Lecturas desde la playa.
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"Cada libro es un milagro -decía Bill-. Cada libro representa un momento en el que alguien se sentó en silencio (y ese silencio forma parte del milagro, no te engañes), e intentó contarnos a los demás una historia". Es un extracto de El bar de las grandes esperanzas, de J.R. Moehringer, el libro que me lleva acompañando los últimos días. Estoy en la playa, así que la programación diaria pasa por poco más que levantarme, desayunar, bañarme, comer, volver a bañarme, cenar, y acostarme. Es una rutina maravillosa, se lo garantizo. Especialmente cuando, entre todos esos quehaceres de máxima importancia, agarro la historia de Moehringer y me sumerjo entre sus páginas.
Es una sensación parecida a cuando estás en el mar y una ola te arrastra hacia alguna parte. Cuando te quieres dar cuenta, estás mucho más lejos. Empiezas a buscar la sombrilla con la mirada, mientras otras olas te siguen revolcando en el agua. Las olas te mecen, llenas de fuerza, llenas de vida, inquebrantables, infinitas. "Eh, ¿nos vamos?", oigo decir a alguien. Levanto la mirada, sobresaltado. Tengo los pies llenos de arena y el sol me pega en la cara.
A los libros siempre se vuelve
El primer libro que me atrapó de niño fue de Enid Blyton y su serie de Los Cinco. El tesoro de la isla era un poco más largo y un poco más complejo que los libros que me habían dado hasta ese momento. A mí me cautivó hasta tal punto que pasaba el día pensando en qué aventuras le depararían al grupo de amigos en las siguientes páginas y capítulos, deseando formar parte, de alguna forma, de sus vivencias. Cuando llegaba el momento y tenía el libro entre mis manos, devoraba sus páginas, una a una, palabra a palabra. Tras él llegaron otros muchos que me acompañaron hasta mis primeros años de instituto. Si mi profesora de tercero y cuarto de primaria fue en buena parte culpable de mi interés por leer y por escribir, las lecturas obligatorias y la falta de amor propio de algunos (solo algunos, de verdad) de mis profesores de instituto fueron provocando el efecto inverso. Pero a los libros siempre se vuelve.
Cada pequeño milagro literario que acaba en mis manos conduce inevitablemente al siguiente, esperando encontrar una historia tan mágica como la anterior. Leer un libro es fundirse con sus personajes, viajar hasta donde se encuentran y mirarlos con los ojos muy abiertos, pendientes de todo lo que tienen que decir o no. Ficticios o no, sus personajes, a su vez, le devuelven la mirada y se funden con usted. Pasan a formar parte de su mundo. Le dan color, lo vuelven menos gris.
"Necesitamos desesperadamente que nos cuenten historias, porque nos ayudan a organizar la realidad e iluminan el caos de nuestras vidas", dijo el escritor Paul Auster. El compañero librero de Bill en El bar de las grandes esperanzas habla de algo parecido: "Bud podía hablar sin fin de la esperanza de los libros, de la promesa de los libros. Decía que no era casualidad que un libro se abriera igual que una puerta. Además, decía, intuyendo una de mis neurosis, los libros podían usarse para poner orden al caos", narra su autor y protagonista.
Cuando pienso en mis lecturas de verano, de viaje a la playa o alguna otra parte, siempre me recuerdo a mí mismo llenando la mochila de un montón de libros. Tantos como cupiesen en ese pequeño habitáculo de tela. Libros, y cómics, de los que algunos volverían sin leer. No hay tantos días ni tanto tiempo como para leer tal cantidad de letras, claro. Pero nunca me ha importado. Quiero decir, que me llevaba, y me llevo más de la cuenta a sabiendas de que no los podré leer todos. Así, por una parte, los saco de la estantería. Debe ser agotador estar todo el día ahí encajado. Aunque la verdadera razón por la que me llevo tantos libros es para poder construir una pequeña biblioteca allá dónde esté. Poder elegir qué historia quiero leer en función del momento. Incluso, intercalar lecturas y hacer un popurrí de personajes de toda índole. Saludarlos cuando me apetezca; decirles adiós cuando sea demasiado tarde como para mantener los ojos abiertos.
Necesitamos desesperadamente que nos cuenten historias
Leer libros en verano es otro de mis recuerdos, otra de mis nostalgiaS favoritas. Quizá porque es cuando más tiempo tengo para evadirme de la realidad más presente y transportarme, con todas sus consecuencias, a donde el libro me quiera llevar. Sin importar la hora o el día, soñando despierto, repasando todo lo que me han ido contando sus personajes en la intimidad, guardando cada pequeña confesión. Esperando la siguiente ocasión en la que perderme entre sus páginas.
Suspiro un poco, marco la página y cierro el libro. He vuelto al lugar de partida, he encontrado la sombrilla. "Sí, vamos".
"Cada libro es un milagro -decía Bill-. Cada libro representa un momento en el que alguien se sentó en silencio (y ese silencio forma parte del milagro, no te engañes), e intentó contarnos a los demás una historia". Es un extracto de El bar de las grandes esperanzas, de J.R. Moehringer, el libro que me...
Autor >
Manuel Gare
Escribano veinteañero.
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