Detroit, ciudad de acogida
El área metropolitana de la antigua capital del automóvil ha recibido en el último año al mayor número de refugiados sirios de Estados Unidos. A pesar de los discursos apocalípticos de Trump, esta región demuestra que la integración funciona
Ariadna Cortés Detroit , 6/11/2016
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La inmigración está siendo uno de los temas más calientes de la campaña presidencial que acaba este martes 8 de noviembre, y la cuestión de los refugiados también enfrenta a los dos candidatos. Aunque ya no habla de los 65.000 refugiados sirios por año que propuso hace meses, la demócrata Hillary Clinton mantiene su intención de aumentar el número de acogidos. El republicano Donald Trump, por su parte, no se cansa de repetir la amenaza para la seguridad nacional que supone dejar entrar a refugiados musulmanes.
En septiembre de 2015 la administración Obama se marcó un objetivo: acoger a 10.000 refugiados sirios en los siguientes 12 meses. En agosto ya lo habían alcanzado. Aunque se han repartido por diferentes estados, Michigan se ha convertido en su principal destino al haber recibido a más del 10% del total. Y de los 1.036 sirios que se han instalado allí, la mayoría lo han hecho en la zona de Detroit.
Antes de que Washington anunciara su propuesta de acogida, las autoridades de Michigan habían hecho otra que iba mucho más allá. En 2014 el gobernador del estado, Rick Snyder, solicitó a Obama que autorizara 50.000 visados extras a inmigrantes cualificados, entre ellos refugiados sirios, para que se instalaran en el área metropolitana de Detroit. La ciudad del motor ha perdido el 60% de sus habitantes desde 1950, principalmente a causa de la crisis de la industria automovilística. Y el mandatario republicano veía en la inmigración externa una buena oportunidad para revitalizar la economía de la que llegó a ser la cuarta mayor urbe del país. Sin embargo, en noviembre del año pasado Snyder, que no ha apoyado al candidato de su partido, se echó para atrás. Dos parecen ser las causas: los atentados de París de ese mismo mes y la intención de rebajar la atención sobre una cuestión tan controvertida durante el año electoral.
A pesar de que las encuestas le otorgan la victoria a Clinton, Trump también tiene su público en Michigan, principalmente entre aquellos que culpan a los productos extranjeros de la crisis de su región, que no son pocos. Al candidato republicano, sin embargo, le resultará complicado imponerse con un discurso antiinmigración tan marcado en un estado cuya historia está ligada a este fenómeno.
De los poco menos de 700.000 habitantes que tiene actualmente Detroit, 35.000 son extranjeros
Una comunidad árabe muy arraigada
“Los inmigrantes tienen un papel destacado en la historia de Detroit”, afirma Christine Sauve, del Michigan Immigrant Rights Center, una entidad que proporciona asistencia legal a los inmigrantes. “Mucho de lo que es hoy la ciudad se lo debe a la Gran Migración”, añade. Entre 1910 y 1970 seis millones de afroamericanos se desplazaron de los estados del sur hacia el medio oeste, el noroeste y el oeste del país. Los que escogieron Detroit llenaron las fábricas de coches y dieron forma a la identidad cultural de la ciudad del motor. La Motown, la discográfica de la que salieron Marvin Gaye y The Supremes, nació allí. En las últimas tres décadas la inmigración ha cambiado y ahora proviene en gran medida de fuera de Estados Unidos: de los poco menos de 700.000 habitantes que tiene actualmente Detroit, 35.000 son extranjeros.
“Algunas de las zonas más vibrantes de la ciudad tienen una población muy heterogénea proveniente de diferentes países”, dice Sauve, en referencia a la mezcla de culturas y también al espíritu emprendedor de muchos inmigrantes. De hecho, según un estudio de la Partnership for a New American Economy, una iniciativa que persigue una reforma migratoria, actualmente este colectivo tiene el doble de probabilidades de montar un negocio que el de los nacidos en territorio estadounidense. La comunidad árabe es una de las más activas en este sentido y son muchos los negocios del área metropolitana de Detroit regentados por sus miembros. En Dearborn, conocido como la capital árabe de Norteamérica, hay calles enteras con establecimientos rotulados en árabe además de en inglés. Allí se ubica la mezquita más grande del país, y también es donde se han instalado muchos de los refugiados iraquíes que han llegado en los últimos años.
