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¿Sabrías poner una lavadora con las instrucciones en chino? ¿Qué estás comprando exactamente en el supermercado si ese tubérculo no lo habías visto jamás?¿ Cómo distingues el jabón del suavizante si los dos tienen un oso con flores y huelen igual? ¿Y el mando a distancia de la tele, qué? El amable estudiante taiwanés al que te has acercado en la cafetería entiende inglés y te ha escrito en chino en un papel la dirección del restaurante en el que te esperan tus amigos pero… ¡ay! el taxista no lleva gafas y no puede leerla. Te bajas del taxi y coges otro. El conductor es aún más cegato que el anterior. Desesperación. Con mucho esfuerzo consigues poner la dirección en Google Maps, pero el tercer taxista se hace un lío ampliando el mapa, se enfada y te echa del taxi. ¿Solución? Llamas a los que te están esperando y les pides que le expliquen (en chino) al (cuarto) taxista a dónde te tiene que llevar. Mientras todo esto ocurría tus amigos ya se han comido la cena.
En la calle te derrites a 35 grados a la sombra con el 70% de humedad relativa y dentro te enfrentas a un aparato de aire acondicionado que también es calefactor y deshumidificador con veinte botones en chino. ¿Cuánto crees que tardarás en romperlo? (nota: mes y medio) ¿Y qué pides si el menú del restaurante sólo está en el idioma local (lo habitual en cualquier país del mundo) y el camarero no habla inglés (algo también bastante habitual)? ¿Y por qué nadie es capaz de decirte sí o no con claridad incluso si consigues balbucear una pregunta en tu incipiente mandarín?
Efectivamente, el día a día tras una mudanza a Taiwán puede ser agotador. Las tareas más sencillas se transforman, por vía de tu recién estrenado analfabetismo, en arduas labores de supervivencia. Y eso que aquí se habla ‘mucho’ inglés, según me dicen otros extranjeros que han vivido en China. “Ahí sí que sufrirías, no te quejes que esto es jauja” me comentan con sorna. Seguramente tengan razón, en Taiwán se chapurrea inglés aquí y allá. En algunos supermercados hay algún producto importado con nombres en inglés y en el metro todas las paradas tienen su correspondiente traducción. Hay médicos que se anuncian en inglés y hay restaurantes donde el menú está en los dos idiomas. Aún así la vida, obviamente, fluye en chino - ¿o es que el que te instala internet en Madrid está obligado a saber idiomas? -y eso significa que gran parte de tu energía tendrás que invertirla en resolver problemas que en tu idioma no son tales.
Me consuelo pensando que millones de personas se enfrentan a situaciones así y en condiciones mucho más dramáticas. Por ejemplo, la vida práctica de un refugiado sirio recién aterrizado en Munich debe ser bastante parecida a la mía. Obviamente no me atrevo a compararme con él en cuestiones materiales o emocionales, yo soy una privilegiada que ha elegido estar donde estoy y él una persona rota que ha tenido que huir de su país con lo puesto a causa de una guerra en la que seguramente habrá perdido a muchos seres queridos. Pero su sensación de desamparo al enfrentarse al idioma alemán en el supermercado o en la calle debe ser similar. Y lo mismo le ocurre a la señora filipina que ha dejado a sus dos hijos en Manila para venir a trabajar de limpiadora a Taiwán. Es más, yo puedo desesperarme porque el taxista no me comprenda pero ella, aunque el taxi sea barato, ni siquiera puede tomarlo: le toca lidiar con el recorrido del autobús (y ése sí que está sólo en chino).
La sensación de analfabetismo cuando te envuelve un idioma tan diferente al tuyo puede llegar a ser angustiante y a menudo, humillante: los taiwaneses son especialmente amables con quien no habla mandarín pero a veces es imposible no sentirse estúpido al no comprender o notar que alguien te mira con superioridad porque no te enteras de nada. Que tire la primera piedra el que no ha mirado por encima del hombro a esos búlgaros y rumanos que hasta hace apenas siete años llenaban las obras del boom del ladrillo español y que a menudo eran licenciados con carreras universitarias reducidos a obreros de la construcción ante su desconocimiento del castellano. Mucho joven español con dos masters se sentirá igual de pequeño que ellos en estos momentos en Reino Unido o Noruega mientras sirve cafés en un Starbucks porque su falta de dominio de la lengua local no le permite aspirar a otra cosa. No obstante, los rumanos jugaban con cierta ventaja: su idioma tiene como origen el latín y por tanto el español no les suena a chino como a mí el chino o a un árabe el alemán. Además, ellos también dicen ‘sí’ y ‘no’ sin despeinarse, cosa que no ocurre en Taiwán.
Cuando empiezas a estudiar mandarín descubres que en esa lengua nuestro ‘sí’ y nuestro ‘no’ son intraducibles, se trata de conceptos relativos y en mandarín no pueden separarse del contexto. Es más, llegas a comprender por qué esos chinos que en las tiendas españolas parece que siempre contestan sí a todo aunque eso que buscas no lo tienen y ellos lo saben en realidad no te estaban diciendo que sí: afirmaban que no tenían lo que tú les estabas pidiendo. Suena complicado pero no lo es, son formas de expresarse, que a su vez influyen en la manera de pensar y comportarse. En mandarín los verbos no se conjugan, no hay géneros, no hay artículos, es una lengua tonal sin alfabeto (pero con más de 20.000 caracteres), la educación no se mide por la cantidad de veces que eres capaz de decir ‘por favor’ --es más, casi no se dice-- y no hay ‘sí’ y ‘no’ a secas. Si preguntas “¿Tiene agua?” la respuesta será ‘tengo’ o ‘no tengo’, aunque ese ‘bu’ que se pone delante del verbo para negarlo nunca podrías pronunciarlo en solitario. Y si encimas les preguntas negando, que es un vicio muy español, entonces te descolocas. “¿No tiene usted agua?” Ante esa construcción, la respuesta negativa suele comenzar con una afirmación. “Correcto. No tengo”. Y ahí es cuando ya no entiendes nada, ni si hablan en chino ni si hablan en español. Y tú te desesperas y te dan ganas de agitarle y decirle “¿Sí o no?” Ellos, por su parte, hacen lo que pueden por aprender inglés o español y nosotros, implacables, no tenemos piedad. “Son unos maleducados” pensaba yo antes. La realidad es que se expresan de otra forma y al traducir del chino a lenguas romanas, suenan bordes, aunque no lo sean. Ellos en mandarín no dicen “¿Por favor, me daría un café?”. Entran al bar y proclaman: “Quiero un café”. Y a nadie se le eriza el pelo. Como ven, todo es relativo.
¿Sabrías poner una lavadora con las instrucciones en chino? ¿Qué estás comprando exactamente en el supermercado si ese tubérculo no lo habías visto jamás?¿ Cómo distingues el jabón del suavizante si los dos tienen un oso con flores y huelen igual? ¿Y el mando a distancia de la tele, qué? El amable...
Autor >
Barbara Celis
Vive en Roma, donde trabaja como consultora en comunicación. Ha sido corresponsal freelance en Nueva York, Londres y Taipei para Ctxt, El Pais, El Confidencial y otros. Es directora del documental Surviving Amina. Ha recibido cuatro premios de periodismo.Su pasión es la cultura, su nueva batalla el cambio climático..
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