MEMORIA HISTÓRICA
La guerra civil y la dictadura, en el zurrón del cartero
Un trabajo académico reúne la correspondencia de los reclusos de las prisiones franquistas y republicanas, así como otros escritos carcelarios. También las cartas firmadas desde aquella capilla que antecedía al paredón
Noelia Adánez 25/05/2016
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Hay libros interesantes, enriquecedores, alborotadores y hasta apasionantes. Este que reseño es, antes todo y según creo, necesario. La labor que desarrolla el grupo de trabajo SIECE (Seminario Interdisciplinar de Estudios de Cultura Escrita) de la Universidad de Alcalá de Henares es asimismo tan imprescindible como poco publicitada. Al menos en comparación con la prensa (y la difusión) de que gozan otras historiografías mucho más establecidas en las universidades españolas, los miembros de este seminario llevan desde la segunda mitad de la década de los noventa (con un paréntesis que se cerró en 2004 cuando SIECE retomó su actividad) trabajando en el ámbito de la historia social de la cultura escrita, una sub-disciplina nacida del encuentro entre historia social e historia cultural. En realidad, la vuelta a la actividad de SIECE corresponde con una nueva apertura —tímida e incompleta, a todas luces tardía— del medio académico español al giro cultural de la historia.
Por otra parte, si bien es cierto que la historia social ha tenido notable arraigo en España, también lo es que por lo general se ha vinculado al estudio del movimiento obrero y la clase operaria, con distintas variantes. Sin embargo, esa otra historia social que aspiraba a rescatar a un sujeto subalterno, plebeyo o popular —sin apriorismos de clase ni identidades compactas— no ha terminado de penetrar en las facultades y departamentos de Historia. De ahí que no haya habido en España grandes divulgadores a lo Howard Zinn, historiadores comprometidos con “los de abajo” que hayan sabido dar respuesta a la pregunta que, según John Arnold, concierne a quienes se comprometen con la “history from below”. Este medievalista inglés advirtió que, puesto que existe más de una manera en la que la historia se hace cargo del pasado, incluyendo la idea de que los historiadores del presente podemos simpatizar con sus protagonistas, la pregunta sería ¿qué queremos/esperamos —nosotros, historiadores del presente— de “los de abajo”? Se trata de una llamada de atención sobre algo que en España suele ignorarse o dejarse de lado; algo tan sencillo como que la historia tiene sus propias políticas. Tema muy importante que merecería una reflexión aparte.
Los miembros de SIECE, con Antonio Castillo al frente, tienen su singular respuesta a esta pregunta, pues trabajan en el desarrollo de líneas de investigación, docencia y divulgación referidas al papel desempeñado por la escritura y la lectura a lo largo de la historia. Podríamos decir que de “los de abajo” esperan que revelen qué escriben y por qué lo que hacen, lo que necesariamente aporta una valiosa información acerca de quiénes son; quiénes fueron.
Y como en cada época y en cada sociedad —más aún en la contemporaneidad— se escribe y se lee mucho más de lo que se difunde a través de libros o documentos oficiales, al posar la mirada sobre esos otros testimonios del pasado, los historiadores invocan una parte de la historia que suele quedar arrumbada y, con ella, despreciados sus protagonistas: todo ese conjunto de hombres y mujeres anónimos que escribieron, leyeron, reflexionaron y actuaron y de cuya actividad no nos queda más testimonio que el que figura en cartas, súplicas, memorias, diarios, pintadas, escrituras permanentes o efímeras, con vocación de posteridad o pretensión de materialidad difusa.
Las cartas de súplica no siempre guardan relación con los indultos, sino que en ellas afloran peticiones de la vida en la prisión de los presos
El trabajo desarrollado por los miembros de este seminario constituye en sí mismo una impugnación a la historiografía más convencional, al relato retrospectivo y pretendidamente rigorista sobre el pasado que narra procesos y tiene aún hoy serias dificultades para atribuir un orden a los acontecimientos que no sean las clásicas secuencias temporales hilvanadas por relaciones de causa-efecto. Al tomar los escritos de sujetos anónimos del pasado no como documentos secundarios destinados a avalar hipótesis pre-elaboradas sino como objetos cargados de densidad histórica, estos investigadores e investigadoras tratan de entender la escritura en su dimensión social atendiendo —como decíamos— a quiénes escriben en cada momento y por qué lo hacen. Suelen dirigir su interés hacia lo que denominan “acontecimientos de movilización masiva”, es decir, procesos que dan lugar a crisis, rupturas o, en definitiva, situaciones que propician el uso de la escritura: revoluciones, exilios, guerras, represiones, etc.
