Tribuna
El triunfo de la España sucia
Tras el pistoletazo final de Felipe González, cuatro días de asalto, largamente meditado y ensayado. Un patético recorrido que ha dejado a la ciudadanía sobrecogida
Rosa María Artal 2/10/2016
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Amanece con el campo sembrado de cadáveres. Los sublevados se han retirado momentáneamente del escenario y solo la prensa amiga permanece enarbolando la cabeza del derrotado en una pica. Cronistas varios dan su versión de los hechos. Demasiados, somos demasiados tal vez. Numerosos mercaderes se mezclan en la confusión para vender sus productos. Hay quien aplaude, quien come palomitas aún, o pizzas, quien elige culpables en la oferta para aminorar dolor o responsabilidad. La gente sensata está sobrecogida ante lo que la España sucia es capaz de hacer.
La historia de las hostilidades empezó mucho antes, pero se desencadena en las navidades del año pasado. El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, siempre tan ocurrente, decide fijar elecciones para el 20 de diciembre, a ver si con los villancicos ya sonando se le anticipa el premio de la lotería que no viene asegurado. Pero no, después de tanto esfuerzo, de encuestas como espoletas, los abusos pasan factura. No demasiada, pero sí la suficiente como para que los votos no le permitan seguir en La Moncloa sin apoyos.
Rajoy le dice al Rey que no se presenta a la investidura, que para perder ni se molesta. Pero Pedro Sánchez, el líder del PSOE, la segunda fuerza más votada casi con el mismo porcentaje que Podemos, se anima a intentarlo. Está muy condicionado –siempre lo estuvo-- por la derecha de su partido, o si se quiere, por los más acomodados. Firma un pacto sorprendente (o no) con Ciudadanos que no le aporta los escaños necesarios.
Ni Sánchez es el frasco de las esencias socialistas, ni el PSOE ya un partido imprescindible. Al paso que va puede volverse irrelevante de hecho
A Pablo Iglesias se le ha ocurrido abreviar trámites y le ha ofrecido formar gobierno. El único error en mi opinión: hacerlo en rueda de prensa y no al propio interesado. Los dioses del PSOE montan en cólera ante la osadía. Temen sin embargo que el secretario general caiga en tentaciones inconvenientes. Y una de las portavocías del Poder, el periódico La Razón, avanza en portada que Felipe González va a tomar las riendas: “Reunirá a la vieja guardia antes del Comité Federal para frenar a Sánchez”. Es 24 de enero.
El País apoya por la retaguardia en su encantador intento de impulsar a Albert Rivera. El político más valorado, dice, aunque cada vez se desinfle más en las urnas.
Muchos avatares después, muchos fracasos, muchos llantos y rabias; unas segundas elecciones en junio, una investidura de Rajoy fracasada por la firmeza de Sánchez en el No a un gobierno corrupto, múltiples editoriales cuajados de insultos, un hartazgo notable en el electorado, llega la hora de la verdad. Los cuatro días del asalto. Largamente meditado y ensayado. Ahora nos dicen que hasta el Gobierno lo sabía.
A estas alturas ya casi nadie ignora el pistoletazo final de Felipe González el miércoles en la Cadena SER. E inmediatamente las dimisiones, el desembarco del PSOE andaluz en Madrid con la enviada de la jefa, Susana Díaz, que en insólita escena se proclama “única autoridad”, sin que ni el tío Tato de Rajoy le haga el menor caso. Un patético recorrido que ha dejado boquiabierta a la ciudadanía.
Y el sábado, 1 de octubre, el día en el que (1823) Fernando VII abolió todas las leyes progresistas del Trienio Liberal y reinstauró la Inquisición, el día en que las mujeres obtuvieron el voto en 1931, en el que Franco fue proclamado jefe de Estado, los ejércitos y las libertades en el 36 tras el golpe de julio o el día en el que se aprobó, en 2004, el matrimonio homosexual, se desencadena la batalla definitiva en Ferraz. De nuevo una guerra televisada, radiada, escrita y comentada, manipulada, protestada. Con lloros, gritos, desconcierto, mala vid. Y por encima de todo, un puro bochorno, una vergüenza para un país europeo del siglo XXI.
Todos los partidos socialdemócratas europeos pierden apoyos. El descenso no se inició con Pedro Sánchez, lo hizo con Rubalcaba
Sánchez pierde la votación para hacer un Congreso y dimite. El País le dedica una portada, una edición, desde el rencor y la revancha. No cabe más, ni la caverna mediática oficial llega a tanto. Todos los partidos socialdemócratas europeos pierden apoyos. El descenso no se inició con Pedro Sánchez, lo hizo con Rubalcaba. En las últimas municipales, el PSOE de Sánchez duplicó las alcaldías. Pero todo eso da igual. Lo importante es que gobierne Rajoy, que gobierne el PP y nada cambie.
Se hace cargo de la gestora el presidente de Asturias, Javier Fernández, un señor que se declaró en campaña “español por los cuatro costados” y al que aterra cualquier posibilidad de referéndum en Cataluña. Cualquier persona informada, bien informada, sabe cuánto porcentaje hay de teatrillo en eso del “España se rompe”. Para los negocios y trapicheos no se rompe ni en broma.
Y gana Susana Díaz y sus autoridades (Verónica, autoridad única, o Micaela, la presidenta de fidelidades mutantes). Y el extremeño Fernández Vara, y el manchego García Page, y el aragonés Lambán, y el asturiano, claro. Y también Rubalcaba, y Felipe González y Cebrián. Y los resentidos.
Y pierden Pérez Tapias, y Miquel Iceta, y Josep Borrell, y Odón Elorza, y advierte y se duele en serio Javier Solana. Comparen resultados.
Ni Pedro Sánchez es el frasco de las esencias socialistas, ni el PSOE ya un partido imprescindible. Al paso que va puede volverse irrelevante de hecho. Si los planes no cambian, tendremos Gobierno de Rajoy que se permite desde el primer minuto exigir contrapartidas por su abstención al partido quebrado. Y gracias que no le convoque terceras elecciones y lo deje en la cuneta. Cambios ni uno: a peor. Con más fuerza por el aval. El PP se aprovecha. La prensa pestilente dice que son Podemos e Izquierda Unida quienes lo hacen. Que no se apartan a una esquina a esperar que el PSOE se recomponga, si puede.
El tiempo, el progreso y la realidad caminan en su contra. La realidad sobre todo. De lo sucedido, del viacrucis que queda por recorrer a los ciudadanos, lo peor es que por encima de los vencedores aparentes –con problemático futuro-- el gran triunfo ha sido el de la España sucia.
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