La Merenguería
'La cerise sur le gâteau'
Manu Mañero 30/05/2016
Zinedine Zidane, en la rueda de prensa tras proclamarse campeón de Europa con el Real Madrid
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Hace años que los moradores van alegres y risueños a los careos entre protagonistas y periodistas para fiscalizar caras y mensajes entre líneas, dardos y pullas, como la venerada panacea del deporte fuera del deporte. Zinedine Zidane ha aplastado también esa tontería: la sala de prensa es el único lugar donde, sin abandonarse, se permite ser intrascendente. Antes de la celebrada final de Milán, terminaba el exigente concierto de retahílas con otra grieta ufana en su cara –no es suficiencia, es felicidad: Zidane es un hombre pleno-- avisando de que iba a intentar ganar a Simeone jugando a lo de Simeone: correr, correr y correr. Revisitando así el clásico de Luis Aragonés que fundamentó la acampada del nacionalismo catalán alrededor de los éxitos de España como selección, Zizou lograba la adhesión de los hooligans del trabajo físico, de consideración desmesurada en el fútbol de mapas de calor fuera de contexto y hojas de kilómetros recorridos. Esta sublime impertinencia hueca, la de ver quién corre más, la alzaron los vagos que no corrían: Zidane, en su época de jugador, ni corría ni andaba. Ganaba.
Se barruntaba que el técnico del Castilla, ideólogo de la Novena y captor de la Décima, estaba predestinado a reordenar el previsible caos de Rafa Benítez. Pese a ser recibido como un entrenador de Segunda B por quienes menos saben de esto y recibir todas las zancadillas y collejas pertinentes de los braceros de fin de mes patrocinado, logró antes que nadie que echara a andar de nuevo lo que parecía una banda bajo la batuta del monstruo de la ciencia. Adueñándose así de otro adagio rojiblanco, dirigió el calor a las alas de pereza de algunos que se habían cruzado de brazos y los rescató de la hecatombe benedicta. Como han demostrado los fastos de la Undécima, plantilla y técnico son uno. Sólo hay que verle devolviendo paredes a Modric e Isco en los entrenamientos: se adivina por cómo ordena y manda que se niega a abandonar el balón por la pizarra, si bien cabe atribuirle otra ensoñación, la de Casemiro, a la que renunciara su predecesor por el qué dirán. Este es un país de muchos complejos, pero sin duda el más sobrecogedor de todos ellos es el de inferioridad no ya tácita, sino premonitoria. De ahí que flote en descomposición el cadáver de los inmovilistas que mueren con sus ideas; de serviles es de lo que está el cementerio lleno. Casemiro es la carta auténtica de Zidane.
Escuece porque no deja de ganar lo que tiene que ganar, y duele porque lo hace sin experiencia, pero Zizou sabe, aun con las comisuras de cada sonrisa irónica rozándose en la nuca, que mañana le va a tocar ganar otra Champions o será, a ojos del empresariado que controla la opinión, un fracasado. El maligno no descansa. Por eso el madridista se da los lujos en serie, alegrías en manada, y pocas veces apoya su esparcimiento en el dolor ajeno, porque es el que más tiene de todo y nunca ha necesitado relato específico para argumentarlo. Hace tiempo que presentarse del Madrid es un acto valiente y gallardo, único, casi solitario, que tiene mucho más de insurrección que ser del fútbol o de la gente, o autodenominarse neutro o esteta de la nada. Se lidia tan a menudo con la ignorancia y el también muy patriótico desdén a la historia, que cuando escala la ladera ese griterío de la gente disertando sobre justicia y merecimiento, a la cima sólo llega el rumor templado de un mosquito en las últimas, incapaz de aguantar el peso de la guinda del pastel sobre su cabeza. Hemos visto cómo reacciona Zidane a una pregunta estúpida: es exactamente como reaccionaría un dios de colmillo retorcido a las plegarias de los débiles por convencimiento.
Hace años que los moradores van alegres y risueños a los careos entre protagonistas y periodistas para fiscalizar caras y mensajes entre líneas, dardos y pullas, como la venerada panacea del deporte fuera del deporte. Zinedine Zidane ha aplastado también esa tontería: la sala de prensa es el único lugar donde,...
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Manu Mañero
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