Fracasar sería que el líder que lleva cinco años diciendo que nunca hay que dejar de creer tuviera la tentación de dejar de creer. Fracasar sería que los miles de atléticos que nunca dejaron de creer lo hicieran al calor de una derrota, porque eso implicaría que, realmente, nunca creyeron. Fracasar sería que un grupo que lleva cinco años sabiendo que nunca hay que dejar de creer tuviera la sensación de haber llegado al final del camino, sin atreverse a intentarlo una vez más, cuando lo mejor está por venir. Fracasar sería dejar de creer que estos cinco años de maravilloso trabajo, compitiendo de igual a igual contra auténticos gigantes con mejores jugadores y más dinero, implican la obligación de ganar a un equipo que tiene más Copas de Europa que el Atlético Ligas.

Fracasar sería que los que llevan cinco años beneficiándose de un entrenador que les llena el estadio de gente, las vitrinas de títulos y la caja de dinero no sean capaces de entender que el tipo que les ha devuelto la grandeza, para ir a la guerra, necesita algo más que un barco pesquero para enfrentarse, en mar abierto, a destructores y portaaviones. Fracasar sería que el cuerpo técnico de un equipo que ha llegado a dos finales de Champions en tres años se conformase con ese intento sin reclamar nuevas piezas de primer nivel y de una estatura futbolística acorde al segundo mejor equipo de Europa.

Fracasar sería que el hombre que sabe que ser campeón no es una meta, sino una actitud, vuelva a tragar con una política basada en vender para poder comprar, teniendo que reinventarse, cuando el plan pasa por mantener la estructura, retener a los mejores, potenciar la competencia interna y traer un fuera de serie con instinto asesino, porque lo barato, al final, sale caro. Fracasar sería escuchar esas voces conspiranoicas que exigen hablar de robos y atracos por un gol ilegal, sin tener en cuenta que las excusas de mal pagador no devolverán un trofeo que estuvo al alcance de la mano, y que no se ganó por méritos del rival y por errores propios que forman parte de las olas de una autocrítica que, siendo necesaria, roza las playas del inmenso dolor de no alcanzar un sueño.

Fracasar sería no tener claro que, pierda o gane, se quede o se vaya, Simeone es el oso del escudo que, apoyado en el madroño, le ha devuelto el orgullo al colchonero que siente las rayas canallas en rojo y blanco. Fracasar sería dejar de creer que, el próximo año, habrá otra final en Cardiff y que lo que ahora parece improbable, podría volver a producirse. Fracasar sería no metabolizar que, cuando uno lo da todo, no está obligado a más, que la vida sigue y que ser del Atlético es caerse, levantarse y volver a combatir, porque no hay nada mejor que seguir peleando por conseguir lo que otros te dicen que es imposible. Fracasar sería no sentirse orgulloso de un tipo que se siente culpable de no poder cambiar la historia. Fracasar sería no darse cuenta de que, si para Simeone perder dos finales de Champions en tres años es un fracaso, no hay atlético que no quiera seguir fracasando toda su vida con el Cholo.