1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

  314. Número 314 · Noviembre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 3.335 Conseguido 91% Faltan 16.440€

Condenados por la historia

¿Puede Hannah Arendt ayudarnos a repensar la crisis global de refugiados?

Jeremy Adelman (The Wilson Quarterly) 8/06/2016

<p>Refugiados polacos en un campo en Irán en 1943.</p>

Refugiados polacos en un campo en Irán en 1943.

Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Hannah Arendt iba a comer con su madre cuando un policía de Berlín la arrestó y se la llevó a la prisión de Alexanderplatz. Corría el año 1933. Hitler llevaba varios meses en el poder; los agentes de Hermann Göring acorralaban a activistas sospechosos. La joven investigadora de la Organización Sionista Alemana pasó ocho días en la cárcel, mientras los gendarmes registraban su apartamento, examinaban sus anotaciones filosóficas y estudiaban sus misteriosos códigos – una selección de citas de griegos clásicos. Cuando la soltaron, hizo las maletas. Desde el incendio del Reichstag en febrero, la vida se había convertido en un infierno para los socialistas, los comunistas y los judíos. Como tantos antes que ella, y como otros muchos después, Arendt huyó a París. Pasaría los siguientes dieciocho años como refugiada, apátrida, paria. 

Hay sesenta millones de refugiados en el mundo, la suma más alta de parias desde 1945. La cifra se ha triplicado en el último año. La mitad de los ‘no deseados’ del mundo tienen menos de 18 años. La mayoría crecerá en un campamento. Muchos morirán escapando sus países de origen; más de 3.000 refugiados murieron ahogados en el Mediterráneo en 2015. Los más afortunados crearán nuevos hogares. Pero no es difícil calibrar hasta qué punto se sentirán bienvenidos a juzgar por el nivel de decibelios de los nativistas como Donald Trump, un coro de gobernadores y candidatos republicanos en los Estados Unidos, Marine Le Pen en Francia y el pujante Partido Popular Danés. Mientras estas voces negativas tengan un megáfono, ¿podrán sentirse en casa los refugiados?

Es preciso tomarse en serio esta enfermedad humana. La actual se está convirtiendo a toda velocidad en la crisis humanitaria más grave de nuestro tiempo. Los xenófobos empeoran la situación al negar la existencia de la tradición de otorgar asilo a los apátridas. Este ciclo no es nuevo, y la historia nunca lo juzga positivamente. La gente rememora las políticas de cierre de fronteras con vergüenza (esta es, desde luego, la manera en la que los estadounidenses, los canadienses y muchos otros ven el tratamiento que se les dio a los judíos en busca de asilo en los años 30 y 40). ¿Estamos condenados a repetir esos episodios? Si no logramos articular una respuesta coherente a los xenófobos en nuestras sociedades, la respuesta será ‘sí’, y las nefastas consecuencias para las relaciones con y dentro del mundo islámico y otras zonas de emergencia persistirán en el tiempo. ¿Puede Hannah Arendt, la encarnación de la filosofía pública, ayudarnos a formular una respuesta ilustrada? ¿Puede esta antigua refugiada ayudarnos a reafirmar nuestras obligaciones para con quienes no tienen otro lugar en el que hallar refugio?

La respuesta está enraizada en sus años como paria y sus observaciones sobre la deshumanización. La experiencia propia de apátrida ayudó a Arendt a forjar los elementos del libro que la haría famosa en Estados Unidos y en todo el mundo.  Arendt terminó de escribir Los Orígenes del Totalitarismo en 1950. En él, apuntó que “un hombre que no es nada más que hombre ha perdido las cualidades mismas que hacen posible que otra gente le trate como hombre”. Sin comunidad política, el hombre es un paria. Meses más tarde, Arendt cerró un largo y agónico capítulo de su vida al convertirse en ciudadana naturalizada de los Estados Unidos, abandonando así su condición de paria.

Y, sin embargo, su carácter de apátrida queda a menudo en el olvido. Recordamos su años en Alemania y su romance con Martin Heidegger, que dieron lugar a gran parte de su preocupación con respecto a los límites del idealismo. Y recordamos sus años en Estados Unidos. Cuando leí por primera vez Los orígenes del totalitarismo como estudiante, era ya un clásico de la Guerra Fría. Hubo muchas noches bañadas en cerveza debatiendo la diferencia entre los regímenes autoritarios y los totalitarios, disputando las distinciones ideológicas sobre la política exterior del presidente Ronald Reagan. Nos obsesionaba qué clase de estado imperaba. Pero, ¿qué hay de la cuestión de qué significa no tener estado? Eso no nos preocupaba tanto.

