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Mi hijo de once años y sus amigos encuentran sus pesadillas en los informativos. De día, pueden comentar al dedillo el asesinato del embajador ruso en Ankara, la explosión de una fábrica de pirotecnia en México y el atentado en el mercadillo navideño de Berlín. Por la noche, gran parte de lo que refieren al despertar sobresaltados de sueños agrios se relaciona con alguna versión de esos episodios convulsionados que les llegan casi sin filtros. ¿Puede derivar la hiperinformación en una nueva forma de fragilidad?
La "aldea global" que definió Marshall McLuhan en los años 60 del siglo pasado para dar cuenta del cambio de escala que supondrían los medios de comunicación audiovisuales goza de buena salud. Pero la era digital obliga a repensar los conceptos acuñados por el experto canadiense, que merecen más que nunca ser leídos en estéreo con los de Mafalda, la criatura de Quino, rogando: "Paren el mundo que me quiero bajar".
Cuando el autor de Comprender los medios de comunicación machacaba que "el medio es el mensaje", aludía al impacto de la tecnología en la dinámica social (cómo alteraría, por ejemplo, la interacción familiar la sola presencia del televisor encendido a la hora de la cena). Qué se contara a través de la pantalla no era tan relevante como que la pantalla estuviera allí para contarlo. Naturalizada Internet como si del aire mismo se tratara (en el siglo XXI es casi el nombre de una capa más de la atmósfera), quizá sea hora de volver a reparar en los contenidos.
En el menú informativo que elevamos a las primeras planas, las buenas noticias cubren sólo la cuota de la corrección política, mientras esperamos el próximo megasuceso
En el menú informativo que elevamos a las primeras planas, las buenas noticias cubren sólo la cuota de la corrección política, mientras esperamos el próximo megasuceso, taquillero como las películas de Spielberg. Titulares sobre inseguridad y violencia ganan las portadas de los periódicos internacionales: desde la foto −arma en alto− de Mevlut Mert Altintas, después de masacrar al embajador ruso Andrei Karlov que casi cierra diciembre hasta el escape de tres presos por homicidios vinculados al narcotráfico, fugados de una cárcel de máxima seguridad, cuya recaptura siguió en directo toda la Argentina en enero, 2016 ha sido un año de película a lo "cine catástrofe".
En Los nuevos miedos (Paidós), Marc Augé listaba algunos de los temores de nuestro tiempo, demarcando tres categorías que reconocen subdivisiones: las violencias económicas y sociales (sobre todo las que se dan en el marco de las empresas); las violencias políticas (racismo y terrorismo, entre otras), y las violencias tecnológicas y de la naturaleza (estas últimas, muchas veces como consecuencia de las primeras). Estas categorías generales engendran miedos específicos, afirma el autor: el estrés, el pánico o la angustia. Tres rostros de la fragilidad contemporánea.
"Los temores, como las violencias, se agregan unos a otros, se combinan entre sí y se destiñen unos sobre otros con mayor razón en una época de difusión acelerada de las imágenes y de los mensajes por la totalidad del planeta", diagnostica el antropólogo francés. Quien caracteriza el espíritu de nuestro tiempo como "una madeja de miedo", que es necesario desenredar para analizar causas, consecuencias y bregar por recuperar cierto equilibrio. No se trata de no informar, sino, más bien, de aplicar el sentido crítico incluso a los mensajes que nosotros mismos difundimos.
La historia siempre fue violenta, subraya Augé, pero hay espacio para "un optimismo lúcido y relativo", señala, porque si los seres humanos no hemos terminado de tener miedo, tampoco hemos renunciado a esperar e ilusionarnos.
La publicidad y el marketing lo saben bien, por eso sus discursos vienen machacando una noción muy rendidora, a la que han vaciado de todo malestar (aunque el diccionario no lo haga): la de "experiencia", que se asocia sólo a vivencias gratas como si la felicidad sólo fuera posible en ausencia total de pena o de pasado (la experiencia que se promociona es puro presente). No le ofrecemos una tarjeta de crédito, parecen decir, sino la puerta de entrada a toda la aventura y el glamur que ese plástico hace posibles, desde un viaje en globo hasta hallar el regalo de aniversario más original.
Desde el corazón del lenguaje, la poesía ofrece sus propias estrategias. Leo en Exilium, el nuevo y bello libro de María Negroni, publicado por Vaso Roto: "Gran parte/ de lo que acontece/ en el hogar del miedo/ puede explicarse así: // hay mundos/ que no favorecen/ los hechos, // el jardín no es/ ni ligeramente/ el jardín. // Menos mal que / de pronto/ un autor malherido/ vuelve de ningún lugar// : // las palabras baldías/ cavan su propia fosa..."
A tan pocos días de inaugurar otro almanaque, bien vale convertirlo en deseo para llevar 2017 tan alto como podamos: que las palabras (e imágenes) baldías no nos den caza. Que el miedo no hable en nosotros su idioma de frustración y herrumbre.
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Raquel Garzón
Raquel Garzón es poeta y periodista. Se especializa en cultura y opinión desde 1995 y ha publicado, entre otros libros de poemas, 'Monstruos privados' y 'Riesgos de la noche'. Actualmente es Editora Jefa de la Revista Ñ de diario Clarín (Buenos Aires) y Subdirectora de De Las Palabras, un centro de formación e investigación en periodismo, escritura creativa y humanidades.
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