En esta línea estaría el quehacer de Verónica Sierra, quien en su libro Cartas presas rescata para los lectores lo escrito por presos y presas para los que —como nos recuerda la autora— la escritura y la vida pasaron a ser prácticamente una misma cosa durante los años de la Guerra Civil y del Franquismo. La prisión es la piedra angular de los sistemas represivos y ha sido ampliamente estudiada pero no así desde la perspectiva de la historia de la cultura escrita. Al adoptar este punto de vista, Sierra presenta el sistema penitenciario como un “universo gráfico”, como un espacio de producción de escrituras. Su propósito es acometer su estudio dando respuesta a las siguientes preguntas acerca de la actividad de presos y presas. ¿Cómo escribían? ¿Cuándo lo hacían? ¿Dónde escribían? ¿Por qué escribían? ¿Para quiénes escribían, dónde se conservan actualmente esos escritos y qué caminos han recorrido hasta llegar a nuestros días?
Desde el estudio combinado de documentación oficial con unas 1.500 cartas, Sierra nos introduce en el análisis de, en primer lugar, la escritura en prisión desde la perspectiva de Foucault y su teoría del “panóptico gráfico”; esa máquina perfecta de vigilancia. La escritura acometida y reglamentada desde las instituciones carcelarias hace posible una gestión eficaz de la vida de los reclusos y reclusas quienes, por su parte, tratarán de emplearla como forma de resistencia. Philippe Artières hablará del espacio de reclusión como una máquina grafómana, un universo de escritura plagado de productos tan diversos como diarios, avales o denuncias y, por supuesto, cartas.
Correspondencia frente a los ojos de la censura
Precisamente, las cartas familiares muestran cómo se operaba la comunicación a pesar de la reglamentación y la censura. Sierra reconstruye la legislación general y las reglas impuestas por la censura en cada centro penitenciario, que determinaban en qué momentos o en qué soportes se podía escribir y qué clase de castigos recibirían quienes vulneraran las normas. El estudio de estas circunstancias pone de manifiesto la existencia —como ya señalara Ricard Vinyes— de vasos comunicantes entre la realidad carcelaria y el exterior, que hicieron que la experiencia vital de presos y familiares corriera en paralelo durante el tiempo de reclusión.
Las cartas de súplica permiten comprender los problemas con los que se encontrarán los reclusos para afrontar la exigencia que representa escribir con el conocimiento jurídico que impone la fórmula. A menudo estas cartas son escritas, por ese motivo, por terceras personas, con lo que se produce una delegación del ejercicio de la escritura. Lo más común dentro de las cartas de súplica no guarda relación —como cabría esperar— con los indultos, que representan un pequeño porcentaje del total, sino que en esta documentación afloran principalmente peticiones de los reclusos y las reclusas destinadas a satisfacer necesidades de su vida en la prisión. Por otra parte, las cartas de súplica son incidentalmente utilizadas como un elemento de esclarecimiento de los hechos que condujeron a presos y presas a la reclusión, jugando en este sentido particularmente las mujeres un papel esencial como intermediarias de las reivindicaciones de sus maridos, hijos, padres y hermanos.
El último capítulo del libro está dedicado a las cartas en capilla. Éstas recogen una forma de intimidad atravesada por lo extremo de la circunstancia. Se trata de testamentos, documentos escritos a menudo para la posteridad, con la gravedad que acompaña la excepcionalidad de la circunstancia y donde hay un claro predominio de la autoafirmación política y de la incitación al perdón. La aceptación del destino y la inclinación por el perdón no es ajena a la presencia de la religión católica, corporeizada en la figura del capellán que acompaña al reo en esos momentos finales.