Hoy en día, en nuestra era del terror y los fugitivos, hay otra manera de leer Los Orígenes. Hay otra Arendt a la que recordar, no tanto la americana, elevada a la fama por la política de la Guerra Fría o sus palabras agudas sobre el juicio a Eichmann y la banalidad del mal, pero hemos olvidado los motivos de la aflicción de la Arendt apátrida que posaba para la imagen que se hizo icónica.

Los orígenes del totalitarismo es un libro que bebe de un inmenso caudal de experiencias personales. A su llegada a París, Arendt se movió entre los pequeños hoteles de la Calle Saint Jacques, en el barrio estudiante de la margen izquierda del Sena. Estaba casada con el también filósofo Günter Stern, pero su matrimonio estaba en plena descomposición. Se divorciaron oficialmente en 1937, y Stern se marchó a los Estados Unidos. Poco después, conocería a Heinrich Blücher. Aunque no era judío, sino un comunista autodidacta, Blücher era un paria a su manera. Ambos se mudaron a un apartamento en la Rue de la Convention en el distrito 15, que estaba entonces plagado de expatriados alemanes. El dinero para pagar el alquiler venía de pedazos empeñados del oro de su madre, contrabandeado a Alemania en forma de botones cosidos a su ropa y después vendido a una adinerada mecenas judía. Un vecino, el estudiante de economía Otto Albert Hirschmann (hoy conocido como Albert O. Hirschmann) tenía que combatir una plaga de cucarachas para que él y su hermana Ursula (objeto de las seducciones de Blücher antes de que este conociese a Arendt) lograsen dormir. ¿La solución? Meter las patas de la cama en jarras de queroseno para que los enjambres de insectos no consiguieran escalar hasta la cama.

El exilio supone el desahucio de la comunidad política de uno. Pero también trae consigo nuevos encuentros. No ser querido nunca se limita al rechazo de los que te expulsan. También enreda a los refugiados con las ambigüedades de sus anfitriones. En el caso de la legiones de judíos de la Europa Central que huían a París o Londres, el exilio suponía lidiar con los judíos del establishment que a menudo dirigían las organizaciones caritativas que se encargaban de los fugitivos. Arendt comprendió su situación de paria a través de los encuentros con otra condición judía: esos arribistas judíos del establishment. Los llamaba ‘parvenus’, y pesaban mucho en su pensamiento acerca de la condición judía y la de los apátridas. Incapaz de asimilarse del todo, los parvenus estaban decididos a hacer todo lo posible para demostrar que en realidad sí estaban integrados. El primer libro de Arendt versaba sobre la vida de Rahel Varnhagen, una mujer ilustrada, de la alta sociedad, cuyo salón era un famoso enclave de tertulias entre los berlineses cultos hasta que el nacionalismo prusiano de la Guerra Napoleónica dio al traste con la judería. Incluso su prometido la abandonó antes de su boda en un afán por dejar clara su lealtad teutónica a la nación cristiana. Escrito coincidiendo con la llegada al poder de Hitler pero no publicado hasta 1958, Rahel Varnhagen tenía un valor especial para Arendt. En enero de 1933, mientras hacía los últimos retoques al libro, escribió a su mentor, Karl Jaspers, que era alemana por cultura, idioma y filosofía, pero no en su carácter: “Sé de sobra lo tardía y parcial que ha sido la participación de los judíos en el destino alemán, hasta qué punto entraron por casualidad en lo que era entonces un país extranjero”. Por mucho que los parvenu se desviviesen por evitar a los parias, ambos estaban unidos por la cintura. En la edad burguesa, cada generación de judíos tenía que decidir qué camino tomar: adaptarse y esconder sus orígenes, u observar el mundo desde los márgenes. Ambas, señalaba Arendt, “eran formas de soledad extrema”.

Su mudanza a París le permitió observar de cerca a los parvenus. El trabajo previo de Arendt para la Organización Sionista Alemana (y algunos de sus contactos) le llevaron a conocer a la Baronesa Germaine de Rothschild. Era difícil imaginar un emblema mejor para el grupo. La Baronesa era la matrona del aristocrático Consistoire de Paris, que gestionaba escuelas, sinagogas, tribunales religiosos, tiendas kosher y un seminario. El trabajo de Arendt consistía en controlar todas las donaciones de la matrona a las organizaciones benéficas judías, lo que ocasionaba una mezcla de admiración por el trabajo privado con los desfavorecidos e impaciencia por su señorial aversión a tomar partido en asuntos de la vida pública por principio.

