Lo extraño de los estibadores
Los críticos tienen razón al hablar del colectivo como algo insólito. Sólo que ese aire de peculiaridad tiene más que ver con la solidaridad que con los salarios
Juan M. Asins 14/03/2017
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Uno de los antiguos tinglados del puerto de Valencia sirve ahora de pista para patinadores. Otros dos, que ya albergaron los boxes del difunto circuito urbano de fórmula uno, pronto acogerán espacios culturales y empresas “de innovación”. En Londres, los muelles de la antigua Compañía de las Indias Occidentales son ahora un potente centro financiero de torres de cristal, y los viejos almacenes junto al Támesis se han reconvertido en apartamentos de lujo. En el puerto de Liverpool la principal atracción es un museo de los Beatles. Y lo mismo sucede en todas partes.
Hasta mediados del siglo pasado era posible ver a los estibadores por la dársena interior, descargando de los barcos madera, algodón o trigo en anclones que después remolcaban hasta los tinglados
Los puertos, que durante tanto tiempo fueron el corazón de las ciudades marítimas, hoy bullen a sus espaldas. Se han independizado de los barrios que los vieron nacer, y son ahora espacios cerrados por una verja sobre la que asoman grúas y montañas de contenedores a lo lejos. Poco se sabe de lo que allí sucede, excepto cuando estalla un conflicto laboral como el de las últimas semanas. Claro que esto no fue siempre así.
En Valencia la primera cofradía de cargadores data de 1593, aunque la tradición de la estiba es más antigua que el propio puerto. Antes de que hubiese muelles, los entonces bateleros cargaban y descargaban los barcos con sus gabarras. Hasta mediados del siglo pasado era posible ver a los estibadores por la dársena interior, descargando de los barcos madera, algodón o trigo en anclones –unas barcazas planas– que después remolcaban hasta los tinglados, repletos de naranjas esperando zarpar. Entonces los estibadores podían atraer las miradas curiosas de los paseantes pero nadie hablaba de sus condiciones laborales ni mucho menos las censuraba porque la estiba era, como había sido siempre, sinónimo de miseria. Un jornal escaso e incierto, que sólo llegaba cuando llegaban barcos, y siempre y cuando ese día te escogiese el capataz. Frente a él se arremolinaban los hombres, a veces pisándose unos a otros.
Sin conocer esta herencia de generaciones mirando al mar con hambre es difícil comprender la importancia de la solidaridad para un estibador
En condiciones como estas los estibadores españoles, los scaricatori italianos, los dockers ingleses o los wharfies australianos fueron formando en cada puerto una familia cuyos vínculos estrechaba la dureza del oficio. En Liverpool, este modelo de trabajo temporal es todavía recordado como the evil, el mal. El empleador tenía una libertad de contratación total que le permitía reducir salarios y discriminar por edad, religión o simple favoritismo. Precisamente en Valencia, uno de los precedentes del movimiento obrero fue la huelga de estibadores de 1842 que intentaba disputar esa libertad de contratación absoluta que les negaba cualquier seguridad. No fue hasta principios del siglo XX, y a través de grandes movilizaciones y huelgas como las que tuvieron lugar en España en los años treinta, que los estibadores lograron avances decisivos en sus respectivos países como el sistema de rotación y el establecimiento de turnos de seis horas. Sin conocer esta herencia de generaciones mirando al mar con hambre es difícil comprender la importancia de la solidaridad para un estibador.
Pepe Moratal se acuerda de cuando acompañaba a su padre al antiguo edificio de la Organización de Trabajos Portuarios. Allí había de todo, hasta una peluquería, ya que entonces prácticamente se vivía dentro del puerto. Hoy en día las nuevas tecnologías facilitan la previsión de los turnos, pero la conciliación laboral sigue siendo un reto. Con horarios que cambian cada veinticuatro horas, Pepe acaba pasando su poco tiempo de ocio con otros estibadores, “si libramos alguna mañana, salimos en bici”. Pepe es estibador en el puerto de Valencia y delegado sindical del sindicato mayoritario, Coordinadora.
A su vez es uno de los responsables locales de Coordinadora Solidaria, la organización que canaliza sus proyectos sociales fuera del puerto. Hace dos años, a través de donaciones de jornales recaudaron 125.000 euros para la operación de Nayra. Organizan recogidas de alimentos, ropa y material escolar para colegios de los barrios cercanos, y financian becas comedor. Aunque el puerto de Valencia es el mayor del Mediterráneo, el distrito marítimo que lo rodea es una de las zonas con mayor pobreza y exclusión social de la ciudad. Allí abrirán este año un comedor social. “El puerto es como es, pero intentamos mirar de verjas para afuera”.
