JAZZ
Art Tatum. Un endiablado ritmo pulsa la cuerda
Ayax Merino 15/10/2016
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Art Tatum, como Garcilaso, Padilla o Bahamontes, toledano de pro conocido en todo el orbe, aunque sea del Toledo de Ohio, muy lejos de la meseta y los carpetovetónicos pagos, allende los mares al otro lado del charco en las lueñes tierras de los vastos EE.UU, pero toledano al fin, universal toledano como Alfonso X el sabio, pongo por caso.
No escribió églogas ni sonetos, no, ni capitaneó las huestes comuneras, nada de eso, ni pedaleó a lomos de una bicicleta, ni por pienso, ni menos todavía mandó verter al romance innúmeras obras, componer la Estoria de España, la Grand e General Estoria o las Siete Partidas ni en sus ratos libres anduvo con las Cantigas a cuestas. No. Pero fue un pianista sin igual, que tampoco es poca cosa.
Exuberante, desmesurado, brillante, caudaloso pianista. Cascadas y cascadas de notas en tropel, bravío torrente que se desborda incontenible. Mas, qué milagro, no sobra nada, nada falta. Todo en su sitio con perfecta armonía.
Virtuoso es decir poco. ¿Cómo es posible que esos dedos gordezuelos se movieran sobre el teclado a tamaña velocidad? Pianista vertiginoso de endiablado ritmo que deja suspenso el ánimo, sin duda podía sacarle a un piano lo que le viniese en gana, diabluras insospechadas. Decía lo que quería como quería. Y lo decía bien, muy bien. Pero era mucho más que un mero virtuoso. Un maestro de los pies a la cabeza que sabía tocar la tecla justa que conmueve, un artista de cuerpo entero que emocionaba con su arte. A mí tanta belleza me sigue emocionando cada vez que le escucho.
Pianista solitario por naturaleza, gustaba de lidiar con su piano a pecho descubierto sin compañía que le estorbase, frente a frente los dos, su piano y él. A sus anchas, libre para desplegar todo su talento sin ataduras, sin frenos, sin constricciones. Más que nada, porque la mayoría de sus colegas eran incapaces de seguirle, de andar a su paso. Ya se sabe, más vale solo que mal acompañado.
Un maestro de los pies a la cabeza que sabía tocar la tecla justa que conmueve, un artista de cuerpo entero que emocionaba con su arte
Pero también es verdad que quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija. Y así, en ocasiones contadas, cuando la ocasión lo merecía, la ocasión la pintan calva, se dejó uncir al carro de algún trío, cuarteto e, incluso, sexteto. Siempre con un tiro con casta, de grandes músicos con los que se sintiera a gusto. Como Ben Webster o Roy Eldridge, por ejemplo.
No fue un disco lo primero que tuve de Art Tatum, no. Lo primero que vino a mis manos fue una cinta de esas vírgenes que tanto usábamos para grabar los discos que nos dejaban o los programas de radio que nos gustaban, qué tiempos. Sí, una cinta que me pasó mi amigo Julio hace muchos, muchos años, ni me acuerdo ya de cuantos. En la cara A venía Art Tatum con Harry “Sweets” Edison (trompeta), Lionel Hampton (vibráfono), Barney Kessel (guitarra), Red Callender (bajo) y Buddy Rich (batería) ¡Dios te lo pague, Julio! Yo nunca te lo podré agradecer bastante.
Dulce néctar, ambrosía de los dioses, canela fina. Llevo la cinta permanentemente en el coche, conmigo va donde vaya yo, sin separarnos por nada del mundo, emparejados hasta que la muerte nos divorcie con su guadaña. Y siempre consigue alegrarme los atascos.
A la busca del disco salí. Husmeé por todos lados, no dejé tienda sin revolver, hurgué aquí y allá. En balde. Nada, que no lo encontraba por ningún lado. Agotado, sin existencias y esas cosas. Años y años. Hasta que un buen día, sin pretenderlo, sin buscarlo, me topé con él de repente ¡Feliz hallazgo! Trémulo por la emoción pagué en la caja y me lo llevé corriendo a casa. Aquí está, bien guardado. De vez en cuando lo saco, lo toco, lo acaricio, lo contemplo arrobado. Y lo pongo en el plato y me deleito con la belleza soterrada en sus surcos.
Art Tatum, ni más ni menos. Art Tatum, la leche en verso.
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Este artículo se puede escuchar también en el programa de radio Jazz en el aire.
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Ayax Merino
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