A pesar de que ya ha quedado demostrado que los refugiados pueden contribuir a la revitalización económica de la región, Sauve insiste en que “este no debe ser el principal motivo por el que les ayudemos; estamos ante una grave crisis humanitaria, y eso debe ser lo que nos mueva”. El programa que coordina, Welcoming Michigan, incluye un amplio abanico de acciones para promover la integración de los inmigrantes en su nuevo entorno. “Michigan es uno de los estados más inclusivos, pero siempre puede hacerse mejor”, admite. Como ejemplo pone California, donde se puede obtener el carné de conducir incluso sin documentación. Aunque aquí la oposición a la acogida de refugiados ha sido mínima, Sauve explica que en ocasiones “el desconocimiento provoca reticencia”. Por eso colaboran con la administración pública, las escuelas y otras entidades para dar a conocer las diferentes realidades de los recién llegados.
Los refugiados no deciden dónde se les reubica, lo hace el gobierno federal, pero no es casualidad que se asigne a muchos de ellos a una área que cuenta con la mayor concentración de población árabe del país, más de 400.000 personas. Aquí la red de ayuda es mucho más amplia y resistente que en ningún otro lugar. “Hay una gran comunidad siria establecida desde hace tiempo, lo que facilita en gran medida el proceso de adaptación de los recién llegados”, explica Reem Akkad, miembro de la junta de la Syrian American Rescue Network (SARN). Esta ONG, creada en 2015 y que ya cuenta con más de 350 voluntarios, ayuda a las familias sirias que llegan a Michigan huyendo de la guerra que está destruyendo su país desde 2011.
Las agencias de reasentamiento financiadas por el gobierno, desbordadas por la cantidad de refugiados a los que tienen que atender, ofrecen unos servicios básicos iniciales
Las agencias de reasentamiento financiadas por el gobierno, a menudo desbordadas por la cantidad de refugiados a los que tienen que atender, ofrecen unos servicios básicos iniciales, y son las organizaciones como la SARN las que llenan los agujeros que éstas dejan. “El gobierno les busca alojamiento y les paga el alquiler durante los tres primeros meses, y nosotros les proporcionamos muebles y les ayudamos con las gestiones del día a día”, detalla Akkad.
De Siria a Michigan
Una de las primeras familias a las que atendió la SARN fue la de Nidal, que llegó a Estados Unidos hace un año y medio. Nidal, de 28 años, escapó de la ciudad de Daraa en 2012 junto a su mujer Raeda y su hija Taim, que ahora tiene seis. “Tuvimos suerte porque vivíamos muy cerca de la frontera con Jordania, así que solo tardamos una noche en llegar”, cuenta el padre de la familia. Aunque se libraron de alojarse en un campo de refugiados gracias a un primo que ya vivía allí, Nidal no veía su futuro en una Jordania sin oportunidades laborales para él ni de escolarización para su hija, así que no dudó cuando la ONU le ofreció la posibilidad de trasladarse a otro país como refugiado. “Hubiese preferido ir a Europa, donde tenemos amigos, pero nos asignaron a Estados Unidos”, dice Nidal, que a pesar de sus reticencias iniciales ahora está muy contento con su destino.
Después de superar el exhaustivo control de seguridad, un proceso que dura una media de dos años e incluye entrevistas personales y revisión de antecedentes, llegaron a Bloomfield Hills, una ciudad del área metropolitana de Detroit. Entonces ya eran cuatro: su hijo Layal, de dos años, había nacido mientras esperaban. El primer reto que afrontó Nidal fue encontrar trabajo, pues el gobierno exige a los refugiados ser autosuficientes en 90 días. Lo encontró con ayuda de la SARN en un lavadero de coches, algo que no había hecho nunca en Siria, donde era apicultor en una granja de su propiedad. Poco después de llegar se apuntó a clases de inglés y espera poder retomar sus estudios de ingeniería agrícola en la universidad. “Quizás dentro de dos o tres años tendré una gran granja aquí”, sueña Nidal.
Echa de menos a sus abejas, pero está agradecido por su actual empleo, que le permite pagar el alquiler de un piso en un agradable barrio residencial con un buen sistema educativo, algo no muy común en los alrededores de Detroit. Su hija empezó el curso en septiembre.
