
Paul Newman y Robert Redford en una escena de la película El Golpe.
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Se sabe todo sobre el robo de la Pirámide de Tot. Lo hizo una banda de cinco a ocho personas. Todos especialistas. Un ingeniero, un picapedrero, un perista. Excavaron un túnel de un centenar de metros, desde una dependencia sacerdotal. Penetraron en la pirámide hasta su gran galería interior, ciega. Allí encontraron tres losas de varias toneladas, que impedían el acceso a la cámara. Desplazaron dos, gracias a alguna máquina que se inventaron para hacer palanca. La última losa, descomunal, la rompieron utilizando agua y fuego. Tras ella estaba la cámara. En primer lugar, una sala con frutas de alabastro. Eran ofrendas funerarias a las dioses. Los ladrones eran creyentes, de manera que las respetaron. No tocaron ni una. Así se las encontraron los arqueólogos a principios del siglo XIX. Tras esas frutas solidas, los ladrones hallaron lo que buscaban. Se lo llevaron todo. Abrieron, incluso, el sarcófago del Faraón Tot, y quemaron su cuerpo para extraer con facilidad, ya fundido, el oro que llevaba bajo los vendajes. Lo ladrones salieron ricos de aquella pirámide, se supone que antes de un amanecer de hace 3.000 años. Habían invertido, se calcula, un año de trabajo.
Ese robo se parece mucho a otro, sin duda el más espectacular de la historia. Se trata del robo de la cámara acorazada de una pirámide moderna, la Société Générale de Niza, en 1976. Lo hizo una banda de no mas de diez personas, hombres y mujeres, de diversa especialización. Excavaron un túnel desde el alcantarillado hasta el banco. Accedieron a la cámara un viernes por la noche. Soldaron la puerta acorazada desde el interior, para no ser molestados. Se pasaron allí el fin de semana. Desvalijaron más de cuatrocientos depósitos de modernos faraones. Abandonaron la cámara el lunes siguiente, también antes del amanecer. Los ladrones, en este caso, también eran creyentes. En algo. No robaron los depósitos humildes de pequeños ahorradores que se encontraron. Cuando se fueron sólo dejaron los restos de lo que habían comido --foie, diversos tipos de queso, vino--, depositados en el suelo, como frutas de alabastro. También dejaron un grafiti escrito en la pared de acero. Era un jeroglífico sorprendente: "Sans armes, sans violence et sans haine". Como sus predecesores egipcios, habían fabricado un gran robo, noble, complicado, bello, elegante, durante más de un año. Y se diría que --sin armas, sin violencia, sin odio-- lo habían hecho sólo por el placer de hacerlo.
¿Qué es un robo? ¿Qué esconde? Es el deseo. Es lo que sucede cuando el deseo nace y es imposible detenerlo
De hecho, el placer es lo que une ambas historias. Produce placer, en fin, saberlas y escucharlas. Reconfortan. Puede que porque una aventura redonda, con final feliz, siempre reconforta. Puede que porque plantean una idea de justicia e injusticia no previstas a priori. Pero creo que nos tocan el pecho por algo más íntimo. Se trata de robos que esconden algo importante tras la palabra robo. ¿Qué es un robo? ¿Qué es un robo de este tipo? ¿Qué esconde?
Lo he estado pensando. Sea lo que sea, un robo es también lo que aquí sigue. Dos personas quieren algo. Lo buscan. Lo planean. Al hablarlo, toma forma. Finalmente, entran sin ser vistos en una habitación. Mezclando esfuerzo, incerteza, suerte y apuesta, lo consiguen. Salen pletóricos y en posesión de un tesoro. Algo que no era suyo, pero que ahora será parte de su destino, una suerte de unión invisible.
Explicado así, un robo no es un robo. Es el deseo. Es lo que sucede cuando el deseo nace y es imposible detenerlo. Lo que a su vez indica --he empezado a escribir estas líneas sólo para explicarlo--, que cuando dos personas, tras buscarse, tras planearse, entran en una cámara y se entregan al deseo, al sexo, por lo mismo están practicando un robo. Adquieren algo que no tenían y que no estaba previsto que tuvieran. Era algo encerrado y aplazado en una pirámide, o en un banco. Al obtenerlo se destruye algo que sostiene las cámaras mortuorias y acorazadas.
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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