban—, artículos y entrevista a Cardín —para saber cómo se las gastaba—, y polémicas de Cardín —para saber cómo se gastó—.
Una juerga.
Mi más hermoso texto. Poesía completa
Alberto Cardín
Prólogo de Ernesto Castro
Ultramarinos. Barcelona,...
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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