Y pensaba Pedro Sánchez en su revivir, como el de la cigarra a la que cantaba María Elena Walsh, que esta vez tendría una tregua. Cuán equivocado estaba. El penúltimo ataque a la dirección del PSOE, a cuenta de las críticas de Ferraz a Guillermo Fernández Vara, presidente de Extremadura, es la prueba de que Susana Díaz y acólitos --que lo son más por enemistad con Sánchez que por cariño a la andaluza-- no han tirado ni piensan tirar la toalla. No tanto para que se haga la voluntad de la vieja guardia socialista de mantener el statu quo en el Gobierno de España, que también, sino para acabar con las aspiraciones del que pensaban “tonto útil” y les salió rana. 

Tras un estío de calma, Díaz,  Eduardo Madina, Carme Chacón, Javier Fernández, Elena Valenciano e incluso Alfredo Rubalcaba se lanzaron este miércoles en las redes sociales a respaldar al barón extremeño, único que no se ha dado tregua veraniega. Fernández Vara no ha dejado de insistir en aquello de que “con 85 diputados no se puede gobernar”, pero fue su denuncia de que lleva dos meses sin hablar con el líder del partido la que motivó la respuesta de Isabel Rodríguez, portavoz adjunta del grupo parlamentario, y la tormenta. “Que levante el teléfono (…) lo razonable es discutir en los órganos del partido y no ante los micrófonos”, fue la invitación de Rodríguez. La respuesta de los críticos: una revuelta tuitera en defensa encendida de la libertad de expresión. 

Todo mi cariño a mi compañero @GFVara. A los socialistas nos une la fraternidad y el respeto a la expresión libre de nuestras ideas.

— Susana Díaz Pacheco (@susanadiaz) 14 de septiembre de 2016

En un Ferraz sorprendido por la campaña que algunos cercanos a Sánchez aseguraban “orquestada”,  preferían no darse por aludidos. Ninguna respuesta pública ante la presunta operación en la que llaman la atención ausencias de barones otrora en extremo combativos. Uno, el presidente castellano-manchego Emiliano García-Page que, según avanzaba el diario cuartopoder, podría convertirse en competencia de Díaz en el asalto a la dirección. Otro, el valenciano Ximo Puig, a la sazón presidente gracias a Podemos y los nacionalistas, a quien este verano se le indigestaba una cena con las bases del partido, indignadas con la insinuación de que al PSOE no le iba a quedar otra que facilitar el Gobierno de Mariano Rajoy .

Porque, más allá de libertades de opinión y redes sociales, ha sido en la gobernabilidad y en el Congreso donde unos y otros han protagonizado las batallas más cruentas. Conviene hacer un poco de memoria sobre los intentos de asesinato político –o invitaciones al suicidio-- que arrancaron el mismo día del nacimiento del nuevo líder socialista. Fue en el Congreso de 2014, en el que Sánchez se convirtió en el sustituto del dimitido Alfredo Pérez Rubalcaba por obra y gracia de la federación más poderosa del partido: la andaluza. La Sultana aupó a Sánchez frente a su rival, Eduardo Madina, en la confianza de manejarlo y manejar a su antojo el partido, y preparar –quizás-- su salto a la política nacional. Pero el madrileño le salió espabilado y en el mismo momento en que subió al atril, ya como secretario general, y dijo a los suyos “lo primero que haré cuando llegue a La Moncloa…” (era “derogar la reforma laboral”, por cierto) a Díaz se le torció el gesto y comenzó el afilado de cuchillos. 

Hubiera sido posible un gobierno de cambio tras el 20D con el apoyo de Podemos y los nacionalistas. Y la estrategia del susanismo pasó por forzar una resolución política en el Comité Federal que vetaba cualquier negociación con aquellas formaciones que reclamaran el independentismo. Pensaban que aquello imposibilitaría las aspiraciones del secretario general y le obligaría a renunciar. Pero, en una triple pirueta, Sánchez salió de aquella intentando el pacto con Ciudadanos y los de Pablo Iglesias, o unas segundas elecciones en las que no había tiempo para elegir nuevo candidato. Confiados en las capacidades negociadoras de Rajoy, en el Comité celebrado tras la segunda cita con las urnas, el 26J, los críticos pensaron que los escenarios que se abrían tras el “no” unánime a Rajoy –un Sánchez debilitado en la oposición o unas terceras elecciones-- serían también su muerte política. Pero si algo ha demostrado quien algunos bautizaron entonces como ‘Pedro, el Breve’ es, como la de la cigarra, su capacidad para renacer. 

Hasta el punto de que esta semana a él también le salía la trova al anunciar: “El cambio es como una nave en la que el rumbo es el progreso y la justicia social, y el timón es el Partido Socialista”. Cuenta con una militancia que respalda el “no es no” y con que el oscuro horizonte judicial del PP ponga la responsabilidad de las terceras elecciones en Albert Rivera. Según fuentes cercanas al secretario general, Sánchez está decidido a negociar con Podemos mientras los casos Barberá, Soria, Bárcenas, Gürtel... le hacen el trabajo de conseguir, cuando menos, la abstención de Ciudadanos. 

Pero ahí está Susana Díaz: "Siempre he defendido que con 85 escaños no se puede gobernar este país y que hay que hacer una oposición útil”, dijo  tras su silencio estival. Y ahí están sus fieles defendiendo la convocatoria de un nuevo Comité Federal en el que el “no” ya no lo sea tanto. Y Felipe González. Y las elecciones en Euskadi y Galicia, que no auguran nada bueno para el PSOE y para un secretario general volcado en ambas campañas. Y un calendario infernal. Y, sobre todo, ahí está un partido diezmado en las urnas y partido en dos, no solo por la gobernabilidad de España, que también, sino por el liderazgo de la formación que se concretará en el Congreso Federal todavía sin fecha.