El libro revela, a partir de la investigación en torno a estas diversas cuestiones, que los presos y presas atribuyeron a sus escritos distintos fines: como terapia para vencer el miedo y afrontar la vida en cautividad; como herramienta de comunicación; como arma de defensa frente a las acusaciones que les habían llevado al confinamiento; como forma de resistencia y adquisición o preservación de la identidad propia; como instrumento de denuncia; y, finalmente, como testimonio histórico.
Las cartas fueron una terapia contra el miedo, un arma frente a las acusaciones, una forma de resistencia, un instrumento de denuncia y un testimonio histórico
Uno de los principales méritos del libro es colocarnos frente a una documentación que deja al lector con la sensación de que cada vez que nos cuentan la historia de la guerra civil y del franquismo nos están hurtando “algo”: la vida de la gente; y el hecho de que tanto la guerra —por tratarse de un acontecimiento violento y poseer ya las características de una guerra total— como el régimen franquista, dieron lugar a experiencias de vida en las que la represión tiene un extraordinario protagonismo no solo para quienes se encuentran dentro de la prisión sino también para quienes están fuera. Asimismo, Cartas presas nos ayuda a entender la importancia de la escritura en la gestión de las conciencias y el modo en como éstas, a través igualmente de la escritura, tratan de emanciparse de toda forma de control.
A la pregunta que puede surgir al lector sobre la pertinencia de incluir en un mismo volumen las cartas de presos y presas de la Guerra Civil y el Franquismo, y de si esto implica otorgar a la correspondencia de presos de los bandos republicano y nacional un mismo tratamiento histórico, Verónica Sierra aclara: “Este libro tiene como fin entender los usos y funciones que la escritura, y más en concreto, la escritura de cartas, tuvo en reclusión. No es un estudio sobre la política penitenciaria, ni sobre la represión ideológica, ni sobre otras muchas cuestiones que ya han sido sobradamente estudiadas por otros historiadores y que, lógicamente, laten en el fondo de la obra por situarse ésta en el contexto histórico en el que se sitúa. Los usos y funciones que cumplió la escritura no fueron distintos para los presos/as de un bando o de otro, sino que ambos compartieron la necesidad de escribir para poder estar en contacto con sus familias, para no perder su identidad, para resistir entre rejas luchando por las ideas que tuvieran, para hacer frente al control y al sometimiento, para defenderse de las acusaciones, para reclamar justicia, pedir perdón, suplicar clemencia, despedirse de quienes más querían antes de morir... Sólo contrastando una y otra correspondencia es posible entender que por encima de las diferencias ideológicas la escritura supuso una terapia común para los presos/as, un arma de resistencia clave, una oportunidad de sobrevivir. No pretendo, obviamente, y a estas alturas sobra ya decirlo, equiparar nada que no sea equiparable. La historia de lo que pasó la conocemos ya todos. Pero quizás lo que no conozcamos es este otro lado: cómo gracias a esos escritos personales, sin importancia ninguna, sin mayor interés en principio que servir de recuerdo o de testigo de lo vivido, muchas veces olvidados o destruidos, y desde luego nada cuidados si de lo que se trata es de hablar de su conservación por parte de las instituciones públicas, podemos construir una historia de hombres y mujeres de carne y hueso”.
Si, como dice Rànciere —tan merecidamente citado últimamente— una historia no es solo una sucesión de hechos, sino que comprende una trama, de manera que lo que no forma parte de la misma no se integra de modo alguno en la historia, este libro no solo habla de lo que quedó fuera de la trama, sino que nos impele a reconsiderar “lo que tramamos”. Solo así, quizá, podremos imaginar otros futuros —otras posteridades, otros usos sociales— para pasados de censura, exilio, represión o reclusión.
Hay libros interesantes, enriquecedores, alborotadores y hasta apasionantes. Este que reseño es, antes todo y según creo, necesario. La labor que desarrolla el grupo de trabajo SIECE (Seminario Interdisciplinar de Estudios de Cultura Escrita) de la Universidad de...
Autor >
Noelia Adánez
Del colectivo Contratiempo. Historia y memoria. Universidad del Barrio.
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