Mientras Arendt navegaba entre el mundo de los parias y sus cucarachas y el de los parvenus y sus elegantes veladas, los xenófobos alborotaban las calles. La Grisalle de París ofrecía en primicia un escándalo que a punto estuvo de llevarse consigo la Tercera República. Alexandre Stavisky, un judío ruso que había progresado en el escalafón social, desde operario de una fábrica de jabones a financiero, había hecho fortuna vendiendo lustrosos bonos contra el valor de las esmeraldas de la “Emperatriz de Alemania”. Las joyas resultaron ser de plata, y todo el montaje se desmoronó, generando un enorme escándalo público. Para entonces, la influencia de Stavisky en la prensa y los despachos del poder era notoria, lo cual sirvió para que prosperasen acusaciones de la recurrente conspiración judía. Después de su misteriosa muerte en 1934 – que las autoridades declararon un suicidio pero muchos consideraron un asesinato—varios ministros del gobierno francés, entre ellos el Primer Ministro, Camille Chautemps, tuvieron que dimitir.

Cuando el nuevo gobierno intentó purgar a la policía de sus notorios comandantes antigubernamentales, la derecha francesa desató su furia. En febrero de 1934, la Place de la Concorde se convirtió en un campo de batalla entre los nacionalistas y la policía. El enfrentamiento dejó 15 manifestantes muertos. Aterrorizada, Arendt llenó sus cuadernos de recortes de periódicos sobre el escándalo y el resurgir del antisemitismo en Francia. Su decepción con los parvenus aumentó sobremanera. Para ellos, mantener la cabeza gacha era la mejor manera de salvar el cuello.

La fascinación y el desencanto llevaron a Arendt de vuelta al escándalo Dreyfus de los 1890, el primer escándalo público sobre la amenaza judía a los valores franceses. La acusación inventada de traición contra el oficial del ejército, natural de Alsacia, Alfred Dreyfus, abrió un furioso debate y sacudió la Tercera República. El episodio tendría un enorme peso en Los Orígenes como ejemplo de la locura parvenu y de las falsas promesas de liberté en un país dedicado con ahínco a la patrie. Los parvenus se habían mantenido en silencio y dejado la condena contra el antisemitismo en manos de no judíos con principios, como Émile Zola, cuya carta abierta, J’acusse, inmortalizaba la imagen del intelectual que protestaba ante el abuso de poder. El silencio de los parvenus, por el contrario, les hacía cómplices de los abusos. Esto era, insistía Arendt, no una causa sino una condición del terror, y presagiaba una elección más dramática 40 años después. “Los principales actores”, escribió en Orígenes, “parecen estar ensayando con gran fanfarria una función que tendrá que ser pospuesta más de tres décadas”.

La perspectiva de Arendt sobre el Affaire Dreyfus anticipaba las futuras acusaciones de falta de compasión y amor para con su pueblo. Es un asunto escabroso de la arendtología, que divide a sus partidarios de sus detractores. Surge en las acusaciones de autodesprecio judío tras la publicación, en 1963, de Eichmann en Jerusalén. El libro se convirtió en un icono de la práctica de culpar a las víctimas: se acusaba a los líderes judíos de hacer muy poco para defender a sus comunidades ante las embestidas furiosas. Sus críticos, empezando por Norman Podhoretz en la revista Commentary, le acusaron de hacer demasiado por culpar a los judíos de su ruina (él prefería la narrativa del bien contra el mal y la sacralización del Holocausto en la memoria judía como el trauma moderno que definía al pueblo). Por su apostasía, se condenaba de nuevo a Arendt al destierro como traidora judía. El mito del autodesprecio de Arendt continúa en nuestros días. La película de 2013 Hannah Arendt, de Margarethe von Trotta, está plagada de acusaciones de autodesprecio judío, que son el centro del drama, pese a que al hacerlo la película retrata a Arendt como símbolo universal vilipendiada por los gruñidos sionistas. La mitología, vaya en la dirección que vaya, obvia el mensaje sobre la condición específica de paria. Arendt nunca acusó a todos los judíos de haberse practicado a sí mismos el genocidio; se enfrentó a sus líderes silenciosos y cómplices por no haber hecho más para defender a quienes no podían hablar. 

