Crónica judicial / Gürtel
Carlos Clemente Aguado, también la Gürtel tiene cooperantes
El exviceconsejero de Inmigración de la Comunidad de Madrid supone la incorporación en el tablero de la Gürtel del mundo de la cooperación española. Él es la cara alegre, guapa, aseada y un poco evangélica con que occidente se ofrece a los "marginados"
Esteban Ordóñez 8/02/2017
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El tono de una llamada reverberó en la sala. Carlos Clemente Aguado (ocho años de prisión), exviceconsejero de Inmigración de la Comunidad de Madrid, había asegurado minutos antes que su relación con Francisco Correa se había mantenido en la simple cordialidad: “Lo veía por Génova y era una persona simpática”. Ahora escuchaba los crujidos de la línea del teléfono pinchado del jefazo. La grabación iba a desmentir ese desapego que todos los procesados quieren inyectar en la palabra “cordialidad”. Clemente Aguado se oyó a sí mismo descolgando hace años.
Sus hijos revoloteaban alrededor de su mujer, recién operada de un bultito en el brazo sin importancia. Entonces nadie sabía lo que significaba la palabra Gürtel, y él estaba a punto de trasladarse a vivir a Colombia. Dirigía la Fundación ALAS: una asociación que reunía a artistas hispanos y americanos en apoyo a personas con discapacidad intelectual. Aquel trabajo, por lo menos, dejó una huella lingüística en el acusado. Cuando la fiscala Concepción Nicolás mencionó a los“niños discapacitados”, él la corrigió sin querer, musitando: “… con discapacidad”.
Entonces nadie sabía lo que significaba la palabra Gürtel, y él estaba a punto de trasladarse a vivir a Colombia
Fue precisamente en la pérdida de ese empleo donde su abogado clavó la uña más tarde para conseguir una imagen de penitencia que ya se empieza a convertir en tradición entre (cosa paradójica) los acusados que menos tienen que perder: hablamos de la imagen del presunto corrupto llorando, convertido en víctima. No se duda de que Aguado gangueó sinceramente, como tampoco de que los modos con que se dirigía a Francisco Correa en la grabación traspasaban la pura cordialidad.
—¿Cuándo te vas?— Don Vito sabía de su viaje inminente, y a Clemente le pareció natural que lo supiera.
El exviceconsejero describió a Correa su futura casa: tenía piscina, sauna, gimnasio y un cine para 20 niños, esto último lo decía exaltado, echándose fonéticamente las manos a la cabeza. El capo aprobaba cada palabra como si la existencia de aquella mansión no fuera mérito de un arquitecto y de unos obreros, sino del gourmetismo inmobiliario de Clemente. “Me dijiste una vez que si necesitaba algo del ayuntamiento te lo dijera, que tenías un amigo allí”, Correa atacó, quería un favor, en concreto, que Álvaro Villegas, antiguo embajador de España en Colombia, fuera nombrado gerente de una empresa dependiente del Ayuntamiento de Madrid con el fin de favorecer a algunos de sus socios en el país caribeño.
Al cabecilla de la Gürtel, con la ronquera venida a menos, se le veía venir. La grabación atestiguó sus métodos de seducción de políticos. A saber: tender una red de adulación y pleitesía entre halagos, ofrecimientos e implicación con el otro, por ejemplo, enseriándose mucho al escuchar la historia de la operación de la esposa; mencionar conocidos comunes para inventar un cosmos compartido y confortable (“Álvaro te tiene mucho cariño, lo digo para que lo sepas”); y describir las cosas con ambigüedad (“ahora no te lo voy a contar por teléfono”), transmitiendo la sensación de que existe todo un mundo de éxitos detrás de la petición, un pelotazo, el cuerpo de algún iceberg empresarial.
— Y yo podría meter…—balbuceó Carlos Clemente
— A tu mujer, claro— se adelantó Correa.
— No, no hablo de un sueldo, hablo de participación…
Y, ahí, el señor Gürtel, tras un silencio, desenvainó la treta que faltaba: hablar de los negocios como si estuvieran hechos, como si el paraíso pudiera ya tocarse con las manos. “Tú estarás con nosotros, entrarás en todos los proyectos de todos los países latinoamericanos”.
El acusado, “sociólogo y honrado”, como repitió más de una vez, se justificó explicando que si en su vida privada encontraba una oportunidad de negocio, como ciudadano libre, tenía derecho a aprovecharla. En aquel momento, el que fuera asesor del ministro de Justicia de la era Aznar, José María Michavila, había abandonado sus cargos políticos. Sin embargo, según la fiscalía, Clemente Aguado cargaba a su espalda un pasado de corrupción. Como viceconsejero de la Comunidad de Madrid adjudicó contratos a las empresas del grupo Correa. Se llevó a cambio, al menos, los 13.600 euros que el contable José Luis Izquierdo anotó junto a su nombre (cuenta ‘Clementina’) en los Excel del famoso pendrive en 2006.
El acusado negó haber recibido en su vida un euro “fuera del sueldo”. Después de ver su nombre y su firma en los documentos que le proyectó la fiscalía, especificó que su rúbrica no aparecía en los contratos, sino en las memorias: “No tenía posibilidad de contratación, pero sí de motivar el gasto”. Trató de desconectarse del entorno de la trama, aseveró que mantenía la mínima relación posible con los representantes del grupo Pozuelo. Veía a Isabel Jordán de uvas a peras, al coincidir en algún acto.
La pretendida lejanía entre Clemente Aguado y Paco Correa se estrechó a los ojos de la sala, por la aparición de una prostituta y una niñera
Estos dos últimos relatos, su falta de responsabilidad en las contrataciones y su distancia con la administradora de Correa, se tambalearon con unos brevísimos correos electrónicos. A Jordán la trataba con simpatía ochentera, le decía “tía” y le pedía presupuestos y otros documentos de contratación. “Perfecto, ahora necesito el precio”, escribió Clemente Aguado en uno de los mensajes.
— ¿Si usted no tiene competencias por qué se interesa?— terció Concepción Nicolás.
— Por curiosidad— achicó, tratando de obviar que el verbo “necesitar” se vincula difícilmente a un capricho y muy fácilmente a una gestión.
La pretendida lejanía entre Clemente Aguado y Paco Correa se estrechó a los ojos de la sala, y no fue porque salieran a relucir las grabaciones en que José Luis Peñas los calificaba como “muy amigos”, sino por la aparición de una prostituta y una niñera.
Don Vito, según algunos documentos proyectados, acudió al entonces viceconsejero de Inmigración porque una amiga suya, trabajadora del sexo, deseaba regresar a su país para visitar a sus padres. Él pagó los billetes (igual que le pagó unas vacaciones a Rajoy), pero necesitaba ayuda para que no encontrara problemas al intentar reingresar en España. Un día, añadió también el acusado, lo llamó enfurecido con la niñera de su hija, preguntando si podía hacer algo para echarla del país. El acusado no cumplió ninguna de las peticiones: no eran asuntos autonómicos.
Clemente Aguado supone la incorporación en el tablero de la Gürtel del mundo de la cooperación española. Mencionó sus voluntariados en cárceles y en hospitales que luchaban contra el cáncer. “Me gusta la gente”, trató de confesarse. Su nostalgia era sincera... Faltaba él para completar un universo, el ecosistema de una España que intentamos ignorar. Él es la cara alegre, guapa, aseada y un poco evangélica con que occidente se ofrece a los marginados que no tienen piscina, sauna ni salas de cine para 20 niños.
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Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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