Sorprende el énfasis en la horizontalidad dentro de un espacio de trabajo frenético donde la jornada laboral nunca termina
El propio sindicato Coordinadora ya es de por sí atípico. Sus cargos están en el censo de estibadores, no hay liberados, y todo se decide en asamblea. Sorprende el énfasis en la horizontalidad dentro de un espacio de trabajo frenético donde la jornada laboral nunca termina. Una de sus últimas asambleas generales sobre la negociación del decreto detuvo el puerto durante un par de horas.
El sindicato tiene experiencia con los decretazos. De hecho nació para coordinar la lucha a nivel nacional contra los intentos del gobierno de UCD de hacer algo parecido a lo que ahora pretende el gobierno del PP. Fueron años de mucha conflictividad laboral hasta que se logró el primer convenio marco en el 88. En 1980 comenzó una huelga que se acabó alargando 18 meses, y cinco años más tarde hubo otra de 8 meses. Hubo ocupaciones de barcos, paros y cierres de puertos y colectivización de salarios. En Tenerife, las mujeres de los estibadores entraron en el puerto a echar a los esquiroles, algunos de los cuales acabaron dándose un baño. Desde entonces y a través de sucesivas mesas de negociaciones, el colectivo ha transitado de la antigua OTP, organismo público estatal dependiente del Ministerio de Trabajo, a las actuales Sagep, sociedades anónimas de capital enteramente privado. Garantizando la formación de los trabajadores así como su estabilidad, las Sagep proveen de mano de obra a las empresas estibadoras, lo cual incomoda a algunas de estas, que parecen abogar más bien por un regreso al corro de hombres mirando su dedo.
Pero la colaboración entre estibadores es también un fenómeno global. En la huelga de 1980, los estibadores de Liverpool retuvieron hasta pudrirse una carga española de tomates que había sido estibada por esquiroles. Años después durante la huelga de Liverpool, en la que 500 estibadores fueron despedidos y reemplazados a través de ETT, los contenedores que de allí salían eran rechazados en puertos desde Suecia a Canadá. Y lo mismo con la huelga del 98 en el puerto de Patrick, Australia. El IDC o Consejo Internacional de Trabajadores Portuarios se fundó en Tenerife el año 2000 con la idea de consolidar esa colaboración, y evitar competir a la baja por ver qué puerto se precarizaba más y mejor. Esto es como ganarle a la globalización en su propio juego. Hay que reconocer que los estibadores tienen una gran ventaja frente a otros colectivos: a diferencia de una fábrica, un puerto no puede cerrar e irse a otro sitio. Pero es evidente que hay algo más en la estiba que simple pragmatismo.
Hoy la solidaridad suena tan extraña que igual hay que explicarla como una lengua muerta. Solidarizarse no es idolatrar, se puede ser crítico
Por eso los críticos tienen razón al hablar del colectivo como algo impropio y extraño. Sólo que ese aire de extrañeza tiene más que ver con la solidaridad que con los salarios. Fuera de los puertos, lo que abunda es la sospecha. La sospecha, cuando no el odio, ese algohabráhecho que siembra el telediario, que paraliza y hasta consuela mientras echan a la calle al vecino.
Porque la sospecha, como la solidaridad, es cosa de iguales. El tertuliano, preocupado, pregunta al estibador sobre la libre competencia. El hecho de que la principal concesionaria de terminales portuarias españolas, J.P. Morgan Chase, fuera condenada a pagar más de 550 millones de dólares por amañar el mercado de divisas y otros 337 millones de euros por participar en un cartel de bancos que manipulaba el Euribor, es decir, por alterar una y otra vez la libre competencia, eso es algo que a nadie le quita el sueño.
Hoy la solidaridad suena tan extraña que igual hay que explicarla como una lengua muerta. Solidarizarse no es idolatrar, se puede ser crítico. Los propios estibadores son conscientes de que tienen que acatar la sentencia. Solidarizarse es, sin embargo, entender que por muy lejos que te pille el mar, o tienes barcos o eres de los que descargan. Durante la redacción de este artículo pude hablar con otro portuario que durante años había trabajado con estibadores. Tenía mil anécdotas sobre ellos, y era evidente que no tragaba a más de uno. “Y sin embargo”, había visto cómo sus representantes sindicales malvendían su convenio mientras en los mismos muelles los estibadores no daban su brazo a torcer. Hablaba con admiración.
Uno de los lemas del IDC, probablemente inspirado en el himno del Liverpool, es We’ll Never Walk Alone Again, nunca volveremos a caminar solos. A todos nos conviene que ese plural no se acabe en la verja del puerto.
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Juan M. Asins
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