Los juicios tienen un enorme peso en esta saga. Dreyfus. Eichmann. Tengamos en cuenta cómo respondió Arendt a la kristallnacht, la noche del 9 de noviembre de 1938 en la que las bandas nazis arrasaron las tiendas y hogares judíos: Arendt estaba tan horrorizada como los demás por el ahínco con el que los nazis destruían. Pero también se mostró decepcionada con el hecho de que los líderes judíos franceses se distanciasen de Herschel Grynzspan, un judío polaco cuyo asesinato de un diplomático nazi en París en noviembre de 1938 se convirtió en el pretexto para que los matones arrasasen Alemania. Mientras repasaba los periódicos, tomando notas y haciendo recortes, Arendt trató el juicio de Grynzspan como un examen al compromiso de los líderes judíos con su propia gente. En lugar de encargarse de que el paria tuviera un juicio justo, estos sacrificaron a Grynzspan con su silencio.

Incluso en ese caso, la línea que divide al paria sin derechos de los parvenus con derechos que se negaban a utilizar no resulta tan clara. Capaz de ser despiadada, Arendt apreciaba el pathos de los parvenus: reclamaban un hogar del que nunca podían estar seguros. He ahí la importancia de la soledad de Rahel Varnhagen. En el exilio, Arendt llegó a ver lo que los parvenus siempre supieron: el hogar no se podía dar por sentado. Esta precariedad motivaba la quietud. Si bien Eichmann en Jerusalén tenía cosas escabrosas que decir sobre el papel de los parvenus en la destrucción de los judíos, lo que encendía a Arendt era su sentido de que aquellos dotados de derechos tenían la obligación de utilizarlos en defensa de los que no los tenían. Si los parvenus eran culpables, no era tanto porque hubieran renunciado a sus derechos, sino porque no habían defendido a quienes carecían de derechos.

La silueta del libro de Arendt tomó forma en superposición a los cielos negros de 1938. Por mediación de su amigo Walter Benjamin, cuyo apartamento en rue Dombasle en el distrito 15 se convirtió en el segundo hogar de Arendt, y donde ella y Blücher pasaron largas noches debatiendo sobre diversos asuntos, Arendt empezó a componer sus ideas. Entretanto, la represión alemana y la anexión de Austria mandaban nuevas hornadas de parias a París.

Aunque no trabajaba como voluntaria ayudando a refugiados, Arendt tomaba notas frenéticamente, consciente de que se avecinaba un tiempo de ajuste de cuentas. Cuando Francia declaró la guerra en septiembre de 1939, hubo una larga pausa, conocida como la drôle de guerre, o guerra falsa. El gobierno francés empezó a apresar a alemanes sospechosos. Hombres como Blücher tuvieron que entrar en campos de trabajo. Puesto en libertad después de unos meses, Blücher regresó a París; él y Arendt prepararon una boda apresurada el 16 de enero. Conseguir un certificado de matrimonio francés bien podría haberles salvado la vida a ambos: varios meses después, Hannah y Heinrich pasaron de ser parias unidos a prisioneros alejados el uno del otro, y sus papeles de matrimonio les servirían como billete de partida lejos de Europa.

Mientras las divisiones Panzer cruzaban las fronteras, el gobierno francés ordenó a todos los hombres nacidos en Alemania, Sarre, y Danzig entre las edades de 17 y 55 años, además de a las mujeres sin hijos, entregarse en campos de internamiento. Los hombres fueron al Estado de Buffalo, las mujeres al notorio Vélodrome d’Hiver, hoy conocido como la Place des Martyrs Juifs, al límite del distrito 15. (Dos años después, ese sería el estadio desde el que los judíos de París subirían, como ganado, a trenes camino de Auschwitz). Tras pasar una semana sobre gradas de cemento, Arendt y los demás se montaron en los autobuses. Los pasajeros lloraban mientras la caravana abandonaba París para llevarles a Gurs, un campamento para refugiados españoles y Brigadistas Internacionales. Desconectados del mundo, los internos hacían lo que podían para ahuyentar el aburrimiento y la ansiedad con rutinas y rituales. Cuando Francia cayó a manos de los nazis seis semanas más tarde, la aprensión se tornó pánico; corrió el rumor entre los presos de Gurs de que se les iba a entregar a la Gestapo. Algunos lograron utilizar sus certificados de naturalización y sus papeles de matrimonio como pasaportes para salir. Arendt cruzó las puertas del campamento para adentrarse en el caos de los primeros días de la Francia Vichy.

