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A la pregunta de si el Ministerio del Interior pone a la policía a espiar a rivales políticos, un balbuceo precede a la tranquilizadora explicación del ministro: “Eso, el medio que lo publique, tendrá que demostrarlo”. Y si lo demuestra negaré la evidencia como he hecho con las grabaciones, le faltó especificar a Fernández Díaz.
Hay enfermedades que tienen síntomas claros. Es el caso del sarampión con sus pequeñitas manchas rojas en la piel, el de las paperas con sus bultos bajo la oreja o el de la salud democrática de España con su encargado de la seguridad sacado de una película de Torrente, por no ponernos históricos, y seguramente más precisos, y mandarlo a los tiempos de la Santa Inquisición. Decía una tertuliana de radio, al poco de conocerse la grabación en la que el ministro conspiraba para fabricar escándalos alrededor de políticos independentistas catalanes, que a Fernández Díaz no le quedaba más remedio, hechas públicas las grabaciones, que dimitir esa misma mañana. El resto de tertulianos fueron prudentes para no preguntarle en antena a su compañera “chica, pero tú dónde vives”, pero no lo suficiente como para evitar una carcajada a coro. Son las carcajadas inevitables cuando sabes que, después de cuatro años, es la cara de Fernández Díaz la que aparece en el diccionario junto a las palabras impunidad y desfachatez.
La impunidad de darle un uso político a la policía y la desfachatez de nombrarte víctima del asunto cuando este se hace público. La impunidad de las muertes del Tarajal y la desfachatez de atacar a las ONG que atienden a los inmigrantes al tiempo que niegas los disparos que los vídeos enseñan. La impunidad de convertir en parte del paisaje durante cuatro años las “operaciones araña”, en las que, tras aparición del ministro en el telediario, a los internautas detenidos sin relación alguna entre ellos (nunca tenía sentido más allá del marketing una operación policial conjunta) un juez los mandaba a casa porque no había caso. La impunidad de condecorar en nombre de todos los ciudadanos a los ocho guardias civiles que le dieron una paliza a un joven nigeriano en la valla de Melilla. Las mismas medallas que reparte con desfachatez y creando vergüenza ajena, entre ciudadanos y miembros del cuerpo de policía, a las vírgenes o periodistas preferidos de su santoral. La impunidad con la que desde su cargo público metió en su despacho, nuestra casa, a Rodrigo Rato al tiempo que se apuntaba al xenófobo “que los metan en su casa”, para hablar de refugiados que no habían saqueado el país. La desfachatez de ir al besamanos de las doce después de avergonzarnos a todos cada vez que abre la boca para llevarse por delante el 90% de los valores cristianos. La impunidad con la que desde su cargo ha usado continuamente a ETA para señalar a rivales políticos y la desfachatez de quien sabe que ser ruin y tramposo es un mal menor por el bien de la misión para la que Dios lo ha puesto en el cargo.
Fernández Díaz no tiene límite, pero la vergüenza ajena de un país no puede soportar esto una semana más.
A la pregunta de si el Ministerio del Interior pone a la policía a espiar a rivales políticos, un balbuceo precede a la tranquilizadora explicación del ministro: “Eso, el medio que lo publique, tendrá que demostrarlo”. Y si lo demuestra negaré la evidencia como he hecho con las grabaciones, le faltó...
Autor >
Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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