Sus tíos y sus dos primos, con los que compartieron el trayecto hacia Jordania, llegaron a Estados Unidos hace tres meses. “Les han realojado en Ohio, pero se sienten desamparados porque allí no hay una comunidad árabe tan numerosa como aquí y el choque cultural les ha resultado más fuerte que a nosotros”, comenta Nidal. Ahora están pensando en trasladarse a Michigan, algo que ya han hecho bastantes refugiados que, una vez superado el período en el que dependen del gobierno, buscan un entorno que les resulte más familiar para vivir.
A Nidal le preocupa la situación de sus padres y de los dos de sus cuatro hermanos que aún están en Siria, pero es consciente de que con todas las fronteras cerradas les va a resultar casi imposible marcharse. Él no piensa en volver a su país, ni aunque acabe la guerra. “Iría a visitar a mi familia, pero este es nuestro nuevo hogar”.
Oportunidades laborales limitadas
Aunque Nidal se considera muy afortunado, su caso refleja algunas de las dificultades a las que se enfrentan los refugiados que llegan a Estados Unidos. Encontrar empleo es una de las principales, y más aún uno relacionado con sus estudios o profesión en su país de origen. Los requisitos para obtener trabajos cualificados aquí son exigentes, y algunos refugiados ni tan siquiera pueden presentar su expediente académico o el que tienen no les sirve.
Kaes es dentista. En Bagdad trabajó ocho años como gerente de un centro médico de atención primaria. Abandonó la capital iraquí con su mujer Farah y su hija Lara por los peligros que suponía vivir en un país en una etapa de posguerra violenta, y llegó a Bloomfield Hills en 2013. A diferencia de la mayoría de refugiados, no chocó con la barrera lingüística porque estudió la carrera en inglés. Sí lo hizo con la administrativa. “Para trabajar como dentista aquí tendría que estudiar cinco años más a pesar de que ya tengo mi título y una larga experiencia”, lamenta Kaes. Al poco de instalarse realizó un par de cursos en ACCESS, la mayor ONG de servicios para la comunidad árabe del país, y acabó encontrando trabajo como asistente social en la propia organización.
Una de las muchas líneas de trabajo de ACCESS está enfocada a ayudar a los refugiados a encontrar empleo. “Es una lástima porque en muchas ocasiones no pueden acceder a puestos acorde a su cualificación o experiencia”, comenta Rashed Amine, supervisor del programa de asistencia a refugiados. “A algunos les ayudamos a certificar sus títulos o a complementar sus estudios en la universidad, pero no todos pueden permitirse el dinero y el tiempo que ello conlleva”, añade. En otros casos el problema es más básico: consiguen trabajo, pero no pueden llegar a él, pues el transporte público del área metropolitana de Detroit no es de fiar. El autobús puede pasar, o no. Desde ACCESS les ayudan a sacarse el carné de conducir y les facilitan tarjetas canjeables por gasolina. Otras organizaciones como la SARN proporcionan coches a quienes los necesitan. Así consiguió Nidal su primer vehículo; el segundo, el que utiliza su mujer, lo compraron con su sueldo.
A pesar de los obstáculos, la mayoría de refugiados consiguen abrirse camino en el mundo laboral durante su primer año. “Son personas que han vivido situaciones muy complicadas y eso los ha hecho resilientes, lo que les convierte en buenos trabajadores”, argumenta Amine. Es por eso que algunas empresas de la zona se ponen en contacto con ACCESS para contratar empleados. Su valiosa aportación a la economía influye, sin duda, en la buena acogida que están teniendo por parte de la comunidad. Detroit alcanzó su esplendor en los cincuenta gracias a su potente industria automovilística, y desde entonces ha vivido unas décadas de declive que la han dejado despoblada y con miles de edificios vacíos. En 2014 salió oficialmente de la bancarrota que había declarado el año anterior, y parece que poco a poco se va recuperando. En opinión de Amine, los refugiados están contribuyendo a este proceso, y lo van a hacer aún más en el futuro. “Gane quien gane las elecciones, en Michigan seguiremos recibiendo a los refugiados con los brazos abiertos”, asegura optimista Sauve.
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Ariadna Cortés
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