Los Orígenes del Totalitarismo tomó forma en los siguientes meses, llenos de peligro y descorazonadores. La Francia de Vichy era la viva imagen del tumulto. Millones de personas cruzaban del territorio ocupado por los nazis al norte. Las carreteras estaban atestadas de bicicletas, carretas y coches. Arendt caminó e hizo autostop hasta la casa de una amiga en Montauban, una ciudad de provincias no muy lejos de Toulouse, desde donde pudo mandar noticias de dónde se encontraba a París. Un día, mientras caminaba por la calle principal de Montauban, se topó con Blücher, al que habían liberado de su campo cuando las tropas alemanas entraron en París. Ambos se abrazaron en medio de la algarabía de colchones, muebles y juguetes rotos de niños refugiados. Encontraron una casa vacía y se instalaron ahí, a la espera.

Al tiempo que la llegada del verano de 1940 trajo consigo los decretos antisemitas del Mariscal Philippe Pétain, Arendt se sentaba en el jardín o en un improvisado pupitre, leyendo y tomando notas. Fue en Montauban donde leyó las obras del escritor de origen judío Marcel Proust, que aparecería de manera prominente en Los Orígenes – el escritor que transformaba “ocurrencias mundanas en experiencias profundas” del mismo modo que Arendt estaba convirtiendo sus experiencias en meditaciones sobre el mundo. Él fue su testigo sobre las ambiciones desalmadas de la Francia burguesa, y su desintegración en una sucesión de bandas vacías de respeto propio o virtud, intolerantes con los de fuera, los judíos o los “invertidos”. Un judío “desjudizado”, Proust observaba un mundo al que solo podía pertenecer en parte, máxime por su condición de gay. El jardín fue también el lugar desde el que Arendt digirió Sobre la Guerra, de Clausewitz, que no figura en Los Orígenes, pero que le dio pistas para entender el desmoronamiento del sistema de estados europeos. Citando a Clausewitz, Lenin había argumentado que el colapso del sistema de estados en la Primera Guerra Mundial había creado las condiciones para la revolución; para Arendt, otro desmoronamiento dio lugar a las condiciones para lo contrario una generación más tarde. 

Como a Lenin, los serpenteos de Arendt le llevaron hasta el imperialismo. Cuando el antisemitismo incentivó los hábitos conquistadores de Europa –concepción que fecha en 1884, el año de la Conferencia de Berlín que troceó África en posesiones coloniales— el mundo obtuvo lo que ella llamaba “imperialismo racial”. Hizo pivotar a los europeos hacia el continente negro en busca de oro y diamantes. (Los críticos posteriores de Wall Street deberían considerar la posibilidad de adentrarse en el capítulo cinco de Los Orígenes, en el que hallarán vitriolo de primera para quienes perseguían la “riqueza superflua” creada por “los primeros parásitos de entre los parásitos”. La “primera clase que quiere beneficios sin cumplir ninguna función social real”). La ruina de África y la persecución de los judíos eran dos caras del descenso del nacionalismo europeo del patriotismo a la barbarie. El imperialismo racial despegaba justo cuando el sistema de estados-nación europeos quedaba fuera de control, dejando vía libre a todas las fuerzas que acechaban bajo la gentil superficie. El dinero, las leyendas, el imperio, las concesiones a las masas y la promesa de una expansión imperial ilimitada “parecían ofrecer un remedio permanente para un mal permanente”, escribió Arendt. La alta sociedad y las masas podrían unir fuerzas y, Arendt se castigó con una conclusión apocalíptica, destruir la tierra:

“No importa lo que digan los científicos, la raza es, políticamente hablando, no el principio de la humanidad sino su fin, no el origen de los pueblos sino su decadencia, no nacimiento natural del hombre sino su muerte antinatural”.

Estar en Francia significaba campos y deportación a Alemania, o esconderse. No había refugio. Para el final del verano, un americano llamado Varian Fry se había aliado con Hirschmann, que entonces operaba con el nombre de Albert Hermant “née a Philadelphie” —Fry bromeaba con que su mano derecha tenía demasiadas identidades como para ser de confianza — para crear la operación del Comité de Rescate de Emergencia en el Hotel Splendide en Marsella. Juntos, persuadieron a los sectores marginales del puerto, mafiosos, estafadores y prostitutas, para convertir visados americanos en vías de escape, con pases falsos de tránsito, permisos de salida, dinero y una ruta de fuga por los Pirineos. Young Aliyah, un grupo sionista, consiguió visados americanos para Arendt y Blücher. Ahora, la pareja necesitaba una forma de salir de Francia. Pedalearon hasta Marsella para encontrarla. 

