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Desde finales de 2014 hasta las elecciones europeas de mayo de 2015 asistimos, en redes sociales, platós de televisión, revistas y cafés, a un riquísimo debate teórico y político acerca de las posibilidades de transformar y ensanchar, organizativa y políticamente, la enorme ola de protestas que había arrancado con el 15M. Fueron muchas las hipótesis políticas que se pusieron encima de la mesa, y los debates cruzados entre ellas: desde el Partido X a Movimiento en RED, pasando por distintas corrientes de Izquierda Unida, EQUO, movimientos sociales y políticos de distinta índole y, claro, intelectuales varios, tanto de la academia como de las redes y los movimientos militantes. Podemos, entonces, fue tan solo una hipótesis más pero es a todas luces evidente que los acontecimientos posteriores corroboraron que se trataba de la hipótesis que acertó en traducir esa indignación y movilización en capacidad y fuerza política.
Se defendieron hipótesis que sostenían la necesidad de continuar en la movilización social y que negaban cualquier forma política que la intentara representar (el 15M era irrepresentable y cualquier partido que intentara, mediante elecciones, líderes y partidos, hacerse eco de la indignación estaba abocado al fracaso); otras defendían que la representación no podía hacerse sino mediante una radical horizontalidad política, con estructuras anónimas y en red, en una suerte de democracia 3.0. No faltaron, tampoco, los que pensaron que había llegado su momento, los que soñaron con que la historia, en forma de crisis económica, les estaba dando la razón, que años de espera habían valido la pena y que la sociedad que siempre les había dado la espalda les iba por fin a respaldar en unas elecciones.
Pudimos discutir, en suma, acerca de diferentes hipótesis políticas y apuestas tácticas y, huelga decirlo, no todas tenían ni las mismas posibilidades de hacerse realidad ni, menos aún, las mismas posibilidades de imponerse al resto. La política es todo menos una ciencia, su verdad se mide por su capacidad de generar efectos reales: quién acumula fuerza y quién no, qué partido o movimiento despierta la adhesión de mayorías y quién queda relegado. Quién, en suma, consigue transformar lo real y quién queda escorado en una esquina del tablero de la historia.
Nos encontramos hoy, más de tres años después de aquellos debates y aquellas apuestas entrecruzadas, en una situación que debería ser similar. Distintas hipótesis políticas que dibujan distintos escenarios de futuro. Hipótesis basadas, por supuesto, en diferentes lecturas de la coyuntura, de lo que ha ocurrido estos últimos tres años, de cómo leer los resultados electorales del 20D y el 26J, de qué significado dar a la formación del Gobierno de Rajoy y, en definitiva, de qué podemos hacer para ganar este país en los próximos meses o años. No, no es lo mismo defender que la ventana de oportunidad se ha cerrado con la triple alianza que dio lugar al Gobierno Rajoy, que leer precisamente esa triple alianza como el resultado de una enorme debilidad del régimen político español, debilidad que permitiría tomar la iniciativa institucional y la ofensiva política.
Si se entiende que se ha dado un bloqueo político e institucional, un cierre por arriba del régimen del 78 que obliga a resistir tres años más “cavando trincheras”, se entiende también que las posibilidades de Podemos pasan por la resistencia, el cierre de la organización hacia dentro y una radicalidad entendida en términos exclusivamente ideológicos o identitarios: las luchas, las calles, la verdad, enseñar los dientes y confrontar desde un afuera incierto. Si, por el contrario, entendemos que la triple alianza y el gobierno subsiguiente son resultado de una profunda crisis y debilidad del régimen político, de las inmensas contradicciones que atraviesan el resto de partidos, empezando por el PSOE, y de la incapacidad manifiesta que tienen los tres partidos de la alianza para representar un proyecto mínimo de país, entonces Podemos tiene una labor crucial para marcar la agenda política, para obligar al resto de partidos a posicionarse en torno a esa agenda nuestra, y mostrarse no solo útil ya, en el mientras tanto, sino con capacidad de gobierno para el futuro más inmediato.
¿Obtenemos el apoyo y el voto de los de abajo señalando exclusivamente su explotación cotidiana o siendo capaces de representar y ocupar su necesidad y deseo de una vida mejor?
