RELATOS
Chatarra
Manu Pérez Matesanz 22/06/2016
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Míralo, a punto de ser chatarra. Siempre lo fue. Viajamos en chatarra durante años por carreteras oscuras y autopistas pesadas. Aún te acuerdas de mi cara cuando cerré con cuidado la puerta por primera vez. Tú estabas a mi lado, mirándome y limpiándome las gafas con vaho. “Arranca, se nos hace tarde” dijiste, con esa sonrisa cómplice que pones en los días sin lluvia. Entonces yo puse mi mayoría de edad, recién estrenada, en la guantera descorchada de marfil con olor a cuero.
Siempre era tarde. Pero la prisa duraba solo el principio del viaje. Luego todo se olvidaba. Como el día en que acabamos tirados, con el depósito seco, en una carretera de Portugal cerca de Faro. Mi mala cabeza, mi falta de previsión. Nos reímos. Juntos esperamos a un hombre más ancho que alto que nos recogió en una grúa vieja. No entrabamos los tres en la cabina, así que, tú, tan menuda, te ofreciste a ir agachada en el coche remolcado, para evitar ser vista. Yo charlaba en un español difuso con aquel hombre sobre nuestro viaje. Nuestro primer gran viaje.
Somos novatos, le dije, se nos olvidó la gasolina y el tiempo. Él devoraba las horas para acabar su jornada. Nos dejó en la primera gasolinera que vimos, sin cobrarnos más que un café. Vaciamos los bolsillos de monedas y echamos los litros justos al depósito para llegar a la costa. Allí me quité la camiseta y te reíste de mí, de mi cuerpo delgado. Llenamos los asientos de arena. Aún queda arena en la palanca de cambios. “La quinta marcha huele a Portugal” te dije hace poco. Qué estupidez.
Es la maldita sensación de sentirte independiente. También ese cuento que te enseñé: La autopista del sur. Nos creímos pioneros de la generación Beat, como Kerouac. Fue así como construimos nuestra Ruta 66 llena con árboles raquíticos y calor húmedo.
Sudor y música en inglés. Cambia el disco si quieres, sacando de debajo del asiento un estuche repleto de canciones conocidas por los dos
Sudor y música en inglés. Cambia el disco si quieres, repetía a diario, sacando de debajo del asiento un estuche repleto de canciones conocidas por los dos. Solías poner música relajante cuando conducíamos por carreteras secundarias esquivando acantilados. Aunque nunca has tenido vértigo, lo sufrías por mí, para que no me distrajese. La mirada firme, recta. Las dos manos en el volante. Parecías confiar en mí, me gustaba, y te sentías a gusto, disfrutabas de las vistas. Hacías fotos para enseñármelas luego, en la habitación del hostal.
El chirriar de los limpiaparabrisas en otoño. Nos resguardábamos dentro, con el frío en los huesos, esperando a que dejase de llover. Apenas podía oírte. Las gotas golpeaban con violencia el chasis. El cielo de esta ciudad es espeso, parece pintado con brocha.
Teníamos nuestra rutina en los días importantes. Todavía de noche, yo te esperaba en la acera, con las luces apagadas. Tú bajabas de casa cargada con dos cafés calientes y bollos, yo te abría la puerta. “Arranca, se nos hace tarde”, me volvías a decir, con esa sonrisa entrecortada prevista para el sol de mediodía.
Imagino lo que me dirá el mecánico: lo sentimos, ha sufrido una enfermedad en el motor, una especie de taquicardia de hierro
Ahora recordamos estas anécdotas. No hemos vuelto a nombrar el último día, en la sierra, cuando nos quitamos las botas de nieve con medio cuerpo fuera, tiritando, para no manchar las alfombrillas. Tuvimos que llamar a tu hermano para que viniese a recogernos. Las cuatro ruedas disfrazadas con cadenas se quedaron solas.
Imagino lo que me dirá el mecánico: lo sentimos, ha sufrido una enfermedad en el motor, una especie de taquicardia de hierro. No seas niño, es solo un objeto, no te pongas triste. De camino en taxi hacia el desguace, pienso que la máquina que lo aplaste hará estallar los airbag. Nunca tuvimos un accidente, acuérdate, estaban todos intactos. Guardábamos el tiempo en el cuadro del volante. El pasado protegido por un airbag. Este trozo de chatarra fue el punto 0 de un eje de coordenadas que no dejaba de moverse. Pensamos, en silencio, en encontrar otro rincón igual. Sin tapicería sucia, sin faros rojizos, sin cristales tintados. Pero nuestro. “Mañana salimos de viaje” susurras. Ya pensaremos cómo.
Míralo, a punto de ser chatarra. Siempre lo fue. Viajamos en chatarra durante años por carreteras oscuras y autopistas pesadas. Aún te acuerdas de mi cara cuando cerré con cuidado la puerta por primera vez. Tú estabas a mi lado, mirándome y limpiándome las gafas con vaho. “Arranca, se nos hace tarde”...
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Manu Pérez Matesanz
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