Fue en Marsella donde se encontraron con Walter Benjamin, quien también tenía un visado y planeaba trabajar en el Instituto de Investigación Social en Nueva York. La huída, de cualquier manera, estaba llena de riesgos. Al igual que muchos de los refugiados, Benjamin estaba destrozado. Arendt hizo todo lo posible para reforzar sus esperanzas; a cambio, en caso de que algo le sucediera, Benjamin le dio su manuscrito, “Tesis de la Filosofía de la Historia”. Entonces se encaminó hacia el cruce de los Pirineos en Portbou, el 25 de septiembre. Después de una caminata montañosa llegó a la aduana española, pero los hombres del General Francisco Franco le devolvieron. Ese día, ya no se otorgaban visados de tránsito. Atascado entre una Francia que no le quería y una España que se negaba a dejarle pasar, solo, en la oscuridad, un perturbado Benjamin se suicidó con una sobredosis de pastillas de morfina. Meses después, cuando Arendt y Blücher ya habían escapado, con la ayuda del Comité de Rescate de Emergencia, y estaban navegando a Nueva York desde Lisboa, abrieron el paquete de Benjamin. Los parias se turnaban para leer “Tesis” el uno al otro en voz alta mientras una pequeña multitud se juntaba a escuchar las últimas palabras del filósofo.  

Mientras en Montauban, Arendt había trazado un largo memorándum a Erich Cohn-Bendit. Se convirtió en el corazón del capítulo nueve de ‘Orígenes’. Arendt y Cohn-Bendit habían pasado tardes juntos en el apartamento de Benjamin en la rue Dombasle. La memoria concernía a los Tratados de las Minorías negociados por los arquitectos de la paz mundial en París en 1919. Fue una devastadora acusación de los hombres de Versalles. En la nación por excelencia, los pacifistas reunieron a las minorías por excelencia y todos pero sellado su destino. Los Tratados de las Minorías fueron un compromiso. Cuando Woodrow Wilson vino a Europa blandiendo su idea de autodeterminación de todas las naciones como un ticket hacia la paz, se enfrentó a un problema: qué hacer con las minorías sociales de Europa, especialmente aquellas que había sido creadas por las naciones autodeterminadas labradas por los activistas.

El compromiso era registrar nuevos estados, uno por uno, separar tratados que protegerían a las minorías domésticas como condición de afiliación para nuevas naciones en la nueva Liga. Convenientemente, las grandes potencias victoriosas quedaron exentas de esta condición – para consternación de W.E.B Du Bois, quien anhelaba extender la protección de las minorías a los Estados Unidos, y había estado ejerciendo presión sobre las grandes potencias, incluyendo su propio presidente. Consternado, Du Bois volvió de Europa en 1919 solo para hacer frente a un verano de carnicería con ciertos paralelismos con la sangrienta historia de la raza en América, y compuso su ominoso ensayo “Las almas de la gente blanca”.

A veces los compromisos funcionan. Este no lo hizo. Para Arendt, estaba destinado al fracaso porque los hombres de Versalles se habían negado a entender que hacer la paz juntando a la gente en nuevos estados y dando el poder a las mayorías hacía que los no-miembros de las nuevas naciones pasaran de miserables a indeseables. A lo largo y ancho de la Europa del este y central, estaban destinados a ser los nuevos parias en un mundo que se suponía iba a ser pacífico con los Estados nación. Era, Arendt dijo “una brecha abierta de promesas y discriminación” Sin duda el frenesí por la construcción de naciones produjo también el refugiado político moderno. Todo esto era bastante predecible. “El peligro de este desarrollo”, escribió Arendt, “ha sido inherente a la estructura del Estado nación desde el principio”. En vez de reconocer que el Estado nación era el peligro, los pacificadores lo reforzaron.