Porque es esta necesidad de generar confianza, de que nuestro pueblo nos imagine gobernando antes de hacerlo, la condición de posibilidad de crecer, de llegar a esa figura cuasi mitológica de los que aún faltan. De ganar, vaya, las próximas elecciones al tiempo que se construye fuerza social y popular para que esa victoria esté acompañada, en las calles y en los hogares, por una mayoría que permita la efectiva transformación de nuestro modelo productivo, de nuestro orden territorial, de nuestra débil y precaria democracia, de las instituciones y la cultura política. La convicción de que necesitamos generar certezas forma parte, también, de una lectura diferente de la coyuntura política. Podemos pensar que los sectores más golpeados por la crisis necesitan de una fuerza política que denuncie y visibilice lo extremo de sus condiciones de vida, que clame contra la precariedad, el paro, la desigualdad, la pobreza y la exclusión. Que sea portavoz de las consecuencias del modelo de desarrollo español y del régimen político que le dio forma. Pero podemos pensar, también, que son precisamente esos sectores sociales los que menos se pueden permitir apoyar a, o confiar en, una fuerza política replegada en la denuncia y la resistencia. Que son esos sectores los que más necesitan respuestas y horizontes creíbles: no hay encuesta que no muestre que son precisamente los sectores sociales más golpeados o excluidos los que no votan a Podemos (menos aún a IU), por mucho que podamos despertar su simpatía.
Convertir a Podemos en el portavoz de la dominación y miseria de quienes no nos votan no deja de ser una paradoja que debería servir de base para una reflexión honesta: ¿obtenemos el apoyo y el voto de los de abajo señalando exclusivamente su explotación cotidiana o siendo capaces de representar y ocupar su necesidad y deseo de una vida mejor? No hay contradicción entre una cosa y la otra, se podrá argüir. Quizá, pero conviene no hacerse trampas al solitario y pensar con rigor qué pasó, de entrada, con el millón largo de votos esperado y no obtenido en las elecciones del 26J: ¿fue porque no le hablamos claro a las clases trabajadoras, a las y los más golpeados, porque nos faltó enseñar los dientes y morder más, o esa pérdida de lo que nunca tuvimos resulta, más bien, de nuestra dificultad para representar no solo la indignación, sino la capacidad de gobernar y representar un horizonte para aquellos y aquellas que más lo necesitan? Igual se vuelve necesario recordar que quienes menos se pueden permitir experimentar con la política son aquellos que menos nos han votado en las últimas elecciones: precarios, clases trabajadoras, pensionistas, clases medias empobrecidas, mujeres mayores de 45 años…
Podemos puede gobernar en el futuro inmediato mientras crece como fuerza social y política, pero también puede quedar esquinado en el tablero político
Como ocurrió hace ya tres años con las distintas lecturas políticas de la situación, son hipótesis políticas distintas las que se deberían debatir en Vistalegre. Ahora como entonces se pusieron encima de la mesa ideas, tácticas y estrategias que, como siempre en política, tienen muy diferente capacidad de generar efectos reales. Esa diferencia marca la necesidad del debate y explica las aparentes divisiones internas. Podemos puede gobernar en el futuro inmediato mientras crece como fuerza social y política de mayorías, pero también puede quedar esquinado en el tablero político, haciéndose portavoz de la dignidad de los de abajo pero sin capacidad real de transformar sus condiciones de vida y, por tanto, con su simpatía pero sin su apoyo social y electoral. Como tantas veces, demasiadas como para no haber aprendido de ello.
Las diferencias tácticas y políticas son legítimas y deben (¡deberían!) ser abordadas y debatidas con honestidad en un congreso de una fuerza política joven pero que representa, al menos, a 5 millones de personas. Si algo no deberíamos permitirnos nunca es reducir esas diferentes hipótesis a disputas de poder o, peor, mucho peor aún, sostener que se trata de una cuestión de puestos de trabajo que defienden unos en contra de otros, como por desgracia ha intentado instalar Juan Carlos Monedero en su particular comprensión de la democracia. Por dignidad, por respeto intelectual y, por supuesto, por la defensa de un proyecto que no es de una, dos o tres personas, sino de millones, debemos tomarnos en serio que la política es siempre el resultado de la confrontación y el valor de distintas hipótesis.
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Autor > Jorge LagoEditor y miembro de Más Madrid. Suscríbete a CTXT
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José Luis Marín
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