Crónica Judicial / Black
Feliz Navidad en la Audiencia Nacional
Acaban las comparecencias de este año por el juicio de las tarjetas ‘black’ de Caja Madrid con la defensa de los 65 imputados, Blesa y Rato incluidos, responsabilizando a quienes mandaban en 1988
Miguel Ángel Ortega Lucas 23/12/2016
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Miguel Blesa, expresidente de Caja Madrid, a su llegada a la Audiencia Nacional
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Un compañero periodista llegó a la sede de la Audiencia Nacional en San Fernando de Henares contando la insólita visión de un BMW abandonado cerca de un descampado próximo, con las luces encendidas y las llaves puestas. Era sólo una posibilidad, lo del abandono, al no saberse si el propietario había sido abducido, se había bajado por algún alivio fisiológico o había tomado a cuerpo gentil, con determinación samurái, el camino de Thelma y Louis. No es la primera vez que sucede algo del estilo: también se han encontrado llaves de Mercedes por ahí tiradas. Son los objetos perdidos de ciertos tribunales de justicia; símbolo de cómo un mismo vehículo puede llevar a las torres gemelas de Plaza de Castilla o a las de Alcatraz. (Arduo trabajo para el personal del edificio ir preguntando uno a uno, entre jueces y delincuentes, de quién es el llavero esta vez.)
En la Sala 1 de la Audiencia, ayer, sólo se les distinguía a primera vista por la toga. El ambiente cordial pero discreto, las canas patricias, la apostura de quien sabe llevar un traje por haber nacido con él puesto, podía recordar al de una cena navideña de antiguos alumnos del Colegio del Pilar. Se olía a civilización, a dinero, a oposiciones de miles de años, a posiciones de millones de años luz tomando como referencia la misma vuelta de la esquina. Un señor leía en la última fila, mientras las decenas de magistrados, letrados y procesados tomaban asiento (casi todos hombres, por si no quedaba claro), un ensayo sobre Platón en su tablet. En inglés.
Se olía a civilización, a dinero, a oposiciones de miles de años, a posiciones de millones de años luz tomando como referencia la misma vuelta de la esquina
Era la última vista de este año del macrojuicio por el caso de las tarjetas opacas de Bankia/Cajamadrid, por el cual se estima que los 65 distinguidos señores que comparecen alternativamente en esta sala desde hace tres meses perpetraron un expolio sistemático de la entidad de al menos 12,5 millones de euros entre 2003 y 2012, enfrentándose ahora a penas de hasta seis años de cárcel. Uno de ellos, presidente de Bankia entre 2010 y 2012, el venerable Rodrigo Rato; de un temple impecable también ayer, como anteayer, como siempre: “El mejor ministro de Economía de la historia de la democracia”, decían algunos hace años –esperemos lo recuerden todavía–. A la luz de los hechos, es evidente que en economía es un genio, y no se entiende cómo no le barajan como candidato al Nobel. Si se lo han dado a Bob Dylan, otro legendario forajido, qué problema habrá.
Estos días prenavideños eran para seguir escuchando las conclusiones de los abogados defensores (aún queda la mayoría: lo de las cosas de palacio es aquí literal). Habló el letrado de Ramón Espinar, padre del homónimo de Podemos y otrora consejero de Caja Madrid a propuesta del PSOE, cuyos gastos con la tarjeta de marras entre 2003 y 2010 ascendieron a un monto total de 173.999,17 euros –la mayoría en restaurantes, gasolineras y tiendas de todo tipo, como los demás–. Dijo su abogado que su cliente era consejero no ejecutivo, por lo cual jamás pudo saber nada del funcionamiento de la tarjeta (una Visa plata). Dijo que el presidente de la entidad antes de Miguel Blesa, Terceiro, le aseguró que no hacía falta justificar esos gastos, por ser de representación, y que él no podía saber nada de su control fiscal. Argumentos que la defensa de todos los demás consejeros no ejecutivos puede utilizar: la frontera delictiva y moral entre los que daban las tarjetas y los que gastaban con ellas. Estos últimos no sabían nada, no tenían por qué saberlo, ni preguntárselo. Sólo gastar. (Si bien también hubo otros usuarios que consideraron más prudente devolverlas y no seguir gastando).
Miguel Blesa parece un distinguido señor de traje impecable y bastantes años bien peinados no a punto de entrar en la cárcel, sino de irse a esquiar con la familia
El abogado de Jesús Pedroche y Alberto Recarte (131.614.56 y 136.504.02€ entre 2003 y 2010 respectivamente), consejeros nombrados a propuesta del PP, aludió al origen cronológico de ese tipo de tarjetas en lo que antes era Caja Madrid y después Bankia: 1988 (“este letrado estaba en segundo de BUP”, dijo, para que la joven audiencia se hiciera una idea de dónde quedaba el lejano 1988). Fue por entonces, dijo, cuando muchos consejeros (no ejecutivos) las recibieron, con sus instrucciones pertinentes, y así se quedó el tema; no hubo en veinte años, según esta defensa, “ni un solo consejero” que no las usara, antes o después. Serían, teóricamente, gastos de representación; el problema es que no se les exigía ningún tipo de justificación de los mismos. El propio letrado explicó que, si no hay factura, entonces son gastos de remuneración; o sea, sueldos. Por lo cual –seguimos el discurso del abogado defensor– la cúpula mayor del banco seguiría siendo la única responsable: los de más abajo en el organigrama no podían tener constancia de tales diferencias.
Pero es que en el caso de Blesa y Rato, máximos responsables de la cosa, sucedería igual: su abogado alegó hace unas semanas que las visas nacieron en 1988 (este plumilla estaba en 1º de preescolar) por un acuerdo del Consejo de Administración, y ahí siguieron, como las cosas del trastero que nadie se atreve a tocar en décadas. También dijo que las pruebas aportadas por la acusación, las tablas de Excel con los gastos de cada consejero, han sido manipuladas, y que los encausados han sido lapidados públicamente merced a un entramado de “origen oscuro”.
Con Miguel Blesa coincidimos en el receso de veinte minutos durante la vista. En la cola de las únicas máquinas de café y comida (ésta con la tecnología del Apolo XIII) del edificio. Comentando con quienes tratábamos de descifrar el mecanismo del chisme lo mal que está el servicio, se servía un café con leche y recordaba con ternura pícara lo que le gustan a su nieto los gusanitos y la cocacola. Pensaría seguro en las inminentes reuniones familiares, todos juntos para celebrar la Navidad. Porque eso es lo que parece Miguel Blesa: un distinguido señor de traje impecable y bastantes años bien peinados no a punto de entrar en la cárcel, sino de irse a esquiar con la familia. Esta navidad y las siguientes.
Al terminar, de nuevo, magistrados, letrados y procesados salían de allí, hacia la reverberación del sol transparente de diciembre. Se desearían cordialmente la paz y feliz año. Y quizás alguno ofrecería a otro llevarle al centro, a falta de llaves, o de coche, o de ganas de coger (oh, pobre mortal) el cercanías.
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Miguel Ángel Ortega Lucas
Escriba. Nómada. Experto aprendiz. Si no le gustan mis prejuicios, tengo otros en La vela y el vendaval (diario impúdico) y Pocavergüenza.
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