Sin duda el frenesí por la construcción de naciones produjo también el refugiado político moderno

Los Tratados de las Minorías sellaron el billete a la ruina judía. Los judíos después de todo, eran una minoría en todas partes pero queridos en ninguna. Pero lo que hizo de los judíos la minoría social por excelencia fue que su situación fue  señalada – por judíos y los no judíos por igual – como un “problema judío”. Una vez que el destino de los judíos les dejó solos, el trato estaba hecho. A diferencia de los alemanes, quienes tenían un estado musculoso para su defensa de ideales falsos (como Hitler “rescatando” a la raza germana en Sudetenland en 1938), los judíos no tenían tal cosa. El perfecto paria podría convertirse en el perfecto chivo expiatorio.

Después llegó la sorpresa. Los observadores quedaron conmocionados cuando Hitler quitó la nacionalidad a los judíos, se quedaron conmocionados cuando los judíos se convirtieron en refugiados, se quedaron conmocionados cuando no pudieron deshacerse de ellos y se quedaron conmocionados cuando esas despreciadas y no deseadas minorías se vieron arrastradas hacia la masacre. Estos observadores habían sido conscientes del peligro de los derechos derivados de la soberanía nacional y Arendt concluyó furiosa que no deberían haberse sorprendido tanto. La historia moderna de los judíos se volvió un capítulo de la historia mundial porque “la llegada de las apátridas trajo consigo el final de esta ilusión” de que la nacionalidad servía a los derechos humanos.

La historia moderna de los judíos se volvió un capítulo de la historia mundial porque “la llegada de las apátridas trajo consigo el final de esta ilusión” de que la nacionalidad servía a los derechos humanos.

Tras instalarse en un apartamento de Manhattan en la esquina de West 95th Street en 1941, Arendt y Blücher debatieron, fumaron y prepararon su viaje a través de una propuesta para el editor de libros Houghton Mifflin. Arendt lo llamó “The Three Pillars of Shame” – en español, “Los tres pilares de la vergüenza”. “El objetivo del libro”, le contó después a su editor, Mary Underwood, “no es dar respuestas sino más bien preparar el escenario”.

¿Prepararlo para qué? Mientras trabajaba para la Conferencia en Relaciones Judías, escribía poemas y daba largos paseos con su marido a lo largo de Riverside Park hasta darse cuenta de eso. Llegaban noticias de los horrores todo el tiempo, incluyendo un informe sobre que los detenidos de Gurs habían sido enviados a Auschwitz. En un corto y olvidado ensayo escrito en enero de 1943, Arendt contaba que los judíos tenían que aceptar en lo que se habían convertido. Incapaces de consolarse a sí mismos como “recién llegados” o “inmigrantes” ellos eran ahora “refugiados”. Ellos agruparon una nueva categoría de personas en la tierra, una categoría sobre la que nadie quería hablar. “Aparentemente nadie quiere saber que la historia contemporánea ha creado un nuevo tipo de seres humanos”, escribió ella, “el tipo que son puestos en campos de concentraciones por sus enemigos y en campos de trabajo por sus amigos”. Los parias que habían sobrevivido centraron su dolor y su rabia y trabajaban en una visión singular sobre lo que había creado un mal tan radical:

 “El horror real de los campos de concentración y de exterminio se basa en el hecho de que los internos, incluso si esperan conservar su vida, son más eficazmente eliminados del mundo de los vivos que si ellos hubieran muerto, porque el terror impone el olvido”.

Algo había entrado en la política “algo radicalmente malo” que no era conocido previamente y que nunca debería haber sido admitido. La idea de que razas enteras podían ser gaseadas para acabar con ellas ya no era solo una posibilidad. 

Al mismo tiempo que daba los toques finales a su libro, a Arendt le preocupaba que  el final de la guerra no terminara con la consideración de poblaciones enteras como parias. Para 1949, los campos estaban llenándose otra vez. No solo los gulags, pero en las fronteras de India y Pakistán y –más trágicamente para Arendt - alrededor de los límites del nuevo estado de Israel. En ese punto, ella salió de sus páginas para hablar al lector en su presente compartido:

"Ninguna paradoja de la política contemporánea está llena de una ironía más conmovedora que la discrepancia entre los esfuerzos de los bien intencionados idealistas que tercamente insisten en recordar como “inalienables” esos derechos, que son disfrutados por los ciudadanos de los países más civilizados y prósperos, y la situación de los sin derechos.. los campos de internamiento se han convertido en la solución habitual para el problema de domicilio de las “personas sin Estado”".

¿Era esta la “preparación”? ¿Cómo se convirtió el campo en una “solución rutinaria” después de una guerra que nos hizo tan conscientes de sus horribles realidades? El problema no sólo tiene que ver con los criminales, aunque hemos focalizado toda nuestra atención en los criminales de Núrenberg. La culpa también recae en aquellos que quieren hacer el papel de ángeles que cantaron la canción de los derechos humanos, los cuales eran naturales, mientras olvidaban (en la frase más famosa de Los orígenes) “la existencia de un derecho a tener derechos”.

Sólo somos iguales gracias a las instituciones 

Arendt fue famosa por el desprecio que mostró hacia las ideas ingenuas que las realidades vaciaron de sentido. Entre los lugares comunes que escogió como objetivos: todos nacemos iguales, destinados a la libertad y la persecución de la felicidad. No es cierto. Es sólo gracias a nuestras instituciones que nos hacemos iguales. Nuestras organizaciones nos permiten vivir en libertad. Los seres humanos, señaló, disfrutaron de derechos solo como miembros de comunidades políticas; desde el momento en que las abandonaban, o eran expulsados, sus derechos desaparecían, y solo les quedaba su frágil y perecedera humanidad.  Haría falta una mujer sin Estado para recordar al público que esos derechos no eran naturales. Hizo falta una extraña para decirlo: esos derechos podían ser arrebatados. Peor aún: la gente puede encontrarse en un mundo donde nadie les quiera ya, y esos derechos no pueden recuperarse.

Haría falta una mujer sin Estado, recordar al público que esos derechos no eran naturales

La verdadera dificultad para el paria no es sólo la de ser expulsado de su casa. Esta ha sido la desgracia de nuestro mundo durante mucho tiempo. Dios se lo hizo a Adán. Los gobernantes han actuado fuera de la ley desde tiempos inmemorables. Lo que diferenciaba a la era moderna es que nadie acogería al paria. 

Aquí es donde los ángeles tenían un papel. Pues entre festejos de autodeterminación nacional y la afección a los Derechos del Hombre como credo paralelo a la historia -donde los derechos existían como evidentes e inalienables- aquellos con el poder de celebrar las buenas cosas habían olvidado la basura de la tierra. Los totalitarios tuvieron el descaro suficiente para decir lo que la mayoría de los parias sabían pero no podían decir: “no existe tal cosa como derechos humanos inalienables y las afirmaciones de las democracias que alegaban lo contrario eran mero prejuicio, hipocresía y cobardía frente a la cruel majestad del nuevo mundo”.

En tanto que las democracias se aferraban a sus valores, nunca pudieron realmente ver que tenía que haber “derechos a tener derechos” - lo que suponía reservar un lugar para los perseguidos. Una vez los tiranos vieron esto, había pocos límites a sus soluciones para los indeseables. Al ver que nadie quería a los judíos, Hitler podría encender el gas y resolver el problema de todos. Como Arendt escribía, “una condición de completa ilegitimidad se creó antes de que el derecho a vivir fuese desafiado”. 

“Todavía soy una apátrida”, Hannah Arendt escribió a Jaspers meses después de que terminara la guerra, “no he conseguido ser respetada de ninguna manera” Los orígenes del totalitarismo es un libro acerca de déspotas y deshumanizadores. Pero también es un libro sobre los no respetables y los no deseados, y también sobre el resto de nosotros - los espectadores impactados ante las cosas horribles que los gobiernos horribles hacen a la gente. La voz de Arendt es una fuente a la que podemos recurrir para intentar abordar la propagación de la apatridia en nuestros días.

Los campos y los parias siguen con nosotros. Y nunca han sido tantos. Son producto de nuestro mundo de naciones y estados interconectados. Tenemos el papel de crear el derecho a tener derechos. Incluyendo nuestra capacidad de ofrecer santuario a aquellos que no lo tienen. Eso, como diría Arendt, es un punto de partida para decir no a los nativistas que desde casa toman partido contra los tiranos en el extranjero. 

------------------

Traducción del inglés: Álvaro Guzmán Bastida, Marta Montojo, Elena de Sus Gobantes y Marina Lobo

La versión original de este fue publicada en la revista The Wilson Quarterly.

Hannah Arendt iba a comer con su madre cuando un policía de Berlín la arrestó y se la llevó a la prisión de Alexanderplatz. Corría el año 1933. Hitler llevaba varios meses en el poder; los agentes de Hermann Göring acorralaban a activistas sospechosos. La joven investigadora de la Organización Sionista...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autor >

Jeremy Adelman (The Wilson Quarterly)

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí